Si hoy Andreas se merece el calificativo de autor de culto, Rork constituye la piedra angular del incomparable edificio de su carrera. Una obra de juventud en cuyas viñetas el autor puso la semilla de su futura marca de fábrica: diseño audaz de las páginas y guiones perfectamente construidos, muestra de una precisión extrema y un juego permanente con el lector. Retorno a la génesis de una obra y un estilo elaborados a partir de reflexiones profundas...
Antes que nada, detrás de Rork hay un autor que, aun no sabiendo del todo adónde se dirigía, ni cómo, sentía una acuciante necesidad de independencia: “Siempre he bus- cado ser autónomo”, reconoce Andreas, después de más de treinta años de carrera. “Soy muy individualista y creo en la responsabilidad. De hecho, me gusta hacerlo todo yo mismo”, confiesa el autor, que, al hablarnos de Styx (un álbum de Philippe Foerster que se encargó de entintar), nos confió “no ser un muy buen colaborador. De hecho, soy incapaz. O lo acaparo todo o dejo que se encarguen por completo los demás”.
A pesar de que es fácil asumir esta realidad habiendo realizado más de sesenta álbumes (como guionista o dibujante, pero en la mayoría de los casos como autor completo), no lo era tanto en 1979, cuando Andreas era un joven dibujante acabado de salir del Institut Saint-Luc de Bruselas y de los cursos nocturnos de Eddy Paape, del que terminó
siendo ayudante en Udolfo. La juventud del artista alemán, sin embargo, no parecía asustar a André-Paul Duchâteau, entonces redactor jefe de la revista Tintin: “Tenía ganas de leer historias fantásticas. Me pidieron que creara un personaje, así que investigué un poco para poder darle un rostro y un nombre. Este último se me ocurrió de pronto; probé varios modos de escribirlo y opté por el más sencillo. Le hice el cabello largo, porque yo mismo lo llevaba así por aquel entonces, y decidí que sería blanco para que contrastase con el abrigo negro que llevaba el personaje. Al principio, tuve la tentación de dibujar los detalles del abrigo, pero enseguida me detuve”. Dicho así, no parece que nada de eso tuviese mucha importancia, pero lo cierto es que una carrera y una obra totalmente únicas en su género acababan de nacer.
Al contrario de lo que podría parecer a juzgar por su determinación, Andreas no tenía un plan bien trazado cuando se lanzó a elaborar las láminas de Rork: “Hice el primer relato corto y luego me dijeron que tenía que poder editarse en 46 páginas. A partir de la tercera historia, me pidieron que buscara un hilo conductor, de ahí que la cosa siguiera. La razón de ser del final del primer tomo de Rork era dar coherencia y reintegrar las tres primeras historias en el seno de un conjunto. Cuando empecé el segundo tomo, ya sabía hacia dónde iba”. Con el paso del tiempo, la palabra se debilita.
En esa época, solo se hablaba de dos álbumes (en realidad, dos compilaciones de relatos cortos). Sin embargo, en cuanto Andreas terminó Fragmentos, salió a la luz una piedra angular de su trabajo: “Soy de la opinión que, cuando se deja que un artista haga lo que quiera, su obra adquiere coherencia. Creo que llega un momento en el que todo cobra sentido en el seno de la obra. Yo terminé dedicándome al cómic gracias a las series que más me gustaban de niño. La ventaja de una serie es que sus elementos siempre pueden reutilizarse, porque todo está relacionado. Todavía en la actualidad, a veces se me ocurre introducir cosas sin saber muy bien por qué. En ocasiones hacen falta años para que les llegue el momento propicio a ciertas piezas”.
Fue, pues, en esa época cuando se puso de relieve este componente tan importante del estilo de Andreas. Su obra tiene tanto en común con la vida de Rork que está hecha de pasajes. Con cada puerta que se cierra enseguida se abren dos más: “El objetivo de un guion es resolverlo todo, pero a mí me gusta dejar algunas cosas en suspenso, porque así siempre queda algo que no se sabe. Me cuesta terminar una historia. Me gusta dejar en ella el germen de una posible continuación. Es una costumbre que también adquirí con las series. Me guardo un montón de cosas en la cabeza. Arq y Capricorne me acompañan siempre. Esta información está trabajando continuamente y, en ocasiones, incluso tengo que retenerme”.
Pero este es el precio que hay que pagar para conseguir una obra única. Como individualista reivindicado, el joven autor hizo todo lo que estuvo en su mano para poder hacer cuanto antes la serie que le gustaría leer: “Primero me debo a mí mismo y luego al lector. No hay que darle aquello que le apetece, sino aquello a lo que tiene derecho. Ahora bien, como lector, no me gusta comprar un cómic y luego dejarlo en la estantería. Me gusta releer. Por eso trato de hacer cosas que no siempre se detectan a la primera, para mantener una interactividad con el lector. La idea es que, una vez terminada la lectura de la obra, sea un auténtico placer volver a retomarla. De ahí mi tendencia a reutilizar. Siempre tengo en el punto de mira la impresión final que quiero que dé el conjunto. Y, para alcanzarla, todo debe ser coherente”. Esta es la palabra clave de una obra ambiciosa, que acos- tumbra a impresionar por su derroche de orden y perfección. En el quinto capítulo del álbum Fragmentos, Rork se encuentra con un artefacto extraño (que, por supuesto, tendrá su importancia a partir de entonces): una esfera-rompecabezas. Décadas más tarde, podemos verla como una metáfora de su propio trabajo, que, una vez ensambladas todas las piezas, roza la perfección. Porque, como muy bien lo resume el propio Andreas: “Lo importante no es preverlo todo, sino no olvidar nada”.
Extracto del artículo publicado originalmente como introducción de Rork: Integral 1 (de 2). ¡Ya a la venta!
Antes que nada, detrás de Rork hay un autor que, aun no sabiendo del todo adónde se dirigía, ni cómo, sentía una acuciante necesidad de independencia: “Siempre he bus- cado ser autónomo”, reconoce Andreas, después de más de treinta años de carrera. “Soy muy individualista y creo en la responsabilidad. De hecho, me gusta hacerlo todo yo mismo”, confiesa el autor, que, al hablarnos de Styx (un álbum de Philippe Foerster que se encargó de entintar), nos confió “no ser un muy buen colaborador. De hecho, soy incapaz. O lo acaparo todo o dejo que se encarguen por completo los demás”.
A pesar de que es fácil asumir esta realidad habiendo realizado más de sesenta álbumes (como guionista o dibujante, pero en la mayoría de los casos como autor completo), no lo era tanto en 1979, cuando Andreas era un joven dibujante acabado de salir del Institut Saint-Luc de Bruselas y de los cursos nocturnos de Eddy Paape, del que terminó
siendo ayudante en Udolfo. La juventud del artista alemán, sin embargo, no parecía asustar a André-Paul Duchâteau, entonces redactor jefe de la revista Tintin: “Tenía ganas de leer historias fantásticas. Me pidieron que creara un personaje, así que investigué un poco para poder darle un rostro y un nombre. Este último se me ocurrió de pronto; probé varios modos de escribirlo y opté por el más sencillo. Le hice el cabello largo, porque yo mismo lo llevaba así por aquel entonces, y decidí que sería blanco para que contrastase con el abrigo negro que llevaba el personaje. Al principio, tuve la tentación de dibujar los detalles del abrigo, pero enseguida me detuve”. Dicho así, no parece que nada de eso tuviese mucha importancia, pero lo cierto es que una carrera y una obra totalmente únicas en su género acababan de nacer.
Al contrario de lo que podría parecer a juzgar por su determinación, Andreas no tenía un plan bien trazado cuando se lanzó a elaborar las láminas de Rork: “Hice el primer relato corto y luego me dijeron que tenía que poder editarse en 46 páginas. A partir de la tercera historia, me pidieron que buscara un hilo conductor, de ahí que la cosa siguiera. La razón de ser del final del primer tomo de Rork era dar coherencia y reintegrar las tres primeras historias en el seno de un conjunto. Cuando empecé el segundo tomo, ya sabía hacia dónde iba”. Con el paso del tiempo, la palabra se debilita.
En esa época, solo se hablaba de dos álbumes (en realidad, dos compilaciones de relatos cortos). Sin embargo, en cuanto Andreas terminó Fragmentos, salió a la luz una piedra angular de su trabajo: “Soy de la opinión que, cuando se deja que un artista haga lo que quiera, su obra adquiere coherencia. Creo que llega un momento en el que todo cobra sentido en el seno de la obra. Yo terminé dedicándome al cómic gracias a las series que más me gustaban de niño. La ventaja de una serie es que sus elementos siempre pueden reutilizarse, porque todo está relacionado. Todavía en la actualidad, a veces se me ocurre introducir cosas sin saber muy bien por qué. En ocasiones hacen falta años para que les llegue el momento propicio a ciertas piezas”.
Fue, pues, en esa época cuando se puso de relieve este componente tan importante del estilo de Andreas. Su obra tiene tanto en común con la vida de Rork que está hecha de pasajes. Con cada puerta que se cierra enseguida se abren dos más: “El objetivo de un guion es resolverlo todo, pero a mí me gusta dejar algunas cosas en suspenso, porque así siempre queda algo que no se sabe. Me cuesta terminar una historia. Me gusta dejar en ella el germen de una posible continuación. Es una costumbre que también adquirí con las series. Me guardo un montón de cosas en la cabeza. Arq y Capricorne me acompañan siempre. Esta información está trabajando continuamente y, en ocasiones, incluso tengo que retenerme”.
Pero este es el precio que hay que pagar para conseguir una obra única. Como individualista reivindicado, el joven autor hizo todo lo que estuvo en su mano para poder hacer cuanto antes la serie que le gustaría leer: “Primero me debo a mí mismo y luego al lector. No hay que darle aquello que le apetece, sino aquello a lo que tiene derecho. Ahora bien, como lector, no me gusta comprar un cómic y luego dejarlo en la estantería. Me gusta releer. Por eso trato de hacer cosas que no siempre se detectan a la primera, para mantener una interactividad con el lector. La idea es que, una vez terminada la lectura de la obra, sea un auténtico placer volver a retomarla. De ahí mi tendencia a reutilizar. Siempre tengo en el punto de mira la impresión final que quiero que dé el conjunto. Y, para alcanzarla, todo debe ser coherente”. Esta es la palabra clave de una obra ambiciosa, que acos- tumbra a impresionar por su derroche de orden y perfección. En el quinto capítulo del álbum Fragmentos, Rork se encuentra con un artefacto extraño (que, por supuesto, tendrá su importancia a partir de entonces): una esfera-rompecabezas. Décadas más tarde, podemos verla como una metáfora de su propio trabajo, que, una vez ensambladas todas las piezas, roza la perfección. Porque, como muy bien lo resume el propio Andreas: “Lo importante no es preverlo todo, sino no olvidar nada”.
Extracto del artículo publicado originalmente como introducción de Rork: Integral 1 (de 2). ¡Ya a la venta!