Brian Azzarello y J.G. Jones llevan al Comediante de regreso a Vietnam, un conflicto que marcó a toda una generación de norteamericanos y que permanece muy presente en la conciencia colectiva del país. Pese al tiempo transcurrido (casi medio siglo del incidente del Golfo de Tonkin, que dio comienzo a las hostilidades), Vietnam es un nombre que aún hoy evoca muchos fantasmas: la sociedad estadounidense debió afrontar por primera vez el dramatismo de una guerra retransmitida en directo, lo que le hizo cobrar conciencia, por una parte, del alto coste en vidas que suponía una confrontación semejante, y por otra, de las atrodicidades que sus propias tropas cometían en el frente.
Azzarello convoca a todos esos fantasmas en este cuarto número de El Comediante para narrar el particular descenso a los infiernos de Eddie Blake, que afronta su larga estancia en el Sudeste Asiático como un viaje de autodescubrimiento del que, definitivamente, no emerge nada bueno.
Guionista e ilustrador emplean sus mejores recursos para retratar el escenario casi surrealista que vivían las tropas norteamericanas desplegadas en el país: un prolongado servicio que en algunos casos se extendía durante años, la ausencia de un propósito comprensible para los soldados, las nulas perspectivas de un final del conflicto con el consecuente retorno a sus casas... todo ello sumado al simple y llano aburrimiento. Semejante situación provocó en el contingente una progresiva sensación de desconexión de la realidad que, mezclada con el uso cada vez más frecuente de drogas, dio lugar a episodios tan terribles como el descrito en estas páginas.
Los autores pisan, por tanto, un terreno ampliamente cubierto por el cine a través de clásicos como Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, y por la literatura, con novelas como Koko, de Peter Straub. Sin embargo, Azzarello introduce un elemento diferencial en su enfoque: estamos habituados al retrato de hombres decentes cuyas experiencias en Vietnam terminan por destruirlos o corromperlos, y quedan tan marcados que son incapaces de reintegrarse a la vida cotidiana. Aquí, sin embargo, se nos muestra el efecto que esta guerra especialmente cruenta tiene sobre un hombre con un enorme potencial (y quizá, deseo) de hacer daño, de modo que encuentra en el conflicto sucesivas excusas para ir dejando atrás sus inhibiciones morales y sacar a la luz el monstruo que esconde dentro. En este sentido, el momento más revelador se produce cuando ofrecen a Eddie Blake una dosis de ácido antes de la incursión nocturna en el poblado del Vietcong: el camello del pelotón le advierte de que “esto no te adormece, hace que te conozcas a ti mismo”.
Es la segunda cabecera de Antes de Watchmen donde los psicotrópicos juegan un papel importante en el relato: en Espectro de Seda también aparecen (aunque con un cariz menos dramático, acorde al tono desenfadado de dicha colección), y se pone de relieve, de manera casual o acordada entre los diversos guionistas, la importante presencia que estas drogas tenían en la sociedad norteamericana durante la década de los sesenta. El “ácido” formaba parte del paisaje habitual en ámbitos tan dispares como el movimiento contracultural hippy, las universidades californianas, los barrios deprimidos de grandes ciudades como Nueva York y Chicago o el propio Ejército. Como muy bien muestra este cómic, sus efectos resultaban especialmente devastadores en este último contexto, con jóvenes armados desplazados a un país extranjero, donde matar estaba justificado y no debían responder ante la ley por atrocidades como las violaciones o el exterminio de poblados enteros.
Si tenemos en cuenta el áspero enfoque empleado, podría decirse que Azzarello y Jones han enfocado este episodio como una suerte de spin-off de The ‘Nam, aquel cómic publicado por Marvel durante los años ochenta y noventa que contó con la peculiaridad de estar escrito por un veterano del conflicto, Doug Murray, lo que confirió a las historias y al guion un realismo inédito hasta entonces en los cómics bélicos. El equipo creativo de esta colección recupera muchas de las situaciones planteadas en aquella otra obra, pero libre de restricciones como el caduco Comic Code, lo que les ha permitido reflejar de manera más brutal el nivel de deshumanización sufrido por las tropas.
Centrados, por tanto, en el relato bélico, esta nueva entrega de El Comediante deja poco espacio a la insospechada vertiente política que tan presente había estado en números anteriores. Este aspecto solo se aborda de forma transversal, cuando se comunica a Eddie Blake que su amigo Robert Kennedy ha anunciado su participación en la carrera demócrata por las presidenciales, algo que el hermano menor de JFK ya le anticipaba en la escena que abría el segundo número. Esta noticia provoca una curiosa discusión alucinógena entre el protagonista y los hermanos Kennedy sobre su papel en Vietnam (con Blake aún bajo la influencia del ácido), y resulta interesante ver a un Eddie Blake aún esperanzado en que la hipotética elección de su amigo ponga fin al conflicto.
Azzarello mezcla así la realidad histórica con la ficción, tal como hizo Alan Moore en su momento, jugando con la connivencia del lector, que ya sabe que “Bobby” Kennedy nunca llegó a ser presidente, asesinado en 1968 cuando era virtual ganador de las primarias demócratas y su ascenso a la Casa Blanca parecía imparable. En su lugar fue el ultraconservador Nixon el que se hizo con las riendas del país, momento en el que la ficción toma el relevo a la realidad en el universo Watchmen, pues Nixon logra la victoria en Vietnam gracias a la intervención del Dr. Manhattan. La escena protagonizada por ambos justicieros a la conclusión de la guerra es uno de los momentos claves de la obra.original, y en él quedaba expuesta de forma contundente la verdadera naturaleza del Comediante, que quedaría marcado de por vida por lo vivido en dicho país, tanto externa como internamente.
David B. Gil
Previa (portada y cinco páginas interiores) de Antes de Watchmen: El Comediante núm. 4.
Azzarello convoca a todos esos fantasmas en este cuarto número de El Comediante para narrar el particular descenso a los infiernos de Eddie Blake, que afronta su larga estancia en el Sudeste Asiático como un viaje de autodescubrimiento del que, definitivamente, no emerge nada bueno.
Guionista e ilustrador emplean sus mejores recursos para retratar el escenario casi surrealista que vivían las tropas norteamericanas desplegadas en el país: un prolongado servicio que en algunos casos se extendía durante años, la ausencia de un propósito comprensible para los soldados, las nulas perspectivas de un final del conflicto con el consecuente retorno a sus casas... todo ello sumado al simple y llano aburrimiento. Semejante situación provocó en el contingente una progresiva sensación de desconexión de la realidad que, mezclada con el uso cada vez más frecuente de drogas, dio lugar a episodios tan terribles como el descrito en estas páginas.
Los autores pisan, por tanto, un terreno ampliamente cubierto por el cine a través de clásicos como Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, y por la literatura, con novelas como Koko, de Peter Straub. Sin embargo, Azzarello introduce un elemento diferencial en su enfoque: estamos habituados al retrato de hombres decentes cuyas experiencias en Vietnam terminan por destruirlos o corromperlos, y quedan tan marcados que son incapaces de reintegrarse a la vida cotidiana. Aquí, sin embargo, se nos muestra el efecto que esta guerra especialmente cruenta tiene sobre un hombre con un enorme potencial (y quizá, deseo) de hacer daño, de modo que encuentra en el conflicto sucesivas excusas para ir dejando atrás sus inhibiciones morales y sacar a la luz el monstruo que esconde dentro. En este sentido, el momento más revelador se produce cuando ofrecen a Eddie Blake una dosis de ácido antes de la incursión nocturna en el poblado del Vietcong: el camello del pelotón le advierte de que “esto no te adormece, hace que te conozcas a ti mismo”.
Es la segunda cabecera de Antes de Watchmen donde los psicotrópicos juegan un papel importante en el relato: en Espectro de Seda también aparecen (aunque con un cariz menos dramático, acorde al tono desenfadado de dicha colección), y se pone de relieve, de manera casual o acordada entre los diversos guionistas, la importante presencia que estas drogas tenían en la sociedad norteamericana durante la década de los sesenta. El “ácido” formaba parte del paisaje habitual en ámbitos tan dispares como el movimiento contracultural hippy, las universidades californianas, los barrios deprimidos de grandes ciudades como Nueva York y Chicago o el propio Ejército. Como muy bien muestra este cómic, sus efectos resultaban especialmente devastadores en este último contexto, con jóvenes armados desplazados a un país extranjero, donde matar estaba justificado y no debían responder ante la ley por atrocidades como las violaciones o el exterminio de poblados enteros.
Si tenemos en cuenta el áspero enfoque empleado, podría decirse que Azzarello y Jones han enfocado este episodio como una suerte de spin-off de The ‘Nam, aquel cómic publicado por Marvel durante los años ochenta y noventa que contó con la peculiaridad de estar escrito por un veterano del conflicto, Doug Murray, lo que confirió a las historias y al guion un realismo inédito hasta entonces en los cómics bélicos. El equipo creativo de esta colección recupera muchas de las situaciones planteadas en aquella otra obra, pero libre de restricciones como el caduco Comic Code, lo que les ha permitido reflejar de manera más brutal el nivel de deshumanización sufrido por las tropas.
Centrados, por tanto, en el relato bélico, esta nueva entrega de El Comediante deja poco espacio a la insospechada vertiente política que tan presente había estado en números anteriores. Este aspecto solo se aborda de forma transversal, cuando se comunica a Eddie Blake que su amigo Robert Kennedy ha anunciado su participación en la carrera demócrata por las presidenciales, algo que el hermano menor de JFK ya le anticipaba en la escena que abría el segundo número. Esta noticia provoca una curiosa discusión alucinógena entre el protagonista y los hermanos Kennedy sobre su papel en Vietnam (con Blake aún bajo la influencia del ácido), y resulta interesante ver a un Eddie Blake aún esperanzado en que la hipotética elección de su amigo ponga fin al conflicto.
Azzarello mezcla así la realidad histórica con la ficción, tal como hizo Alan Moore en su momento, jugando con la connivencia del lector, que ya sabe que “Bobby” Kennedy nunca llegó a ser presidente, asesinado en 1968 cuando era virtual ganador de las primarias demócratas y su ascenso a la Casa Blanca parecía imparable. En su lugar fue el ultraconservador Nixon el que se hizo con las riendas del país, momento en el que la ficción toma el relevo a la realidad en el universo Watchmen, pues Nixon logra la victoria en Vietnam gracias a la intervención del Dr. Manhattan. La escena protagonizada por ambos justicieros a la conclusión de la guerra es uno de los momentos claves de la obra.original, y en él quedaba expuesta de forma contundente la verdadera naturaleza del Comediante, que quedaría marcado de por vida por lo vivido en dicho país, tanto externa como internamente.
David B. Gil
Previa (portada y cinco páginas interiores) de Antes de Watchmen: El Comediante núm. 4.