Joe Kelly no tenía un trabajo sencillo ante sí, en absoluto. Grant Morrison había llevado a la JLA a cotas de grandeza y poder nunca antes vistas, embarcando al supergrupo en aventuras de magnitud apocalíptica: enfrentados a ángeles, armas ancestrales capaces de engullir galaxias y a las versiones más peligrosas de villanos clásicos como Lex Luthor, parecía que nadie se atrevería a poner más fichas sobre el tapete. Mark Waid dio una vuelta de tuerca al concepto de la colección con arcos argumentales como Torre de Babel, en el que la amenaza que se cernía sobre la JLA no provenía del exterior sino de entre su propia alineación. Todo ello sin reducir la magnitud de la colección, esa permanente impresión percibida por el lector de estar leyendo algo “más grande que la vida”. De que lo que tenía lugar en aquellas páginas era, realmente, el relato del grupo de héroes más poderoso no ya del Universo DC, sino del mundo del cómic. En definitiva, Joe Kelly lo tenía muy complicado para mantener el interés de los lectores y la frescura de la colección tras el paso de estos dos pesos pesados.
Pero Kelly, por fortuna para los aficionados, no es de los que se amilana. Rehusó imitar a Morrison y Waid, pero siguió sus pasos y continuó la tendencia de retratar a la JLA como el supergrupo que salva el mundo media docena de veces antes del almuerzo, que se enfrenta a amenazas que el resto de mortales no puede alcanzar a comprender, que a fuerza de imaginación, poder y coraje mantiene a salvo el cosmos. Y sobre esa base (que podríamos identificar como los aspectos “macro” de la colección) se centró en contar buenas historias sobre sus miembros sin descuidar acción, caracterización o diálogos (los aspectos “micro”). Kelly hizo lo que ya había demostrado con su número 775 de Action Comics, considerado por buena parte de la crítica y los aficionados como una de las mejores historias de Superman de todos los tiempos: que se pueden contar excelentes historias íntimas sobre héroes, sobre sus motivaciones y personalidades, sin descuidar la espectacularidad y la desbordante acción.
Kelly heredó una JLA perfecta: imbatible, capaz de derrotar a cualquier enemigo, cohesionada, invicta. Y en vez de trastocarla, afearla o cambiar su naturaleza, de alterar una fórmula que ya había demostrado ser ganadora... en vez de todo eso, le dio un baño de inmaculado oro. Tienes el resultado entre tus manos.
Alberto Morán Roa
Artículo originalmente publicado como introducción de JLA: Élites núm. 1 (de 7).
Pero Kelly, por fortuna para los aficionados, no es de los que se amilana. Rehusó imitar a Morrison y Waid, pero siguió sus pasos y continuó la tendencia de retratar a la JLA como el supergrupo que salva el mundo media docena de veces antes del almuerzo, que se enfrenta a amenazas que el resto de mortales no puede alcanzar a comprender, que a fuerza de imaginación, poder y coraje mantiene a salvo el cosmos. Y sobre esa base (que podríamos identificar como los aspectos “macro” de la colección) se centró en contar buenas historias sobre sus miembros sin descuidar acción, caracterización o diálogos (los aspectos “micro”). Kelly hizo lo que ya había demostrado con su número 775 de Action Comics, considerado por buena parte de la crítica y los aficionados como una de las mejores historias de Superman de todos los tiempos: que se pueden contar excelentes historias íntimas sobre héroes, sobre sus motivaciones y personalidades, sin descuidar la espectacularidad y la desbordante acción.
Kelly heredó una JLA perfecta: imbatible, capaz de derrotar a cualquier enemigo, cohesionada, invicta. Y en vez de trastocarla, afearla o cambiar su naturaleza, de alterar una fórmula que ya había demostrado ser ganadora... en vez de todo eso, le dio un baño de inmaculado oro. Tienes el resultado entre tus manos.
Alberto Morán Roa
Artículo originalmente publicado como introducción de JLA: Élites núm. 1 (de 7).