La de Marshal Law es una historia que hunde sus raíces en los albores de la década de los 80, cuando dos autores bien avenidos que ya habían trabajado conjuntamente —Nemesis the Warlock, Dice Man, Metalzoic— buscaban una idea diferente, con la que consagrarse y cosechar un éxito indiscutido que hasta entonces resultaba esquivo. Originales, rompedoras y provocativas, las obras desarrolladas por el equipo creativo acumulaban méritos más que suficientes para ganarse el favor del público; pero aunque su nombre ya era reconocido y valorado por quienes estaban familiarizados con el panorama del cómic británico de la época, las grandes cifras de ventas se les resistían.
El recuerdo que los implicados guardan del origen del proyecto llamado a cambiar su suerte es un tanto borroso, pero todo parece indicar que fue Kevin O’Neill (Londres, 1953) quien mostró a Pat Mills (Ipswich, 1949) un cuaderno de bocetos donde plasmó la caracterización gráfica y el nombre del antihéroe. “Eran un nombre y un personaje en búsqueda de una historia”. Pero en lugar de quedarse con los brazos cruzados a la espera de dar con esa historia, comenzaron a mover el esbozo de proyecto que tenían en mente, que en primera instancia guardaba bastantes similitudes con la película Mad Max (George Miller, 1979). Fue entonces cuando conocieron a Archie Goodwin, mítico guionista y editor que rastreaba el mercado en busca de proyectos de creación propia que pudiera incorporar al catálogo de Epic, sello de Marvel Comics. Convencido del potencial de lo que más tarde se convertiría en Marshal Law, Goodwin comenzó a mover hilos editoriales para dar luz verde al proyecto, no sin antes advertir a los autores que La Casa de las Ideas solía tomarse bastante tiempo para gestionar cuestiones burocráticas. Un tiempo durante el cual Mills y O’Neill no dejaron de dar vueltas a la futura obra, que comenzó a sufrir un radical proceso de mutación.
Cabe recordar que por aquel entonces trabajos como Batman: El regreso del Caballero Oscuro, de Frank Miller, o Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons, estaban dando una vuelta de tuerca a los enmascarados a través de una deconstrucción del género oscura y realista, responsable de un rejuvenecido interés por los cómics. Pero lejos de sumarse a la corriente deconstructiva imperante, Mills —creador de la cabecera 2000 AD a quien muchos consideran como el gran Padrino de la historieta británica— optó por una aproximación más “destructiva”, poniendo sobre la mesa una atinada pregunta: “¿Y si lo convertimos en un cazador de superhéroes?”. Reticente al género, el guionista se consideraba “extraordinariamente capacitado para escribir acerca de un tipo que odia a los superhéroes”; y lo cierto es que el contexto bélico futuro diseñado por O’Neill terminó de dar forma a una propuesta tan atractiva como potencialmente controvertida. Sorprendentemente, Goodwin mostró una fe inquebrantable en el proyecto, pese a que, según el propio Mills “representábamos al zorro metiéndose en el gallinero”.
Fue en 1987 cuando la primera entrega de Marshal Law llegó a las estanterías de las librerías especializadas, con la primera entrega de una serie limitada destinada a presentarnos el peculiar universo alternativo en el que se ambientaba esta alocada historia; una realidad distópica en la que la norteamericana ciudad de San Francisco se convierte en San Futuro tras padecer los rigores del megaterremoto recordado como El Grande. El brillo de la era de los superhéroes terminó por cegar a los ciudadanos, obligados a padecer la conversión de buena parte de sus paladines en villanos entregados a un interminable enfrentamiento entre bandas rivales. Precisamente para socavar dicha amenaza, el Departamento de Policía de San Futuro ofreció a Joe Gilmore —veterano de la guerra que barrió desde Centroamérica hasta el Amazonas— convertirse en un cazacapas oficial, teniendo por base una comisaría secreta situada bajo la Zona Prohibida. Durante la primera serie limitada, un Gilmore ocultado bajo el anonimato del disfraz de Marshal Law compatibilizó la caza de capas con la investigación de un violador y asesino conocido como el Hombre Sueño, obsesionado con mujeres portadoras de atuendos superheroicos.
Mills y O’Neill dieron forma a una obra claramente paródica y provocadora, pero siempre que tienen ocasión se encargan de subrayar que esa provocación no era buscada de forma deliberada y gratuita, sino más bien orgánica y natural, ya que el mensaje subyacente y el estilo empleado para transmitirlo estaban totalmente ligados a su naturaleza autoral y personal. Y ese estilo era, de algún modo, deudor “de la comedia negra británica”, según el dibujante. En cuanto al parecido de determinados personajes con iconos de las principales editoriales americanas, podría interpretarse como un ejercicio puramente satírico ceñido a la iconografía superheroica. Pero realmente, el objetivo de Mills era ir más allá de lo meramente superficial, centrando su interés en la paradoja de que algunos personajes de ficción se autoproclamen como defensores de ciertos valores por aquel entonces —y hoy en día, también— extraordinariamente corrompidos. En cualquier caso, su propuesta caló entre los lectores, hasta el punto de que las aventuras del personaje tuvieron continuidad a través de diferentes one-shot, series limitadas y novelas ilustradas. Y aunque el ajetreado periplo editorial de Marshal Law —de Epic a Dark Horse Comics, pasando por Apocalypse Comics— dificultó la reedición de sus primeras entregas, por fortuna el interés de Jim Lee en recuperar esta obra cristalizó en una reciente reedición publicada en Estados Unidos por DC Comics.
Comentan los autores involucrados que tienen ideas en mente para posibles secuelas; pero mientras buscan un hueco en sus apretadas agendas —Mills sigue escribiendo para 2000 AD y O’Neill continúa dibujando los guiones de Alan Moore para The League of Extraordinary Gentlemen—, la recopilación por parte de ECC Ediciones de la serie limitada original en el tomo Marshal Law: Miedo y asco, ofrece al lector la oportunidad perfecta para visitar las calles de San Futuro, disfrutar de esta propuesta, y comprender por qué representó un antes y un después en la carrera del equipo creativo.
David Fernández
El recuerdo que los implicados guardan del origen del proyecto llamado a cambiar su suerte es un tanto borroso, pero todo parece indicar que fue Kevin O’Neill (Londres, 1953) quien mostró a Pat Mills (Ipswich, 1949) un cuaderno de bocetos donde plasmó la caracterización gráfica y el nombre del antihéroe. “Eran un nombre y un personaje en búsqueda de una historia”. Pero en lugar de quedarse con los brazos cruzados a la espera de dar con esa historia, comenzaron a mover el esbozo de proyecto que tenían en mente, que en primera instancia guardaba bastantes similitudes con la película Mad Max (George Miller, 1979). Fue entonces cuando conocieron a Archie Goodwin, mítico guionista y editor que rastreaba el mercado en busca de proyectos de creación propia que pudiera incorporar al catálogo de Epic, sello de Marvel Comics. Convencido del potencial de lo que más tarde se convertiría en Marshal Law, Goodwin comenzó a mover hilos editoriales para dar luz verde al proyecto, no sin antes advertir a los autores que La Casa de las Ideas solía tomarse bastante tiempo para gestionar cuestiones burocráticas. Un tiempo durante el cual Mills y O’Neill no dejaron de dar vueltas a la futura obra, que comenzó a sufrir un radical proceso de mutación.
Cabe recordar que por aquel entonces trabajos como Batman: El regreso del Caballero Oscuro, de Frank Miller, o Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons, estaban dando una vuelta de tuerca a los enmascarados a través de una deconstrucción del género oscura y realista, responsable de un rejuvenecido interés por los cómics. Pero lejos de sumarse a la corriente deconstructiva imperante, Mills —creador de la cabecera 2000 AD a quien muchos consideran como el gran Padrino de la historieta británica— optó por una aproximación más “destructiva”, poniendo sobre la mesa una atinada pregunta: “¿Y si lo convertimos en un cazador de superhéroes?”. Reticente al género, el guionista se consideraba “extraordinariamente capacitado para escribir acerca de un tipo que odia a los superhéroes”; y lo cierto es que el contexto bélico futuro diseñado por O’Neill terminó de dar forma a una propuesta tan atractiva como potencialmente controvertida. Sorprendentemente, Goodwin mostró una fe inquebrantable en el proyecto, pese a que, según el propio Mills “representábamos al zorro metiéndose en el gallinero”.
Fue en 1987 cuando la primera entrega de Marshal Law llegó a las estanterías de las librerías especializadas, con la primera entrega de una serie limitada destinada a presentarnos el peculiar universo alternativo en el que se ambientaba esta alocada historia; una realidad distópica en la que la norteamericana ciudad de San Francisco se convierte en San Futuro tras padecer los rigores del megaterremoto recordado como El Grande. El brillo de la era de los superhéroes terminó por cegar a los ciudadanos, obligados a padecer la conversión de buena parte de sus paladines en villanos entregados a un interminable enfrentamiento entre bandas rivales. Precisamente para socavar dicha amenaza, el Departamento de Policía de San Futuro ofreció a Joe Gilmore —veterano de la guerra que barrió desde Centroamérica hasta el Amazonas— convertirse en un cazacapas oficial, teniendo por base una comisaría secreta situada bajo la Zona Prohibida. Durante la primera serie limitada, un Gilmore ocultado bajo el anonimato del disfraz de Marshal Law compatibilizó la caza de capas con la investigación de un violador y asesino conocido como el Hombre Sueño, obsesionado con mujeres portadoras de atuendos superheroicos.
Mills y O’Neill dieron forma a una obra claramente paródica y provocadora, pero siempre que tienen ocasión se encargan de subrayar que esa provocación no era buscada de forma deliberada y gratuita, sino más bien orgánica y natural, ya que el mensaje subyacente y el estilo empleado para transmitirlo estaban totalmente ligados a su naturaleza autoral y personal. Y ese estilo era, de algún modo, deudor “de la comedia negra británica”, según el dibujante. En cuanto al parecido de determinados personajes con iconos de las principales editoriales americanas, podría interpretarse como un ejercicio puramente satírico ceñido a la iconografía superheroica. Pero realmente, el objetivo de Mills era ir más allá de lo meramente superficial, centrando su interés en la paradoja de que algunos personajes de ficción se autoproclamen como defensores de ciertos valores por aquel entonces —y hoy en día, también— extraordinariamente corrompidos. En cualquier caso, su propuesta caló entre los lectores, hasta el punto de que las aventuras del personaje tuvieron continuidad a través de diferentes one-shot, series limitadas y novelas ilustradas. Y aunque el ajetreado periplo editorial de Marshal Law —de Epic a Dark Horse Comics, pasando por Apocalypse Comics— dificultó la reedición de sus primeras entregas, por fortuna el interés de Jim Lee en recuperar esta obra cristalizó en una reciente reedición publicada en Estados Unidos por DC Comics.
Comentan los autores involucrados que tienen ideas en mente para posibles secuelas; pero mientras buscan un hueco en sus apretadas agendas —Mills sigue escribiendo para 2000 AD y O’Neill continúa dibujando los guiones de Alan Moore para The League of Extraordinary Gentlemen—, la recopilación por parte de ECC Ediciones de la serie limitada original en el tomo Marshal Law: Miedo y asco, ofrece al lector la oportunidad perfecta para visitar las calles de San Futuro, disfrutar de esta propuesta, y comprender por qué representó un antes y un después en la carrera del equipo creativo.
David Fernández