Renovar un viejo concepto no es una tarea sencilla. No se trata solo de adaptar uno o dos aspectos reconocibles de un personaje o de un grupo, sino también de saber contextualizarlos dentro de un entorno, situarlos en el caso que nos ocupa dentro de una nueva versión de la realidad que, en el caso del Nuevo Universo DC, trata de emparentarse más con la nuestra que la anterior, la cual en ocasiones daba la sensación de haberse ido convirtiendo en un panteón de dioses enfrentados entre sí donde la visión del ciudadano de a pie ya no tenía apenas ni voz ni voto. Así, el trabajo de Dan Jurgens y Aaron Lopresti no está carente de riesgo y no se les puede acusar precisamente de optar por un camino populista y facilón.
Primero, porque han apartado deliberadamente de su propia versión de la Liga de la Justicia Internacional el estilo humorístico, el más característico de la etapa que durante cinco años escribieron el tándem Keith Giffen/J.M. DeMatteis y que convirtió al cómic en un éxito indiscutible, generando varios spin-offs y convirtiéndose durante una buena temporada (allá por los primeros años noventa) en parte troncal del Universo DC. Si bien hay ciertas situaciones y sobre todo diálogos con un aire ligero y divertido, no tienen nada que ver con el estilo cercano a la comedia de situación de los 54 números de Giffen (la serie, en cualquier caso, duró más del doble de esos 54 números y el humor fue paulatinamente desapareciendo de la misma, precisamente desde el momento en el cual Dan Jurgens sustituyó a Giffen, y otros autores que continuaron al frente de la serie, como Mark Waid o Dan Vado, fueron potenciando un tono progresivamente más oscuro). “En los cómics, el acto de formar un grupo siempre está infravalorado”, declaró Jurgens para comicbook.com en marzo de este año. “Siempre es algo del estilo: ‘¡Ey, chicos, vamos a montar un supergrupo! ¡Será fantástico! ¡Tendremos nuestro club de campo y todo!’. La vida simplemente no funciona de ese modo. Incluso si un patrocinador, como Naciones Unidas, coloca a un grupo de gente, habrá problemas iniciales. No es tan fácil como parece. Hasta los Beatles tuvieron que cambiar a un batería.”
Y segundo, porque Jurgens ha optado por aproximar terrores reconocibles a los lectores de su serie. Inicialmente, la manera de resituar a la Liga de la Justicia Internacional en este nuevo entorno ha sido de la forma más clásica posible: una amenaza del espacio exterior que obliga la intervención de los héroes, tal y como hemos podido ir leyendo en las dos primeras entregas. Y, rápidamente, ese tono clásico y “cómodo” se cambia por uno mucho más crudo y directo: la amenaza terrorista, un miedo compartido por nuestro universo real y también por el nUDC, donde, aunque sea en términos de fantasía y ciencia ficción, también terminan por asomar la cabeza los temores mundiales que dejó tras de sí el 11-S. De ahora en adelante, los personajes van a tener que luchar por reponerse y afrontar esa nueva amenaza, pero por lo pronto ya han perdido por el camino a uno de sus miembros: Rocket Red, bajo cuyo casco se ocultaba Gavril Ivanovich. “Forma parte de la creación de los motivos y las razones por los que el equipo permanecerá unido… o no”, indicó Jurgens a propósito de su decisión. “¿Les motivará la pérdida? ¿O los llevará cuesta abajo y serán incapaces de formar un vínculo como JLI?”
Curiosamente, antes de los eventos que llevaron al antiguo Universo DC a “desaparecer en un flash”, Ivanovich ya era en sí mismo una nueva encarnación de un viejo personaje que ocupó el puesto de Rocket Red como miembro de la Liga de la Justicia Internacional en su vida anterior: Dimitri Pushkin. De carácter afable y abierto, hombre de familia eternamente preocupado por el bienestar de su mujer y sus hijos, y con la suficiente falta de dominio del inglés como para ser el encargado de producir divertidos chistes lingüísticos, Pushkin se unió a la Liga que en aquellos tiempos estaba operativa bajo el control de Maxwell Lord IV en Justice League International núm. 11 (editado en España en el volumen Clásicos DC: JLA/JLE núm. 2), pero no tardó en adherirse a la división europea del grupo cuando se produjo la escisión en dos equipos. Un Pushkin ya retirado volvería a enfundarse la armadura de Rocket Red y fallecería durante los eventos ocurridos en la saga Proyecto Omac (2007) mientras protegía a los antiguos integrantes de su equipo.
Al pobre Gavril, por su parte, los lectores lo conocimos durante los eventos narrados en la maxiserie Liga de la Justicia: Generación perdida (2011-2012), escrita por Judd Winick. Inspirado en las hazañas de Pushkin, Ivanovich modificó su armadura para hacerla más semejante a la de su héroe caído, al que tenía como principal modelo de conducta en su vida. Fuertemente comunista, no estaba de acuerdo con muchos de los cambios introducidos en su país en los últimos tiempos y no tuvo inconveniente en enfrentarse a la propia brigada de Rocket Reds para defender a los miembros de la JLI liderados por Booster Gold. Con Pushkin compartía su carácter vitalista y un mal uso del lenguaje que provocaba cómicas situaciones semejantes a las de su predecesor, e incluso llegó a intuirse una posible relación amorosa con Fuego –Beatriz DaCosta–.
Todo esto ocurrió justo antes de los eventos narrados en Flashpoint, por lo que es difícil aseverar qué parte de todo ello se puede considerar canónica hoy en día, más allá de la personalidad que Winick imprimió al personaje, y que Jurgens ha respetado. Ivanovich ha tenido que convertirse en una de las primeras víctimas relevantes de todo el nUDC para conseguir que la serie cobrase identidad propia, alejándose de los esquemas preconcebidos por los lectores. Como dice Jurgens: “Toda nuestra historia trata sobre las dificultades de formar un equipo. Se pueden tomar muchos caminos para contar esa historia, y uno de ellos es la muerte”. En la Liga de la Justicia Internacional ya no están para bromas.
Javier J. Valencia
Primero, porque han apartado deliberadamente de su propia versión de la Liga de la Justicia Internacional el estilo humorístico, el más característico de la etapa que durante cinco años escribieron el tándem Keith Giffen/J.M. DeMatteis y que convirtió al cómic en un éxito indiscutible, generando varios spin-offs y convirtiéndose durante una buena temporada (allá por los primeros años noventa) en parte troncal del Universo DC. Si bien hay ciertas situaciones y sobre todo diálogos con un aire ligero y divertido, no tienen nada que ver con el estilo cercano a la comedia de situación de los 54 números de Giffen (la serie, en cualquier caso, duró más del doble de esos 54 números y el humor fue paulatinamente desapareciendo de la misma, precisamente desde el momento en el cual Dan Jurgens sustituyó a Giffen, y otros autores que continuaron al frente de la serie, como Mark Waid o Dan Vado, fueron potenciando un tono progresivamente más oscuro). “En los cómics, el acto de formar un grupo siempre está infravalorado”, declaró Jurgens para comicbook.com en marzo de este año. “Siempre es algo del estilo: ‘¡Ey, chicos, vamos a montar un supergrupo! ¡Será fantástico! ¡Tendremos nuestro club de campo y todo!’. La vida simplemente no funciona de ese modo. Incluso si un patrocinador, como Naciones Unidas, coloca a un grupo de gente, habrá problemas iniciales. No es tan fácil como parece. Hasta los Beatles tuvieron que cambiar a un batería.”
Y segundo, porque Jurgens ha optado por aproximar terrores reconocibles a los lectores de su serie. Inicialmente, la manera de resituar a la Liga de la Justicia Internacional en este nuevo entorno ha sido de la forma más clásica posible: una amenaza del espacio exterior que obliga la intervención de los héroes, tal y como hemos podido ir leyendo en las dos primeras entregas. Y, rápidamente, ese tono clásico y “cómodo” se cambia por uno mucho más crudo y directo: la amenaza terrorista, un miedo compartido por nuestro universo real y también por el nUDC, donde, aunque sea en términos de fantasía y ciencia ficción, también terminan por asomar la cabeza los temores mundiales que dejó tras de sí el 11-S. De ahora en adelante, los personajes van a tener que luchar por reponerse y afrontar esa nueva amenaza, pero por lo pronto ya han perdido por el camino a uno de sus miembros: Rocket Red, bajo cuyo casco se ocultaba Gavril Ivanovich. “Forma parte de la creación de los motivos y las razones por los que el equipo permanecerá unido… o no”, indicó Jurgens a propósito de su decisión. “¿Les motivará la pérdida? ¿O los llevará cuesta abajo y serán incapaces de formar un vínculo como JLI?”
Curiosamente, antes de los eventos que llevaron al antiguo Universo DC a “desaparecer en un flash”, Ivanovich ya era en sí mismo una nueva encarnación de un viejo personaje que ocupó el puesto de Rocket Red como miembro de la Liga de la Justicia Internacional en su vida anterior: Dimitri Pushkin. De carácter afable y abierto, hombre de familia eternamente preocupado por el bienestar de su mujer y sus hijos, y con la suficiente falta de dominio del inglés como para ser el encargado de producir divertidos chistes lingüísticos, Pushkin se unió a la Liga que en aquellos tiempos estaba operativa bajo el control de Maxwell Lord IV en Justice League International núm. 11 (editado en España en el volumen Clásicos DC: JLA/JLE núm. 2), pero no tardó en adherirse a la división europea del grupo cuando se produjo la escisión en dos equipos. Un Pushkin ya retirado volvería a enfundarse la armadura de Rocket Red y fallecería durante los eventos ocurridos en la saga Proyecto Omac (2007) mientras protegía a los antiguos integrantes de su equipo.
Al pobre Gavril, por su parte, los lectores lo conocimos durante los eventos narrados en la maxiserie Liga de la Justicia: Generación perdida (2011-2012), escrita por Judd Winick. Inspirado en las hazañas de Pushkin, Ivanovich modificó su armadura para hacerla más semejante a la de su héroe caído, al que tenía como principal modelo de conducta en su vida. Fuertemente comunista, no estaba de acuerdo con muchos de los cambios introducidos en su país en los últimos tiempos y no tuvo inconveniente en enfrentarse a la propia brigada de Rocket Reds para defender a los miembros de la JLI liderados por Booster Gold. Con Pushkin compartía su carácter vitalista y un mal uso del lenguaje que provocaba cómicas situaciones semejantes a las de su predecesor, e incluso llegó a intuirse una posible relación amorosa con Fuego –Beatriz DaCosta–.
Todo esto ocurrió justo antes de los eventos narrados en Flashpoint, por lo que es difícil aseverar qué parte de todo ello se puede considerar canónica hoy en día, más allá de la personalidad que Winick imprimió al personaje, y que Jurgens ha respetado. Ivanovich ha tenido que convertirse en una de las primeras víctimas relevantes de todo el nUDC para conseguir que la serie cobrase identidad propia, alejándose de los esquemas preconcebidos por los lectores. Como dice Jurgens: “Toda nuestra historia trata sobre las dificultades de formar un equipo. Se pueden tomar muchos caminos para contar esa historia, y uno de ellos es la muerte”. En la Liga de la Justicia Internacional ya no están para bromas.
Javier J. Valencia