El mayor de los miedos irracionales instalados en la mente de la humanidad es el de su propia extinción, y como método de catarsis colectiva tiende a tratarse el tema con imaginación dentro de la ficción: cometas y meteoritos de categoría Omega, auténticos destructores de mundos; erupciones volcánicas masivas; inviernos nucleares tras una guerra fría que termina en la inevitable Destrucción Mutua Asegurada; invasiones extraterrestres que solo buscan apoderarse de nuestros recursos, sin interés alguno por la vida; pandemias globales que nadie puede controlar y se contagian por vía respiratoria; apocalipsis informáticos que reinstauran la ley del más fuerte; y cómo no, la opción de moda hoy en día: la conversión en zombis sin alma, vagando por la Tierra en busca de cerebros. La imaginación nunca falla cuando de lo que se trata es de erradicar toda una especie que, según algunos puntos de vista situados en el extremo de lo racional, resulta enormemente nociva para su entorno, siendo así el ser humano la única forma de vida del planeta que no ha sabido adaptarse al resto. Se había especulado con nuestra extinción tantas veces que la propuesta parecía haber perdido parte de su encanto, pero entonces entró en juego, una vez más, el sello editorial que había cambiado para siempre la forma de entender los cómics, más allá de los superhéroes.
Siempre ávida de ideas frescas y autores agitadores, a finales de 2002 DC lanzaba, dentro de su línea Vertigo, la serie Y, el Último Hombre, una idea de gran formato que debía tomar el relevo de las cabeceras más duraderas del sello como Predicador o The Sandman, y que con el tiempo acabaría uniéndose a series hoy ya clásicas como Fábulas o 100 balas. Por fortuna las cifras de ventas y las críticas acompañaron en el arranque, y la serie obtuvo el apoyo necesario para completar el plan establecido de su guionista, que calculó nada menos que sesenta entregas para poder contar la historia de principio a fin con todo lujo de detalles, aprovechando la manga ancha con la que cuentan los autores de la línea Vertigo. Es ante ese panorama de necesidad editorial cuando a Brian K. Vaughan –un valor en alza en las grandes editoriales de EE.UU. y guionista de la serie– le llegó la oportunidad de crear algo nuevo, pero en busca de un interés que fuese más allá de lo anecdótico de su propuesta optó por darle una vuelta de tuerca al género apocalíptico que aún no había sido demasiado explotada: era el fin del mundo, sí, pero solo para el género masculino, sin importar que fuesen humanos o animales. Todos los machos, excepto el protagonista y su mono capuchino recién adoptado, mueren súbitamente sin explicación alguna, y la serie narra las aventuras de los dos únicos supervivientes en un mundo condenado a una lenta extinción por falta de material genético para continuar con la reproducción.
El trabajo de caracterización y detallismo de la serie, una de sus grandes bazas, empieza por el propio título: es interesante señalar el juego que Vaughan lleva a cabo con la letra “Y”, ya que puede representar tanto a su protagonista (Yorick, nombre que Vaughan tomó prestado del bufón al que pertenecía el famoso cráneo del monólogo del Hamlet shakespeariano), como a su simiesco acompañante (Ampersand, o lo que es lo mismo, el signo “&”, que aquí traducimos con la conjunción “y”), o el propio cromosoma Y, responsable de que un embrión sea macho y no hembra, y que en esta historia ha sido barrido de la faz de la Tierra por motivos desconocidos. Si ya en el título de la serie se puso tanto empeño en darle cohesión a la serie con una simple consonante, Vaughan no descuidó el resto de elementos, y desde protagonistas a secundarios, pasando por el mundo que habitan, han sido desarrollados más allá de lo que uno pueda percibir a simple vista mientras lee el cómic. Vaughan es un guionista tremendamente hábil con los diálogos y la caracterización de personajes, dotándolos de un gran carisma y una adecuación del lenguaje que dota de identidad propia a cada persona con la que interactúan Yorick y compañía, siendo perfectamente distinguibles entre ellos. Yorick, por ejemplo, siempre busca la comicidad, mientras que la Agente 355 se expresa con la firmeza y precisión de un militar bien entrenado. Es una regla de tres que se cumple sin excepción con cada personaje que aparece en las páginas de Y, el Último Hombre, sin importar su relevancia en la trama.
El exquisito trabajo de escritura se ve acompañado a la perfección por la planificación casi cinematográfica de Pia Guerra, que junto al entintador José Marzán Jr. obtuvo el premio Eisner en 2008 al mejor equipo de artistas. Sus lápices dan vida a unos Estados Unidos de América como nunca antes los hemos visto, trayendo a la memoria imágenes de la posguerra en la Europa de los años cuarenta, sembrando las calles de los restos de la civilización tal y como la conocemos, y transmitiendo la desesperación de una sociedad que se sabe condenada a desaparecer. Son muchas las imágenes impactantes que quedan para siempre en la memoria del lector, presentadas con un trabajo discreto y con los cimientos puestos en el realismo, lejos del lucimiento ególatra de las estrellas del cómic, y siempre al servicio del texto.
En esta primera entrega de Y, el Último Hombre conocemos a los principales actores del drama, con Yorick y Ampersand en cabeza, acompañados por sus aliadas la Agente 355 y la Doctora Allison Mann, y presentando otros personajes que poco a poco adquirirán una mayor importancia en la trama, como la propia hermana de Yorick, Hero, y el particularísimo grupo en el que está integrada. Desde la primera página a la última, Y, el Último Hombre mantiene la tensión y el misterio mientras va resolviendo no solo la incógnita respecto a la desaparición del género masculino o la razón por la que Yorick y Ampersand han sobrevivido, sino que relata con maestría las relaciones que se establecen entre todos los personajes, sus sentimientos, y las consecuencias de estos. A fin de cuentas lo que Brian K. Vaughan buscaba no era contarnos una historia más del fin del mundo, salpicada de acción y secuencias efectistas (y de todo eso hay en estas páginas en cantidades generosas), sino explorar las relaciones humanas en las condiciones más adversas, cuando toda esperanza de perdurar está perdida.
David Chaiko
Siempre ávida de ideas frescas y autores agitadores, a finales de 2002 DC lanzaba, dentro de su línea Vertigo, la serie Y, el Último Hombre, una idea de gran formato que debía tomar el relevo de las cabeceras más duraderas del sello como Predicador o The Sandman, y que con el tiempo acabaría uniéndose a series hoy ya clásicas como Fábulas o 100 balas. Por fortuna las cifras de ventas y las críticas acompañaron en el arranque, y la serie obtuvo el apoyo necesario para completar el plan establecido de su guionista, que calculó nada menos que sesenta entregas para poder contar la historia de principio a fin con todo lujo de detalles, aprovechando la manga ancha con la que cuentan los autores de la línea Vertigo. Es ante ese panorama de necesidad editorial cuando a Brian K. Vaughan –un valor en alza en las grandes editoriales de EE.UU. y guionista de la serie– le llegó la oportunidad de crear algo nuevo, pero en busca de un interés que fuese más allá de lo anecdótico de su propuesta optó por darle una vuelta de tuerca al género apocalíptico que aún no había sido demasiado explotada: era el fin del mundo, sí, pero solo para el género masculino, sin importar que fuesen humanos o animales. Todos los machos, excepto el protagonista y su mono capuchino recién adoptado, mueren súbitamente sin explicación alguna, y la serie narra las aventuras de los dos únicos supervivientes en un mundo condenado a una lenta extinción por falta de material genético para continuar con la reproducción.
El trabajo de caracterización y detallismo de la serie, una de sus grandes bazas, empieza por el propio título: es interesante señalar el juego que Vaughan lleva a cabo con la letra “Y”, ya que puede representar tanto a su protagonista (Yorick, nombre que Vaughan tomó prestado del bufón al que pertenecía el famoso cráneo del monólogo del Hamlet shakespeariano), como a su simiesco acompañante (Ampersand, o lo que es lo mismo, el signo “&”, que aquí traducimos con la conjunción “y”), o el propio cromosoma Y, responsable de que un embrión sea macho y no hembra, y que en esta historia ha sido barrido de la faz de la Tierra por motivos desconocidos. Si ya en el título de la serie se puso tanto empeño en darle cohesión a la serie con una simple consonante, Vaughan no descuidó el resto de elementos, y desde protagonistas a secundarios, pasando por el mundo que habitan, han sido desarrollados más allá de lo que uno pueda percibir a simple vista mientras lee el cómic. Vaughan es un guionista tremendamente hábil con los diálogos y la caracterización de personajes, dotándolos de un gran carisma y una adecuación del lenguaje que dota de identidad propia a cada persona con la que interactúan Yorick y compañía, siendo perfectamente distinguibles entre ellos. Yorick, por ejemplo, siempre busca la comicidad, mientras que la Agente 355 se expresa con la firmeza y precisión de un militar bien entrenado. Es una regla de tres que se cumple sin excepción con cada personaje que aparece en las páginas de Y, el Último Hombre, sin importar su relevancia en la trama.
El exquisito trabajo de escritura se ve acompañado a la perfección por la planificación casi cinematográfica de Pia Guerra, que junto al entintador José Marzán Jr. obtuvo el premio Eisner en 2008 al mejor equipo de artistas. Sus lápices dan vida a unos Estados Unidos de América como nunca antes los hemos visto, trayendo a la memoria imágenes de la posguerra en la Europa de los años cuarenta, sembrando las calles de los restos de la civilización tal y como la conocemos, y transmitiendo la desesperación de una sociedad que se sabe condenada a desaparecer. Son muchas las imágenes impactantes que quedan para siempre en la memoria del lector, presentadas con un trabajo discreto y con los cimientos puestos en el realismo, lejos del lucimiento ególatra de las estrellas del cómic, y siempre al servicio del texto.
En esta primera entrega de Y, el Último Hombre conocemos a los principales actores del drama, con Yorick y Ampersand en cabeza, acompañados por sus aliadas la Agente 355 y la Doctora Allison Mann, y presentando otros personajes que poco a poco adquirirán una mayor importancia en la trama, como la propia hermana de Yorick, Hero, y el particularísimo grupo en el que está integrada. Desde la primera página a la última, Y, el Último Hombre mantiene la tensión y el misterio mientras va resolviendo no solo la incógnita respecto a la desaparición del género masculino o la razón por la que Yorick y Ampersand han sobrevivido, sino que relata con maestría las relaciones que se establecen entre todos los personajes, sus sentimientos, y las consecuencias de estos. A fin de cuentas lo que Brian K. Vaughan buscaba no era contarnos una historia más del fin del mundo, salpicada de acción y secuencias efectistas (y de todo eso hay en estas páginas en cantidades generosas), sino explorar las relaciones humanas en las condiciones más adversas, cuando toda esperanza de perdurar está perdida.
David Chaiko