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Un héroe argentino con pasaporte italiano

A lo largo de su carrera, Dago ha sobrevivido a las situaciones más comprometidas. A la esclavitud, al hambre, a la guerra, a la enfermedad e incluso a su propia muerte. Sin embargo, el escollo más difícil que ha debido salvar ha sido el paso del tiempo, pues sus aventuras se vienen publicando ininterrumpidamente desde hace más de tres décadas. En parte, tanta longevidad se explica por sus guiones repletos de acción, truculencia y giros inesperados. También por el dinamismo, la eficacia y el virtuosismo de los dibujos. Pero, sobre todo, se explica por el cambio de domicilio del personaje, que se mudó paulatinamente del mercado argentino al italiano.

En verdad, existía un vínculo histórico entre estos mercados. Allá por 1947, el italiano Cesare Civita fundó en Buenos Aires la Editorial Abril, cuyas revistas popularizaron en Argentina las historietas de autores italianos como Paul Campani, Alberto Ongaro, Dino Battaglia o Hugo Pratt (muchos de los cuales acabaron emigrando a Argentina atraídos por una generosa oferta económica del sindicato Surameris). A mediados de los años setenta, la relación entre estas dos superpotencias mundiales de los cómics había cambiado y se inclinaba del lado italiano. Revistas como Il Corriere dei Ragazzi, Il Mago o Alterlinus recogían en sus páginas lo mejor de la obra de Alberto Breccia, Carlos Sampayo o José Muñoz. Pero la revista que en aquella época simbolizó la magnífica sintonía existente entre el mercado argentino y el italiano fue el semanario Lanciostory.

Producido en 1975 por el sello romano Eura Editoriale, Lanciostory alojó en su interior una gran cantidad de material producido en Argentina por Ediciones Record y por Editorial Columba. En sus páginas (y en las de la publicación hermana Skorpio), los lectores italianos se familiarizaron con lo mejor de la historieta argentina de la época. Y lo hicieron casi al mismo tiempo que sus homólogos del otro lado del Atlántico. En entregas semanales, aparecían Precinto 56 de Ray Collins y Ángel Fernández, Alvar Mayor de Carlos Trillo y Enrique Breccia, El Condenado de Guillermo Saccomanno y Domingo Mandrafina. Y, desde 1982, algunas de las series que Robin Wood venía desarrollando desde finales de los setenta. Entre otras, Savarese (dibujada por Mandrafina) y Helena (con Ernesto García Seijas) ocuparon muy pronto un lugar destacado en las preferencias de los lectores y, en consecuencia, figuraron frecuentemente en la portada de la revista. Teniendo en cuenta estos antecedentes, la aparición en Lanciostory del episodio inaugural de Dago en diciembre de 1983 no supuso el descubrimiento en Italia de un gran guionista, sino, más bien, su consagración.

Desde el primer momento, Dago cosechó un éxito fulminante que estrechó los lazos entre sus creadores y Eura Editoriale. Como demuestra la gran cantidad de títulos dedicados al personaje que aparecen en el catálogo de la editorial romana, la serie se convirtió en uno de los pilares económicos de la empresa y abrió de par en par las páginas de sus revistas a la obra del popular tándem creativo, tanto en pareja como en solitario. Por su parte, Alberto Salinas era dueño de un trazo clásico y meticuloso, razón por la cual el tiempo apenas le rendía para completar las entregas mensuales del aventurero veneciano. Por ese motivo hubo que aguardar varios años a que se embarcase en nuevas colaboraciones con Robin Wood, como las espléndidas Drácula y I fratelli della filibusta (una escalofriante biografía del sanguinario pirata Henry Morgan). En cambio, el guionista paraguayo era un autor prolífico y se convirtió de golpe en firma habitual de los semanarios de Eura. Al principio, mediante traducciones de sus obras argentinas más conocidas, como Nippur o Dax (título que el sello italiano ha impreso hasta en tres ocasiones). Más adelante, por medio de creaciones concebidas ex profeso para el mercado italiano (y que Editorial Columba vertió posteriormente al castellano). De ese modo nacieron obras tan inspiradas como Starlight (con Juan Zanotto), Merlin (con Quique Alcatena) o la popularísima serie Martin Hel (junto al maestro Ángel Fernández).

Respecto a Dago, se transformó en una lucrativa franquicia que alcanzó proporciones colosales a mediados de los noventa. Por entonces, Eura Editoriale simultaneaba la publicación de aventuras inéditas en Lanciostory con la presentación de una revista dedicada al personaje e, incluso, con el lanzamiento de una serie de volúmenes mensuales que, en un centenar de páginas, narraban una historia completa del héroe veneciano. Sin embargo, la proliferación de material relacionado con el jenízaro negro incrementaba considerablemente el ritmo de trabajo de sus autores. Para evitar el riesgo de sufrir un colapso creativo, hubo que recurrir a colaboradores externos. De hecho, los álbumes independientes estaban firmados por los guionistas Gustavo Amézaga y Ricardo Ferrari, alternativamente, y por un magnífico plantel de artistas que incluía, entre otros, los nombres de Gerardo Canelo, Carlos Pedrazzini, Rubén Marchionne y el catalán Joan Mundet. A pesar de este desahogo, Salinas acabó por abandonar el título en 1996. Por fortuna, fue reemplazado por el sobresaliente Carlos Gómez, un joven talento que imprimió a la serie el aire moderno y atractivo que aún ostenta en la actualidad y que los lectores argentinos, destinatarios iniciales de la obra, apenas pudieron disfrutar a consecuencia de la quiebra de Editorial Columba en 1999.

Más de tres décadas después de su nacimiento en Argentina, Dago es un tebeo netamente italiano. Su protagonista ha sido asimilado perfectamente por los lectores de su país de acogida, hasta el punto de que en sus últimas aventuras se codea con un auténtico mito de la cultura italiana: Giuseppe Verdi, compositor de las óperas Rigoletto y La Traviata. Era algo predecible. Al fin y al cabo, ¿qué cabía esperar de un exilado veneciano sino que acabara solicitando un pasaporte para volver a su patria?

Jorge García