El lanzamiento de un cómic escrito en Estados Unidos, dibujado en Argentina, ambientado en México y protagonizado por un psicópata oriundo de Hawái entra en el campo de lo improbable. Pero si la semilla de esa obra se plantó en Asturias y fue regada con el entusiasmo de una afición entregada al fútbol, su existencia roza lo absurdo o lo milagroso. Estas singularidades, sin embargo, tienen una explicación. El guionista estadounidense Brian Azzarello (Cleveland, 1962) y el dibujante argentino Eduardo Risso (Leones, 1959) empezaron a fantasear sobre la creación de una nueva historieta allá por 2010, cuando asistían como invitados de honor a la Semana Negra, el prestigioso festival gijonés dedicado a la ficción policial. Ese año, el certamen coincidió con la final del Mundial de Sudáfrica. La victoria de la selección española sorprendió a Risso y Azzarello subidos a un taxi. Rodeados por el desborde de entusiasmo, entablaron una conversación en la que el artista de Spaceman expresó su deseo de volver al universo de 100 balas retomando a uno de sus personajes más carismáticos. “Me gustaría hacer una historia sobre Lono”, dijo el argentino. “Bueno”, contestó su interlocutor, “si vamos a hacer una historia sobre Lono, será una historia que nadie esperará”. Y así nació Hermano Lono.
La acción se sitúa cuatro años después del desenlace de 100 balas. El escenario es la ciudad de Durango. Los protagonistas son personas habituadas a guardar secretos: desesperados, asesinos, narcotraficantes, policías de incógnito e incluso un sacerdote. El héroe es Lono. La última vez que se le vio vivo fue durante un tiroteo en Miami. Gravemente herido, desapareció sin dejar rastro. Ahora reaparece en una misión cristiana próxima a Durango. Durante el día intenta redimirse cumpliendo las órdenes del padre Manny. Por la noche, es libre y se emborracha a placer en las cantinas de la ciudad. Pero, temiendo su inclinación natural al sadismo y a la violencia, procura dormir en la cárcel antes que hacer algo irreparable fuera de ella. Lo malo es que, en esa región de México, las complicaciones se presentan sin necesidad de ir a buscarlas.
El Durango de Hermano Lono es una metrópoli dominada por un cártel de narcotraficantes apodado “las Torres Gemelas”. Con total impunidad, la banda y sus sicarios abonan la ciudad con decenas de cadáveres espantosamente mutilados. Mediante un acuerdo tácito, la misión ha permanecido al margen de la actividad delictiva de las Torres. Pero dos acontecimientos alteran ese statu quo: de un lado, aparece una fosa común en el sembradío de la comunidad; de otro lado, el cártel quiere expandirse y necesita terreno para nuevas plantaciones de droga. Ante la inminente violación de su santuario, Lono decide intervenir.

Azzarello aplica en Hermano Lono la misma combinación de ingredientes que convirtió 100 balas en un éxito popular: personajes ambiguos, giros argumentales imprevistos y grandes dosis de violencia. El guionista de Antes de Watchmen: Rorschach hace gala de un instinto extraordinariamente certero sobre lo que se debe decir y lo que se debe callar en una historieta para mantener cautiva la atención del público. Ante todo, sus cómics son un ejercicio exhaustivo de suspense y de ritmo. Mediante astutas maniobras narrativas, mantiene en vilo al lector y lo lleva de la mano hasta un desenlace donde lo único previsible es su carácter explosivo. Como todo buen relato de suspense, Hermano Lono abunda en complots, duplicidades y traiciones. Los personajes ocultan celosamente su verdadera condición. Y, en consecuencia, nadie es lo que parece ser. Azzarello dispone astutamente la sucesión de enigmas y revelaciones a lo largo de la historia imprimiendo un ritmo crecientemente acelerado al argumento. A la hora de crear esa cadencia frenética, encuentra un aliado de excepción en la figura de Eduardo Risso.
Narrador prodigioso, Risso rubrica en Hermano Lono su dominio del claroscuro y su intuición para elegir el ángulo visual más atractivo en cada viñeta. Su estilo no es completamente original. En él pueden rastrearse las huellas de Alberto Breccia, José Muñoz, Frank Miller o Mike Mignola. Pero el argentino infunde a su estética una intensidad que es casi intolerable gracias a un soberbio pulso narrativo. Sus mejores secuencias son un modelo de tensión y de ritmo. ¡Y qué destreza en el desarrollo simultáneo de dos acciones! Al respecto, esta obra abunda en magistrales efectos melodramáticos y en vigorosas demostraciones de la técnica del contrapunto: unos personajes conversan mientras otros registran un cuarto a oscuras, apedrean a un perro en un callejón o descubren un feto conservado durante décadas en formol. Y todo con una atención exquisita al detalle que, sin embargo, no distrae la atención del lector con pormenores ajenos al asunto.
Entre 1999 y 2009, Brian Azzarello y Eduardo Risso renovaron el género policial con 100 balas. La obra narraba el enfrentamiento secreto de una poderosa organización conocida como “Trust” contra su propio brazo ejecutor, un escuadrón de élite compuesto por siete asesinos letales llamados “Milicianos” (entre los que figuraba Lono). El lector veterano habrá advertido las afinidades con Thriller, serie de culto escrita por Robert Loren Fleming y dibujada por Trevor Von Eeden allá por 1983. Allí se presentaba a un grupo de siete agentes casi infalibles —conocidos como “segundos”— envueltos en una guerra secreta contra el crimen y, aparentemente, empeñados en la construcción de un orden superior del mundo. Pero donde Loren Fleming y Von Eeden se limitaban a plantear interrogantes que dejaban perplejo al lector, Azzarello y Risso resolvían todos los enigmas en un desenlace de gran fuerza dramática. Hasta ahora, ignorábamos la suerte de los sobrevivientes. Gracias a Hermano Lono, descubrimos el destino de uno de ellos mediante una obra vigorosa y amena. Vistas las raíces estadounidenses, argentinas, hawaianas y asturianas de la obra, no cabía esperar nada menos.
Jorge García
Artículo originalmente publicado en las páginas de 100 balas: Hermano Lono.
La acción se sitúa cuatro años después del desenlace de 100 balas. El escenario es la ciudad de Durango. Los protagonistas son personas habituadas a guardar secretos: desesperados, asesinos, narcotraficantes, policías de incógnito e incluso un sacerdote. El héroe es Lono. La última vez que se le vio vivo fue durante un tiroteo en Miami. Gravemente herido, desapareció sin dejar rastro. Ahora reaparece en una misión cristiana próxima a Durango. Durante el día intenta redimirse cumpliendo las órdenes del padre Manny. Por la noche, es libre y se emborracha a placer en las cantinas de la ciudad. Pero, temiendo su inclinación natural al sadismo y a la violencia, procura dormir en la cárcel antes que hacer algo irreparable fuera de ella. Lo malo es que, en esa región de México, las complicaciones se presentan sin necesidad de ir a buscarlas.
El Durango de Hermano Lono es una metrópoli dominada por un cártel de narcotraficantes apodado “las Torres Gemelas”. Con total impunidad, la banda y sus sicarios abonan la ciudad con decenas de cadáveres espantosamente mutilados. Mediante un acuerdo tácito, la misión ha permanecido al margen de la actividad delictiva de las Torres. Pero dos acontecimientos alteran ese statu quo: de un lado, aparece una fosa común en el sembradío de la comunidad; de otro lado, el cártel quiere expandirse y necesita terreno para nuevas plantaciones de droga. Ante la inminente violación de su santuario, Lono decide intervenir.

Azzarello aplica en Hermano Lono la misma combinación de ingredientes que convirtió 100 balas en un éxito popular: personajes ambiguos, giros argumentales imprevistos y grandes dosis de violencia. El guionista de Antes de Watchmen: Rorschach hace gala de un instinto extraordinariamente certero sobre lo que se debe decir y lo que se debe callar en una historieta para mantener cautiva la atención del público. Ante todo, sus cómics son un ejercicio exhaustivo de suspense y de ritmo. Mediante astutas maniobras narrativas, mantiene en vilo al lector y lo lleva de la mano hasta un desenlace donde lo único previsible es su carácter explosivo. Como todo buen relato de suspense, Hermano Lono abunda en complots, duplicidades y traiciones. Los personajes ocultan celosamente su verdadera condición. Y, en consecuencia, nadie es lo que parece ser. Azzarello dispone astutamente la sucesión de enigmas y revelaciones a lo largo de la historia imprimiendo un ritmo crecientemente acelerado al argumento. A la hora de crear esa cadencia frenética, encuentra un aliado de excepción en la figura de Eduardo Risso.
Narrador prodigioso, Risso rubrica en Hermano Lono su dominio del claroscuro y su intuición para elegir el ángulo visual más atractivo en cada viñeta. Su estilo no es completamente original. En él pueden rastrearse las huellas de Alberto Breccia, José Muñoz, Frank Miller o Mike Mignola. Pero el argentino infunde a su estética una intensidad que es casi intolerable gracias a un soberbio pulso narrativo. Sus mejores secuencias son un modelo de tensión y de ritmo. ¡Y qué destreza en el desarrollo simultáneo de dos acciones! Al respecto, esta obra abunda en magistrales efectos melodramáticos y en vigorosas demostraciones de la técnica del contrapunto: unos personajes conversan mientras otros registran un cuarto a oscuras, apedrean a un perro en un callejón o descubren un feto conservado durante décadas en formol. Y todo con una atención exquisita al detalle que, sin embargo, no distrae la atención del lector con pormenores ajenos al asunto.
Entre 1999 y 2009, Brian Azzarello y Eduardo Risso renovaron el género policial con 100 balas. La obra narraba el enfrentamiento secreto de una poderosa organización conocida como “Trust” contra su propio brazo ejecutor, un escuadrón de élite compuesto por siete asesinos letales llamados “Milicianos” (entre los que figuraba Lono). El lector veterano habrá advertido las afinidades con Thriller, serie de culto escrita por Robert Loren Fleming y dibujada por Trevor Von Eeden allá por 1983. Allí se presentaba a un grupo de siete agentes casi infalibles —conocidos como “segundos”— envueltos en una guerra secreta contra el crimen y, aparentemente, empeñados en la construcción de un orden superior del mundo. Pero donde Loren Fleming y Von Eeden se limitaban a plantear interrogantes que dejaban perplejo al lector, Azzarello y Risso resolvían todos los enigmas en un desenlace de gran fuerza dramática. Hasta ahora, ignorábamos la suerte de los sobrevivientes. Gracias a Hermano Lono, descubrimos el destino de uno de ellos mediante una obra vigorosa y amena. Vistas las raíces estadounidenses, argentinas, hawaianas y asturianas de la obra, no cabía esperar nada menos.
Jorge García
Artículo originalmente publicado en las páginas de 100 balas: Hermano Lono.