Durante 74 años y 881 entregas, Detective Comics ha sobrevivido a todo tipo de reboots, macroeventos y cambios de equipo creativo, sin necesidad de pagar como peaje una renumeración que se antojaba inevitable para una colección cuya primera entrega data de 1937. Quizás como muestra de respeto hacia su longevidad y a la tradición que ha alimentado durante décadas de publicación ininterrumpida, o tal vez debido al papel decisivo que jugó en el crecimiento de la editorial a la que dio nombre. Pero ante una obra de ingeniería editorial como la que ha derivado en la gestación del llamado Nuevo Universo DC, no cabían excepciones ni medias tintas, de forma que tan solo se podía garantizar un relanzamiento totalmente homogéneo a través de la renumeración de todas las colecciones, Detective Comics incluida. Así, el primer volumen de esta cabecera llega a su fin a través del arco argumental recopilado en el presente tomo, allanando el camino hacia uno de los movimientos más ambiciosos y sorprendentes de la industria de cómic americano (cuyos albores se podrán apreciar a partir del mes de enero, en la edición española de la miniserie Flashpoint). Un cambio de tercio que propicia el contexto idóneo para hacer un pequeño repaso a la historia de esta publicación y a sus etapas más memorables, protagonizadas por el Hombre Murciélago.
Todo comenzó en 1937, cuando los responsables de National Allied Publications dieron luz verde a la tercera colección publicada bajo su amparo. Precedida por New Fun: The Big Comic Magazine y New Comics, la cabecera Detective Comics –cuyas iniciales no tardarían en dar nuevo nombre a la editorial– hizo honor a su título, postulándose como una antología de historias de misterio vinculadas al pulp y la tradición del género negro. Pero todo cambió a raíz del éxito cosechado por las aventuras de Superman, que, publicadas en las páginas de la nueva Action Comics, proporcionaron las pistas necesarias para que Bob Kane y Bill Finger desarrollaran un nuevo personaje: The Bat- Man, cuya primera aparición se produjo en Detective Comics núm. 27 (mayo de 1939). Ni que decir tiene que el Hombre Murciélago cautivó a los lectores, convirtiéndose en estrella indiscutible de la colección y protagonista de la Edad de Oro del cómic americano. Una época durante la cual Kane, Finger y una serie de ilustres colaboradores –Jerry Robinson, Sheldon Moldoff, George Roussos– aprovecharon la cálida recepción deparada a su criatura para enriquecer de forma frenética su creciente mitología: así se produjeron las primeras apariciones de Hugo Strange, Clayface, Gotham City, el Pingüino y Dos Caras (núms. 36, 40, 48, 58 y 66, respectivamente) o el estreno de la batseñal (núm. 60). Pero por encima de todas, brillaron con luz propia dos historias: The Batman Wars Against the Dirigible of Doom (Detective Comics núm. 33, 1939), en la que se narró por primera vez el trágico origen de nuestro protagonista; y Robin The Boy Wonder (Detective Comics núm. 38, 1940), donde se produjo la irrupción del Chico Maravilla. Tan solo algunos de los ejemplos que revelan lo prolíficos y decisivos que esultaron estos primeros años, en cuanto a la definición de personajes secundarios y detalles hoy indisolublemente asociados a este universo ficcional.
Con el paso del tiempo, el abanico de colaboradores de Detective Comics se amplió, adquiriendo especial relevancia la figura del dibujante Dick Sprang. Acompañado de Charles Paris a las tintas –y sustituido de forma ocasional por Lew Sayre Schwartz o Win Mortimer–, Sprang se encargó de ilustrar buena parte de los guiones ideados por Finger, como el que sirvió para presentar en sociedad a otro ilustre enemigo de Batman: el Acertijo (Detective Comics núm. 140). Aupados al éxito de un género superheroico totalmente consolidado, y potenciada la popularidad del Hombre Murciélago gracias a la continuidad de los cómics y a su presencia en prensa y seriales fílmicos, la colección abrazó la década de los cincuenta con otra historia mítica, ideada por Finger, Schwartz y Mortimer: The Man Behind the Red Hood (Detective Comics núm. 169, 1951), en la que se detalló el origen del Joker; un relato que décadas más tarde sería tomado por Alan Moore y Brian Bolland como punto de partida de otro clásico, Batman: La broma asesina.
A la hora de valorar en su justa medida las historias publicadas en la cabecera durante la década de los cincuenta, se antoja imprescindible hacer referencia a las descabelladas teorías esgrimidas por el psiquiatra Frederic Wertham, quien en el libro La seducción del inocente (1954) señaló la lectura de cómics como factor desencadenante de tendencias criminales. Un mensaje alarmista que caló entre la sociedad, obligando a DC Comics –y al resto de editoriales– a conferir un tono inocente, desenfadado e infantil a sus publicaciones. Detective Comics no fue una excepción, de forma que durante esta época los esfuerzos de los editores por adaptarse al nuevo statu quo impuesto por los censores se tradujo en historias como The Bat-Woman (núm. 233, 1956), que presentaba a Kathy Kane como versión femenina e interés romántico apenas disimulado del Caballero Oscuro; y Batman Meets Bat-Mite (núm. 267, 1959), en el que, tal y como anuncia el título, el Mejor Detective del Mundo conoce al pintoresco y diminuto alienígena procedente de la Quinta Dimensión. Así nació la batfamilia, a imagen y semejanza del elenco de secundarios del Hombre de Acero; y por si ello no fuera suficiente para amenazar la encia del personaje, el contexto político, social y cultural –con la carrera espacial entre EE.UU. y la URSS como tema estrella– propició un progresivo acercamiento de Detective Comics a la ciencia ficción más desatada, delirante y surrealista, a través de un buen montón de historias mayoritariamente dibujadas por Sheldon Moldoff, que recientemente sirvieron de inspiración a la brillante etapa del escocés Grant Morrison como guionista de Batman.
Con la década de los sesenta llegó la Edad de Plata del cómic americano, que se reflejó en Detective Comics a través del New Look apadrinado por Carmine Infantino, quien en el número 327 de la colección sorprendió a los lectores con una evolución gráfica tan necesaria como celebrada. Un cambio que también se trasladó a unos guiones que dejaron atrás el tono desmedidamente fantasioso y colorista previo, pero que también se vieron influenciados por la batmanía desatada a raíz de la exitosa adaptación televisiva protagonizada por Adam West y Burt Ward. Desafortunadamente, el nivel gráfico y dramático de la colección sufrió acusados altibajos, y para desgracia de no pocos lectores, se impuso el tono autoparódico y la atmósfera kitsch de la serie de televisión, decisiva en la traslación de Barbara Gordon de la pequeña pantalla a los tebeos (The million dollar debut of Batgirl!, Detective Comics núm. 359, 1967).
Durante los años setenta, Detective Comics vivió una explosión de creatividad que dio lugar a algunas de sus etapas más celebradas. Historias que tuvieron como anticipo el número 395 de la colección (1970), en el que por primera vez se cruzaron los destinos de Dennis O’Neil y Neal Adams. Juntos, redefinieron al personaje para las nuevas generaciones, recuperaron el tono oscuro y la ambientación gótica de sus aventuras, y revolucionaron el canon gráfico del género, presentando una versión del Hombre Murciélago que conjugaba “realismo” –idealizado–, romanticismo y épica. Una etapa para el recuerdo cuya influencia todavía se hace sentir, que tuvo su punto álgido con la creación de Ra’s al Ghul, convertido en una de las más celebradas adiciones a la nómina de enemigos de Batman. Pero más allá de los míticos enfrentamientos entre el Caballero Oscuro y la Cabeza del Demonio, tampoco conviene olvidar que durante esta década el propio Adams contribuyó a crear a Man-Bat en Detective Comics núm. 400 (1970, con guiones de Frank Robbins); que el periplo de Archie Goodwin como guionista de la colección propició colaboraciones con artistas de la talla de Jim Aparo, Walter Simonson, Howard Chaykin o Alex Toth (núms. 437-443); o que Marshall Rogers y Steve Englehart protagonizaron una breve estancia en la colección úms. 471-476), durante la cual construyeron al que muchos lectores consideran el “Batman definitivo”: un arco argumental con Hugo Strange, Silver St. Cloud, Rupert Thorne, el Pingüino, Deadshot y el Joker como estrellas invitadas, convertido desde su publicación en un clásico instantáneo e imperecedero.
Los años ochenta comenzaron al ritmo marcado por O’Neil, Bob Rozakis y Cary Burkett a los guiones; un período de transición que finalizó con el nombramiento de Gerry Conway como guionista regular, quien en 1983 aprovechó el conmemorativo Detective Comics núm. 526 –que celebraba la aparición número 500 de Batman en la colección– para oficializar la conversión de Jason Todd en la segunda encarnación de Robin. Probablemente lo más destacado hasta mediados de esta década es la labor desempeñada por Gene Colan en el apartado gráfico, dibujando los guiones de Conway o Doug Moench. Pero el punto de inflexión se produjo a partir de Crisis en Tierras Infinitas (1985-1986), serie limitada con la que los editores pretendían desenmarañar la compleja continuidad del Universo DC. El influjo ejercido por esta obra fue evidente... pero en lo que al Cruzado de la Capa se refiere, más decisiva fue la influencia de un par de tebeos surgidos a su amparo: Batman: Año uno (1987), de Frank Miller y David Mazzucchelli, y Batman: El regreso del Caballero Oscuro (1986), también fruto del talento de Miller. Dos obras maestras cuyo rompedor enfoque provocó una serie de cambios tendentes a que el “soplo de aire fresco” insuflado al personaje se reflejara en todas las colecciones protagonizadas por el Hombre Murciélago. Así, Mike W. Barr y el talentoso Alan Davis tomaron las riendas de Detective Comics, firmando una interesante etapa que tan solo se torció a raíz de desencuentros creativos surgidos durante el innecesario Batman: Año dos (núms. 575 a 578) y que propiciaron la sustitución de Davis por un dibujante inexperto y ambicioso que años más tarde revolucionaría la industria: Todd McFarlane.
Los años noventa comenzaron impulsados por el arrollador éxito de Batman (1989), adaptación cinematográfica dirigida por Tim Burton que desató una nueva oleada de la batmanía. En Detective Comics se respiró un ambiente de estabilidad derivado de la continuidad proporcionada a Alan Grant y Norm Breyfogle, quienes estuvieron especialmente inspirados a la hora de crear a nuevos personajes, como Scarface y el Ventríluoco (núm. 583), Cornelius Stirk (núm. 592) o Anarquía (núm. 608). Una fructífera etapa tan solo interrumpida por Sam Hamm –guionista de la película de Burton– y Denys Cowan, quienes recibieron el honor de desarrollar una historia que condujera a la cabecera hacia su número 600: Batman: Justicia ciega (Detective Comics núms. 598-600). Pero la de los noventa fue una década en la que la mítica cabecera se vio condicionada por dos factores: la expansión de la franquicia del Hombre Murciélago y, como consecuencia, la articulación de historias a modo de vasos comunicantes entre las nuevas colecciones y los títulos preexistentes... es decir, los inevitables crossovers: La caída del murciélago, Contagio, Legado o Cataclismo. Eventos aprovechados para poner a prueba al héroe, analizar su interacción con los protegidos y aliados que le rodean, recrudecer su enemistad con los antagonistas habituales, presentar a nuevos personajes –como Bane o Jean-Paul Valley, quien llegó a portar el manto del murciélago– y destrozar Gotham City, por obra y gracia del editor Dennis O’Neil y un Chuck Dixon que durante esta época se mostró especialmente activo.
Con el evento Tierra de nadie –que finalizó con el asesinato de Sarah Essen Gordon en Detective Comics núm. 741– se escenificó la transición al nuevo siglo, además de un traspaso de poderes entre Dixon y Greg Rucka, quien con el díptico de sagas Bruce Wayne: ¿Asesino? (núms. 766 y 777, entre otros) y Bruce Wayne: Fugitivo (núms. 769-772) se convirtió en el guionista de referencia de la colección. El trabajo de Rucka repercutió en la creación de la guardaespaldas Sasha Bordeaux (Detective Comics núm. 751), en el planteamiento de un ejercicio de introspección y psicoanálisis por parte de nuestro protagonista y en un cambio de registro gráfico con el que Shawn Martinbrough, Brad Rader o Rick Burchett dieron continuidad al tono establecido por Dave Johnson en las portadas. Pero también supuso la reivindicación de las raíces del personaje y de la colección, vinculadas al pulp y al género negro; de esta forma, tanto Rucka como su sucesor –un Ed Brubaker cuyo paso por la colección fructificó en un par de arcos argum tales (núms. 777-782 y 784-786)– optaron por un enfoque en el que el misterio se convirtió en ingrediente fundamental.
Entre las etapas recientes –surgidas en un contexto en el que el personaje vuelve a gozar de los niveles de popularidad que merece, gracias a las adaptaciones cinematográficas dirigidas por Christopher Nolan–, destacan por méritos propios tres voces claramente diferenciadas: en primer lugar, la de Paul Dini, quien durante una prolongada estancia contó con la complicidad de Don Kramer y Dustin Nguyen a los lápices, firmando números autoconclusivos memorables (Masacre sobre ruedas, Detective Comics núm. 826) y sagas como El corazón de silencio (Detective Comics núms. 846-850), con la que nuevamente demostró el potencial de la galería de villanos del Hombre Murciélago. En segundo lugar, la etapa que representó el regreso a la colección de Greg Rucka, quien, acompañado por un J.H. Williams III en estado de gracia, revitalizó a Kate Kane, alias Batwoman, convertida en protagonista temporal de la cabecera (núms. 854-863). Y en tercer y último lugar, la etapa que finaliza en el presente recopilatorio, durante la cual Scott Snyder, Jock y Francesco Francavilla han reivindicado a Dick Grayson como sustituto idóneo de Batman, han explotado todo el potencial de un personaje tan interesante como James Gordon y han analizado la compleja naturaleza de Gotham City. Todo ello elevando la calidad del apartado gráfico a niveles reservados para los privilegiados y honrando el título de esta colección y su tradición inherente, mediante la exploración de la vertiente puramente detectivesca del Caballero Oscuro.
Más de siete décadas de aventuras resumidas en esta pequeña selección, repaso a momentos decisivos en la historia particular de Detective Comics; una colección ya mítica que, independientemente del alcance de los guarismos que luzca en su portada, continuará deparando recuerdos imborrables a sus lectores.
David Fernández
Todo comenzó en 1937, cuando los responsables de National Allied Publications dieron luz verde a la tercera colección publicada bajo su amparo. Precedida por New Fun: The Big Comic Magazine y New Comics, la cabecera Detective Comics –cuyas iniciales no tardarían en dar nuevo nombre a la editorial– hizo honor a su título, postulándose como una antología de historias de misterio vinculadas al pulp y la tradición del género negro. Pero todo cambió a raíz del éxito cosechado por las aventuras de Superman, que, publicadas en las páginas de la nueva Action Comics, proporcionaron las pistas necesarias para que Bob Kane y Bill Finger desarrollaran un nuevo personaje: The Bat- Man, cuya primera aparición se produjo en Detective Comics núm. 27 (mayo de 1939). Ni que decir tiene que el Hombre Murciélago cautivó a los lectores, convirtiéndose en estrella indiscutible de la colección y protagonista de la Edad de Oro del cómic americano. Una época durante la cual Kane, Finger y una serie de ilustres colaboradores –Jerry Robinson, Sheldon Moldoff, George Roussos– aprovecharon la cálida recepción deparada a su criatura para enriquecer de forma frenética su creciente mitología: así se produjeron las primeras apariciones de Hugo Strange, Clayface, Gotham City, el Pingüino y Dos Caras (núms. 36, 40, 48, 58 y 66, respectivamente) o el estreno de la batseñal (núm. 60). Pero por encima de todas, brillaron con luz propia dos historias: The Batman Wars Against the Dirigible of Doom (Detective Comics núm. 33, 1939), en la que se narró por primera vez el trágico origen de nuestro protagonista; y Robin The Boy Wonder (Detective Comics núm. 38, 1940), donde se produjo la irrupción del Chico Maravilla. Tan solo algunos de los ejemplos que revelan lo prolíficos y decisivos que esultaron estos primeros años, en cuanto a la definición de personajes secundarios y detalles hoy indisolublemente asociados a este universo ficcional.
Con el paso del tiempo, el abanico de colaboradores de Detective Comics se amplió, adquiriendo especial relevancia la figura del dibujante Dick Sprang. Acompañado de Charles Paris a las tintas –y sustituido de forma ocasional por Lew Sayre Schwartz o Win Mortimer–, Sprang se encargó de ilustrar buena parte de los guiones ideados por Finger, como el que sirvió para presentar en sociedad a otro ilustre enemigo de Batman: el Acertijo (Detective Comics núm. 140). Aupados al éxito de un género superheroico totalmente consolidado, y potenciada la popularidad del Hombre Murciélago gracias a la continuidad de los cómics y a su presencia en prensa y seriales fílmicos, la colección abrazó la década de los cincuenta con otra historia mítica, ideada por Finger, Schwartz y Mortimer: The Man Behind the Red Hood (Detective Comics núm. 169, 1951), en la que se detalló el origen del Joker; un relato que décadas más tarde sería tomado por Alan Moore y Brian Bolland como punto de partida de otro clásico, Batman: La broma asesina.
A la hora de valorar en su justa medida las historias publicadas en la cabecera durante la década de los cincuenta, se antoja imprescindible hacer referencia a las descabelladas teorías esgrimidas por el psiquiatra Frederic Wertham, quien en el libro La seducción del inocente (1954) señaló la lectura de cómics como factor desencadenante de tendencias criminales. Un mensaje alarmista que caló entre la sociedad, obligando a DC Comics –y al resto de editoriales– a conferir un tono inocente, desenfadado e infantil a sus publicaciones. Detective Comics no fue una excepción, de forma que durante esta época los esfuerzos de los editores por adaptarse al nuevo statu quo impuesto por los censores se tradujo en historias como The Bat-Woman (núm. 233, 1956), que presentaba a Kathy Kane como versión femenina e interés romántico apenas disimulado del Caballero Oscuro; y Batman Meets Bat-Mite (núm. 267, 1959), en el que, tal y como anuncia el título, el Mejor Detective del Mundo conoce al pintoresco y diminuto alienígena procedente de la Quinta Dimensión. Así nació la batfamilia, a imagen y semejanza del elenco de secundarios del Hombre de Acero; y por si ello no fuera suficiente para amenazar la encia del personaje, el contexto político, social y cultural –con la carrera espacial entre EE.UU. y la URSS como tema estrella– propició un progresivo acercamiento de Detective Comics a la ciencia ficción más desatada, delirante y surrealista, a través de un buen montón de historias mayoritariamente dibujadas por Sheldon Moldoff, que recientemente sirvieron de inspiración a la brillante etapa del escocés Grant Morrison como guionista de Batman.
Con la década de los sesenta llegó la Edad de Plata del cómic americano, que se reflejó en Detective Comics a través del New Look apadrinado por Carmine Infantino, quien en el número 327 de la colección sorprendió a los lectores con una evolución gráfica tan necesaria como celebrada. Un cambio que también se trasladó a unos guiones que dejaron atrás el tono desmedidamente fantasioso y colorista previo, pero que también se vieron influenciados por la batmanía desatada a raíz de la exitosa adaptación televisiva protagonizada por Adam West y Burt Ward. Desafortunadamente, el nivel gráfico y dramático de la colección sufrió acusados altibajos, y para desgracia de no pocos lectores, se impuso el tono autoparódico y la atmósfera kitsch de la serie de televisión, decisiva en la traslación de Barbara Gordon de la pequeña pantalla a los tebeos (The million dollar debut of Batgirl!, Detective Comics núm. 359, 1967).
Durante los años setenta, Detective Comics vivió una explosión de creatividad que dio lugar a algunas de sus etapas más celebradas. Historias que tuvieron como anticipo el número 395 de la colección (1970), en el que por primera vez se cruzaron los destinos de Dennis O’Neil y Neal Adams. Juntos, redefinieron al personaje para las nuevas generaciones, recuperaron el tono oscuro y la ambientación gótica de sus aventuras, y revolucionaron el canon gráfico del género, presentando una versión del Hombre Murciélago que conjugaba “realismo” –idealizado–, romanticismo y épica. Una etapa para el recuerdo cuya influencia todavía se hace sentir, que tuvo su punto álgido con la creación de Ra’s al Ghul, convertido en una de las más celebradas adiciones a la nómina de enemigos de Batman. Pero más allá de los míticos enfrentamientos entre el Caballero Oscuro y la Cabeza del Demonio, tampoco conviene olvidar que durante esta década el propio Adams contribuyó a crear a Man-Bat en Detective Comics núm. 400 (1970, con guiones de Frank Robbins); que el periplo de Archie Goodwin como guionista de la colección propició colaboraciones con artistas de la talla de Jim Aparo, Walter Simonson, Howard Chaykin o Alex Toth (núms. 437-443); o que Marshall Rogers y Steve Englehart protagonizaron una breve estancia en la colección úms. 471-476), durante la cual construyeron al que muchos lectores consideran el “Batman definitivo”: un arco argumental con Hugo Strange, Silver St. Cloud, Rupert Thorne, el Pingüino, Deadshot y el Joker como estrellas invitadas, convertido desde su publicación en un clásico instantáneo e imperecedero.
Los años ochenta comenzaron al ritmo marcado por O’Neil, Bob Rozakis y Cary Burkett a los guiones; un período de transición que finalizó con el nombramiento de Gerry Conway como guionista regular, quien en 1983 aprovechó el conmemorativo Detective Comics núm. 526 –que celebraba la aparición número 500 de Batman en la colección– para oficializar la conversión de Jason Todd en la segunda encarnación de Robin. Probablemente lo más destacado hasta mediados de esta década es la labor desempeñada por Gene Colan en el apartado gráfico, dibujando los guiones de Conway o Doug Moench. Pero el punto de inflexión se produjo a partir de Crisis en Tierras Infinitas (1985-1986), serie limitada con la que los editores pretendían desenmarañar la compleja continuidad del Universo DC. El influjo ejercido por esta obra fue evidente... pero en lo que al Cruzado de la Capa se refiere, más decisiva fue la influencia de un par de tebeos surgidos a su amparo: Batman: Año uno (1987), de Frank Miller y David Mazzucchelli, y Batman: El regreso del Caballero Oscuro (1986), también fruto del talento de Miller. Dos obras maestras cuyo rompedor enfoque provocó una serie de cambios tendentes a que el “soplo de aire fresco” insuflado al personaje se reflejara en todas las colecciones protagonizadas por el Hombre Murciélago. Así, Mike W. Barr y el talentoso Alan Davis tomaron las riendas de Detective Comics, firmando una interesante etapa que tan solo se torció a raíz de desencuentros creativos surgidos durante el innecesario Batman: Año dos (núms. 575 a 578) y que propiciaron la sustitución de Davis por un dibujante inexperto y ambicioso que años más tarde revolucionaría la industria: Todd McFarlane.
Los años noventa comenzaron impulsados por el arrollador éxito de Batman (1989), adaptación cinematográfica dirigida por Tim Burton que desató una nueva oleada de la batmanía. En Detective Comics se respiró un ambiente de estabilidad derivado de la continuidad proporcionada a Alan Grant y Norm Breyfogle, quienes estuvieron especialmente inspirados a la hora de crear a nuevos personajes, como Scarface y el Ventríluoco (núm. 583), Cornelius Stirk (núm. 592) o Anarquía (núm. 608). Una fructífera etapa tan solo interrumpida por Sam Hamm –guionista de la película de Burton– y Denys Cowan, quienes recibieron el honor de desarrollar una historia que condujera a la cabecera hacia su número 600: Batman: Justicia ciega (Detective Comics núms. 598-600). Pero la de los noventa fue una década en la que la mítica cabecera se vio condicionada por dos factores: la expansión de la franquicia del Hombre Murciélago y, como consecuencia, la articulación de historias a modo de vasos comunicantes entre las nuevas colecciones y los títulos preexistentes... es decir, los inevitables crossovers: La caída del murciélago, Contagio, Legado o Cataclismo. Eventos aprovechados para poner a prueba al héroe, analizar su interacción con los protegidos y aliados que le rodean, recrudecer su enemistad con los antagonistas habituales, presentar a nuevos personajes –como Bane o Jean-Paul Valley, quien llegó a portar el manto del murciélago– y destrozar Gotham City, por obra y gracia del editor Dennis O’Neil y un Chuck Dixon que durante esta época se mostró especialmente activo.
Con el evento Tierra de nadie –que finalizó con el asesinato de Sarah Essen Gordon en Detective Comics núm. 741– se escenificó la transición al nuevo siglo, además de un traspaso de poderes entre Dixon y Greg Rucka, quien con el díptico de sagas Bruce Wayne: ¿Asesino? (núms. 766 y 777, entre otros) y Bruce Wayne: Fugitivo (núms. 769-772) se convirtió en el guionista de referencia de la colección. El trabajo de Rucka repercutió en la creación de la guardaespaldas Sasha Bordeaux (Detective Comics núm. 751), en el planteamiento de un ejercicio de introspección y psicoanálisis por parte de nuestro protagonista y en un cambio de registro gráfico con el que Shawn Martinbrough, Brad Rader o Rick Burchett dieron continuidad al tono establecido por Dave Johnson en las portadas. Pero también supuso la reivindicación de las raíces del personaje y de la colección, vinculadas al pulp y al género negro; de esta forma, tanto Rucka como su sucesor –un Ed Brubaker cuyo paso por la colección fructificó en un par de arcos argum tales (núms. 777-782 y 784-786)– optaron por un enfoque en el que el misterio se convirtió en ingrediente fundamental.
Entre las etapas recientes –surgidas en un contexto en el que el personaje vuelve a gozar de los niveles de popularidad que merece, gracias a las adaptaciones cinematográficas dirigidas por Christopher Nolan–, destacan por méritos propios tres voces claramente diferenciadas: en primer lugar, la de Paul Dini, quien durante una prolongada estancia contó con la complicidad de Don Kramer y Dustin Nguyen a los lápices, firmando números autoconclusivos memorables (Masacre sobre ruedas, Detective Comics núm. 826) y sagas como El corazón de silencio (Detective Comics núms. 846-850), con la que nuevamente demostró el potencial de la galería de villanos del Hombre Murciélago. En segundo lugar, la etapa que representó el regreso a la colección de Greg Rucka, quien, acompañado por un J.H. Williams III en estado de gracia, revitalizó a Kate Kane, alias Batwoman, convertida en protagonista temporal de la cabecera (núms. 854-863). Y en tercer y último lugar, la etapa que finaliza en el presente recopilatorio, durante la cual Scott Snyder, Jock y Francesco Francavilla han reivindicado a Dick Grayson como sustituto idóneo de Batman, han explotado todo el potencial de un personaje tan interesante como James Gordon y han analizado la compleja naturaleza de Gotham City. Todo ello elevando la calidad del apartado gráfico a niveles reservados para los privilegiados y honrando el título de esta colección y su tradición inherente, mediante la exploración de la vertiente puramente detectivesca del Caballero Oscuro.
Más de siete décadas de aventuras resumidas en esta pequeña selección, repaso a momentos decisivos en la historia particular de Detective Comics; una colección ya mítica que, independientemente del alcance de los guarismos que luzca en su portada, continuará deparando recuerdos imborrables a sus lectores.
David Fernández