Eccediciones
searchclose

Sandman: La casa de muñecas

En el principio...

Pero, por supuesto, nunca vemos el principio. Llegamos con la historia empezada, cuando ya han apagado las luces, e intentamos encontrarle sentido. Susurramos a nuestros vecinos: «¿Quién es ese? ¿Y ella? ¿Se conocen de antes?».

Nos las apañamos.

En este caso, imaginemos que nuestro vecino es alto y que va vestido con un viejo hábito de monje, con el rostro oculto por las sombras de la capucha. Huele a viejo y a polvo, pero no es desagradable, y en las manos sostiene un libro. Al abrir el libro (encuadernado en cuero, sin duda, y con cada palabra escrita minuciosamente a mano), escuchamos un tintineo metálico y reparamos en que lleva el libro encadenado a la muñeca.

Da igual. Hemos visto cosas más raras en los sueños; y las ficciones no son más que sueños congelados, imágenes vinculadas a alguna apariencia de estructura. No son más de fiar que las personas que las crean.

¿Estamos soñando? Es posible. Pero el hombre del hábito está hablando.

Su voz es como el crujir de viejos pergaminos en una biblioteca, a altas horas de la noche, cuando la gente se ha ido a casa y los libros empiezan a leerse solos. Nos esforzamos por escuchar: la historia hasta el momento...

«A Roderick Burgess no le bastaba con ser un hombre malo, sino que era engreído y presuntuoso. No se conformaba con riquezas, ni con el liderazgo de la Orden de los Antiguos Misterios (aunque la Orden no tenía nada de antigua, ya que la había fundado Burgess 16 años antes, con el cambio de siglo): deseaba notoriedad entre sus semejantes y anhelaba la inmortalidad física.

»Corría el año 1916. En el mundo exterior continuaba la Gran Guerra, y en Fawney Rig, su casa de Sussex, Roderick Burgess concibió un plan. Capturaría a la Muerte,
sometería a la Parca.

»Con un hechizo de un grimorio robado, realizó un rito de invocación. Sospecho que le sorprendió que el hechizo diera sus frutos, cuando una figura se materializó en el círculo en el sótano de su mansión.

»No era la Muerte.

»El hombre en el círculo iba vestido de negro y llevaba la cabeza oculta bajo un yelmo incrustado de huesos, cristal y metal.

»En la oscuridad aterciopelada de su capa bailaban las llamas; de su cuello colgaba una piedra preciosa, un rubí; y del costado le colgaba una bolsa de cuero, bien atada con cordones.

»¿Sabía Burgess a quién tenía delante? ¿Sospechaba cuáles eran las fuerzas que habían debilitado a Morfeo, el Señor de los Sueños, y que su encantamiento había sido la gota que colmaba el vaso de alguien –o algo– puesto a prueba hasta el límite de sus fuerzas?

»Lo dudo. Y si lo sabía, le dio igual.

»Burgess despojó al cuerpo casi sin vida de ropa y herramientas, encarceló a su huésped involuntario en una jaula de cristal sin aire dentro del círculo, y allí lo dejó.

»El Rey de los Sueños había sido capturado y enjaulado.

»El impacto se sintió por todo el mundo: los niños se dormían y no despertaban. Sus vidas quedaron canceladas. Unity Kinkaid fue una de ellos: 15 años y perdida en un mundo de sueños. “La enfermedad del sueño”, la llamaron, y miles de personas sucumbieron a ella.

»Había cuatro personas que sabían la verdad sobre el hombre en la jaula: Roderick Burgess; su hijo Alexander; Ruthven Sykes, el ayudante de Burgess; y Ethel Cripps, la joven amante de Burgess.

»Lo único que quería Roderick Burgess era vivir para siempre.

»En noviembre de 1930 las cosas empezaron a irle mal. Se produjo un escándalo: Burgess fue demandado por los hijos de una anciana que había legado su finca nada desdeñable a su Orden. El caso llevó el caos y el escándalo a la Orden de los Antiguos Misterios. Fue entonces cuando Ethel Cripps y Ruthven Sykes se fugaron juntos, en secreto, y se llevaron más de 200.000 libras. Se llevaron otras cosas: un rubí, un yelmo, una bolsa...

»Los amantes huyeron a San Francisco, donde el yelmo fue a parar a manos de un demonio. Sykes necesitaba protección, y el demonio aceptó el yelmo a cambio de un amuleto: un ojo colgado de una cadena. El amuleto mantuvo a Sykes a salvo durante los siguientes seis años. Si Ethel Cripps no lo hubiese abandonado –llevándose consigo el amuleto y el rubí–, le habría protegido durante más tiempo.

»La muerte de Ruthven Sykes fue desagradable, y en alguna parte Roderick Burgess sonrió.

»Burgess vivió 11 años más, y después murió, furioso con su prisionero, mientras le seguía suplicando la vida eterna. Su lugar lo ocupó su hijo, Alexander. En el sótano, en una jaula de cristal rodeada por un círculo de tiza, con la piel pálida y los ojos ardiendo como estrellas lejanas, el cautivo esperaba. Tenía todo el tiempo del mundo.

»Alexander Burgess no era como su padre. En sus manos, la Orden de los Antiguos Misterios se secó y se marchitó: el cuerpo estaba muerto, pero la sombra seguía viva.

»Más de 70 años después de que se dibujase el círculo en el suelo de Fawney Rig, se rompió. Morfeo escapó. Así de sencillo. Los Eternos tienen tiempo. Pueden esperar. Él podría haber esperado hasta que cada piedra de la casa se convirtiese en polvo. Había estado esperando entre las sombras toda una vida humana, y ahora era libre.

»Cuando escapó, la gente que se había quedado dormida años atrás despertó. Personas cuyas vidas habían sido robadas, que habían pasado de la infancia a la vejez sin nada en medio.

»En un sueño, Morfeo llama a Alexander Burgess y lo condena al despertar eterno. Escucha: cuando Alex despierta de cada sueño, con palpitaciones y un sudor frío pegado a su anciana piel, se encuentra en otra pesadilla peor que la anterior. En algún lugar, incluso hoy, está perdido en su mente, rezando para que alguien, no sabe cómo, lo despierte. Y en sus sueños, cada segundo dura una eternidad...

La figura oscura se detiene. Intentamos distinguir sus rasgos, ver algo definido en la sombra de debajo de su capucha. Es inútil. Quizá ahí debajo no haya nada.

«Sueño, que es el hermano pequeño de Muerte, regresa a su reino. Imagináoslo: débil, sin sus herramientas, volviendo a su castillo.

»Morfeo, Sueño –llamadlo como queráis–, no es la única entidad que vive –esto último no hay que tomarlo al pie de la letra– en el Reino de los Sueños. Hay otros, muchos más. Los perdidos y los que no tienen cuerpo, arquetipos, fantasmas y... otros. Son sus sirvientes, sus criaturas, mientras viven en su reino, y él es su señor.

»Encontró su castillo destruido y a sus sirvientes diseminados. Comenzó el proceso de reconstrucción. Pero para reconstruir necesitaba cosas que le habían robado los Burgess muchos años atrás.

»El Señor de los Sueños invocó a las Parcas, a la Triple Diosa –doncella, madre y anciana– y le preguntó qué había sido de sus herramientas: la bolsa, llena de las inagotables arenas del sueño; el yelmo, su símbolo oficial en otros reinos; el rubí, que había creado a partir de su propia sustancia y en el que había depositado gran parte de su poder hacía mucho, mucho tiempo
.
Escucha la pregunta que no le hacemos.

«¿Hace cuánto tiempo?» «¿Te has preguntado qué soñó el planeta Tierra en los primeros días, cuando estaba enfriándose de un estado fundido, mucho antes de que una delgada corteza se formase en su superficie... y no digamos una atmósfera? Fue entonces. Hace mucho tiempo.

»El Señor de los Sueños había llegado a confiar en el rubí para la maniobra más sencilla en el Mundo de los Sueños. Las herramientas pueden ser la más sutil de las trampas.

»Le preguntó a las Hécates dónde estaban sus herramientas, y ellas le contestaron. Más o menos.

»La bolsa estuvo perdida durante años, y al final la adquirió un inglés, John Constantine. El yelmo estaba en el Infierno, adonde lo había llevado un demonio. El rubí había pasado de Ethel Cripps a su hijo, John Dee.

Pasa una página. Tenemos tiempo para preguntarnos, tal vez, dónde estamos.

Y nos preguntamos qué más hay escrito en el libro de nuestro vecino. Tenemos la convicción irracional de que nuestro nombre está ahí: cada detalle de nuestra vida, todo, por insignificante o indigno que sea, todo nuestro pasado, todo nuestro futuro.

¿Quieres saber cómo vas a morir ?

Reanuda la lectura.

«A Constantine le robó la bolsa una antigua amante, una mujer llamada Rachel. La había abierto y había descubierto los placeres y las delicias de la arena de los sueños. Nunca se agotaba. Siempre había más. Ella estaba en la cama, y allí se la comía, la respiraba, se la restregaba contra la piel, a la deriva en el sueño perfecto.

»Rachel ya no comía ni dormía, pero aún soñaba.

»Con la ayuda de Constantine, el Señor de los Sueños encontró a la mujer y la bolsa. Y, a petición de Constantine, le concedió a la pobre desgraciada un sueño que la acompañase hasta la muerte.

Pasa otra página. ¿Sus páginas son de papel? Nos preguntamos si la piel humana, seca y estirada, en forma de libro, no haría el mismo ruido.

«Luego viajó al Infierno, con la bolsa en su poder. Y allí se reunió con el Señor Lucifer. Quien una vez fuese el más hermoso y orgulloso de los ángeles, ahora era el Señor del Inframundo, Maestro de la Mentira y Comandante del Triunvirato del Infierno.

»El demonio que poseía el yelmo era Choronzon, una de las criaturas de Belcebú, y el Señor de los Sueños se vio obligado a enfrentarse a él para recuperarlo.

»Ganó la batalla. Morfeo recuperó el yelmo y se ganó la enemistad de Lucifer.

»Se dice que por tus enemigos te conocerán. Si es cierto, Morfeo debe de estar muy bien considerado.

»Una vez recuperado el yelmo, el pacto dejaba de tener validez y desaparecía el poder del amuleto que mantenía viva a Ethel Cripps (ahora Ethel Dee, y más vieja que el pecado). Murió, y el amuleto pasó a su hijo John.

No sabemos por qué, pero conocemos a su hijo. Como una regadera, loco de atar, con la piel de su cuerpo estirada sobre sus huesos sin carne. John Dee, autoproclamado Doctor Destiny (pero ¿ese nombre no debería pertenecer a otra persona, a alguien como nuestro vecino, con su hábito y su libro?), un creador de sueños sin sueño, último propietario del rubí del Señor de los Sueños.

«Dee se fugó de la prisión en la que había estado durante muchos años, escapó a la noche, en busca del rubí.

»El Rey de los Sueños buscaba la joya al mismo tiempo. Lo que no sabía era que Dee había alterado su estructura.

»Al final, en un almacén que contenía tesoros perdidos, Morfeo encontró su rubí. Pero lo encontró deformado y cambiado: en lugar de concentrar y aumentar su poder, lo absorbió.

»Lo dejó débil y –literalmente– seco. Dee le quitó el rubí de las manos al Señor de los Sueños y le ordenó destruir las mentes de los débiles y los durmientes. Se divirtió a su manera mientras esperaba.

No deseamos saber cómo se divertía Dee.

«Morfeo yacía en el frío suelo del almacén, desamparado e inconsciente; sentía, a lo lejos, los trastornos en el tiempo onírico, la distorsión y el dolor. Tardó más de un día en recuperar las fuerzas.

»Y entonces, encarnado, acudió al lugar donde le esperaba el rubí con su amo, susurrándole al mundo su mensaje de dolor y locura.

»Morfeo luchó con Dee en sueños por el control del rubí, pero luchó en vano: el rubí estaba minando su esencia.

»Es perfectamente concebible que Dee hubiese arrastrado a Morfeo al interior de la joya y lo hubiese convertido en un fantasma congelado en cristal, con todo su poder a disposición del demente. Perfectamente concebible...

Nuestro vecino deja de leer y levanta la cabeza. Bajo la capucha no hay más que sombras, pero creemos que nos está mirando; quizá no haya ojos bajo la capucha. Parece extraño, pero apenas nos inquieta.

«Si puede extraerse alguna moraleja de esta parte de la historia –y desconfío de las moralejas tanto como de los principios–, es esta: debes saber a qué te enfrentas.

»Dee pensaba que al destruir el rubí, le estaba asestando el golpe de gracia. Pero el Señor de los Sueños es uno de los Eternos, la raza de los que no son dioses (pues los dioses mueren cuando mueren sus creyentes, pero los Eternos seguirán ahí cuando el último dios se interne en el reino de la muerte y en la inexistencia), y al destruir el rubí no destruyó a su creador.

»Lo liberó. Es más, liberó todo el poder que él había depositado en el rubí durante eones.

»El Señor Morfeo devolvió a Dee a su prisión, y allí lo dejó.

Aún estamos escuchando la historia, a la espera de algún tipo de conclusión, cuando nuestro vecino cierra el libro. Las frías cadenas que unen al viejo Destino con su libro tintinean quedamente.

A la historia le falta mucho para terminar, pero sabemos que esta fuente no nos revelará nada más y, molestos, nos marchamos. Se está levantando niebla, y ya es hora de volver.

Llegamos con la historia empezada, miramos durante un rato, nos vamos antes de que enciendan las luces. Si no hay principios, no puede haber finales.

Estamos solos en la oscuridad. Cada respuesta lleva a otra pregunta y suceden cosas continuamente.

Eso es todo lo que necesitáis saber de momento. Confiad en mí.

«La historia hasta el momento.» Tal vez sea lo único que podamos esperar...

Neil Gaiman

Introducción de Sandman núm. 2: La casa de muñecas.