Nadie quiere ser un cerebro humano en un cuerpo robótico
o
Por qué este no es un cómic de superhéroes y por eso es tan bueno
Pero basta de hablar de la Patrulla Condenada; hablemos sobre mí.
Cuando era un chaval, como muchos millones, me ataba una toalla de baño roja al cuello e imitaba los despegues de trampolín del Superman de George Reeves. Otros días, a diferencia de otros millones de niños, quizás apretaba el puño y hacía girar mi brazo como un molino, creando un tornado en miniatura que podía arrancar árboles, imitando la supervelocidad de Flash. A veces, como no había hecho ni ha vuelto a hacer ningún niño, me ponía mi blazer y mi corbata de clip y corría a cubrirme desde los arbustos hacia un coche y de ahí a un árbol como creía que haría James Bond si alguna vez terminara en mi vecindario. Aparte de absorber y revivir las aventuras de esos queridos héroes, también leía cada mes La Patrulla Condenada de Arnold Drake y Bruno Premiani, pero nunca me vendé la cabeza y fingí debilidad en rachas de 60 segundos mientras un parásito radioactivo abandonaba mi cuerpo para realizar rescates rutinarios que solo yo podía ver. Nunca deseé que partes aisladas de mi cuerpo pudieran crecer o encogerse si me concentraba lo suficiente. Y está claro que nunca quise achicharrarme en un accidente de coche para que pudieran trasplantar mi cerebro en un burdo cuerpo robótico con una mandíbula como una pala de excavadora.
Y por eso la Patrulla Condenada —Larry Trainor, el Hombre Negativo; Rita Farr, Elastigirl; y Cliff Steele, Robotman— no eran superhéroes de verdad, pese a sus nombres y su aspecto. Parte de la función de un superhéroe es ofrecernos un refugio lejos de nuestra normalidad, una identificación con algo maravilloso, un cuartel general aéreo secreto desde el que poder mirar a nuestros amigos, familias y figuras autoritarias (sobre todo las figuras autoritarias) y sentir lástima por su trágica falta de dones especiales.
Disfrazado como un cómic normal, La Patrulla Condenada subvirtió esa tendencia. En comparación con el omnipléjico Cliff y el infectado Larry, había que envidiar y no sentir lástima por la gente normal. De la misma manera, un chaval de nueve años que hace molinillos con el brazo apuntando a un viejo olmo en una concurrida esquina a plena luz del día quizás envidie en secreto a la gente normal que le mira extrañada desde sus Valiants y sus Corvairs. Quizás tú también hayas sentido esta envidia.
Así que, si la Patrulla Condenada no son superhéroes, supongo que son gente como tú y yo, o al menos como yo. No se parecen a nada que pueda existir, pero quizás los sentimientos que acompañan a un vendaje de cuerpo completo y a la mandíbula como una pala de excavadora y a los tobillos como troncos de secuoya sean tan genuinos como la última vez que te comparaste con un extraño y saliste perdiendo. Quizás la normalidad despreocupada que proyectamos sobre los otros es lo que es tan absurdo. Quizás la Patrulla Condenada tenga todo el sentido del mundo.
Ojo, no estoy diciendo que desarrollara este análisis hace 29 años mientras le arrancaba las alas a mi periquito para hacerme un casco casero de Hawkman*. Lo único que sabía entonces es que la Patrulla Condenada me parecía asquerosa y me hacía sentir raro, y que hacía lo posible por comprar todos los números.
Han pasado casi 30 años, y Grant Morrison y Richard Case nos han dado una nueva Patrulla Condenada con la que los lectores interesados tienen la oportunidad de sentir repugnancia y rareza una vez más. Igual que la versión original, la Patrulla Condenada de Grant y Richard se parece superficialmente a otros héroes de acción, pero pierde el paso de forma patética cuando empieza a sonar la música de persecución. Los justicieros que vuelan, se encogen o se estiran vuelven a parecer corrientes en comparación con ellos, y la gente corriente parece afortunada. Su primera historia, Surgiendo de entre los escombros, empieza en un hospital y pasa abruptamente a otro, acumulando enfermedades en las primeras páginas igual que la mayoría de cómics muestran superpoderes.
En el lugar de Rita, que podría pasar por una persona normal y cuyo poder nunca fue tan horrible, está Kay Challis, la inolvidable Crazy Jane, cuyos “dones” paranormales solo están limitados por el número de personalidades que cumplen condena dentro de su cabeza. Al empezar la historia, le acompañan 64.
Larry Trainor y el superparásito siguen juntos, y se les une la reticente Dra. Eleanor Poole para formar a Rebis, el hermafrodita radioactivo que ya no suena como Larry. Eso molesta a nuestro viejo amigo Cliff; sigue siendo el mismo, pero cuando empiezas como una esponja gris goteante en un cuerpo protésico, no hay mucho margen de deterioro.
Acompañándoles en la caída están Niles Caulder, el genio complejo que fundó la Patrulla Condenada; Rhea Jones, una chica comatosa que parece estar durmiendo de camino a un destino aterrador; y la encantadora Dorothy Spinner, una adolescente con cara de simio cuya vida interior puede manifestarse para que la vea todo el mundo, un “don” que haría que la mayoría de adolescentes terminaran de cabeza en un manicomio.
El único miembro con lo que yo consideraría superpoderes sanos y típicos —Joshua Clay, un médico que puede volar y lanzar una especie de rayos con los puños— está demasiado asustado con todo esto como para permitirse usarlos. Él prefiere permanecer a la espera de las inevitables emergencias médicas y realizar tareas rutinarias para el Jefe.
Por tedioso que suene, no podemos culpar a Josh por cambiar las mallas por un mandil cuando tenemos en cuenta la oposición. La Patrulla Condenada nunca ha tenido la suerte de enfrentarse a simples ladrones de joyas que se visten como naipes, o secuestradores enmascarados que envían a la oficina del comisario pistas fáciles sobre su paradero. Es más probable que su galería de villanos incluya un mundo imaginario que amenaza con hacerse real, suplantando nuestra realidad; la máquina abandonada que puede hacer realidad los sueños; el omnipotente sanguinario que dice ser Dios, ¿y quién sabe con seguridad si miente?
Pese a todos esos encuentros peligrosos, pese a todos los desórdenes y enfermedades de nuestros héroes, pese a todo su miedo y sufrimiento, una de las mejores cualidades de los guiones de La Patrulla Condenada de Grant es lo que les falta. Otro guionista que trabajara con los mismos ingredientes habría hinchado las historias con la conocida solemnidad sombría y descarnada de los imitadores de El Caballero Oscuro o Watchmen. No te molestes en buscar la (bostezo) angustia entrecortada y en primera persona, la (gruñido) violencia grácil, los (bua) ayudantes muertos, la (¡achís!) resignación angustiada que funcionó tan bien en esos proyectos y que pocas veces lo ha vuelto a hacer desde entonces. Grant es un escritor demasiado juguetón y trabajador para hacer cualquiera de esas cosas. En lugar de eso, encontrarás placer en el extraño funcionamiento de su universo, un cariño por sus habitantes y una presentación directa que es poco habitual en los cómics actuales.
Gran parte del mérito de esa presentación debe otorgarse al estilo y la narrativa de Richard Case. Verle pasar de ser un talento crudo pero seguro a ser un inspirado maestro artesano ha sido una de las recompensas más satisfactorias de La Patrulla Condenada.
El resultado del trabajo duro de Richard y Grant es uno de mis cómics favoritos de todos los tiempos. Un par de años después de que empezara su etapa, tuve la suerte de convertirme en el editor de la serie regular. Sin importar lo que ocurra, pretendo agarrarme a ello hasta que tengan que arrancármelo de mis dedos fríos y muertos.
Pero basta de hablar de mí. Leamos La Patrulla Condenada.
Tom Peyer
1992
*Era broma, amantes de los pájaros.
Artículo publicado en las páginas de La Patrulla Condenada de Grant Morrison Libro 01: Desde las cenizas ¡Ya a la venta!
Previa de La Patrulla Condenada de Grant Morrison Libro 01: Desde las cenizas
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Por qué este no es un cómic de superhéroes y por eso es tan bueno
Pero basta de hablar de la Patrulla Condenada; hablemos sobre mí.
Cuando era un chaval, como muchos millones, me ataba una toalla de baño roja al cuello e imitaba los despegues de trampolín del Superman de George Reeves. Otros días, a diferencia de otros millones de niños, quizás apretaba el puño y hacía girar mi brazo como un molino, creando un tornado en miniatura que podía arrancar árboles, imitando la supervelocidad de Flash. A veces, como no había hecho ni ha vuelto a hacer ningún niño, me ponía mi blazer y mi corbata de clip y corría a cubrirme desde los arbustos hacia un coche y de ahí a un árbol como creía que haría James Bond si alguna vez terminara en mi vecindario. Aparte de absorber y revivir las aventuras de esos queridos héroes, también leía cada mes La Patrulla Condenada de Arnold Drake y Bruno Premiani, pero nunca me vendé la cabeza y fingí debilidad en rachas de 60 segundos mientras un parásito radioactivo abandonaba mi cuerpo para realizar rescates rutinarios que solo yo podía ver. Nunca deseé que partes aisladas de mi cuerpo pudieran crecer o encogerse si me concentraba lo suficiente. Y está claro que nunca quise achicharrarme en un accidente de coche para que pudieran trasplantar mi cerebro en un burdo cuerpo robótico con una mandíbula como una pala de excavadora.
Y por eso la Patrulla Condenada —Larry Trainor, el Hombre Negativo; Rita Farr, Elastigirl; y Cliff Steele, Robotman— no eran superhéroes de verdad, pese a sus nombres y su aspecto. Parte de la función de un superhéroe es ofrecernos un refugio lejos de nuestra normalidad, una identificación con algo maravilloso, un cuartel general aéreo secreto desde el que poder mirar a nuestros amigos, familias y figuras autoritarias (sobre todo las figuras autoritarias) y sentir lástima por su trágica falta de dones especiales.
Disfrazado como un cómic normal, La Patrulla Condenada subvirtió esa tendencia. En comparación con el omnipléjico Cliff y el infectado Larry, había que envidiar y no sentir lástima por la gente normal. De la misma manera, un chaval de nueve años que hace molinillos con el brazo apuntando a un viejo olmo en una concurrida esquina a plena luz del día quizás envidie en secreto a la gente normal que le mira extrañada desde sus Valiants y sus Corvairs. Quizás tú también hayas sentido esta envidia.
Así que, si la Patrulla Condenada no son superhéroes, supongo que son gente como tú y yo, o al menos como yo. No se parecen a nada que pueda existir, pero quizás los sentimientos que acompañan a un vendaje de cuerpo completo y a la mandíbula como una pala de excavadora y a los tobillos como troncos de secuoya sean tan genuinos como la última vez que te comparaste con un extraño y saliste perdiendo. Quizás la normalidad despreocupada que proyectamos sobre los otros es lo que es tan absurdo. Quizás la Patrulla Condenada tenga todo el sentido del mundo.
Ojo, no estoy diciendo que desarrollara este análisis hace 29 años mientras le arrancaba las alas a mi periquito para hacerme un casco casero de Hawkman*. Lo único que sabía entonces es que la Patrulla Condenada me parecía asquerosa y me hacía sentir raro, y que hacía lo posible por comprar todos los números.
Han pasado casi 30 años, y Grant Morrison y Richard Case nos han dado una nueva Patrulla Condenada con la que los lectores interesados tienen la oportunidad de sentir repugnancia y rareza una vez más. Igual que la versión original, la Patrulla Condenada de Grant y Richard se parece superficialmente a otros héroes de acción, pero pierde el paso de forma patética cuando empieza a sonar la música de persecución. Los justicieros que vuelan, se encogen o se estiran vuelven a parecer corrientes en comparación con ellos, y la gente corriente parece afortunada. Su primera historia, Surgiendo de entre los escombros, empieza en un hospital y pasa abruptamente a otro, acumulando enfermedades en las primeras páginas igual que la mayoría de cómics muestran superpoderes.
En el lugar de Rita, que podría pasar por una persona normal y cuyo poder nunca fue tan horrible, está Kay Challis, la inolvidable Crazy Jane, cuyos “dones” paranormales solo están limitados por el número de personalidades que cumplen condena dentro de su cabeza. Al empezar la historia, le acompañan 64.
Larry Trainor y el superparásito siguen juntos, y se les une la reticente Dra. Eleanor Poole para formar a Rebis, el hermafrodita radioactivo que ya no suena como Larry. Eso molesta a nuestro viejo amigo Cliff; sigue siendo el mismo, pero cuando empiezas como una esponja gris goteante en un cuerpo protésico, no hay mucho margen de deterioro.
Acompañándoles en la caída están Niles Caulder, el genio complejo que fundó la Patrulla Condenada; Rhea Jones, una chica comatosa que parece estar durmiendo de camino a un destino aterrador; y la encantadora Dorothy Spinner, una adolescente con cara de simio cuya vida interior puede manifestarse para que la vea todo el mundo, un “don” que haría que la mayoría de adolescentes terminaran de cabeza en un manicomio.
El único miembro con lo que yo consideraría superpoderes sanos y típicos —Joshua Clay, un médico que puede volar y lanzar una especie de rayos con los puños— está demasiado asustado con todo esto como para permitirse usarlos. Él prefiere permanecer a la espera de las inevitables emergencias médicas y realizar tareas rutinarias para el Jefe.
Por tedioso que suene, no podemos culpar a Josh por cambiar las mallas por un mandil cuando tenemos en cuenta la oposición. La Patrulla Condenada nunca ha tenido la suerte de enfrentarse a simples ladrones de joyas que se visten como naipes, o secuestradores enmascarados que envían a la oficina del comisario pistas fáciles sobre su paradero. Es más probable que su galería de villanos incluya un mundo imaginario que amenaza con hacerse real, suplantando nuestra realidad; la máquina abandonada que puede hacer realidad los sueños; el omnipotente sanguinario que dice ser Dios, ¿y quién sabe con seguridad si miente?
Pese a todos esos encuentros peligrosos, pese a todos los desórdenes y enfermedades de nuestros héroes, pese a todo su miedo y sufrimiento, una de las mejores cualidades de los guiones de La Patrulla Condenada de Grant es lo que les falta. Otro guionista que trabajara con los mismos ingredientes habría hinchado las historias con la conocida solemnidad sombría y descarnada de los imitadores de El Caballero Oscuro o Watchmen. No te molestes en buscar la (bostezo) angustia entrecortada y en primera persona, la (gruñido) violencia grácil, los (bua) ayudantes muertos, la (¡achís!) resignación angustiada que funcionó tan bien en esos proyectos y que pocas veces lo ha vuelto a hacer desde entonces. Grant es un escritor demasiado juguetón y trabajador para hacer cualquiera de esas cosas. En lugar de eso, encontrarás placer en el extraño funcionamiento de su universo, un cariño por sus habitantes y una presentación directa que es poco habitual en los cómics actuales.
Gran parte del mérito de esa presentación debe otorgarse al estilo y la narrativa de Richard Case. Verle pasar de ser un talento crudo pero seguro a ser un inspirado maestro artesano ha sido una de las recompensas más satisfactorias de La Patrulla Condenada.
El resultado del trabajo duro de Richard y Grant es uno de mis cómics favoritos de todos los tiempos. Un par de años después de que empezara su etapa, tuve la suerte de convertirme en el editor de la serie regular. Sin importar lo que ocurra, pretendo agarrarme a ello hasta que tengan que arrancármelo de mis dedos fríos y muertos.
Pero basta de hablar de mí. Leamos La Patrulla Condenada.
Tom Peyer
1992
*Era broma, amantes de los pájaros.
Artículo publicado en las páginas de La Patrulla Condenada de Grant Morrison Libro 01: Desde las cenizas ¡Ya a la venta!
Previa de La Patrulla Condenada de Grant Morrison Libro 01: Desde las cenizas