Eccediciones

Orígenes secretos

A veces, simplemente lo sabes. Tienes una idea y encaja. Sabes que va a funcionar. A veces no, por supuesto. A veces, la idea se te acerca lenta y sigilosamente...

Esto es lo que no conté al presentar el proyecto de esta serie: Corría el año 1985. Llevaba ya casi tres años trabajando de forma esporádica como guionista profesional de cómics –de forma demasiado esporádica para mi gusto, pero esa es otra historia–. DC estaba en mitad de Crisis en Tierras Infinitas, un evento que transformaría toda su historia de forma grandiosa, como jamás había ocurrido y como jamás volvería a pasar. Y en medio de todo aquello, se publicó un sencillo comic-book, DC Comics Presents núm. 87, con guion de Elliot S. Maggin y dibujo de Curt Swan, editado por el legendario Julius Schwartz. Este cómic está dedicado a ellos, y por un buen motivo.

Quizá para ellos solo fuera un encargo más, otra forma de alimentar las hambrientas fauces de una publicación mensual. Nunca he hablado del tema con ninguno de ellos, y Curt y Julie ya no están entre nosotros para que se lo pregunte, pero así es como yo lo veo: una idea brillante cuya función era rellenar las páginas del ejemplar de aquel mes, una oportunidad surgida por aquel suceso, la Crisis, de hacer algo que resultara novedoso e impactante para los lectores. Algo donde dar lo mejor de ti mismo, por supuesto, como siempre nos exige este trabajo, pero no un momento cumbre en tu carrera o algo similar. Tan solo otra entrega mensual, otra idea brillante en un medio que exige un flujo constante de estas.

Para mí, no obstante, fue algo muy diferente.

Era la historia de Superboy y de Tierra Prima. El joven Clark Kent de una de las tierras alternativas del Universo DC: la Tierra del “mundo real”, sin superhéroes ni alienígenas ni monstruos (con un par de excepciones menores). En este mundo, los héroes del Universo DC no eran más que personajes de cómic.

Y el joven Clark, nacido en Maine o Nueva Hampshire –confieso que he olvidado los detalles, pues no he leído la aventura en varios años y no logro encontrar el ejemplar que compré tiempo atrás– había pasado toda su vida soportando las pullas de sus compañeros de clase por tener el mismo nombre que el famoso superhéroe. Y lo que era peor: se parecía al Clark de los cómics. Yo sabía lo que era pasar por todo eso, no solo porque todos somos conscientes de la crueldad implícita en la naturaleza infantil, sino porque mis hermanas y yo tuvimos un cuidador llamado Kent Clarke cuando yo era pequeño, y vimos lo que en ocasiones tenía que soportar.

Pero entonces el joven Clark descubría que también tenía los poderes de Superman, y la sensación de libertad que aquello le procuraba era algo maravilloso. Y eso era lo que más interesante me parecía de todo. Hay una ironía deliciosa en el hecho de que te machaquen por algo que todo el mundo sabe que no es cierto, pero que al final resulta que sí lo es: tu mundo interior, ese secreto mágico que te pertenece y el mundo desconoce. Y aquello encajaba a la perfección con la esencia básica del personaje de Superman, ese exterior de marginado social que oculta una poderosa identidad secreta. Me sentí enganchado al personaje en el acto, y vi grandes posibilidades en él, una fabulosa tensión entre las expectativas exteriores y su secreto interior, un contexto diferente a cualquier otra serie de Superman, porque en el mundo de este Clark, Superman no es más que una marca registrada, un icono de la cultura pop. Las burlas son, por tanto, aún peores y más específicas. Mira, se mofa el mundo a tu alrededor... Mira aquello que no eres, lo que jamás serás. ¿No es gracioso lo lejos que estás de ese ideal? Pero la verdad es que el ideal eres tú. Y solo tú lo sabes.

Yo quería leer una serie mensual sobre aquel chaval. Qué diablos, quería escribirla.

Y entonces, como ya sabía que iba a ocurrir, nuestro joven héroe tenía una aventura junto a Superman (pues tal era el concepto de DC Comics Presents: historias de Superman formando equipo con otro héroe) y se dirigía hacia el final de la Gran Crisis, a la que sobrevive para verse perdido en un Valhalla brumoso, aunque su mundo terminase aniquilado, destruido, para dejar paso a un Universo DC teóricamente más sencillo.

Y supe que aquello era algo a lo que Clark estaba destinado, pues no lo hubieran creado sin saber de antemano que sería su única aparición, pero aun así, me sentí decepcionado. No importaba que él sobreviviese, pues era su mundo lo que lo convertía en algo especial, un mundo que consideraba a Superman un héroe de cómic, sin saber que este chico que sufría el acoso de los demás era el producto genuino. Aquello era lo mejor, lo que quería ver explorado o, aún mejor, lo que quería explorar por mí mismo.

Por otro lado, no tenía sentido alguno proponer la idea a alguien de DC: “Eh, quiero hacer una serie sobre un personaje de una sola historia que vivía en una Tierra que os acabáis de cargar. ¡Devolvedle la vida para mí solo!”. Me habría mirado como si estuviera totalmente zumbado. Los personajes de un solo número que no hubieran alcanzado un éxito increíble no lograban tener su propia serie, y menos aún si tenías que desguazar en el camino el mayor éxito de ventas que la editorial había tenido en años.

Pero no olvidé aquella idea. En ocasiones me descubría pensando en aquel chaval, en esa pequeña gran idea que no llegó a buen cauce, y sentía deseos de hacer algo con ella. Pero estaba claro que eso no iba a ocurrir. Y es que los personajes de un solo número que salió hace años tampoco consiguen su propia serie.

Saltamos ahora a unos 15 años después. Para entonces, he alcanzado cierto grado de reputación gracias a series como Marvels o Astro City, y tengo fama de ser alguien capaz de darle un enfoque diferente a los superhéroes, de lograr mostrar su humanidad además de, o en ciertas ocasiones en vez de, sus apoteósicas aventuras. Y DC, en la etapa posterior a Crisis en Tierras Infinitas, había pasado por toda una serie de cambios en su continuidad. Por el camino, habíamos visto al Superboy clásico borrado de la historia, a un Superboy de un “universo de bolsillo” de breve existencia, un cómic basado en una versión televisiva de Superboy, más un nuevo Superboy con una historia diferente y poderes aún más diferentes.

Pero incluso así, no iban a dejarme hacer una serie sobre un personaje casi olvidado de un solo número, inmerso en un escenario destruido mucho tiempo atrás, por mucho que me pudiera gustar. Así que seguí dejando la idea a un lado, pues sabía que jamás la llevaría a cabo.

Sin embargo, a menudo me sorprendía pensando y hablando acerca de la naturaleza de las aventuras superheroicas, como parte de los diferentes enfoques que le estaba dando al género en Astro City. Una cosa que constaté muy a menudo fue que la gente ve el género superheroico como algo inherentemente adolescente, algo que trata acerca de los deseos de poder de los jóvenes, que querrían lograr todo aquello que no está a su alcance como los niños sin poderes y marginados que son. Y donde esto resultaba más evidente era en Superman. Clark Kent era el tímido adolescente (o su representación) al que se considera apocado y cobarde, alguien poco atractivo para Lois Lane, su interés romántico, e incapaz de ganarse el respeto de sus semejantes. Pero con la misma facilidad con que un adolescente cambia la voz, se podría transformar en un superadulto, Superman, alguien poderoso y respetado, objeto de los sueños románticos de Lois, capaz de, literalmente, mover montañas y famoso en todo el planeta. Era la transformación de adolescente a hombre, pero a gran escala.

Pero aunque la mayoría de la gente que señalaba esto lo hacía como ejemplo de las limitaciones del género, yo argumentaba que en realidad era un indicativo de su potencial. Era un tema realmente humano, algo con lo que las grandes audiencias se podrían identificar emocionalmente con facilidad si se utilizaba como metáfora, como una angustiosa historia mítica. Y si los superhéroes podían reflejar eso, ¿no podrían reflejar también otras cosas? ¿Qué pasa con la adolescencia femenina? ¿Y con la madurez? ¿Y la vejez? Si el Capitán América puede ser un avatar de América en tiempos de guerra, ¿no podría otro superhéroe reflejar otras ideas igualmente abstractas? ¿Las naciones africanas en desarrollo? ¿El declive del comunismo? ¿El movimiento punk, el jazz, cualquier otra cosa? Me parecía que las posibilidades eran infinitas. Sin duda me ayudó, al menos en parte, saber que se podía hacer porque ya se había hecho antes, especialmente en Superfolks, una maravillosa novela satírica de Robert Mayer que replanteaba a Superman como un superhéroe que se enfrentaba al largo declive de la madurez y la jubilación. Superfolks demostró, al menos a mí, que el potencial del género de superhéroes podía ir mucho más allá de lo que la gente pensaba.

Y en un momento determinado, al contar historias de superhéroes que se centraban en diferentes ideas, en diferentes conflictos emocionales, el maldito Superboy de Tierra Prima volvió a arrastrarse subrepticiamente por mi mente...

El concepto era muy sencillo. En lugar de ver al adolescente en Superman y pasar a otros personajes para ver otras cosas, ¿por qué no quedarnos en el gran muchachote azul? Si podía personificar la adolescencia, ¿por qué no la edad adulta? ¿O la paternidad? ¿O la vejez? ¿Por qué no? Y si esa idea principal, esa sensación de “puede que parezca un muchacho, pero hay un hombre en mi interior” que define el torpe autodescubrimiento de la adolescencia funciona, ¿por qué no lo demás? En todas las etapas de la vida hay una diferencia entre cómo nos ve el mundo y quién creemos que somos, el concepto que tenemos de nuestro yo secreto y más íntimo. ¿Por qué no observar otras etapas vitales a través de esa idea?

¿Acaso no sería una forma fascinante de presentar al personaje al que llevaba dando vueltas todos esos años?

Así, cuando el editor Joey Cavalieri me preguntó si tenía alguna idea para realizar un proyecto especial de Superman, ahí estaba aquello, a la espera. El proyecto que sabía que jamás podría realizar.

Y le gustó.

Ahora bien, no mencioné DC Comics Presents núm. 87. No hasta un tiempo después. No quería que la gente pensara que aquello era un oscuro revival de un personaje fuera de continuidad al que casi nadie recordaba. Así que hablé de proyecciones arquetípicas, del poder de la metáfora y seguramente de Transiciones: La crisis de la edad adulta, el libro de Gail Sheehy, para sugerir una historia que usa la iconografía familiar de Superman para observar la vida misma y explorar los conflictos a los que todos nos enfrentamos, no solo de adolescentes, sino también como jóvenes adultos, compañeros románticos, padres y demás etapas. Una historia que usa el concepto de la identidad secreta como metáfora de nuestro yo interior, de esa parte de nosotros que el mundo no llega a ver, que a lo largo de toda una vida solo compartimos con unos pocos.

“Claro”, dijo. “Hazme una propuesta sobre eso.”

Ahora debería contar algo sobre Stuart Immonen, cuyo trabajo gráfico para este proyecto no solo es magnífico, sino totalmente perfecto tanto para la historia como para los personajes. Había trabajado antes con Stuart en un par de proyectos, y siempre me había impresionado no solo por su total versatilidad, pues es capaz de dibujar cualquier cosa y lograr que quede bien, sino también por su facilidad para captar el interés por el drama humano. Stuart es un magnífico narrador y un dibujante muy hábil, pero sobre todo es el ejemplo perfecto de que para conseguir que la lectura fantástica en los cómics adquiera credibilidad y una auténtica sensación de asombro, antes necesitas creer en la gente normal. Si te puedes creer al tipo que está parado en la acera, también te resultará creíble ver a otro tipo volando por encima. Y Stuart puede hacer que ese tipo de la acera resulte creíble como nadie en este negocio. No recuerdo a quién le presenté antes la historia que terminaría por convertirse en Superman: Identidad secreta, si a Joey o a Stuart. Recuerdo que a Stuart le comenté la posibilidad de hacer algo más abierto que los argumentos sobrecargados que le había ofrecido en otras ocasiones. La posibilidad de contrastar las escenas dramáticas y humanas con panorámicas de vuelos bajo la luz de la luna, de tranquilos picos montañosos, del asombroso deleite de los superpoderes en sí en vez de disfrutar de la violencia. Al cabo de un rato se empezó a impacientar... Vale, perfecto, le parecía estupendo. Ya podía dejar de intentar vendérselo.

Stuart también le pareció perfecto a Joey.

Entregamos la propuesta, escribí y revisé el argumento, y por último recibimos la aprobación para el proyecto, que tardó más de lo que uno creería. Y entonces nos pusimos manos a la obra.

Ese era el momento en que podía dejar que la gente supiese la otra razón por la que quería realizar este proyecto: el deseo del joven fan de escribir sobre ese personaje tan guay que había visualizado de forma tan breve, tanto tiempo atrás. Ya no había marcha atrás: la historia les gustaba, así como su punto de vista, por lo que ya habíamos pasado esa fase donde hubiera sido un problema lo de “¿Que quieres traer de regreso a quién...?”. Irónicamente, ese fue también el momento en que el proyecto dejó de ser sobre el Superboy de Tierra Prima.

Lo que me habría gustado de escribir el Superboy de Tierra Prima era todo lo que le habría rodeado, el análisis detallado de su contexto. En mi cabeza había una serie de aventuras en las que podría verse cómo las relaciones se iban desarrollando lentamente, con un reparto de secundarios que iría creciendo según pasara el tiempo, así como, seguramente, su galería de villanos y la forma de gestionar el día a día de su secreto. ¿Cómo afectaría este a su primera cita, cuando trata de mostrarse seguro y confiado, pero oye una alarma de incendio en el pueblo vecino que le hace dar plantón a su pareja? ¿Cómo sería volar hasta la Patagonia durante la hora de estudio, pero suspender el examen del carné de conducir? ¿Cómo responde a las crecientes sospechas de sus padres, o de un amigo del colegio, o cómo les cuenta la verdad?

Habría subargumentos, intrigas y aventuras a porrillo, y seguramente mucha acción superheroica.

Pero ya no.

Porque hay una diferencia entre una serie y una historia, y lo que hemos desarrollado en Identidad secreta son cuatro historias, todas ambientadas en distintos períodos temporales de la vida de nuestro Clark. En una serie, puede vagar, explorar callejones, contemplar la misma situación desde distintos ángulos, realizar un desarrollo pausado. En eso consiste una serie de televisión, después de todo: explorar una situación concreta una y otra vez, sumergiéndote cada vez más en los personajes, hasta que agotas todo lo que das de sí con ellos o el público se cansa y se va. Una historia única, sin embargo, es más similar a un largometraje: tienes una estructura, un arco argumental, una idea, por lo que has de lograr que todos los hechos tengan su importancia, has de declarar tus intenciones y dejar bien claro lo que pretendes. Nada de darle vueltas, de desarrollo pausado, alargado en el tiempo. Porque no tienes ni tiempo ni espacio.

Además, como en este mundo los poderes de Clark eran un secreto, no podría librar grandes batallas con supervillanos.

No, en vez de darle vueltas al argumento exprimiendo cada oportunidad que se le presentase a un Clark adolescente, teníamos que desarrollar la idea de la adolescencia, de averiguar quién eres en realidad mientras tu yo adulto va emergiendo, haciéndote saber quién puedes llegar a ser. Y luego teníamos que pasar a la siguiente idea, a la próxima etapa.

Espero que con eso lográsemos una historia mejor o, al menos, no tan convencional, y no me arrepiento de haber adoptado ese enfoque. Soy consciente de que tomamos muestro propio rumbo, partiendo del mismo punto que Elliot, Curt y Julie, pero perdiéndonos en el horizonte casi instantáneamente, saltando de una estructura dramática a otra de 10 en 10 años para analizar qué temas vitales necesitaría encarar Clark en esa nueva etapa.

Stuart decidió que quería enfocar el apartado gráfico de manera diferente, ya que, en vez de dibujar a lápiz de forma tradicional para después entregarle las páginas a un entintador y a un colorista que las terminasen, quiso mantener el control del dibujo hasta el final. Así, realizó un dibujo muy completo de cada página, para luego escanearlo y darle color digitalmente, usando una paleta inspirada en el dibujo publicitario de la década de los cincuenta del pasado siglo. El resultado fue asombroso, extraordinario y
muy rico en escenarios y ambientes, lo que potenciaba la emoción que transmitían los personajes y la magnificencia de lo fantástico. Fijaos en la doble página del primer vuelo de Clark y decidme si no tengo razón. Para cuando finalizamos el primer número, tuve claro que esta era en verdad la obra de Stuart y que mi trabajo como escritor era intentar que los guiones estuviesen a la altura de aquel dibujo tan magnífico.

El resultado final, en parte, fue una sorpresa, a juzgar por las críticas y los comentarios de los lectores. Nadie sabía qué esperar realmente de un proyecto que partía de una premisa tan absurda (oye, ¿no hicieron algo parecido hace años en DC Comics Presents?), pero los que se acercaron a la obra quedaron fascinados, y recibimos algunas de las mejores críticas de toda mi carrera.

Sí, es cierto que no fue la serie que yo imaginé allá por 1985, pero estoy igualmente agradecido a Elliot, Curt y Julie por su trabajo en aquella aventura, sin la cual probablemente esta historia no habría llegado a existir. Y me siento orgulloso de haber participado en ella junto a Stuart, Joey, que supervisó el proceso de producción con amor y paciencia, y también Todd Klein y Amie Brockway-Metcalf, que hicieron un elegante trabajo con la rotulación original y el diseño de producción, respectivamente.
Fue una de esas ideas que te asaltan cuando no te lo esperas y que terminan siendo algo muy diferente a lo que imaginaste la primera vez. Pero en ocasiones esas ideas son las mejores, y te hacen darte cuenta de cosas que no creías conocer. Creo que esta fue de esa clase, y espero fervientemente que estéis de acuerdo cuando leáis este volumen.

Y a propósito, si a alguno le gustaría una serie mensual sobre el Superboy de Tierra Prima...

Kurt Busiek
Agosto de 2004