Que Mike Carey y Peter Gross no andan precisamente cortos de ideas no resulta ninguna novedad para los lectores de The Unwritten. De hecho, según han dicho ellos mismos en alguna entrevista, tienen tantas que han debido devanarse los sesos para sacarlas a la luz. Buena prueba de ello es Tommy Taylor y la guerra de los palabras, la saga que comienza en el presente volumen y que, en Estados Unidos, se publicó de una forma bastante original. Mientras nuestro protagonista emprendía su cruzada contra la Cábala a lo largo de cinco entregas, se publicaron sendos números “y medio” que servirían como complemento y profundizarían en el pasado de algunos personajes de la colección. Es por esto por lo que esta historia terminó saliendo de forma quincenal, todo un hito para dos autores que están comprometidos al ciento por ciento con una creación que miman cada día más.
No obstante, Gross no podía hacerse cargo de 200 páginas en cinco meses, así que DC Entertainment optó por recurrir a otros artistas que se ocuparan de esas narraciones complementarias que, como sabremos si ya hemos leído la historia, tienen mucho peso dentro de la mitología de la colección. Uno de ellos es el guatemalteco Michael Kaluta, gran admirador de las ilustraciones de las novelas pulp que, cosas del destino, terminó dibujando la adaptación al cómic de uno de los principales referentes del género. Se trataba de The Shadow, cuya primera colección publicó DC en 1973 con guion de Dennis O’Neil. Otro de estos autores es Rick Geary, conocido por la revista National Lampoon y por la adaptación de novelas clásicas como Grandes esperanzas o Cumbres borrascosas, un currículo más que apropiado para The Unwritten. No podemos olvidarnos de Dean Ormston, muy conocido por los seguidores del sello Vertigo gracias a su participación en Los libros de la magia y en Lucifer, escrita por el propio Carey. Por último, Vince Locke se dio a conocer gracias a un cómic independiente titulado Deadworld que se publicó en 1986. Ha trabajado para títulos tan dispares como Batman, Sandman o The Spectre, y en los años 90 ilustró una novela gráfica escrita por John Wagner que se titulaba A History of Violence. Dicha obra sirvió como base para la película Una historia de violencia dirigida por David Cronenberg en 2005.
Los dibujantes anteriores son los encargados de las historias donde más referentes encontramos en esta primera parte de Tommy Taylor y la guerra de los palabras. Especialmente dolorosas son las incluidas en el número 31,5 original, donde se aborda el siempre triste tema de la quema de libros por cuestiones ideológicas. Uno de los paradigmas de semejante barbaridad fue Qin Shi Huang (259 a. de C. - 210 a. de C.), el primer emperador de la China unificada y el mismo que emprendió proyectos faraónicos como parte de la Gran Muralla o el mausoleo que custodian los Guerreros de Terracota, que eran una reproducción de su ejército dispuesta a custodiarlo tras su muerte. Tanto él como su canciller, Li Si, decidieron que, además de la geografía, también había que unificar la ideología del país, de ahí que en 213 a. de C. emprendieran la quema de los clásicos de las Cien Escuelas del Pensamiento. La única excepción fueron los pergaminos que hablaban sobre el legalismo, una doctrina practicada por el propio Li Si que, sin entrar en cuestiones metafísicas, se centraba en la adquisición y mantenimiento del poder por parte de un gobernante.
Más o menos en la misma línea se encuentra el relato tristemente protagonizado por el mismísimo Johannes Gutenberg (1398-1468), otro personaje histórico cuya manera de pensar estuvo en las antípodas de la de Qin Shi Huang. Gracias a su principal invento, la imprenta, la humanidad fue accediendo poco a poco al conocimiento de forma más universal, y no hace falta decir cuánto le debemos todos aunque, como vemos aquí, a todo el mundo no le interesara que el vulgo dejara de ser analfabeto. Una de sus principales obras fue la famosa Biblia de Gutenberg, también conocida como Biblia de 42 líneas, todo un hito teniendo en cuenta que, hasta entonces, los textos tenían que copiarse a mano en las instituciones religiosas. Pero en esta ocasión, Gutenberg tiene entre manos una copia recién imprimida de El cantar de Hildebrando, una de las primeras obras publicadas en idioma alemán. El único manuscrito que se conserva se descubrió en el siglo XVIII y, al parecer, procedía del monasterio de Fulda, famoso por su scriptorium. Como en tantas otras obras parecidas, el Hildebrandslied habla de una batalla que, en este caso, adquiere un dramatismo inusitado cuando deben enfrentarse un padre y un hijo.
Mucho más reciente es el protagonista de otro de los relatos de dicho episodio, Homer Davenport (1867-1912). Se trata de un dibujante de sátira política que trabajó para diversos periódicos en ciudades como Oregón, San Francisco y Nueva York. Los ataques que lanzaba contra los gestores públicos que él sospechaba corruptos eran implacables, y sus víctimas se sentían tan incómodas que incluso intentaron promulgar una ley que prohibiera las ilustraciones cómicas en los diarios. Huelga decir que, tal y como vemos en este volumen, tuvo bastantes problemas para desempeñar el trabajo al que tanto tiempo dedicaba. Como curiosidad, añadiremos que en este volumen se menciona a Marcus Hanna, un senador republicano que se convirtió en blanco de su ira y al que, para su desgracia, se le recuerda más por la mofa de Davenport que por su gestión como cargo electo de Ohio.
El siguiente episodio “y medio” nos transporta a uno de esos poemas épicos que tanto parecen gustar a Mike Carey (no olvidemos la impagable referencia a El cantar de Roldán que vimos en volúmenes anteriores). En este caso, el guionista nos lleva a la antigua Mesopotamia y, más concretamente, a la ciudad de Uruk, cuyo quinto rey fue un hombre llamado Gilgamesh que, aunque existió en la vida real, adquirió una gran popularidad gracias a la obra literaria homónima. Se trata de un ejemplo único de escritura cuneiforme del que, por desgracia, se conservan unas cuantas tablillas de arcilla que no cubren la totalidad del relato. Sin embargo, para los eruditos supuso uno de los primeros ejemplos de drama sobre la mortalidad aunque, eso sí, estuviera convenientemente adornado con múltiples elementos fantásticos y mitológicos a los que Carey no renuncia. Y es que el texto original, entre otras cosas, afirma que el rey tenía dos tercios de sangre divina, lo cual le permitía realizar hazañas como vencer a Humbaba, el ogro que custodiaba el bosque de Cedar, al que venció gracias a la intervención de los vientos enviados por Skamash, el dios del sol del panteón babilónico.
Como vemos, en este volumen tenemos tantas referencias literarias como personajes reales que hacen algún tipo de aparición. Otro de ellos, cuya presencia no deja de ser curiosa, es James Gibbs (1682-1754), un escocés a quien hoy en día se considera uno de los mejores arquitectos de la historia de Reino Unido. Fue el artífice de la Cámara Radcliffe, una biblioteca de Oxford inspirada en la figura de John Radcliffe (1652-1714), un médico que había ejercido en la corte inglesa y que también dio nombre a un hospital y a un observatorio astronómico en la misma ciudad.
Precisamente, es poco después de “conocer” a Gibbs cuando Tommy se encuentra en una situación delicada que, a buen seguro, nos dejará con ganas de leer el próximo volumen de The Unwritten por culpa de esa decisión que se ve obligado a tomar. ¿Cuál será la respuesta de nuestro protagonista?
Fran San Rafael
No obstante, Gross no podía hacerse cargo de 200 páginas en cinco meses, así que DC Entertainment optó por recurrir a otros artistas que se ocuparan de esas narraciones complementarias que, como sabremos si ya hemos leído la historia, tienen mucho peso dentro de la mitología de la colección. Uno de ellos es el guatemalteco Michael Kaluta, gran admirador de las ilustraciones de las novelas pulp que, cosas del destino, terminó dibujando la adaptación al cómic de uno de los principales referentes del género. Se trataba de The Shadow, cuya primera colección publicó DC en 1973 con guion de Dennis O’Neil. Otro de estos autores es Rick Geary, conocido por la revista National Lampoon y por la adaptación de novelas clásicas como Grandes esperanzas o Cumbres borrascosas, un currículo más que apropiado para The Unwritten. No podemos olvidarnos de Dean Ormston, muy conocido por los seguidores del sello Vertigo gracias a su participación en Los libros de la magia y en Lucifer, escrita por el propio Carey. Por último, Vince Locke se dio a conocer gracias a un cómic independiente titulado Deadworld que se publicó en 1986. Ha trabajado para títulos tan dispares como Batman, Sandman o The Spectre, y en los años 90 ilustró una novela gráfica escrita por John Wagner que se titulaba A History of Violence. Dicha obra sirvió como base para la película Una historia de violencia dirigida por David Cronenberg en 2005.
Los dibujantes anteriores son los encargados de las historias donde más referentes encontramos en esta primera parte de Tommy Taylor y la guerra de los palabras. Especialmente dolorosas son las incluidas en el número 31,5 original, donde se aborda el siempre triste tema de la quema de libros por cuestiones ideológicas. Uno de los paradigmas de semejante barbaridad fue Qin Shi Huang (259 a. de C. - 210 a. de C.), el primer emperador de la China unificada y el mismo que emprendió proyectos faraónicos como parte de la Gran Muralla o el mausoleo que custodian los Guerreros de Terracota, que eran una reproducción de su ejército dispuesta a custodiarlo tras su muerte. Tanto él como su canciller, Li Si, decidieron que, además de la geografía, también había que unificar la ideología del país, de ahí que en 213 a. de C. emprendieran la quema de los clásicos de las Cien Escuelas del Pensamiento. La única excepción fueron los pergaminos que hablaban sobre el legalismo, una doctrina practicada por el propio Li Si que, sin entrar en cuestiones metafísicas, se centraba en la adquisición y mantenimiento del poder por parte de un gobernante.
Más o menos en la misma línea se encuentra el relato tristemente protagonizado por el mismísimo Johannes Gutenberg (1398-1468), otro personaje histórico cuya manera de pensar estuvo en las antípodas de la de Qin Shi Huang. Gracias a su principal invento, la imprenta, la humanidad fue accediendo poco a poco al conocimiento de forma más universal, y no hace falta decir cuánto le debemos todos aunque, como vemos aquí, a todo el mundo no le interesara que el vulgo dejara de ser analfabeto. Una de sus principales obras fue la famosa Biblia de Gutenberg, también conocida como Biblia de 42 líneas, todo un hito teniendo en cuenta que, hasta entonces, los textos tenían que copiarse a mano en las instituciones religiosas. Pero en esta ocasión, Gutenberg tiene entre manos una copia recién imprimida de El cantar de Hildebrando, una de las primeras obras publicadas en idioma alemán. El único manuscrito que se conserva se descubrió en el siglo XVIII y, al parecer, procedía del monasterio de Fulda, famoso por su scriptorium. Como en tantas otras obras parecidas, el Hildebrandslied habla de una batalla que, en este caso, adquiere un dramatismo inusitado cuando deben enfrentarse un padre y un hijo.
Mucho más reciente es el protagonista de otro de los relatos de dicho episodio, Homer Davenport (1867-1912). Se trata de un dibujante de sátira política que trabajó para diversos periódicos en ciudades como Oregón, San Francisco y Nueva York. Los ataques que lanzaba contra los gestores públicos que él sospechaba corruptos eran implacables, y sus víctimas se sentían tan incómodas que incluso intentaron promulgar una ley que prohibiera las ilustraciones cómicas en los diarios. Huelga decir que, tal y como vemos en este volumen, tuvo bastantes problemas para desempeñar el trabajo al que tanto tiempo dedicaba. Como curiosidad, añadiremos que en este volumen se menciona a Marcus Hanna, un senador republicano que se convirtió en blanco de su ira y al que, para su desgracia, se le recuerda más por la mofa de Davenport que por su gestión como cargo electo de Ohio.
El siguiente episodio “y medio” nos transporta a uno de esos poemas épicos que tanto parecen gustar a Mike Carey (no olvidemos la impagable referencia a El cantar de Roldán que vimos en volúmenes anteriores). En este caso, el guionista nos lleva a la antigua Mesopotamia y, más concretamente, a la ciudad de Uruk, cuyo quinto rey fue un hombre llamado Gilgamesh que, aunque existió en la vida real, adquirió una gran popularidad gracias a la obra literaria homónima. Se trata de un ejemplo único de escritura cuneiforme del que, por desgracia, se conservan unas cuantas tablillas de arcilla que no cubren la totalidad del relato. Sin embargo, para los eruditos supuso uno de los primeros ejemplos de drama sobre la mortalidad aunque, eso sí, estuviera convenientemente adornado con múltiples elementos fantásticos y mitológicos a los que Carey no renuncia. Y es que el texto original, entre otras cosas, afirma que el rey tenía dos tercios de sangre divina, lo cual le permitía realizar hazañas como vencer a Humbaba, el ogro que custodiaba el bosque de Cedar, al que venció gracias a la intervención de los vientos enviados por Skamash, el dios del sol del panteón babilónico.
Como vemos, en este volumen tenemos tantas referencias literarias como personajes reales que hacen algún tipo de aparición. Otro de ellos, cuya presencia no deja de ser curiosa, es James Gibbs (1682-1754), un escocés a quien hoy en día se considera uno de los mejores arquitectos de la historia de Reino Unido. Fue el artífice de la Cámara Radcliffe, una biblioteca de Oxford inspirada en la figura de John Radcliffe (1652-1714), un médico que había ejercido en la corte inglesa y que también dio nombre a un hospital y a un observatorio astronómico en la misma ciudad.
Precisamente, es poco después de “conocer” a Gibbs cuando Tommy se encuentra en una situación delicada que, a buen seguro, nos dejará con ganas de leer el próximo volumen de The Unwritten por culpa de esa decisión que se ve obligado a tomar. ¿Cuál será la respuesta de nuestro protagonista?
Fran San Rafael