John Constantine es el hechicero más popular del mundo del cómic desde la creación del druida Panoramix y del Doctor Extraño. Su primera aparición se remonta a las páginas del número 37 de Swamp Thing publicado en junio de 1985. Aquel debut pintaba al ocultista de Liverpool como un personaje cínico, enigmático y calculador. Era un mago de clase obrera que contrastaba violentamente con sus colegas de profesión, ya fueran el Doctor Destino, el Barón Winters o Sargón el mago. Quizá por ese motivo tuvo un éxito fulminante entre los lectores. Para aprovecharlo, la editora Karen Berger se planteó la posibilidad de convertirlo en protagonista de una cabecera mensual. Así, Hellblazer arrancó en enero de 1988 con un equipo artístico compuesto por el guionista Jamie Delano y el dibujante John Ridgway.
Se trataba de dos recién llegados a la industria estadounidense de los cómics. Jamie Delano era un narrador vocacional que había ejercido de taxista en Northampton hasta que su amigo Alan Moore lo introdujo en el mundo de la escritura profesional invitándolo a reemplazarle en la serie de relatos cortos Nightraven (1983). A continuación, Moore lo recomendó como sustituto suyo para los guiones de Captain Britain (1985), serial superheroico dibujado por Alan Davis. A partir de entonces, Delano inició una prometedora carrera como guionista en publicaciones británicas como 2000AD y Doctor Who Magazine. En las páginas de esta última coincidió por primera vez con John Ridgway allá por 1986.
En ese momento, Ridgway apenas llevaba tres años como profesional aunque ya tenía a sus espaldas trece años de carrera como dibujante (oficio que compaginaba con un empleo a tiempo completo como diseñador industrial). Dueño de un trazo sólido influido por artistas británicos como Sydney Jordan o Frank Bellamy, Ridgway había colaborado con Alan Moore en Miracleman y con Grant Morrison en Zoids, y había plasmado sobre el papel su inclinación por la fantasía y el horror en obras como Spiral Path (para la revista Warrior) o Summer Magic (para 2000AD). Ya había alcanzado la madurez cuando tropezó con Delano. Pero el encuentro fue muy provechoso para ambos de cara a afrontar el desafío que dos años después supuso Hellblazer.
El reto residía, curiosamente, en el atractivo de John Constantine. Para despertar la curiosidad del lector, Alan Moore lo había presentado con unas pocas (pero certeras) pinceladas biográficas. En verdad, poco se sabía acerca de él. Que era británico, que compartía intereses con gente poco corriente, que había participado en un exorcismo desastroso en Newcastle y que había pasado temporadas en el manicomio y en la cárcel. Sobre un cimiento biográfico tan endeble, Delano levantó un personaje sólido desarrollándolo mensualmente durante cuarenta episodios. Para ello procedió de una forma diametralmente opuesta a la de Moore, ampliando la información disponible sobre el personaje y enmarcándolo en un universo propio poblado por familiares, amigos y amantes.
Para disgusto de Ridgway (gran aficionado a las atmósferas góticas de las películas de la Hammer), Delano radicó las aventuras de John Constantine en un contexto contemporáneo: la Gran Bretaña conservadora de fines de los ochenta gobernada por Margaret Thatcher. En este sentido, los guiones de Hellblazer remitían a las corrientes renovadoras de la ficción de horror impuestas por escritores como Stephen King, Ramsey Campbell, J.G. Ballard o Clive Barker, y por cineastas como Nicolas Roeg, Brian de Palma, Stanley Kubrick o David Cronenberg. En historieta, Moore había cultivado exitosamente esta vertiente adulta del género mientras escribió La Cosa del Pantano. Delano, por tanto, pisaba suelo fértil.
Los episodios iniciales de Hellblazer definieron perfectamente el tono de la serie. Giraban en torno a la práctica de un exorcismo que extirpase de la ciudad de New York al demonio del hambre. La preparación del ritual y la búsqueda de una víctima propiciatoria culminaban en un desenlace demoledor, de los más rotundos de toda la cabecera. El trazo de Ridgway —con su película de líneas superpuestas que se adherían como un guante a la piel de los personajes— contribuía a generar un clima turbio y envilecido en el que Constantine se movía como pez en el agua. A partir de esos episodios, y en cada nueva entrega, Delano —con una prosa literaria y abundante— hurgó cada vez más profundamente en los traumas del protagonista. De paso, expuso también los tumores que afectaban a la sociedad británica de la época: el neoliberalismo, el autoritarismo, la homofobia, la contaminación medioambiental, el peligro nuclear. En este sentido, instauró una tradición respetada por la larguísima nómina de guionistas que siguió sus pasos una vez concluida su etapa al frente de la serie en abril de 1991.
Desde 1988, Hellblazer fue un barómetro que registró las conmociones de su tiempo. Si Delano denunció con acidez la política neoliberal del gobierno de Margaret Thatcher a fines de los ochenta, Peter Milligan —último guionista de la serie— notificó un cuarto de siglo después las nefastas consecuencias de esas mismas políticas. Al respecto, el origen británico de la mayoría de escritores de la serie (salvo Brian Azzarello, Darko Macan y Jason Aaron) unificó el tono de la cabecera imponiendo un punto de vista muy crítico con los abusos del poder. Esta línea de pensamiento desbordó pronto las páginas de Hellblazer extendiéndose al puñado de títulos escritos por autores británicos que proliferaron a finales de los ochenta y que acabaron conformando el sello Vertigo.
El éxito de Alan Moore había atraído la atención de los editores estadounidenses sobre una nueva generación de guionistas británicos. Cuando el padre de Watchmen abandonó DC en busca de nuevos retos, los directivos de la editorial neoyorquina recurrieron para reemplazarlo a la flor y nata de los autores que escribían para Warrior o 2000AD. Hellblazer fue la punta de lanza de esta nueva generación. Acto seguido, DC lanzó al mercado de forma sucesiva una serie de títulos mensuales cuyo único rasgo en común era la presencia de guionistas británicos en sus respectivos equipos creativos: Animal Man de Grant Morrison apareció en septiembre de 1988, Sandman de Neil Gaiman en enero de 1989, y Shade The Changing Man de Peter Milligan en julio de 1990.
A principios de los noventa, todas estas cabeceras (y alguna otra como La Cosa del Pantano y Doom Patrol) formaban un mundo aparte dentro del cosmos DC. En 1993, Karen Berger dio carta de naturaleza a esta independencia desgajando todos esos títulos de su tronco original y creando Vertigo, línea de cómics orientada al público adulto que tuvo en Hellblazer su título más emblemático. Durante 300 episodios, la serie pasó por distintas etapas (algunas tan populares como la de Garth Ennis). Pero, para muchos aficionados, la versión definitiva del personaje sigue siendo a día de hoy la de Jamie Delano. Ahora, ECC recupera en tres volúmenes todas las historietas de John Constantine escritas por este gran autor, incluyendo el primer anual de la colección —dibujado por Bryan Talbot— y la serie limitada The Horrorist (1995), ilustrada por un inspiradísimo David Lloyd. El resultado es muchas cosas: un cómic ameno, una sátira divertida, una ficción de horror memorable, un manifiesto contra la intolerancia, un tratado sobre las debilidades humanas. Y, sobre todo, una obra perdurable.
Jorge García
Artículo publicado originalmente en las páginas de Hellblazer: Jamie Delano vol. 01 (de 3) ¡Ya a la venta!
Se trataba de dos recién llegados a la industria estadounidense de los cómics. Jamie Delano era un narrador vocacional que había ejercido de taxista en Northampton hasta que su amigo Alan Moore lo introdujo en el mundo de la escritura profesional invitándolo a reemplazarle en la serie de relatos cortos Nightraven (1983). A continuación, Moore lo recomendó como sustituto suyo para los guiones de Captain Britain (1985), serial superheroico dibujado por Alan Davis. A partir de entonces, Delano inició una prometedora carrera como guionista en publicaciones británicas como 2000AD y Doctor Who Magazine. En las páginas de esta última coincidió por primera vez con John Ridgway allá por 1986.
En ese momento, Ridgway apenas llevaba tres años como profesional aunque ya tenía a sus espaldas trece años de carrera como dibujante (oficio que compaginaba con un empleo a tiempo completo como diseñador industrial). Dueño de un trazo sólido influido por artistas británicos como Sydney Jordan o Frank Bellamy, Ridgway había colaborado con Alan Moore en Miracleman y con Grant Morrison en Zoids, y había plasmado sobre el papel su inclinación por la fantasía y el horror en obras como Spiral Path (para la revista Warrior) o Summer Magic (para 2000AD). Ya había alcanzado la madurez cuando tropezó con Delano. Pero el encuentro fue muy provechoso para ambos de cara a afrontar el desafío que dos años después supuso Hellblazer.
El reto residía, curiosamente, en el atractivo de John Constantine. Para despertar la curiosidad del lector, Alan Moore lo había presentado con unas pocas (pero certeras) pinceladas biográficas. En verdad, poco se sabía acerca de él. Que era británico, que compartía intereses con gente poco corriente, que había participado en un exorcismo desastroso en Newcastle y que había pasado temporadas en el manicomio y en la cárcel. Sobre un cimiento biográfico tan endeble, Delano levantó un personaje sólido desarrollándolo mensualmente durante cuarenta episodios. Para ello procedió de una forma diametralmente opuesta a la de Moore, ampliando la información disponible sobre el personaje y enmarcándolo en un universo propio poblado por familiares, amigos y amantes.
Para disgusto de Ridgway (gran aficionado a las atmósferas góticas de las películas de la Hammer), Delano radicó las aventuras de John Constantine en un contexto contemporáneo: la Gran Bretaña conservadora de fines de los ochenta gobernada por Margaret Thatcher. En este sentido, los guiones de Hellblazer remitían a las corrientes renovadoras de la ficción de horror impuestas por escritores como Stephen King, Ramsey Campbell, J.G. Ballard o Clive Barker, y por cineastas como Nicolas Roeg, Brian de Palma, Stanley Kubrick o David Cronenberg. En historieta, Moore había cultivado exitosamente esta vertiente adulta del género mientras escribió La Cosa del Pantano. Delano, por tanto, pisaba suelo fértil.
Los episodios iniciales de Hellblazer definieron perfectamente el tono de la serie. Giraban en torno a la práctica de un exorcismo que extirpase de la ciudad de New York al demonio del hambre. La preparación del ritual y la búsqueda de una víctima propiciatoria culminaban en un desenlace demoledor, de los más rotundos de toda la cabecera. El trazo de Ridgway —con su película de líneas superpuestas que se adherían como un guante a la piel de los personajes— contribuía a generar un clima turbio y envilecido en el que Constantine se movía como pez en el agua. A partir de esos episodios, y en cada nueva entrega, Delano —con una prosa literaria y abundante— hurgó cada vez más profundamente en los traumas del protagonista. De paso, expuso también los tumores que afectaban a la sociedad británica de la época: el neoliberalismo, el autoritarismo, la homofobia, la contaminación medioambiental, el peligro nuclear. En este sentido, instauró una tradición respetada por la larguísima nómina de guionistas que siguió sus pasos una vez concluida su etapa al frente de la serie en abril de 1991.
Desde 1988, Hellblazer fue un barómetro que registró las conmociones de su tiempo. Si Delano denunció con acidez la política neoliberal del gobierno de Margaret Thatcher a fines de los ochenta, Peter Milligan —último guionista de la serie— notificó un cuarto de siglo después las nefastas consecuencias de esas mismas políticas. Al respecto, el origen británico de la mayoría de escritores de la serie (salvo Brian Azzarello, Darko Macan y Jason Aaron) unificó el tono de la cabecera imponiendo un punto de vista muy crítico con los abusos del poder. Esta línea de pensamiento desbordó pronto las páginas de Hellblazer extendiéndose al puñado de títulos escritos por autores británicos que proliferaron a finales de los ochenta y que acabaron conformando el sello Vertigo.
El éxito de Alan Moore había atraído la atención de los editores estadounidenses sobre una nueva generación de guionistas británicos. Cuando el padre de Watchmen abandonó DC en busca de nuevos retos, los directivos de la editorial neoyorquina recurrieron para reemplazarlo a la flor y nata de los autores que escribían para Warrior o 2000AD. Hellblazer fue la punta de lanza de esta nueva generación. Acto seguido, DC lanzó al mercado de forma sucesiva una serie de títulos mensuales cuyo único rasgo en común era la presencia de guionistas británicos en sus respectivos equipos creativos: Animal Man de Grant Morrison apareció en septiembre de 1988, Sandman de Neil Gaiman en enero de 1989, y Shade The Changing Man de Peter Milligan en julio de 1990.
A principios de los noventa, todas estas cabeceras (y alguna otra como La Cosa del Pantano y Doom Patrol) formaban un mundo aparte dentro del cosmos DC. En 1993, Karen Berger dio carta de naturaleza a esta independencia desgajando todos esos títulos de su tronco original y creando Vertigo, línea de cómics orientada al público adulto que tuvo en Hellblazer su título más emblemático. Durante 300 episodios, la serie pasó por distintas etapas (algunas tan populares como la de Garth Ennis). Pero, para muchos aficionados, la versión definitiva del personaje sigue siendo a día de hoy la de Jamie Delano. Ahora, ECC recupera en tres volúmenes todas las historietas de John Constantine escritas por este gran autor, incluyendo el primer anual de la colección —dibujado por Bryan Talbot— y la serie limitada The Horrorist (1995), ilustrada por un inspiradísimo David Lloyd. El resultado es muchas cosas: un cómic ameno, una sátira divertida, una ficción de horror memorable, un manifiesto contra la intolerancia, un tratado sobre las debilidades humanas. Y, sobre todo, una obra perdurable.
Jorge García
Artículo publicado originalmente en las páginas de Hellblazer: Jamie Delano vol. 01 (de 3) ¡Ya a la venta!