Eccediciones
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Quien ríe el último...

A la hora de recordar sus años de formación literaria, Scott Snyder no duda en subrayar la importancia del consejo recibido por parte de una antigua profesora, que parece haber asumido como dogma de fe a la hora de crear sus propias ficciones: “Cada final debería ser inevitable y, al mismo tiempo, totalmente sorprendente”. Premisa harto difícil de cumplir, desde el preciso instante en que el título de la saga que concluye este mes alude claramente a Una muerte en la familia, obra de Jim Starlin y Jim Aparo. Dicha historia, serializada en Batman núms. 426-429 (1988-1989) ofreció a los lectores la posibilidad de decidir si Jason Todd –por aquel entonces, portador del manto de Robin– sobreviviría o no a un plan urdido por el Joker, habilitándose a tal efecto dos líneas telefónicas que contabilizaron los 10.614 votos emitidos por el fandom. Más allá del veredicto final, que supuso el fallecimiento del indómito Chico Maravilla, las implicaciones morales y dramáticas de la iniciativa fascinaron a un jovencísimo Snyder, que levantó hasta en dos ocasiones el teléfono del Parque Waterside, en la 23rd Street de la Gran Manzana: una para condenar al sidekick y la otra, arrepentido, para tratar de compensar su anterior voto.

Sin llegar a un nivel de interacción tan directo, La muerte de la familia nos ha hecho partícipes de un aterrador juego, consistente en especular sobre el alcance metafórico o literal de su título. Un estado de constante tensión también trasladado al Caballero Oscuro, temeroso de revivir el episodio más traumático de su cruzada contra el crimen. Tanto en sus novelas como en su creciente bibliografía como historietista, Snyder ha acreditado poseer un dominio especial del terror psicológico; pero en lo relativo a esta historia, ha reconocido que buena parte de sus esfuerzos se centraron en alcanzar el equilibrio entre capturar la esencia del icono e imprimir a sus textos la verosimilitud necesaria para que la historia resulte emocionalmente más intensa. A tal efecto, trató de reflejar en el guión sus propios miedos e inseguridades asociados a la paternidad: la constante preocupación por sus hijos y el estado de vigilia característico de quien es demasiado consciente de la vulnerabilidad de sus seres queridos; hasta el punto de que, en un lapso de desesperación o agotamiento, puede llegar a desear no cargar con semejante losa. Intuido por una mente enferma y depravada como la del Joker, ese silencioso anhelo podría entenderse como una petición de auxilio: “Te he oído. Sé que deseas en secreto que tus ‘hijos’ mueran para que no tengas que seguir preocupándote por su seguridad. Conseguiré que así sea...”, dice Snyder poniéndose en la piel del bufonesco personaje.

La muerte de la familia ha versado, en buena medida, sobre este tema. También sobre las máscaras, enfatizando que en opinión del antagonista, tanto él como el Mejor Detective del Mundo poseen una única identidad, independientemente de cualquier posible subterfugio. Y, por supuesto, esta historia también ha profundizado en la insondable relación compartida por el Príncipe Payaso del Crimen y el Hombre Murciélago. En el fondo, la aversión que el Joker siente por la bat-familia se debe a que la considera una prescindible distracción: actores secundarios e indeseados en la función que gustosamente convertiría en diálogo infinito con Batman. En ese sentido el guionista juguetea con una idea brillantemente explorada por Frank Miller en Batman: El Regreso del Caballero Oscuro: “El Joker realmente cree que ama a Batman, y que éste le corresponde”. ¿Por qué, si no, el Cruzado de la Capa renuncia una y otra vez a la posibilidad de matar a quien tanto dolor ha causado? ¿Por qué no se ha esmerado más en averiguar la verdadera identidad de su enemigo? ¿Por qué ocultó determinados episodios del pasado a sus más cercanos aliados? Esa retorcida visión del amor –“ese tipo de devoción espeluznante, esa codependencia en la que nada ni nadie más importa”– se refleja en sus esfuerzos por convertir en realidad las peores pesadillas de Batman, de modo que una vez afrontadas y superadas, salga fortalecido del envite (en ese sentido, el Joker toma el relevo de la propia Gotham City, que metafóricamente desempeñó ese rol en Detective Comics: Ciudad hambrienta y en la más reciente La noche de los búhos). Para ello, convierte el Hospital Psiquiátrico de Arkham en una macabra corte al servicio del Rey Murciélago; un vívido recordatorio de enfrentamientos pasados escenificado en un entorno de reminiscencias artúricas y shakespearianas, que una vez más demuestra la encantadora contradicción de este agente del caos: perpetrador de planes que en primera instancia semejan erráticos, para posteriormente alcanzar un grado de complejidad digno del más hábil y creativo estratega.

En última instancia, el desenlace de este arco argumental podría haber sido bien distinto... y mucho más sanguinario. Pero la gracia –es un decir– del chiste que el Joker se ha esmerado en contar reside precisamente en que su némesis sea consciente de lo que podría haber sucedido y no sucedió. Que crea estar a salvo de cualquier peligro, cuando las heridas infligidas más que físicas, son emocionales, y por tanto de difícil cicatrización: una erosión en la confianza de la bat-familia que, seguro, será retomada en futuras entregas de la colección. Vuelve a demostrarse, pues, que incluso desde la derrota el Joker logra cosechar pequeñas victorias, relacionadas con “su capacidad para desenterrar una semilla de verdad de sus enemigos, revelándoles algo triste o terrorífico acerca de si mismos”.

Scott Snyder y Greg Capullo poseen una habilidad similar, que les ha permitido partir de las más míticas historias del personaje –El pez sonriente, Arkham Asylum: Un lugar sensato en una tierra sensata, Una muerte en la familia, Batman: La broma asesina, Tierra de Nadie– para destilar la esencia del Joker a través de una aproximación aterradoramente audaz. Cinco intensos meses, durante los cuales han demostrado que sí es posible conjugar lo inevitable con lo totalmente sorprendente para, finalmente, recordarnos aquello de “Quien ríe el último, ríe mejor”.

David Fernández

Artículo incluido originalmente en las páginas de Batman núm. 16.