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Teorías de la conspiración

Mucho más que una víctima de asesinato que servía como mecanismo para desencadenar la intriga, como un macguffin hitchcockiano que enganchaba al lector desde la primera página de Watchmen, el Comediante es por sí mismo un personaje controvertido y envuelto en un pasado lleno de sospechas. Brian Azzarello y J.G. Jones se han encargado de aclarar un poco ese pasado –sin dejar de enturbiarlo a la vez, por paradójico que resulte– a lo largo de los seis números de esta serie limitada. Parece imposible olvidar que Edward Blake fue el único justiciero, junto al Doctor Manhattan, cuyas actividades quedaban permitidas por el Gobierno de los EE.UU. tras la aprobación de la Ley Keene, en 1977. Un mercenario ultrabelicista y un ser casi todopoderoso eran, por tanto, las inquietantes excepciones. Fueron prohibidas pues las actividades de todos los demás, entre ellos la segunda Espectro de Seda y Rorschach, aunque la primera colgara su uniforme y el segundo obviamente no (y además, fiel a su estilo, dejase a un violador muerto de una paliza frente a una comisaría para manifestar su disconformidad). Alan Moore y Dave Gibbons ya habían jugado con la posible implicación de Blake en el asesinato en Dallas de John Fitzgerald Kennedy. Fue cuando, durante una cena de homenaje a él mismo, el Comediante afirmaba en tono jocoso ante sus interlocutores: “Soy inocente, chicos. Pero no me preguntéis dónde estaba cuando me enteré de lo de JFK”... y provocaba las risas de todos ellos. Algo que resulta todavía más escalofriante al finalizar la lectura de estos seis nuevos cómics. Por una parte, en el primer episodio se nos mostraba al Comediante junto a Moloch, el 22 de noviembre de 1963, viendo en televisión la noticia del atentado contra JFK y su posterior fallecimiento (aunque eso no tenía por qué exculpar a Blake necesariamente ni demostrar que nada tenía que ver con ello, ya que podría estar fingiendo como... ejem... el comediante que es). Era una secuencia tan impresionante como inesperada que mostraba a los dos, “héroe” y “villano”, casi hermanados ante el acontecimiento. Pero es que tras este último episodio y la confirmación de que Edward Blake fue quien asesinó a su hermano, Bobby Kennedy, en el Hotel Ambassador de Los Ángeles en 1968, se concretan muchas de las atrocidades de Blake que en Watchmen apenas quedaban insinuadas. Además, el desenlace de este número enlaza visualmente a la perfección con el inicio de la obra maestra de Moore y Gibbons.

La relación de JFK con los héroes del Universo Watchmen nunca ha dejado de ser extraña ni susceptible de despertar recelos, seguramente algo deliberado para reflejar lo inusual de las circunstancias que rodearon su muerte en realidad. Su “amistad” y la de todos los miembros de su familia con el Comediante era notoria; abarcaba no solo a su hermano, Bobby, sino también a su propia esposa, Jackie, cuya enorme confianza con él ya veíamos en el primer número, tanta que incluso se intuía excesiva (y es que, por si faltara añadir más situaciones habitualmente asociadas a teorías de ese tipo, entonces ya veíamos la “aparición estelar” de Marilyn Monroe junto a Eddie...). En el tercer episodio del Watchmen original, el Dr. Manhattan se enzarzaba en una discusión con la que fue su pareja, Janey Slater, poco después del magnicidio: ella hablaba directamente en términos de “su fracaso al evitar el asesinato de JFK” (cosa que no deja de resultar chocante en un ser con sus poderes). Ozymandias fue uno de sus asesores, tal como veíamos en el núm. 4 de Antes de Watchmen: Ozymandias, donde Adrian Veidt, además de infiltrarse en el Despacho Oval para hablar a solas con el presidente sin ningún problema, resolvía en la sombra el histórico episodio de la crisis de los misiles cubanos. Incluso cuando Doug Roth, de la revista Nova Express, entrevistaba a Ozymandias en su fortaleza antártica, muchos años después, comparaba su sonrisa con la de JFK. Y el mismo Ozymandias, con motivo de la culminación de su plan, evocaba el discurso que el presidente había previsto pronunciar en Dallas: “En este país, en esta generación, somos por destino, más que por voluntad propia, los vigilantes de los muros de la libertad mundial”.

No es frecuente encontrar tantas referencias conspiratorias en los cómics de superhéroes. De hecho, a algunos de los más populares quizá muchos no los consideren “superheroicos”. El más conocido puede ser Planetary, de Warren Ellis y John Cassaday, publicado originalmente por el sello WildStorm y desarrollado en un universo donde “los Cuatro” lastran a la humanidad y la mantienen lejos de la plena realización de sus posibilidades gracias a una serie casi inagotable de conspiraciones. En sus páginas llegábamos a ver cómo los principales héroes del Universo DC, sin llegar a existir como tales, desaparecían por completo de la faz de la Tierra asesinados (era concretamente en el núm. 10, Magic & Loss, donde una capa roja, unos brazaletes y una linterna era lo único que quedaba de lo que pudo haber sido). Más recientemente hemos visto publicada Saucer Country, una serie del sello Vertigo sobre una candidata demócrata hispana a la presidencia de los EE.UU., Arcadia Alvarado, que incluye posibles abducciones alienígenas, hombres de negro, luchas entre aviones de la Segunda Guerra Mundial y platillos volantes... Pero las grandes tramas elaboradas durante décadas de planificación clandestina no se compadecen en exceso con la contundencia que suele gastarse el Comediante. Independientemente de que esas conspiraciones existan o no, la crudeza del relato de Eddie Blake, desde el primer episodio hasta el último, es manifiesta. Parece que decide asesinar a Bobby al verse entre la espada y la pared, ya que revelar en qué consistió su verdadera actuación en Vietnam y los muchísimos asesinatos de inocentes que allí cometió –lo vimos básicamente en el núm. 4 de Antes de Watchmen: El Comediante– le habría perjudicado en grado sumo, como él mismo reconoce ante Robert. Para ello utiliza la figura del terrorista palestino real, Sirhan Bishara Sirhan, que según la investigación oficial fue el culpable del asesinato (aunque, como vemos, Azzarello tiene el “detalle” de revelar que ese asesino ya forma parte de una conspiración, víctima de un lavado de cerebro de la CIA, para que hiciera precisamente lo que se le atribuyó). Todo es, en cierto modo, un reflejo más de la muerte de esos EE.UU. –o de ese mundo– altruistas y bondadosos a manos de realidades mucho más crueles. Como si la caída fuera en cierto modo inherente al idealismo de la especie humana, la villanía al heroísmo, en un todo indisoluble y siempre triste y emponzoñado: la mancha de sangre en el smiley.

Al sumergirse en el enmarañado mundo del conspiracionismo, con la novela gráfica Brought to Light - Shadowplay: The Secret Team (1988), Alan Moore logró junto a Bill Sienkiewicz dar forma a una historia que abarcaba la dilatada trayectoria de la propia CIA como agencia de manipulación global (metida hasta las trancas en asuntos como la Guerra de Vietnam, el escándalo Irangate, las relaciones entre los EE.UU. y dictadores latinoamericanos como Pinochet, etc.). Y pese a todo, llegaba a la siguiente conclusión: “Sí, existe una conspiración, lo cierto es que existen un gran número de conspiraciones, solapándose unas con otras... Lo más importante que aprendí sobre las teorías de la conspiración es que, en realidad, sus teóricos creen en las conspiraciones porque eso es lo más reconfortante. La verdad es que el mundo es caótico. La verdad es que no se trata de la conspiración de la banca judía, ni de la de los alienígenas grises, ni de la de los reptiloides dodecápedos de otra dimensión que en el fondo están al mando de todo, la verdad es mucho más aterradora; no hay nadie al mando, el mundo no sigue ninguna dirección”. Eso es algo que ratifica una curiosa anécdota en torno al propio Moore: durante años circuló el rumor de que no podía viajar a EE.UU. porque la CIA no se lo permitía, pero en la práctica se debía a que él simplemente no había renovado su pasaporte (¿puede haber algún caso más paradigmático de esa oposición entre conspiracionismo y realidad que señalaba Moore?). Y eso también es algo que por lo visto podría suscribir Blake, para quien la vida es “un chiste”, como confesó a Moloch, precisamente después de descubrir la que tal vez fuese la mayor conspiración de la historia de la humanidad: el plan de Adrian Veidt, Ozymandias, para provocar la paz mundial mediante un simulacro de invasión alienígena que causaría la muerte de millones de personas. Ya vimos a Eddie enterándose del percal al infiltrarse en la propia isla privada de Adrian, tras haberla entrevisto desde un dirigible, en el sexto y último episodio de Antes de Watchmen: Ozymandias. Que fuera testigo de todo y se lo relatara crípticamente a Edgar Jacobi resulta solo anecdótico: tenía que ser eliminado para no divulgar la verdad. Seguro que Moore, Azzarello y unos cuantos más estarían de acuerdo.

Felip Tobar

Previa (portada y cinco páginas interiores) de Antes de Watchmen: El Comediante núm. 6.