Eccediciones
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La voz del antagonista

En un género como el superheroico, que por regla general se mueve dentro de unos códigos dramáticos, narrativos e incluso mitológicos muy definidos, no es extraño que el equipo creativo de turno centre toda su atención en los habituales protagonistas de la historia: justicieros virtuosos cuya nobleza y superioridad física e intelectual debe quedar patente en cada entrega de interminables aventuras serializadas. En este contexto, es fácil sucumbir a la tentación de emplear a los antagonistas con fines puramente instrumentales, a mayor gloria de los icónicos paladines. Pero por fortuna, de forma periódica surgen historietistas empeñados en evitar que la caracterización de los secundarios se limite a una desdibujada sucesión de clichés superficiales, apostando en su lugar por ahondar en las motivaciones de estos villanos; por conocer su entorno, sus traumas pasados, sus padecimientos presentes y el modo en que ese cúmulo de circunstancias determinan su actuar. Apuestan, en definitiva, por dotar de mayor credibilidad, profundidad y consistencia a la carga dramática y al perfil psicológico de estos pobres diablos, aparentemente condenados a fracasar una y otra vez en sus proyectos criminales.

En otras ocasiones —las que menos—, los eternos secundarios que pululan e incordian constantemente en las calles de las metrópolis habitadas por superhéroes adquieren mayores dosis de protagonismo y abandonan su papel secundario para posibilitar el abordaje del género desde una perspectiva diferente. Y en ese sentido, DC Comics cuenta con ejemplos recientes realmente meritorios. Sin ir más lejos, la bien avenida dupla de autores formada por Brian Azzarello y Lee Bermejo desarrolló hasta dos proyectos protagonizados por las némesis por excelencia de Superman y Batman: durante el año 2005 centraron sus esfuerzos comunes en una serie limitada de cinco entregas titulada Luthor, que pretendía razonar la perspectiva del genio criminal, empeñado en ver al Hombre de Acero como una amenaza alienígena cuya mera existencia pone en serio peligro a la raza humana. El conocimiento previo del lector —totalmente consciente de la despótica, vengativa y homicida naturaleza del protagonista— y la narración en primera persona que cedía la voz al alopécico megalómano propiciaron un interesante contraste, dando forma a una obra que, en lo que al análisis del personaje se refiere, solo admite comparación con Lex Luthor: Biografía no autorizada, de James D. Hudnall y Eduardo Barreto, y All-Star Superman, de Grant Morrison y Frank Quitely.

Azzarello y Bermejo repitieron experiencia con otro ilustre supervillano, aprovechando las páginas de la excelente novela gráfica Joker (2008) para ofrecer una perturbadora mirada al Príncipe Payaso del Crimen, más terrorífico y realista que nunca. Siguiendo la regla no escrita de evitar emplearlo como narrador —¿Cómo explicar, razonar o justificar el caos y la locura que impulsan cada una de sus acciones?—, optaron por ceder el testigo a un hampón de tres al cuarto llamado Jonny Frost, testigo y partícipe de su regreso a la escena criminal gothamita tras una prolongada estancia en el Asilo Arkham.

El siempre interesante Paul DiniBatman: La serie animada— ha sido otro de los grandes exponentes de esta tendencia. Cuenta con otros dos proyectos de características similares a los mencionados... aunque de tono bien diferente. Entre 2009 y 2011 llevó las riendas de dos series regulares cuyas premisas partían precisamente de la inversión de los roles habituales: en Batman: Calles de Gotham, el Hombre Murciélago seguía presente, pero sus aventuras se relataban desde un punto de vista “callejero”, bien fuera a través de los ojos del Comisario Gordon o, efectivamente, del villano de turno. En cuanto a Musas de Gotham, las protagonistas absolutas de la ficción eran tres mujeres de armas tomar que, unas más que otras, acostumbran a hacer equilibrios en la delgada línea que separa el bien del mal: Catwoman, Hiedra Venenosa y Harley Quinn.

Aprovechando los tres números de la cabecera Batman: Legends of the Dark Knight de los que dispusieron en 2003, Tom Peyer y Tony Harris se adelantaron a autores como Azzarello, Bermejo o Dini; pero en lugar de recurrir a antagonistas totalmente establecidos, inmediatamente reconocibles por los lectores, optaron por crear uno de nuevo cuño: Frank Sharp, joven que apenas supera la mayoría de edad, cuyos rasgos deformes dificultan su integración. En un período en el que la confusión y las dudas suelen ser habituales, Frank no logra encontrar su espacio en el mundo, y su difícil temperamento no ayuda a que la tarea llegue a buen término. Sin embargo, este atribulado adolescente posee una inusitada habilidad: sugestionar la voluntad de cualquiera que estreche su mano, hasta convertirlo en un mero títere o ejecutor de sus órdenes. Paradójico, que un gesto que tradicionalmente implica una ofrenda de paz, el ánimo de presentarse ante un desconocido o el reconocimiento de cierta familiaridad pervierta sus posibles significados para representar la traición a la confianza depositada por quien responde al apretón de manos.

Batman: El Caballero Oscuro - Irresistible renuncia a conformarse con establecer una justificación maniquea a semejante comportamiento: prefiere esforzarse en subrayar que los verdaderos problemas del protagonista nada tienen que ver con la deformidad de su rostro, sino con su obsesión por cómo cree que le percibe su entorno y con el modo en que ha decidido emplear sus poderes hipnóticos. En definitiva, Peyer y Harris intentan dar voz al antagonista de turno del Cruzado de la Capa, para así humanizarlo en toda su complejidad y tratar de comprender el preciso instante en que un criminal decide consagrar su existencia a hacer el mal. La duda que subyace, a la que tratan de responder las páginas que siguen a continuación, es en qué momento se alcanza el punto de no retorno, más allá del cual la hipótesis de la redención se convierte en un imposible...

David Fernández

Artículo publicado originalmente como introducción de Batman: El Caballero Oscuro - Irresistible.