Eccediciones
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Misterios sin resolver

Por naturaleza, los seres humanos nos rebelamos contra el vacío producido por la ausencia de explicaciones. Ante un suceso cualquiera, no descansamos hasta hallar una respuesta más o menos satisfactoria que esclarezca los hechos y alivie nuestra sensación de desasosiego. Este ímpetu aclaratorio se agudiza en presencia de fenómenos que escapan a los límites de nuestro entendimiento. Entonces, nuestra razón se rinde y acepta las explicaciones más inverosímiles. En otras palabras, nuestro intelecto abandona el dominio de la ciencia y se adentra en el terreno de la fe. Pero, si no se decide entre un campo u otro, la inteligencia acaba perdida en una vasta zona fronteriza donde proliferan las hipótesis, las suposiciones y las conjeturas. Saucer Country transcurre en esa “tierra de nadie” entre ciencia y religión, realidad y mito, verdad y mentira. En sus páginas, Paul Cornell y Ryan Kelly (sustituido puntualmente por artistas como el británico Jimmy Broxton, el estadounidense David Lapham y el serbio Mirko Colak) nos conducen con maestría al corazón de ese vasto territorio fronterizo y nos instalan con refinada sutileza en la más incierta de las certidumbres. La de que, desde el principio, cualquier cosa es posible.

La trama de Saucer Country es engañosamente sencilla: Arcadia Alvarado, gobernadora demócrata del estado de Nuevo México, tiene el recuerdo brumoso de haber sido objeto de una abducción; esa vaga inquietud reafirma su propósito de concurrir a las elecciones presidenciales de Estados Unidos para, una vez instalada en la Casa Blanca, emplear todos los recursos a su alcance para combatir la supuesta amenaza alienígena. Hasta aquí, parece el argumento de un relato de ficción política. Sin embargo, Paul Cornell sitúa su obra en un contexto diferente partiendo de la premisa de que, en materia de extraterrestres, nada es seguro. Acorde a este supuesto, sumerge a los protagonistas de la historia en una atmósfera de inquietud y de sospecha crecientes. A lo largo de los catorce episodios de que consta la serie, ninguno de los personajes experimenta una sola certeza que no sea puesta en entredicho por las circunstancias, por uno de sus compañeros o por una revelación posterior. Cualquier acontecimiento, por insignificante que parezca, desata una lluvia de interpretaciones contradictorias que, en vez de aclarar el hecho en cuestión, lo nubla y oscurece de tal modo que, al cabo de unas páginas, se difumina la frontera entre lo real, lo inverosímil y lo imaginario. Este clima de incertidumbre no solo alimenta la curiosidad del lector. También adormece su espíritu crítico, induciéndolo a creer en lo imposible.

Y es que, en el panorama actual de los cómics, es difícil encontrar un tebeo que alcance el poder de sugestión de Saucer Country (motivo por el cual fue nominado en la categoría de mejor ficción ilustrada en la última edición de los premios Hugo). Para hacer que resulte verosímil la existencia de hombrecillos verdes, grises o plateados, Paul Cornell --escritor brillante e imaginativo–- despliega toda su habilidad y todo su ingenio. En primer lugar, construye un argumento vibrante entrecruzando la carrera presidencial de la gobernadora Alvarado con las insólitas circunstancias que rodean su vida. En segundo lugar, desarrolla un puñado de personajes animado por motivaciones creíbles,
y caracterizado por el triste cortejo de contradicciones, debilidades y miedos que acompaña a la condición humana. Por último, establece un contraste entre las vivencias de los protagonistas y lo que, por motivos diversos, deciden contar.

En este sentido, Saucer Country carece de globos de pensamiento y de textos de apoyo. Los personajes se muestran en sus palabras y en sus actos, pero también se ocultan tras ellos. Arcadia Alvarado ha sufrido una experiencia traumática de la que no puede hablar en público si quiere conservar sus opciones de alcanzar la presidencia. El profesor Josuah Kidd conversa frecuentemente con una pareja de “ayudantes mágicos” a la que solo él puede ver y cuya presencia no puede revelar sin riesgo de perder su reputación y su puesto de trabajo en el gabinete de la gobernadora. Michael (exmarido de Arcadia) disimula sus lapsus de memoria por inseguridad y por miedo al ridículo, aunque --en un guiño a la novela de Richard Condon El candidato de Manchuria-- es vagamente consciente de que podría haber recibido un condicionamiento psicológico que le obligaría a disparar sobre su exmujer.

Respecto a los caracteres secundarios, casi todos despiertan sospechas: el ingeniero Bob Brady, el mayor Stan Abramowitz, la señorita Annabel Bates, incluso el presidente Wardlow. De ellos solo conocemos su propio testimonio mediante unos diálogos chispeantes y retorcidos trufados de ambiguedades, incoherencias, medias verdades y mentiras auténticas. Con la habilidad de un prestidigitador, Cornell siembra los parlamentos de sus criaturas con revelaciones inesperadas que, a riesgo de ser contradichas posteriormente, dinamizan la trama y estimulan la curiosidad del lector. Pero, en Saucer Country, no solo las palabras son significativas. También lo son los silencios.

En efecto, lo más importante de esta historia son sus interrogantes. ¿Qué ocurrió en realidad la noche en que Arcadia y Michael, supuestamente, fueron abducidos? ¿Quién provoca las visiones del doctor Kidd? ¿Qué ocultan los Bluebirds? ¿Y, sobre todo, existen inteligencias extraterrestres que gobiernan en secreto a la humanidad? Por el momento, estos misterios quedan sin resolver, pese a la afirmación de la gobernadora Alvarado de que no se sentirá segura hasta poseer todas las respuestas. Si queremos una, tendremos que inventarla nosotros mismos a partir de los indicios diseminados a lo largo de la serie. O rezar para que alguien, sea verde, gris o plateado, se apiade de nosotros y convenza a Paul Cornell y Ryan Kelly de que preparen cuanto antes el segundo volumen de Saucer Country.

Jorge García