A comienzos de los ochenta, Dick Grayson se estaba emancipando de Bruce Wayne. El éxito de los Nuevos Titanes había multiplicado su popularidad, y el Chico Maravilla pedía a gritos un desarrollo más autónomo de su personalidad. Esto contrastaba con el papel subordinado que el guionista Gerry Conway le había asignado en Batman y en Detective Comics. Existía, pues, un conflicto de intereses que se resolvió satisfactoriamente para ambas partes mediante una solución salomónica: la creación de un nuevo Robin. Por este medio, Grayson podría volar en solitario sin que Wayne perdiera a su pupilo. El reemplazo no se hizo esperar. Jason Todd se presentó en el número 357 de Batman, publicado en marzo de 1983.
Gerry Conway y el espléndido dibujante Don Newton amasaron a este nuevo Robin en el mismo molde del original. Evidentemente, había vínculos estrechos entre Grayson y Todd: ambos procedían de una familia de acróbatas asesinados y habían encontrado en su papel de justicieros un consuelo a la rabia y la frustración. Además, irradiaban optimismo, simpatía y vitalidad por los cuatro costados. Sin embargo, el público volvió la espalda a Jason casi de inmediato. Su precursor había gozado de una gran estima entre los aficionados y su sustitución hirió muchas sensibilidades. Para los lectores, Jason Todd no era un reemplazo, sino un usurpador.
Hubo un intento de reflotar su maltrecha imagen a mediados de los ochenta. Por entonces, Marv Wolfman y George Pérez habían dinamitado con Crisis en Tierras Infinitas las bases del Universo DC. Y Frank Miller había renovado con El regreso del Caballero Oscuro y Batman: Año uno la imagen del Hombre Murciélago envolviéndolo en una atmósfera de pesadilla sórdida, urbana y sombría. En este contexto, la figura risueña de Jason Todd era una nota discordante. Adecuarla a los tiempos que corrían fue tarea del escritor Max Allan Collins, entonces guionista de Batman y más adelante, de la célebre novela gráfica Camino a la perdición.
Collins (apoyándose en los dibujantes Chris Warner, Ross Andru y Dave Cockrum, sucesivamente) refundó al personaje sobre nuevas bases y lo hizo debutar en el episodio 408 de Batman (junio de 1987). En esta ocasión, Jason Todd era un delincuente juvenil a quien Batman sorprendía robando los neumáticos del batmóvil y a quien invitaba a adoptar la identidad de Robin. Esta encarnación tenía un temperamento rebelde e indisciplinado que chocaba frontalmente con el de su tutor y que encendió aún más los ánimos de los aficionados. A medio plazo, Collins pretendía dulcificar el carácter del joven. Pero la llegada al título de un nuevo guionista trastocó completamente sus planes.

Jim Starlin era una leyenda en el mundo del cómic cuando irrumpió en las páginas de Batman. En los años setenta había renovado personajes como el Capitán Marvel o Warlock, y en los ochenta había creado a Vanth Dreadstar, su héroe más carismático. Su versión del Caballero Oscuro se ajustaba como un guante al canon impuesto por Miller. Starlin escribía cómics urbanos, pesimistas y controvertidos (como puso de manifiesto el desenlace de Las diez noches de la Bestia, uno de sus primeros arcos argumentales). Y es que sus guiones estaban muy influidos por la narrativa policíaca de Elmore Leonard, y en ellos había poco espacio para la presencia de un adolescente jovial vestido con mallas.
Realmente, Starlin no sentía el menor apego por el Chico Maravilla. Para él, Robin desentonaba con el tono realista que había impreso en Batman. No obstante, trató de adecuarlo a esa atmósfera sombría acentuando las aristas más aguzadas de su carácter. Este proceso culminó en un episodio controvertido: Todd se involucraba en un caso de maltrato en que el agresor gozaba de inmunidad diplomática; en el desenlace, el maltratador moría al caerse de una escalera de incendios y (mediante una elipsis muy elocuente) se daba a entender que Robin lo había empujado (o lo había inducido a ello). Para los aficionados, este comportamiento era intolerable, y eso selló el destino del Chico Maravilla.
Jim Starlin y el editor Denny O’Neil respondieron al descontento del público dando a Jason Todd una muerte de mártir. Para ello concibieron una historia en cuatro partes titulada Una muerte en la familia donde Robin era sádicamente asesinado por el Joker (en el episodio 428 de Batman, fechado en diciembre de 1988). Este acontecimiento luctuoso conmocionó a los lectores de su tiempo y santificó la memoria del difunto convirtiendo su regreso en un tabú. Por eso, en un género tan proclive a las resurrecciones como son los superhéroes, Jason Todd se pasó los 17 años siguientes a dos metros bajo tierra.
Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba se fueron alzando algunas voces proponiendo su resurrección. Entre las más persuasivas, la del guionista Jeph Loeb, que en los compases finales de Silencio (arco argumental publicado entre 2002 y 2003) jugueteó con la sospecha de que el difunto Robin estuviese vivo y se hubiera envilecido. Esta conjetura se vio desmentida por el desenlace de la historia. Pero bastó para sembrar la semilla de una idea en la cabeza de Judd Winick. ¿El resultado? Lo tienes entre las manos: una historia marcada por la polémica que gozó de una excelente adaptación en dibujos animados titulada Batman: Under the Red Hood (2010). Un nuevo comienzo para un muerto muy vivo.
Jorge García
Artículo publicado originalmente en las páginas de Batman: Bajo la capucha núm. 3.
Gerry Conway y el espléndido dibujante Don Newton amasaron a este nuevo Robin en el mismo molde del original. Evidentemente, había vínculos estrechos entre Grayson y Todd: ambos procedían de una familia de acróbatas asesinados y habían encontrado en su papel de justicieros un consuelo a la rabia y la frustración. Además, irradiaban optimismo, simpatía y vitalidad por los cuatro costados. Sin embargo, el público volvió la espalda a Jason casi de inmediato. Su precursor había gozado de una gran estima entre los aficionados y su sustitución hirió muchas sensibilidades. Para los lectores, Jason Todd no era un reemplazo, sino un usurpador.
Hubo un intento de reflotar su maltrecha imagen a mediados de los ochenta. Por entonces, Marv Wolfman y George Pérez habían dinamitado con Crisis en Tierras Infinitas las bases del Universo DC. Y Frank Miller había renovado con El regreso del Caballero Oscuro y Batman: Año uno la imagen del Hombre Murciélago envolviéndolo en una atmósfera de pesadilla sórdida, urbana y sombría. En este contexto, la figura risueña de Jason Todd era una nota discordante. Adecuarla a los tiempos que corrían fue tarea del escritor Max Allan Collins, entonces guionista de Batman y más adelante, de la célebre novela gráfica Camino a la perdición.
Collins (apoyándose en los dibujantes Chris Warner, Ross Andru y Dave Cockrum, sucesivamente) refundó al personaje sobre nuevas bases y lo hizo debutar en el episodio 408 de Batman (junio de 1987). En esta ocasión, Jason Todd era un delincuente juvenil a quien Batman sorprendía robando los neumáticos del batmóvil y a quien invitaba a adoptar la identidad de Robin. Esta encarnación tenía un temperamento rebelde e indisciplinado que chocaba frontalmente con el de su tutor y que encendió aún más los ánimos de los aficionados. A medio plazo, Collins pretendía dulcificar el carácter del joven. Pero la llegada al título de un nuevo guionista trastocó completamente sus planes.

Jim Starlin era una leyenda en el mundo del cómic cuando irrumpió en las páginas de Batman. En los años setenta había renovado personajes como el Capitán Marvel o Warlock, y en los ochenta había creado a Vanth Dreadstar, su héroe más carismático. Su versión del Caballero Oscuro se ajustaba como un guante al canon impuesto por Miller. Starlin escribía cómics urbanos, pesimistas y controvertidos (como puso de manifiesto el desenlace de Las diez noches de la Bestia, uno de sus primeros arcos argumentales). Y es que sus guiones estaban muy influidos por la narrativa policíaca de Elmore Leonard, y en ellos había poco espacio para la presencia de un adolescente jovial vestido con mallas.
Realmente, Starlin no sentía el menor apego por el Chico Maravilla. Para él, Robin desentonaba con el tono realista que había impreso en Batman. No obstante, trató de adecuarlo a esa atmósfera sombría acentuando las aristas más aguzadas de su carácter. Este proceso culminó en un episodio controvertido: Todd se involucraba en un caso de maltrato en que el agresor gozaba de inmunidad diplomática; en el desenlace, el maltratador moría al caerse de una escalera de incendios y (mediante una elipsis muy elocuente) se daba a entender que Robin lo había empujado (o lo había inducido a ello). Para los aficionados, este comportamiento era intolerable, y eso selló el destino del Chico Maravilla.
Jim Starlin y el editor Denny O’Neil respondieron al descontento del público dando a Jason Todd una muerte de mártir. Para ello concibieron una historia en cuatro partes titulada Una muerte en la familia donde Robin era sádicamente asesinado por el Joker (en el episodio 428 de Batman, fechado en diciembre de 1988). Este acontecimiento luctuoso conmocionó a los lectores de su tiempo y santificó la memoria del difunto convirtiendo su regreso en un tabú. Por eso, en un género tan proclive a las resurrecciones como son los superhéroes, Jason Todd se pasó los 17 años siguientes a dos metros bajo tierra.
Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba se fueron alzando algunas voces proponiendo su resurrección. Entre las más persuasivas, la del guionista Jeph Loeb, que en los compases finales de Silencio (arco argumental publicado entre 2002 y 2003) jugueteó con la sospecha de que el difunto Robin estuviese vivo y se hubiera envilecido. Esta conjetura se vio desmentida por el desenlace de la historia. Pero bastó para sembrar la semilla de una idea en la cabeza de Judd Winick. ¿El resultado? Lo tienes entre las manos: una historia marcada por la polémica que gozó de una excelente adaptación en dibujos animados titulada Batman: Under the Red Hood (2010). Un nuevo comienzo para un muerto muy vivo.
Jorge García
Artículo publicado originalmente en las páginas de Batman: Bajo la capucha núm. 3.