¿Quién quiere leer un cómic de fantasía?
Yo no.
Es cierto. No me gusta la fantasía.
A alguna gente no le gustan los superhéroes. A otra gente no le gusta la ciencia ficción. A otra gente no le gusta la palabra impresa a menos que la acompañe una imagen.
A mí no me gusta la fantasía.
No puedo explicar claramente el porqué. Es como intentar explicar por qué no te gusta cierto color. Sí, quizás sea el nombre —fantasía—, que me dice solo una cosa: no es real. Para mí, eso es un problema. Porque, más que nada, me gusta que mis historias contengan algo de realidad (incluso aquellas en las que la gente puede volar). Quiero creer. De hecho, las mejores historias son aquellas que nos creemos.
Y por eso adoro Promethea.
Verás, en el fondo, Promethea es técnicamente un cómic de fantasía. Pero lo mejor de él es que, como lo mejor de la obra de Moore, toma las reglas de “fantasía” y “felices para siempre”, les retuerce las orejas, les da una buena azotaina y, entonces, empieza de verdad, incluyendo tropos de superhéroes y de ciencia ficción, introduciendo las maravillas y la tontería simultánea de la música, haciendo preguntas difíciles sobre la naturaleza del universo, mezclando una buena porción del estudio de la magia, y ligándolo todo con bolsas sorpresa de realidad y esa bella reverencia desgarradora que se conoce como la pérdida de la inocencia.
Piensa en cómo empieza la historia: la pérdida de la inocencia de una chica que se convierte en una historia. Una historia viviente. Detengámonos ahí un momento. La complejidad de una historia viviente es una idea muy de Moore. Pero también es perfecta. Es por ello que todas las Prometheas que viven dentro de estas páginas son facetas de una misma personalidad y, de hecho, facetas de todos nosotros. Sus sueños, miedos y deseos son universales. De hecho, cuando releo Promethea casi una década después, esa es quizás la idea más relevante y preciosa que destaca: en la vida humana no hay exclusividad.
Pero si pudiera decir algo sobre Promethea, sería esto: es una de las mezclas más osadas de escritura y arte que experimentarás jamás. Y por eso, etiquetarla de fantasía es muy injusto. En el fondo, Promethea asume la búsqueda definitiva del secreto definitivo. A través de la historia, desde los masones a los alquimistas, pasando por el mismísimo Crowley, esa búsqueda siempre ha sido la misma: no es una búsqueda de Dios. Es la búsqueda del yo. La historia viviente definitiva, sin duda.
Suena a magia, ¿verdad? Lo es. Pero la magia es difícil. Sobre todo cuando intentas dibujarla. Por suerte, ahí está J.H. Williams.
Ahora, déjame ser muy sincero por un momento: creo que Jim puede hacer prácticamente cualquier cosa, desde la oscuridad de los smees a las maravillas de Egipto, o la mezcla de inocencia y fuerza de Sophie, o el toque nostálgico de los Cinco Tipos Estupendos, o esa versión de Nueva York como si toda la ciudad fuera imaginaria y viva, o los platillos volantes de la policía, o el aterrador Muñeco Pintado, y eso sin incluir el tener que dibujar lo metafísico, pintar el universo o abocetar el Apocalipsis (¡Él dibujó el Apocalipsis! ¡Ocurrió!).
Además, tómate un momento y levántate para aplaudir ese impresionante bucle infinito que puedes leer sin importar por donde empieces, si por el principio o por el final. Cuando lo vi por primera vez, hace tantos años, recuerdo que miré la página un buen rato, preguntándome (lleno de celos en mi corazón) cómo lo habían hecho Moore y Jim.
Y ahora, finalmente, aquí está todo recopilado.
Es cierto, Promethea no es fácil. Provoca y evoca, reta y cuestiona, pero en toda ella Alan Moore y J.H.Williams hacen su mejor magia: acercan la fantasía a la realidad y, al hacerlo, dan vida a su historia.
¿Y acaso no es esa la verdadera forma de ser felices para siempre?
Brad Meltzer
Artículo publicado en las páginas finales de Promethea Libro 01 (de 3) ¡Ya a la venta!
Yo no.
Es cierto. No me gusta la fantasía.
A alguna gente no le gustan los superhéroes. A otra gente no le gusta la ciencia ficción. A otra gente no le gusta la palabra impresa a menos que la acompañe una imagen.
A mí no me gusta la fantasía.
No puedo explicar claramente el porqué. Es como intentar explicar por qué no te gusta cierto color. Sí, quizás sea el nombre —fantasía—, que me dice solo una cosa: no es real. Para mí, eso es un problema. Porque, más que nada, me gusta que mis historias contengan algo de realidad (incluso aquellas en las que la gente puede volar). Quiero creer. De hecho, las mejores historias son aquellas que nos creemos.
Y por eso adoro Promethea.
Verás, en el fondo, Promethea es técnicamente un cómic de fantasía. Pero lo mejor de él es que, como lo mejor de la obra de Moore, toma las reglas de “fantasía” y “felices para siempre”, les retuerce las orejas, les da una buena azotaina y, entonces, empieza de verdad, incluyendo tropos de superhéroes y de ciencia ficción, introduciendo las maravillas y la tontería simultánea de la música, haciendo preguntas difíciles sobre la naturaleza del universo, mezclando una buena porción del estudio de la magia, y ligándolo todo con bolsas sorpresa de realidad y esa bella reverencia desgarradora que se conoce como la pérdida de la inocencia.
Piensa en cómo empieza la historia: la pérdida de la inocencia de una chica que se convierte en una historia. Una historia viviente. Detengámonos ahí un momento. La complejidad de una historia viviente es una idea muy de Moore. Pero también es perfecta. Es por ello que todas las Prometheas que viven dentro de estas páginas son facetas de una misma personalidad y, de hecho, facetas de todos nosotros. Sus sueños, miedos y deseos son universales. De hecho, cuando releo Promethea casi una década después, esa es quizás la idea más relevante y preciosa que destaca: en la vida humana no hay exclusividad.
Pero si pudiera decir algo sobre Promethea, sería esto: es una de las mezclas más osadas de escritura y arte que experimentarás jamás. Y por eso, etiquetarla de fantasía es muy injusto. En el fondo, Promethea asume la búsqueda definitiva del secreto definitivo. A través de la historia, desde los masones a los alquimistas, pasando por el mismísimo Crowley, esa búsqueda siempre ha sido la misma: no es una búsqueda de Dios. Es la búsqueda del yo. La historia viviente definitiva, sin duda.
Suena a magia, ¿verdad? Lo es. Pero la magia es difícil. Sobre todo cuando intentas dibujarla. Por suerte, ahí está J.H. Williams.
Ahora, déjame ser muy sincero por un momento: creo que Jim puede hacer prácticamente cualquier cosa, desde la oscuridad de los smees a las maravillas de Egipto, o la mezcla de inocencia y fuerza de Sophie, o el toque nostálgico de los Cinco Tipos Estupendos, o esa versión de Nueva York como si toda la ciudad fuera imaginaria y viva, o los platillos volantes de la policía, o el aterrador Muñeco Pintado, y eso sin incluir el tener que dibujar lo metafísico, pintar el universo o abocetar el Apocalipsis (¡Él dibujó el Apocalipsis! ¡Ocurrió!).
Además, tómate un momento y levántate para aplaudir ese impresionante bucle infinito que puedes leer sin importar por donde empieces, si por el principio o por el final. Cuando lo vi por primera vez, hace tantos años, recuerdo que miré la página un buen rato, preguntándome (lleno de celos en mi corazón) cómo lo habían hecho Moore y Jim.
Y ahora, finalmente, aquí está todo recopilado.
Es cierto, Promethea no es fácil. Provoca y evoca, reta y cuestiona, pero en toda ella Alan Moore y J.H.Williams hacen su mejor magia: acercan la fantasía a la realidad y, al hacerlo, dan vida a su historia.
¿Y acaso no es esa la verdadera forma de ser felices para siempre?
Brad Meltzer
Artículo publicado en las páginas finales de Promethea Libro 01 (de 3) ¡Ya a la venta!