Len Wein es, junto con el coloritas John Higgins, el único autor implicado en el proyecto Antes de Watchmen que vivió en primera persona la gestación y publicación de la obra original en 1986. Editor responsable de Watchmen, lanzada en su momento como una serie limitada de 12 números, a Wein le tocó mantener varias disputas con el genial (y temperamental) Alan Moore, algunas de las cuales han trascendido por boca de sus propios protagonistas.
Es ya bien conocido que el guion inicialmente escrito por Moore utilizaba a varios de los personajes de la desaparecida editorial Charlton, cuyos derechos habían sido adquiridos por DC Comics tras arduas negociaciones. Al comprobar que la historia planteada por el autor de Northampton terminaba con la muerte de varios de estos personajes, Wein y el por aquel entonces editor jefe de DC, Dick Giordano, invitaron a Moore a crear sus propios personajes para la historia, dando lugar a los icónicos protagonistas de Watchmen.
No fue esa la única fricción entre guionista y editor: Len Wein, al recibir el borrador de la historia, reparó en que el desenlace de la misma tenía bastantes similitudes con un episodio de la serie de televisión The Outer Limits (Más allá del límite) titulado Los arquitectos del miedo. Según cuenta el propio Wein, esto provocó una fuerte discusión entre ambos a la que el guionista puso fin alegando: “Puede que ese final haya sido utilizado antes, pero no ha sido utilizado por mí”, en una suerte de paráfrasis de la famosa cita de Pablo Picasso “los malos artistas copian, los grandes roban”. Esto ha llevado al veterano editor a decir en alguna ocasión que, para él, “el final de Watchmen estropea el resto de sus magníficas cualidades”. Unas palabras que vienen a reflejar que la relación entre Alan Moore y el creador, entre otros, de la Cosa del Pantano y Lobezno no terminaron precisamente bien tras aquella primera colaboración.
Todo esto no ha sido óbice, sin embargo, para que Len Wein esté haciendo una aproximación absolutamente respetuosa a la figura de Ozymandias, manteniéndose fiel a los rasgos del personaje que tan bien definió Alan Moore. Así, en este segundo capítulo, el relato continúa dominado por la propia voz del protagonista,que nos dicta su biografía en primera persona, usando para ello ese lenguaje sosegado y solemne que ya empleaba durante sus alocuciones en Watchmen.
En esta ocasión, Adrian Veidt se centra en detallar sus primeros días como aventurero enmascarado tras adoptar el álter ego de Ozymandias para vengar la muerte de su amada Miranda, fallecida por sobredosis tras acudir a uno de los clubes nocturnos de Moloch, uno de los archienemigos de los Minutemen. Empleando sus ilimitados recursos, Adrian localiza al narcotraficante que provee a Moloch y desarticula en solitario la red de contrabando. Se trata de la primera vez que el mundo tiene noticias de Ozymandias, en una aventura que Len Wein no se saca de la manga, sino que ya se mencionaba en Watchmen, concretamente en las páginas correspondientes a la autobiografía de Hollis Mason, donde el Búho Nocturno original recordaba cómo “en los últimos meses de 1958, los periódicos hablaban de un importante contrabandista de opio y heroína capturado por un joven aventurero llamado Ozymandias”.
Este es un ejemplo más del esfuerzo de Wein por ceñirse tanto como le sea posible al material original, sustentando casi todos los aspectos de su guion en elementos aparecidos o referenciados en el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons. Esta decisión del autor también resulta evidente en la segunda mitad del presente número, donde Adrian Veidt, movido por la curiosidad de saber qué les sucedió a los vigilantes que formaron parte de los Minutemen, inicia una investigación para esclarecer la desaparición de Justicia Encapuchada, el primer héroe enmascarado de América, cuya muerte es uno de los misterios sin resolver de la obra original.
A este respecto, debemos acudir una vez más a las páginas de Bajo la capucha incluidas al final del tercer capítulo de Watchmen. En ellas, Hollis Mason describe cómo Justicia Encapuchada, tras ser el único vigilante que se negó a revelar su identidad a la comisión que aplicaba la Ley Keene, desapareció por completo del mapa. La historia hubiera quedado ahí, si no fuera porque un año después Mason supo a través de la prensa que se había hallado el cadáver de un forzudo de circo llamado Rolf Müller en el puerto de Boston. A aquel hombre, originario de la Alemania comunista, lo habían asesinado de un tiro en la cabeza, y lo que llamó la atención de Mason fue que su complexión física encajaba perfectamente con la de Justicia Encapuchada, al igual que la fecha de su muerte coincidía con la de la desaparición del veterano vigilante. En otro extracto de su autobiografía, el que fuera el primer Búho Nocturno también mencionaba que por aquella época el Comediante trabajaba para la administración McCarthy en plena caza de brujas comunista, por lo que Eddie Blake quedó exento de los interrogatorios de la Ley Keane.
Alan Moore desliza estos elementos de forma casual a lo largo de los 12 números que componen Watchmen, pero puestos todos juntos dan a entender cuál pudo ser el fatídico destino del primer vigilante conocido, sobre todo si tenemos en cuenta las palabras que el Comediante dedicó a Justicia Encapuchada después de que este le propiciara una paliza al sorprenderlo violando a Sally “Júpiter”: “Uno de estos días, la broma te la haré yo”, le amenazó Blake. ¿Es posible que el Comediante cumpliera su amenaza tantos años después? Eso quizá explicaría su aparición al final de este capítulo, entrometiéndose en la investigación de Ozymandias. Sea como sea, se debe subrayar el buen juicio de Len Wein a la hora de recuperar elementos de la obra clásica, bien para desarrollarlos más en profundidad o para enfocarlos desde un nuevo ángulo, logrando un perfecto equilibrio entre la fidelidad al material original y la necesidad de ofrecer al lector una nueva historia.
David B. Gil
Es ya bien conocido que el guion inicialmente escrito por Moore utilizaba a varios de los personajes de la desaparecida editorial Charlton, cuyos derechos habían sido adquiridos por DC Comics tras arduas negociaciones. Al comprobar que la historia planteada por el autor de Northampton terminaba con la muerte de varios de estos personajes, Wein y el por aquel entonces editor jefe de DC, Dick Giordano, invitaron a Moore a crear sus propios personajes para la historia, dando lugar a los icónicos protagonistas de Watchmen.
No fue esa la única fricción entre guionista y editor: Len Wein, al recibir el borrador de la historia, reparó en que el desenlace de la misma tenía bastantes similitudes con un episodio de la serie de televisión The Outer Limits (Más allá del límite) titulado Los arquitectos del miedo. Según cuenta el propio Wein, esto provocó una fuerte discusión entre ambos a la que el guionista puso fin alegando: “Puede que ese final haya sido utilizado antes, pero no ha sido utilizado por mí”, en una suerte de paráfrasis de la famosa cita de Pablo Picasso “los malos artistas copian, los grandes roban”. Esto ha llevado al veterano editor a decir en alguna ocasión que, para él, “el final de Watchmen estropea el resto de sus magníficas cualidades”. Unas palabras que vienen a reflejar que la relación entre Alan Moore y el creador, entre otros, de la Cosa del Pantano y Lobezno no terminaron precisamente bien tras aquella primera colaboración.
Todo esto no ha sido óbice, sin embargo, para que Len Wein esté haciendo una aproximación absolutamente respetuosa a la figura de Ozymandias, manteniéndose fiel a los rasgos del personaje que tan bien definió Alan Moore. Así, en este segundo capítulo, el relato continúa dominado por la propia voz del protagonista,que nos dicta su biografía en primera persona, usando para ello ese lenguaje sosegado y solemne que ya empleaba durante sus alocuciones en Watchmen.
En esta ocasión, Adrian Veidt se centra en detallar sus primeros días como aventurero enmascarado tras adoptar el álter ego de Ozymandias para vengar la muerte de su amada Miranda, fallecida por sobredosis tras acudir a uno de los clubes nocturnos de Moloch, uno de los archienemigos de los Minutemen. Empleando sus ilimitados recursos, Adrian localiza al narcotraficante que provee a Moloch y desarticula en solitario la red de contrabando. Se trata de la primera vez que el mundo tiene noticias de Ozymandias, en una aventura que Len Wein no se saca de la manga, sino que ya se mencionaba en Watchmen, concretamente en las páginas correspondientes a la autobiografía de Hollis Mason, donde el Búho Nocturno original recordaba cómo “en los últimos meses de 1958, los periódicos hablaban de un importante contrabandista de opio y heroína capturado por un joven aventurero llamado Ozymandias”.
Este es un ejemplo más del esfuerzo de Wein por ceñirse tanto como le sea posible al material original, sustentando casi todos los aspectos de su guion en elementos aparecidos o referenciados en el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons. Esta decisión del autor también resulta evidente en la segunda mitad del presente número, donde Adrian Veidt, movido por la curiosidad de saber qué les sucedió a los vigilantes que formaron parte de los Minutemen, inicia una investigación para esclarecer la desaparición de Justicia Encapuchada, el primer héroe enmascarado de América, cuya muerte es uno de los misterios sin resolver de la obra original.
A este respecto, debemos acudir una vez más a las páginas de Bajo la capucha incluidas al final del tercer capítulo de Watchmen. En ellas, Hollis Mason describe cómo Justicia Encapuchada, tras ser el único vigilante que se negó a revelar su identidad a la comisión que aplicaba la Ley Keene, desapareció por completo del mapa. La historia hubiera quedado ahí, si no fuera porque un año después Mason supo a través de la prensa que se había hallado el cadáver de un forzudo de circo llamado Rolf Müller en el puerto de Boston. A aquel hombre, originario de la Alemania comunista, lo habían asesinado de un tiro en la cabeza, y lo que llamó la atención de Mason fue que su complexión física encajaba perfectamente con la de Justicia Encapuchada, al igual que la fecha de su muerte coincidía con la de la desaparición del veterano vigilante. En otro extracto de su autobiografía, el que fuera el primer Búho Nocturno también mencionaba que por aquella época el Comediante trabajaba para la administración McCarthy en plena caza de brujas comunista, por lo que Eddie Blake quedó exento de los interrogatorios de la Ley Keane.
Alan Moore desliza estos elementos de forma casual a lo largo de los 12 números que componen Watchmen, pero puestos todos juntos dan a entender cuál pudo ser el fatídico destino del primer vigilante conocido, sobre todo si tenemos en cuenta las palabras que el Comediante dedicó a Justicia Encapuchada después de que este le propiciara una paliza al sorprenderlo violando a Sally “Júpiter”: “Uno de estos días, la broma te la haré yo”, le amenazó Blake. ¿Es posible que el Comediante cumpliera su amenaza tantos años después? Eso quizá explicaría su aparición al final de este capítulo, entrometiéndose en la investigación de Ozymandias. Sea como sea, se debe subrayar el buen juicio de Len Wein a la hora de recuperar elementos de la obra clásica, bien para desarrollarlos más en profundidad o para enfocarlos desde un nuevo ángulo, logrando un perfecto equilibrio entre la fidelidad al material original y la necesidad de ofrecer al lector una nueva historia.
David B. Gil