“No llores porque ha terminado, sonríe porque ocurrió.” Esta frase, atribuida al popular autor de libros infantiles Theodor “Dr.” Seuss Geisel, bien podría aplicarse a la serie cuya conclusión acabamos de disfrutar. Dial H era una apuesta muy, pero que muy arriesgada, y los finales felices en los que la eternidad tiene forma de puesta de sol hacia la que se dirigen los protagonistas solo ocurren en las películas. Aquí los protagonistas también se pierden en la distancia tomados de la mano, alejándose del lector, pero hacia un destino muy distinto y con un propósito diferente al de ser felices y comer perdices.
El mercado del cómic mainstream norteamericano sería aburrido hasta lo insoportable sin apuestas como Dial H. Sin ellas, ¿qué queda? Calculadísimas medidas comerciales con el celofán del crossover y el efectismo por bandera. Es gracias a guionistas innovadores, dibujantes inconformistas, editores con ganas de dar luz verde a algo nuevo, que de vez en cuando surgen chispas que, pese a ser efímeras, traen consigo el potencial del cambio y la sorpresa. Pueden dar lugar a ideas novedosas, inspirar a otros profesionales, invitar a quien las ha disfrutado a probar otros productos que desafíen sus concepciones acerca de qué es un cómic de superhéroes.
Y si no consiguen nada de eso... Bueno, al menos lo intentaron. No se conformaron con seguir un canon. Aspiraron a romper el molde.
Alan Moore tomó a un personaje minúsculo, la Cosa del Pantano, e hizo con él un clásico moderno; sacudió el mundo del cómic destrozando el arquetipo del héroe en Watchmen. Grant Morrison, armado de innovación, hizo de colecciones pequeñas como Animal Man o Doom Patrol series de reconocida calidad: auténticos derroches de originalidad e ideas en las que, debajo de las referencias culturales o políticas, hay genuinas reflexiones sobre la literatura, el arte, las pulsiones humanas. Frank Miller sumergió en unas tinieblas muy urbanas a personajes como Batman y Daredevil: hoy no hay lector que no disfrute con El regreso del Caballero Oscuro. Peter David, después de haber hecho maravillas con Hulk en Marvel, dio una vuelta de tuerca a Aquaman en una etapa considerada de las mejores del personaje. Brian Azzarello está creando ejemplar a ejemplar una colección novedosa y aclamada en Wonder Woman. A todas estas obras les une un aspecto en común: ninguna de ellas nació del piloto automático.

Aunque la trayectoria de Dial H haya sido breve, su mera existencia tiene mucho valor: demuestra que en un mercado –no ya el del cómic, esto va más allá de la viñeta: el del entretenimiento– en el que cuesta salirse de lo seguro, del retorno garantizado de la inversión, aún hay un lugar no ya para lo distinto... sino lo raro. China Miéville, guionista de esta colección, se ha convertido en uno de los escritores más cotizados de la ciencia ficción a partir de una premisa a contracorriente: dentro de la literatura de ficción, en vez de recrearse en el sentido de la maravilla, recrearse en el de la extrañeza.
Miéville es el representante moderno de esa tendencia literaria tan antigua que es salirse por la tangente. Otros lo hicieron antes y crearon escuela: pues bien, hoy día puede apreciarse dentro de la literatura de ficción cómo cada vez más autores se sitúan bajo el estandarte del new weird, con su flamante blasón del kraken. Que dicha tendencia haya encontrado un hueco en el mundo del cómic, orientado a satisfacer las demandas de un público muy específico, proporciona esperanza e ilusión.
Por si fuera poco, este tomo también demuestra que las ideas extrañas y los enfoques novedosos pueden encajar perfectamente con personajes establecidos del Universo DC: el tratamiento de Miéville de los poderes de Flash combina conceptos que ya conocemos con un punto de vista diferente. Dicho de otro modo, pone de manifiesto que esta clase de colecciones no tienen por qué estar recluidas en un rincón del universo editorial, lejos de sus compañeras más populares. ¿Ejemplos modernos? Liga de la Justicia Oscura, pese a su planteamiento basado en la magia y en personajes sacados de la antigua Vertigo como Constantine o la Cosa del Pantano, funciona bien y se encuentra entroncada dentro de los crossovers La guerra de la Trinidad y La Trinidad del Pecado, aportando un punto de vista único. El Animal Man de Jeff Lemire no tenía la publicidad de personajes como Batman, pero a fuerza de saber hacer, de aportar ideas nuevas y de sorprender al lector, ha sido aclamada de forma unánime y se ha cruzado con varias colecciones.
Así que no se os ocurra llorar porque terminó: Dial H ha existido y solo por eso ya ha merecido la pena. Su breve transcurso no hace de menos un hecho del que tomar buena nota: aún hay un sitio para lo extraño, lo impredecible, lo que se sale de lo corriente en el mercantilizado sector del entretenimiento en general y del cómic en particular. ¿Un sitio pequeño, decís? También son pequeñas las semillas. Y mirad en qué se convierten después.
Alberto Morán Roa
Artículo publicado originalmente en las páginas de Dial H: Fin.
El mercado del cómic mainstream norteamericano sería aburrido hasta lo insoportable sin apuestas como Dial H. Sin ellas, ¿qué queda? Calculadísimas medidas comerciales con el celofán del crossover y el efectismo por bandera. Es gracias a guionistas innovadores, dibujantes inconformistas, editores con ganas de dar luz verde a algo nuevo, que de vez en cuando surgen chispas que, pese a ser efímeras, traen consigo el potencial del cambio y la sorpresa. Pueden dar lugar a ideas novedosas, inspirar a otros profesionales, invitar a quien las ha disfrutado a probar otros productos que desafíen sus concepciones acerca de qué es un cómic de superhéroes.
Y si no consiguen nada de eso... Bueno, al menos lo intentaron. No se conformaron con seguir un canon. Aspiraron a romper el molde.
Alan Moore tomó a un personaje minúsculo, la Cosa del Pantano, e hizo con él un clásico moderno; sacudió el mundo del cómic destrozando el arquetipo del héroe en Watchmen. Grant Morrison, armado de innovación, hizo de colecciones pequeñas como Animal Man o Doom Patrol series de reconocida calidad: auténticos derroches de originalidad e ideas en las que, debajo de las referencias culturales o políticas, hay genuinas reflexiones sobre la literatura, el arte, las pulsiones humanas. Frank Miller sumergió en unas tinieblas muy urbanas a personajes como Batman y Daredevil: hoy no hay lector que no disfrute con El regreso del Caballero Oscuro. Peter David, después de haber hecho maravillas con Hulk en Marvel, dio una vuelta de tuerca a Aquaman en una etapa considerada de las mejores del personaje. Brian Azzarello está creando ejemplar a ejemplar una colección novedosa y aclamada en Wonder Woman. A todas estas obras les une un aspecto en común: ninguna de ellas nació del piloto automático.

Aunque la trayectoria de Dial H haya sido breve, su mera existencia tiene mucho valor: demuestra que en un mercado –no ya el del cómic, esto va más allá de la viñeta: el del entretenimiento– en el que cuesta salirse de lo seguro, del retorno garantizado de la inversión, aún hay un lugar no ya para lo distinto... sino lo raro. China Miéville, guionista de esta colección, se ha convertido en uno de los escritores más cotizados de la ciencia ficción a partir de una premisa a contracorriente: dentro de la literatura de ficción, en vez de recrearse en el sentido de la maravilla, recrearse en el de la extrañeza.
Miéville es el representante moderno de esa tendencia literaria tan antigua que es salirse por la tangente. Otros lo hicieron antes y crearon escuela: pues bien, hoy día puede apreciarse dentro de la literatura de ficción cómo cada vez más autores se sitúan bajo el estandarte del new weird, con su flamante blasón del kraken. Que dicha tendencia haya encontrado un hueco en el mundo del cómic, orientado a satisfacer las demandas de un público muy específico, proporciona esperanza e ilusión.
Por si fuera poco, este tomo también demuestra que las ideas extrañas y los enfoques novedosos pueden encajar perfectamente con personajes establecidos del Universo DC: el tratamiento de Miéville de los poderes de Flash combina conceptos que ya conocemos con un punto de vista diferente. Dicho de otro modo, pone de manifiesto que esta clase de colecciones no tienen por qué estar recluidas en un rincón del universo editorial, lejos de sus compañeras más populares. ¿Ejemplos modernos? Liga de la Justicia Oscura, pese a su planteamiento basado en la magia y en personajes sacados de la antigua Vertigo como Constantine o la Cosa del Pantano, funciona bien y se encuentra entroncada dentro de los crossovers La guerra de la Trinidad y La Trinidad del Pecado, aportando un punto de vista único. El Animal Man de Jeff Lemire no tenía la publicidad de personajes como Batman, pero a fuerza de saber hacer, de aportar ideas nuevas y de sorprender al lector, ha sido aclamada de forma unánime y se ha cruzado con varias colecciones.
Así que no se os ocurra llorar porque terminó: Dial H ha existido y solo por eso ya ha merecido la pena. Su breve transcurso no hace de menos un hecho del que tomar buena nota: aún hay un sitio para lo extraño, lo impredecible, lo que se sale de lo corriente en el mercantilizado sector del entretenimiento en general y del cómic en particular. ¿Un sitio pequeño, decís? También son pequeñas las semillas. Y mirad en qué se convierten después.
Alberto Morán Roa
Artículo publicado originalmente en las páginas de Dial H: Fin.