Eccediciones

Un engaño verdadero

Durante el rodaje de la película Despertares (1990), Robert De Niro ejecutó una de sus célebres proe­zas interpretativas. El protagonista de Taxi Driver encarnaba a un enfermo de encefalitis letárgica que recuperaba la consciencia tras pasar 40 años en duermevela. En uno de los ensayos, el actor se desplomó en el suelo sin mostrar signos de activi­dad refleja. Su actuación fue tan convincente que el neurólogo Oliver Sacks (autor del libro que inspiró el largometraje) llegó a temer que De Niro estuvie­se sufriendo una auténtica crisis neurológica. Una vez pasado el momento de incertidumbre, se impu­so la realidad del rodaje. Pero Sacks se sintió tan impresionado por la representación del intérprete que se preguntó por las nefastas consecuencias para el sistema nervioso de semejante método de actuación. Una década después, sin proponérselo, el guionista Peter Milligan y los dibujantes Edvin Biukovic, Javier Pulido y Cliff Chiang confirmaron en Blanco Humano los temores del neurólogo.

La primera aparición del Blanco Humano se re­monta a las páginas interiores del número 419 de Action Comics publicado en septiembre de 1972. Christopher Chance se presentaba como un maestro del disfraz especializado en suplantar la identidad de personas amenazadas de muerte. Las aventuras de este peculiar guardaespaldas seguían siempre un esquema detectivesco y se centraban en identificar al asesino antes de que este come­tiese el crimen. Secundario de lujo, Chance se pa­seó durante décadas por las publicaciones de DC, logrando suscitar el interés suficiente para que, en 1990, se rodase el piloto de una adaptación tele­visiva de sus peripecias. A fines de los noventa, el editor de Vertigo Axel Alonso impulsó una renova­ción drástica del personaje encargando una serie limitada al británico Peter Milligan y al croata Edvin Biukovic.

Milligan ya había demostrado su habilidad para re­novar personajes aparentemente agotados. Duran­te su estancia en la serie Shade the Changing Man (1990-1996), había actualizado una vieja creación de Steve Ditko y la había convertido en el vehículo perfecto para dar rienda suelta a su inclinación por el género de horror, la psicodelia y la crítica social. Con Blanco Humano mostró a Chance bajo un prisma sombrío firmando una obra redonda.

Se trataba de un drama psicológico disfrazado de thriller de suspense cuyo argumento ahondaba en la frágil psique de Christopher Chance y de su ayu­dante Tom McFadden. Durante cuatro episodios demoledores, Milligan explotó las contradicciones del personaje, presentándolo como un maestro de la simulación capaz de suplantar en cuerpo y alma a cualquiera que alquilase sus servicios. Chance asumía cada nueva identidad de forma tan comple­ta que, una vez cerrado el caso, le costaba un in­fierno volver a su antiguo “yo”. Su equilibrio psico­lógico, por tanto, estaba siempre en la cuerda floja. Además, al interiorizar la conducta de sus clientes, el Blanco Humano terminaba reproduciendo los hábitos más sórdidos y tortuosos de sus jefes. Este juego de espejos, lejos de confundir al lector, ele­vaba aún más la tensión de una historia trepidante magníficamente dibujada por Biukovic.

Pese al éxito de la obra, su secuela se hizo espe­rar tres largos años. Finalmente, en mayo de 2002, Vertigo lanzó al mercado una novela gráfica titulada Human Target: Final Cut firmada por Peter Milligan y un Javier Pulido en plena efervescencia creativa. El guionista siguió las pautas establecidas por la serie anterior respecto a la densidad psicológica y a la elaboración de un argumento intrincado repleto de pistas falsas. Pero en esta ocasión llevó al extremo el desequilibrio íntimo de Chance, despojándolo de su propia identidad y convirtiendo esta obra en la his­toria definitiva del personaje. La última página —con el Blanco Humano abrazando una nueva vida— di­namitaba las versiones previas del personaje, dotán­dolo al fin de una verdadera identidad (aunque fuese robada).

Sin embargo, el mercado de los cómics (como cual­quier otra industria dedicada al entretenimiento) acostumbra a mantener en activo a sus criaturas mientras estas sean rentables. Blanco Humano no fue una excepción. En mayo de 2003, Vertigo pre­sentó una serie mensual firmada por el mismo equipo creativo (si bien Cliff Chiang reemplazó a Pulido a la altura del sexto episodio). Mediante un hábil giro ar­gumental, Milligan desbarató el equilibrio íntimo que Chance había alcanzado en la novela gráfica prece­dente, devolviéndole su identidad y su oficio de guar­daespaldas. Pero la clave de estas nuevas historietas no radicaba en averiguar la identidad del culpable, sino en descubrir el secreto de sus clientes.

Al respecto, el último episodio de este volumen es un ejemplo modélico. Chance suplanta a un sacerdo­te que ha sido víctima de un atentado. Al adoptar la identidad del clérigo, descubre un pecado largo tiem­po enterrado. A la luz de esta revelación, se le plantea un dilema ético que resolverá de una forma contun­dente y expeditiva. En la vida real, las apariencias en­gañan. En Blanco Humano, también. Pero se trata de un engaño revelador. En cierto sentido, la tragedia de Christopher Chance reside en haber convertido su vida en un engaño verdadero.

Jorge García 

Artículo publicado originalmente en las páginas de Blanco Humano núm. 02: Zona de choque ¡Ya a la venta!