Eccediciones

Superman más allá de la boda

Artículo publicado en el volumen La boda de Superman ¡Ya disponible en vuestra librería habitual!
Pubertad, matrimonio, nacimiento y muerte... En todo el mundo, los principales aconteci­mientos de nuestras vidas vienen marcados por un ritual. Las costumbres relacionadas con tales rituales son tan variadas como la gente que las pone en práctica. Tan grandes cambios en el cur­so de nuestra vida vienen siempre acompañados por más de una sola emoción. Un nacimiento pue­de ser tanto un motivo de pesar y preocupación como de gratitud y alegría. Una muerte puede ser llorada y celebrada al mismo tiempo. La mayoría de edad puede provocar expectativas y temor a partes iguales, una sensación exultante de estar descubriendo un nuevo mundo mezclada con una abrumadora e inenarrable sensación de pérdida.

Y eso es lo que ocurre con las bodas. Ya sea cele­brándose en una iglesia o al aire libre, en el gran salón de un lujoso hotel o en Las Vegas con un imitador de Elvis, las bodas, incluso las antibodas, son mucho más que la unión de dos personas. Son el vehículo de múltiples proyectos... y los no­vios pueden convertirse en meras comparsas en su propia película.

Las bodas tienen que ver con la familia, la co­munidad y los amigos. Tienen que ver con la economía, la clase, la religión y la tradición. No solo engloban las esperanzas y aspiraciones de la pareja que va a casarse, sino también las fan­tasías, frustraciones, expectativas y decepciones de mucha más gente. Y, con lista de invitados o sin ella, hay algunas bodas a las que la gente cree que ha sido invitada. Son las bodas de la realeza, los famosos y los jefes de Estado. De la gente que está en nuestras fantasías, que implican algo más allá de sí mismos, que nos parecen más gran­des que la propia vida... Son la gente de cuyos triunfos y desgracias queremos formar parte. Nos preocupamos por los detalles: la pompa, el boato, los trajes, las celebridades del brillante círculo ín­timo. Y, en gran parte, nos gusta esta aristocracia híbrida de dinero, glamur y posición, de heroísmo y notoriedad. Jackie Kennedy, con velo y majes­tuosa en su dolor, sigue el cortejo funerario de su marido mientras un afligido mundo la observa. Carlos llora a Diana y el mundo se agita ante esa princesa rubia tan encantadora, tan joven, tan perfectamente... inglesa.

Sucesos como esos son representaciones simbó­licas de significado y afecto. Pero ¿cuál es la his­toria humana que hay tras ellos? Tan solo cuando ha pasado el tiempo y cuando la fachada, antaño tan sólida, comienza a desmoronarse, entende­mos que la gente a la que encumbramos a la realeza está tan llena de defectos como nosotros.

El triunfo de La boda de Superman es que toma un héroe de inigualable talla y prestigio, y permite que él y sus allegados no sean tan solo iconos, sino seres humanos. Superman es más conocido que cualquier presidente, más conocido incluso que George Washington o Abraham Lincoln. Pero lo que vemos en su boda con Lois no es la super­ficie orquestada de un desfile público. En lugar de eso hallamos al hombre que hay tras Superman, a la mujer tras la famosa reportera y las acciones íntegras del resto de gente involucrada. Incluso el mayor miedo de Lois, casarse con Clark y con­vertirse tan solo en una subordinada “señora de Superman”, cambia drásticamente en la historia de la luna de miel.

La mujer que ha alcanzado la fama tanto por ser rescatada por el Hombre de Acero como por ser una famosa periodista se halla más de una vez en la po­sición de rescatadora. Este intercambio de papeles confirma, por si quedaba alguna duda, que Lois y Clark son dos personas felizmente casadas, no por los roles que les ha tocado jugar, sino por su gran huma­nidad. Y lo que es aún más importante, vemos cómo dos personas clave —Lois y Superman o, más concre­tamente, Lois y Clark— titubean, cambian y crecen.

Edith Hamilton, la erudita de la cultura clásica que hizo accesible la mitología a varias generaciones de lectores, escribió que el milagro de los griegos fue concebir dioses poderosos e inmortales pero muy hu­manos. “Los dioses humanos”, reflexionaba, “hacían del Cielo un lugar agradablemente familiar... Zeus, que intentaba ocultar sus aventuras amorosas a su mujer —que terminaba descubriéndolo todo—, era una figura eminentemente divertida... Hera, sin duda, era un personaje habitual en el género de la comedia, la típica esposa celosa...”

Pero a pesar de la relajada informalidad de los mitos griegos, los dioses no eran nada heroicos y a menu­do actuaban, como dice la señorita Hamilton, “de un modo en que no lo haría ningún hombre o mujer decente... Casi todas las brillantes deidades podían actuar de forma cruel o despreciable. En el Cielo de Homero había un sentido muy limitado del bien y del mal...”.

Entonces, ¿qué podía aprender de ellos la gente nor­mal? Puede que esos dioses demasiado humanos de la antigua Grecia hubieran desmitificado el universo, pero no ofrecían precisamente una guía de creci­miento moral o espiritual.

Como los dioses griegos, Superman, Lois y Clark nos muestran unas debilidades y unas dudas con las que nos identificamos. Pero nos ofrecen algo más que reconocimiento. Nos muestran el poder del autoco­nocimiento y el estimulante escenario del cambio personal. La misma Lois que le dice a Nabir “¡Puede que me hayas salvado la vida, pero puedes ahorrarte tu cháchara psicológica!” encuentra en la cima de una montaña helada respuestas que tenía en su inte­rior. Clark, tras perder a Lois y sus poderes, habla con Wonder Woman y esta le recuerda que la fuerza de Superman no está en sus habilidades externas, sino en su carácter. “¿Desde cuándo Superman abando­na?”, pregunta ella. Y el héroe, perdido y sumido en el dolor, redescubre su esencia y su resolución.

Hay drama, sin duda, pero está lleno de humor, pa­yasadas, momentos emocionantes y situaciones es­candalosas. El bar de Bibbo —¿dónde si no?— es el escenario de la inolvidable despedida de soltero. La siempre tradicional madre de Lois defiende a su hija en el momento más inesperado. El sombrío Batman nos sorprende con un acto de amabilidad. Y Jimmy Olsen pasa de la desesperanza a ser el padrino. Por encima de todo, estas acciones, ya sean grandes o pequeñas, son divertidas. Y eso se debe a la gente que nos las muestra. El inmenso equipo creativo que trabajó en este volumen tenía muy claro que partici­paba en un acontecimiento absolutamente único. Y su exuberancia se muestra en cada detalle. La his­toria está llena de amor, y casi igualmente llena de bromas privadas. En la boda está presente todo aquel que debía estar, mientras que los villanos están agra­dablemente ausentes.

Y, de algún modo, el equipo creativo del cómic se las apañó para conseguir los mejores asientos. ¿Cómo? Qué sorpresa... Alguien de DC debe de tener muchas influencias.

Jenette Kahn

Artículo publicado en el volumen La boda de Superman ¡Ya disponible en vuestra librería habitual!

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