En una viñeta de Sandman, la saga onírica creada por Neil Gaiman para el sello Vertigo, la joven Rose Walker comenta al protagonista: “¿Sabes qué decía Freud sobre los sueños en que se vuela? Significa que en realidad sueñas sobre sexo”. Resulta difícil creer que el guionista de Astro City, Kurt Busiek, no tuviese en cuenta las teorías del padre del psicoanálisis mientras escribía las páginas que abren el tomo que ahora sostienes en tus manos. En ellas podemos ver a dos superhéroes, el Samaritano y Justicia Alada, manteniendo relaciones sexuales mientras vuelan. Es una escena de una gran fuerza visual, plasmada con elegancia sobre el papel gracias al trazo clásico, deudor de Neal Adams, del dibujante Brent Anderson. No es en absoluto casual que la primera vez que el lector veterano de Astro City conoció al Samaritano, en el primer número jamás publicado de la colección, este tuviese el sueño recurrente de volar en soledad, en perfecta calma y felicidad, disfrutando de sus poderes para recreo personal. El sueño siempre se venía abajo cuando una situación de peligro, la clásica alerta superheroica, despertaba al personaje de su plácida fantasía y le obligaba a utilizar su capacidad de vuelo a máxima velocidad en estresantes misiones de rescate a lo largo y ancho del globo terráqueo. Con la escena inicial de La vista desde arriba, Busiek nos transmite con claridad, sin necesidad de verbalizar las emociones del personaje, cómo ha evolucionado la vida del Samaritano desde entonces. Cómo su relación con Justicia Alada ha cambiado su forma de disfrutar del vuelo... entendido este, también, como metáfora sexual.
No es la primera vez que un cómic de superhéroes presenta a dos personajes teniendo relaciones de este tipo mientras sobrevuelan el planeta que han jurado proteger. Alan Moore, célebre guionista de títulos imprescindibles como Watchmen, V de Vendetta o La Cosa del Pantano, introdujo en el episodio decimosexto de su Miracleman una escena sexual entre héroes elevados a la altura de dioses olímpicos, resplandeciendo como estrellas fugaces sobre las ruinas de una Londres devastada. Frank Miller, uno de los pocos creadores de historias de superhéroes cuya repercusión puede igualar a la del barbudo escritor de Northampton, incluyó en su controvertido Batman: El contraataque del Caballero Oscuro una polémica escena compartida por Wonder Woman y Superman en la que ambos surcan el cielo polar haciendo añicos los enormes bloques de hielo que su violento ímpetu encuentra a su paso. Por supuesto, la naturaleza icónica de Justicia Alada y el Samaritano nace de un paralelismo evidente, a ojos del conocedor del género, con esos mismos caracteres. Este reflejo de la Trinidad de héroes del Universo DC se completa en Astro City con la presencia del Confesor, personaje inequívocamente inspirado en Batman, y que también tiene una importante presencia activa en el cómic que acabas de leer. Tampoco es este Confesor el mismo que conocimos en los primeros números de la serie regular de Astro City, en los tiempos en que esta aún se publicaba con el logo del estudio WildStorm en portada. El actual Confesor es en realidad el antiguo compañero adolescente del personaje original, en clara alusión al eterno sidekick de Batman, Robin, y al concepto, muy arraigado en la tradición del género superheroico, del legado del uniforme entre dos generaciones de héroes enmascarados. Tanto es así que el Robin original, Dick Grayson, se vio obligado a asumir temporalmente el manto de su maestro y padre adoptivo cuando el guionista escocés Grant Morrison enterró a Bruce Wayne en las páginas de su ambiciosa Crisis Final.
Sin embargo, lo que diferencia a Astro City de cualquier otro cómic de superhéroes disponible actualmente en el mercado no son los guiños y homenajes a los 80 años de historia del género en viñetas. Cualquiera puede imaginar un émulo de Batman, Superman o Wonder Woman y lanzarlo página tras página a la captura de coloridos villanos, la exploración de culturas alienígenas y la defensa de los habitantes del planeta Tierra. Lo que consigue que Astro City marque la diferencia en un mercado saturado de conceptos repetitivos e historias mil veces contadas es el hecho de que Kurt Busiek maneja los resortes del género con un fin superior. Así, la importancia real de la aventura protagonizada por Justicia Alada no tiene tanto que ver con el maligno plan de desacreditación orquestado por el villano de turno como con la lectura que Busiek hace de la imagen de la mujer dentro del cómic de superhéroes.
En un género tradicionalmente tildado de machista e infantil, la representación más vulgar de las heroínas con poderes les atribuye físicos despampanantes y uniformes de mínima superficie textil, al tiempo que relega a las comparsas humanas de los varoniles héroes hipertrofiados al estatus de intereses románticos y damiselas en apuros. Por supuesto, esta visión reduccionista de la mujer en las historias de superhéroes no se corresponde con la realidad actual del medio, pero lleva tanto tiempo instalada a fuego en el imaginario colectivo de nuestra sociedad que uno puede entender perfectamente las razones que han llevado a Busiek a poner en boca de Justicia Alada su opinión al respecto. Mientras que el Consejo de Niké mantiene una actitud discriminatoria hacia el género masculino, censurando a la angelical heroína por su asociación con el Samaritano y el Confesor, Justicia Alada propone un mensaje de integración y camaradería, entendiendo a los tres héroes como iguales que se apoyan y necesitan más allá de sus diferencias sexuales. La clase de mensaje que borraría de un plumazo cualquier prejuicio sobre los supuestos machismo e infantilismo en los cómics de superhéroes que un lector ajeno al medio todavía pudiera albergar.
Esta visión igualitaria de ambos géneros determina también la forma en que Busiek desarrolla la siguiente historia contenida en esta recopilación. Una de las anécdotas más curiosas sobre el proceso de escritura de Alien: El octavo pasajero, la mítica película de ciencia ficción dirigida por Ridley Scott, sostiene que su protagonista Ellen Ripley fue desarrollada originalmente como si fuera un hombre, el oficial Martin Roby, y que el guion no sufrió apenas cambios cuando la actriz Sigourney Weaver se hizo cargo del personaje. Si uno relee el episodio undécimo de la Astro City de Vertigo teniendo esto en mente, descubrirá que la historia funciona igual de bien si uno asume que sus caracteres principales podrían haber sido tanto varones como mujeres. La Erudita de Plata puede ser entendida como una actualización tanto del Doctor Extraño de Marvel Comics como de la hechicera Zatanna del Universo DC, y su sexo no posee ninguna relevancia en el tratamiento de sus aventuras místicas. En lo que al lector respecta, Kim y Raitha podrían ser hombres y nada cambiaría el sentido de la maravilla y el delicioso humorismo que se desprende de estas páginas.
Los conceptos que Busiek y Anderson manejan en Astro City no son nuevos, y una parte importante del atractivo de la cabecera es comprobar cómo sus autores los reformulan mirando con nostalgia a la Edad de Plata de los cómics de superhéroes. Pero lo que sin duda hace de Astro City un título que obliga al género a seguir evolucionando con la vista puesta en el mañana no son los uniformes, los nombres en clave y las amenazas cósmicas, sino su voluntad de entender aquello que nos hace humanos, sea cual sea nuestro sexo, raza, religión o, por qué no, superpoder.
Jero Piñeiro
Artículo originalmente publicado en las páginas de Astro City: Victoria.


No es la primera vez que un cómic de superhéroes presenta a dos personajes teniendo relaciones de este tipo mientras sobrevuelan el planeta que han jurado proteger. Alan Moore, célebre guionista de títulos imprescindibles como Watchmen, V de Vendetta o La Cosa del Pantano, introdujo en el episodio decimosexto de su Miracleman una escena sexual entre héroes elevados a la altura de dioses olímpicos, resplandeciendo como estrellas fugaces sobre las ruinas de una Londres devastada. Frank Miller, uno de los pocos creadores de historias de superhéroes cuya repercusión puede igualar a la del barbudo escritor de Northampton, incluyó en su controvertido Batman: El contraataque del Caballero Oscuro una polémica escena compartida por Wonder Woman y Superman en la que ambos surcan el cielo polar haciendo añicos los enormes bloques de hielo que su violento ímpetu encuentra a su paso. Por supuesto, la naturaleza icónica de Justicia Alada y el Samaritano nace de un paralelismo evidente, a ojos del conocedor del género, con esos mismos caracteres. Este reflejo de la Trinidad de héroes del Universo DC se completa en Astro City con la presencia del Confesor, personaje inequívocamente inspirado en Batman, y que también tiene una importante presencia activa en el cómic que acabas de leer. Tampoco es este Confesor el mismo que conocimos en los primeros números de la serie regular de Astro City, en los tiempos en que esta aún se publicaba con el logo del estudio WildStorm en portada. El actual Confesor es en realidad el antiguo compañero adolescente del personaje original, en clara alusión al eterno sidekick de Batman, Robin, y al concepto, muy arraigado en la tradición del género superheroico, del legado del uniforme entre dos generaciones de héroes enmascarados. Tanto es así que el Robin original, Dick Grayson, se vio obligado a asumir temporalmente el manto de su maestro y padre adoptivo cuando el guionista escocés Grant Morrison enterró a Bruce Wayne en las páginas de su ambiciosa Crisis Final.
Sin embargo, lo que diferencia a Astro City de cualquier otro cómic de superhéroes disponible actualmente en el mercado no son los guiños y homenajes a los 80 años de historia del género en viñetas. Cualquiera puede imaginar un émulo de Batman, Superman o Wonder Woman y lanzarlo página tras página a la captura de coloridos villanos, la exploración de culturas alienígenas y la defensa de los habitantes del planeta Tierra. Lo que consigue que Astro City marque la diferencia en un mercado saturado de conceptos repetitivos e historias mil veces contadas es el hecho de que Kurt Busiek maneja los resortes del género con un fin superior. Así, la importancia real de la aventura protagonizada por Justicia Alada no tiene tanto que ver con el maligno plan de desacreditación orquestado por el villano de turno como con la lectura que Busiek hace de la imagen de la mujer dentro del cómic de superhéroes.
En un género tradicionalmente tildado de machista e infantil, la representación más vulgar de las heroínas con poderes les atribuye físicos despampanantes y uniformes de mínima superficie textil, al tiempo que relega a las comparsas humanas de los varoniles héroes hipertrofiados al estatus de intereses románticos y damiselas en apuros. Por supuesto, esta visión reduccionista de la mujer en las historias de superhéroes no se corresponde con la realidad actual del medio, pero lleva tanto tiempo instalada a fuego en el imaginario colectivo de nuestra sociedad que uno puede entender perfectamente las razones que han llevado a Busiek a poner en boca de Justicia Alada su opinión al respecto. Mientras que el Consejo de Niké mantiene una actitud discriminatoria hacia el género masculino, censurando a la angelical heroína por su asociación con el Samaritano y el Confesor, Justicia Alada propone un mensaje de integración y camaradería, entendiendo a los tres héroes como iguales que se apoyan y necesitan más allá de sus diferencias sexuales. La clase de mensaje que borraría de un plumazo cualquier prejuicio sobre los supuestos machismo e infantilismo en los cómics de superhéroes que un lector ajeno al medio todavía pudiera albergar.
Esta visión igualitaria de ambos géneros determina también la forma en que Busiek desarrolla la siguiente historia contenida en esta recopilación. Una de las anécdotas más curiosas sobre el proceso de escritura de Alien: El octavo pasajero, la mítica película de ciencia ficción dirigida por Ridley Scott, sostiene que su protagonista Ellen Ripley fue desarrollada originalmente como si fuera un hombre, el oficial Martin Roby, y que el guion no sufrió apenas cambios cuando la actriz Sigourney Weaver se hizo cargo del personaje. Si uno relee el episodio undécimo de la Astro City de Vertigo teniendo esto en mente, descubrirá que la historia funciona igual de bien si uno asume que sus caracteres principales podrían haber sido tanto varones como mujeres. La Erudita de Plata puede ser entendida como una actualización tanto del Doctor Extraño de Marvel Comics como de la hechicera Zatanna del Universo DC, y su sexo no posee ninguna relevancia en el tratamiento de sus aventuras místicas. En lo que al lector respecta, Kim y Raitha podrían ser hombres y nada cambiaría el sentido de la maravilla y el delicioso humorismo que se desprende de estas páginas.
Los conceptos que Busiek y Anderson manejan en Astro City no son nuevos, y una parte importante del atractivo de la cabecera es comprobar cómo sus autores los reformulan mirando con nostalgia a la Edad de Plata de los cómics de superhéroes. Pero lo que sin duda hace de Astro City un título que obliga al género a seguir evolucionando con la vista puesta en el mañana no son los uniformes, los nombres en clave y las amenazas cósmicas, sino su voluntad de entender aquello que nos hace humanos, sea cual sea nuestro sexo, raza, religión o, por qué no, superpoder.
Jero Piñeiro
Artículo originalmente publicado en las páginas de Astro City: Victoria.