Debemos mucho a las efusivas histéricas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Sus síntomas, aparentemente inexplicables (pérdida del habla, parálisis de las extremidades, anorexia, bulimia, fatiga crónica, desvanecimientos, apatía...), constituían unos interrogantes subversivos sobre la feminidad. ¿Qué implica ser una mujer? ¿Cómo debe comportarse? ¿A quién se supone que debe complacer su cuerpo y para qué sirve? ¿Desarrolla su feminidad en torno a su figura como objeto de deseo masculino? Si se le niega su voluntad, ¿qué debe hacer con sus propios deseos? En definitiva, la histeria es el grito de rebeldía del cuerpo.
En esta impresionante novela gráfica el lector descubrirá una selección de las historias de esas mujeres, que cobran vida gracias a los increíbles detalles y a la complejidad de los trazos de Oscar Zárate.
Cuando Sigmund Freud comenzó su carrera en la Viena patriarcal de la época, daba por supuesto que solamente existía una sexualidad: la masculina. Por suerte cambió de opinión, aunque confesó tímidamente que tras 30 años de práctica profesional aún desconocía qué anhelaban las mujeres, a pesar de haber sido testigo de unos conflictos e interrogantes femeninos absolutamente modernos. A diferencia de su mentor, el pionero neurólogo francés Jean-Martin Charcot, apodado el “Napoleón de las neurosis” (le conoceréis cuando avancéis en la historia, y también a su mascota, un mono que deambulaba libremente por las salas del hospital de la Salpêtrière), Freud invitaba a sus pacientes a expresarse libremente, sin censurarlas, un hecho nada desdeñable si tenemos en cuenta la crueldad con la que se silenciaba a las mujeres por las restricciones sociales de su tiempo y las personas que la ejercían sobre ellas: nada más y nada menos que sus propios familiares, muchos de los cuales eran auténticos depredadores sexuales. Richard Appignanesi presenta algunas de sus increíbles historias tal y como se las relataron a Freud en su consultorio de Bergstrasse, 19.
Anna O., Elisabeth von R., Dora y Jane Avril, una bailarina del Moulin Rouge a la que retrató Toulouse- Lautrec, lucharon contra los mitos sobre el carácter femenino y la predestinación. En su intento de encontrar las palabras exactas para combatir la angustia, confesaron a Freud sus recuerdos y reminiscencias más humillantes e incómodas, y así fue como nació el psicoanálisis: cuando el austríaco descubrió que se podían interpretar los síntomas idiopáticos, sin causa biológica ni neurológica alguna, en lugar de medicar a las pacientes. Tal y como él mismo indica en sus Lecciones introductorias al psicoanálisis, el objetivo del tratamiento psicoanalítico radicaba en “sacar a la luz todo lo que permanece en el inconsciente de manera patológica”. En ningún momento aseguró que la cura del habla garantizara la felicidad, pero al menos creyó que contribuiría a disminuir la infelicidad. Si el poder de la palabra es tal que puede dejar embarazada a una mujer, como pensaba Anna O., no sorprende en absoluto que el psicoanálisis haya prestado siempre especial atención a la estructura del lenguaje. Freud se mostró determinado a sacar a la luz las verdades que se habían reprimido.
Hipócrates diagnosticó la histeria ya en el siglo V a.C., pero en la actualidad se ha eliminado del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Aun así, todos sabemos que siguen existiendo los traumas (término de origen griego que significa “herida”) y niñas y mujeres que se autolesionan. Appignanesi comparte una sabia reflexión en esta emocionante historia en la que se refleja el nacimiento del psicoanálisis como herramienta para investigar el subconsciente: no cabe duda de que los conflictos políticos y personales, y sobre todo ciertas emociones como la ira y la tristeza, continúan somatizándose en este siglo tan turbulento. La histeria no es cosa de ellas, sino de todos.
¡La histeria ha muerto, larga vida a la histeria!
Deborah Levy
La última novela de Deborah Levy, Nadando a casa, quedó finalista del premio Man Booker. Levy ha escenificado dos de los casos históricos más icónicos de Freud para BBC Radio 4: El hombre de los lobos y Dora. Su relato corto Stardust Nation ha sido adaptado en una novela gráfica ilustrada por Andrzej Klimowski y publicada por SelfMadeHero.
Artículo publicado originalmente en las páginas de Histeria ¡Ya disponible en vuestro punto de venta habitual!
Previa de Histeria
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Cuando Sigmund Freud comenzó su carrera en la Viena patriarcal de la época, daba por supuesto que solamente existía una sexualidad: la masculina. Por suerte cambió de opinión, aunque confesó tímidamente que tras 30 años de práctica profesional aún desconocía qué anhelaban las mujeres, a pesar de haber sido testigo de unos conflictos e interrogantes femeninos absolutamente modernos. A diferencia de su mentor, el pionero neurólogo francés Jean-Martin Charcot, apodado el “Napoleón de las neurosis” (le conoceréis cuando avancéis en la historia, y también a su mascota, un mono que deambulaba libremente por las salas del hospital de la Salpêtrière), Freud invitaba a sus pacientes a expresarse libremente, sin censurarlas, un hecho nada desdeñable si tenemos en cuenta la crueldad con la que se silenciaba a las mujeres por las restricciones sociales de su tiempo y las personas que la ejercían sobre ellas: nada más y nada menos que sus propios familiares, muchos de los cuales eran auténticos depredadores sexuales. Richard Appignanesi presenta algunas de sus increíbles historias tal y como se las relataron a Freud en su consultorio de Bergstrasse, 19.
Anna O., Elisabeth von R., Dora y Jane Avril, una bailarina del Moulin Rouge a la que retrató Toulouse- Lautrec, lucharon contra los mitos sobre el carácter femenino y la predestinación. En su intento de encontrar las palabras exactas para combatir la angustia, confesaron a Freud sus recuerdos y reminiscencias más humillantes e incómodas, y así fue como nació el psicoanálisis: cuando el austríaco descubrió que se podían interpretar los síntomas idiopáticos, sin causa biológica ni neurológica alguna, en lugar de medicar a las pacientes. Tal y como él mismo indica en sus Lecciones introductorias al psicoanálisis, el objetivo del tratamiento psicoanalítico radicaba en “sacar a la luz todo lo que permanece en el inconsciente de manera patológica”. En ningún momento aseguró que la cura del habla garantizara la felicidad, pero al menos creyó que contribuiría a disminuir la infelicidad. Si el poder de la palabra es tal que puede dejar embarazada a una mujer, como pensaba Anna O., no sorprende en absoluto que el psicoanálisis haya prestado siempre especial atención a la estructura del lenguaje. Freud se mostró determinado a sacar a la luz las verdades que se habían reprimido.
Hipócrates diagnosticó la histeria ya en el siglo V a.C., pero en la actualidad se ha eliminado del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Aun así, todos sabemos que siguen existiendo los traumas (término de origen griego que significa “herida”) y niñas y mujeres que se autolesionan. Appignanesi comparte una sabia reflexión en esta emocionante historia en la que se refleja el nacimiento del psicoanálisis como herramienta para investigar el subconsciente: no cabe duda de que los conflictos políticos y personales, y sobre todo ciertas emociones como la ira y la tristeza, continúan somatizándose en este siglo tan turbulento. La histeria no es cosa de ellas, sino de todos.
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Deborah Levy
La última novela de Deborah Levy, Nadando a casa, quedó finalista del premio Man Booker. Levy ha escenificado dos de los casos históricos más icónicos de Freud para BBC Radio 4: El hombre de los lobos y Dora. Su relato corto Stardust Nation ha sido adaptado en una novela gráfica ilustrada por Andrzej Klimowski y publicada por SelfMadeHero.
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Previa de Histeria