Eccediciones

La voz de los muertos

No es ningún secreto que, sintiéndose cómodo dentro de las coordenadas de un noir que le permitía explorar los rincones más sórdidos de la existencia humana, Brian Azzarello (Cleveland, EE.UU.; 1962) no tenía especial interés en escribir historias de corte superheroico. Sin embargo, el paso del tiempo mitigó su reticencia inicial, demostrando una previsible aptitud para moverse dentro de los códigos del género sin por ello echar mano de clichés recurrentes. Así lo demostró durante la etapa de Superman dibujada por Jim Lee o, más recientemente, en la serie regular Wonder Woman, relanzada junto a Cliff Chiang con motivo del nacimiento del Nuevo Universo DC.

El proceso mediante el cual comenzó a salir de su zona creativa de confort fue gradual, dando los pasos necesarios para afrontar los nuevos desafíos que se desplegaban ante él. En ese sentido, seguro que la transición temática resultó más llevadera por haber sido el Hombre Murciélago el primer gran icono de DC Comics que pasó por su procesador de textos; todo un reto, abordado junto a su inseparable Eduardo Risso, compañero de armas en 100 Balas (1999-2009). Ambos participaron en Batman: Gotham Knights núm. 8 (2000), que por aquel entonces incluía en cada entrega una historia de complemento en blanco y negro. Con el inquietante Victor Zsasz como antagonista, el breve relato desarrollado por los autores obligaba al Caballero Oscuro a cuestionarse las motivaciones del célebre asesino en serie, expuestas a través de una reveladora conversación. Y si algo quedó patente es que los claroscuros de Gotham City —gráficos, pero también morales— lucían realmente bien a través de la prosa de autor natural de Cleveland, dando forma a una pequeña joya incluida en el recopilatorio Grandes autores de Batman: Brian Azzarello y Eduardo Risso - Ciudad rota y otras historias.

Teniendo en cuenta la creciente popularidad del guionista, parecía inevitable que la editorial recompensara su trabajo y le invitara a dejar constancia de su talento, también, en latitudes ajenas al sello Vertigo. Así, en febrero de 2002 firmó un contrato en exclusiva anunciado a bombo y platillo por DC Comics, precisamente cuando estaba a punto de publicarse la primera entrega de la serie limitada que supondría su reencuentro con el Hombre Murciélago: Batman: Fuego cruzado. Un proyecto que contaba con no pocas peculiaridades, siendo la más evidente que se trataba de un team-up con otro personaje: Deathblow, surgido de la factoría WildStorm. Otrora estudio independiente, desde 1998 se convirtió en sello integrado en el entramado empresarial de DC Comics, de modo que los editores de turno consideraron que no podían dejar pasar la oportunidad de sacar mayor provecho a algunos de sus personajes.

Deathblow fue creado por Jim Lee —fundador de WildStorm— y Brandon Choi en base al arquetipo del soldado experimentado de métodos expeditivos, en este caso llamado Michael Cray. Letal asesino que actuaba a las órdenes de Operaciones Internacionales, sus primeras aventuras giraron en torno a una carrera contra el reloj y el avance de una enfermedad terminal, mientras afrontaba la amenaza de un ser sobrenatural conocido como el Ángel Negro. Una mezcla claramente inspirada en el grim and gritty que Frank Miller popularizó con Batman: El regreso del Caballero Oscuro (1986)… aunque lo cierto es que la influencia de este autor fue mucho más allá de la violencia y la seriedad imperantes en el tono de la colección: desde un punto de vista gráfico, tanto Jim Lee en el Darker Image núm. 1 donde debutó el personaje, como Tim SaleBatman: El largo Halloween— en las páginas de la serie regular Deathblow, emplearon un estilo deudor del mostrado por Miller en Sin City. Combinación que, en todo caso, sedujo a suficientes lectores como para prolongar la colección durante una treintena de números, a los que habría que sumar diferentes especiales y un segundo volumen publicado en 2007.

Llegado el momento de seleccionar al historietista que se encargaría de plasmar sobre el papel de dibujo el encuentro entre Batman y Deathblow, el por aquel entonces editor John Layman —a la postre creador de Chew y guionista de Detective Comics— recurrió a un autor surgido de la fructífera cantera del estudio WildStorm. Concretamente a un jovencísimo Lee Bermejo (EE.UU., 1977), que hasta entonces había lucido su prometedor estilo en la serie limitada Superman/Gen13 y en un par de números de Action Comics, entre otros encargos. Asignaciones que palidecían frente a la posibilidad de dibujar a Batman y colaborar con el guionista de moda, con quien terminaría mostrando una compenetración envidiable. Sin poder intuirlo, aquel veinteañero hoy totalmente consagrado estaba a punto de afrontar un momento decisivo en su carrera profesional.

A lo largo de los años, Azzarello ha demostrado que gusta de huir de lugares comunes, pasando por su personalísimo filtro autoral los códigos de cualquier género. Pero, ¿cómo hacer lo propio con un team-up? Fuertemente arraigados en la tradición superheroica, este tipo de especiales propician el encuentro de dos personajes, normalmente utilizando como pretexto argumental un equívoco urdido por un tercero de aviesas intenciones. A través de una estructura casi invariable de tres actos, se relata la presentación de los personajes, se desarrolla el enfrentamiento provocado por un malentendido y, aclarada la situación, ambos unen sus fuerzas para derrotar al verdadero enemigo. Como habrá comprobado el lector, Azzarello optó por negar la mayor, evitando que Batman y Deathblow compartieran plano y convirtiendo a un difunto en el coprotagonista de esta historia. Ni más, ni menos. Pero el guionista se convirtió en la voz de los muertos, recurriendo a una audaz estructura narrativa: la combinación de dos líneas temporales desplegadas de forma paulatina, que esclarecían un caso cuyo origen se remontaba 10 años en el tiempo.

Comenta Azzarello que cada vez que tiene ocasión de escribir a Batman, se decanta por una aproximación diferente. Aprovechando la naturaleza poliédrica del personaje —que desde su creación ha demostrado aceptar una enriquecedora pluralidad de interpretaciones—, en su primer proyecto de envergadura con el Cruzado de la Capa se decantó por mostrarlo “como una especie de James Bond, pero a un nivel urbano”. Para ello, potenció la faceta pública de Bruce Wayne, yendo más allá de la fachada de playboy usualmente utilizada como coartada, para mostrarnos que la imagen, los inagotables recursos y los contactos internacionales de un magnate pueden resultar de gran utilidad en la guerra contra el crimen de su álter ego enmascarado. Es precisamente esta identidad civil la que proporciona el nexo de unión entre las dos líneas temporales; un nexo representado en la figura de Scott Floyd: operativo de inteligencia conocido tanto por Wayne como por Cray.

Así se articula el juego de espías en que deviene Batman: Fuego cruzado: FBI, CIA, Operaciones Internacionales... menciones nada inocentes a agencias reales y ficticias, en cualquier caso destinadas a retratar ese mundo paralelo e invisible para los ciudadanos de a pié en el que, amparadas por la supuesta defensa del bien común, dichas organizaciones libran guerras silenciosas. El ánimo de mantener determinados secretos a salvo es lo que desencadena una trama que se remonta 10 años en el tiempo para relatar la misión de Deathblow: localizar y neutralizar a Seijun Sadaharu, líder de una célula terrorista descontrolada. Interponiéndose en su camino, surge la figura de un misterioso mercenario poseedor de habilidades piroquinéticas, que una década más tarde reaparece en Gotham City propiciando la consiguiente investigación de Batman. Un contexto y un tono que por momentos recuerda al hard-boiled detectivesco tan admirado por Azzarello, nuevamente responsable de atinados diálogos, como el plasmado en una página que bien podría haber inspirado a Christopher Nolan y David S. Goyer cuando escribieron una de las secuencias más recordadas de Batman begins (2005).

Decantarse por una ambientación y un tono como los descritos requería una aproximación gráfica muy concreta, y en ese sentido Bermejo sobresale por su hiperrealismo: cada detalle, textura, mancha e imperfección, cada gota de sangre, rastro de pólvora, humo de tabaco y llamarada de fuego, contribuyen a que el lector se sumerja en la historia. “Lee posee un gran sentido visual”, afirma Azzarello. “No necesito escribir descripciones pormenorizadas porque siempre tiene en mente el resultado final de cada página. No tengo que decirle que Gotham es una ciudad inmersa en una especie de submundo, o que no hay lugar para el bien en esa metrópolis. Porque lo sabe. Compartimos la misma visión de Gotham”. Una visión que también ayuda a construir el entintado de Tim Bradstreet y Mick Gray, y el coloreado a mano de Grant Goleash, posteriormente completado por el español José Villarrubia.

La interacción entre Azzarello y Bermejo fue más que satisfactoria, tal y como demuestra el hecho de que se reencontraron en proyectos posteriores como Lex Luthor (2005) o Joker (2008). Oportunidades idóneas para seguir desarrollando lo que el dibujante define como “el Universo DC Azzarello/Bermejo”: un rincón de este imaginario superheroico en el que imponen sus propias reglas, que posteriormente aplicaron a la narración del pasado de Walter Joseph Kovacs en la serie limitada Antes de Watchmen: Rorschach (2012-2013). En palabras del dibujante: “Hemos sido lo suficientemente afortunados de tener la libertad necesaria para trabajar en nuestro propio espacio, llevando a estos personajes hacia un terreno personal”. Tan afortunados como los lectores, que tenemos ocasión de disfrutar la sinergia producida durante la interacción de estos dos grandes autores.

David Fernández

Artículo publicado originalmente en las páginas de Batman: Fuego cruzado.