Eccediciones
searchclose

La forma de lo que vendrá

Plenamente consciente de sus pretensiones artísticas, decidido a marcar un punto de inflexión en su carrera profesional e invitando a W. Haden Blackman y Amy Reeder a acompañarle en esta nueva aventura, J. H. Williams III abordó la tan ansiada serie regular protagonizada por Batwoman con una cristalina claridad de ideas: partiendo del respeto al trabajo previo realizado por el guionista Greg Rucka (Detective Comics #854-863, 2009-2010), compatibilizado con una agenda de objetivos propios que potenciaba su sensibilidad artística y sus temáticas de interés. Así, en la páginas de Batwoman: Hidrología pudimos comprobar cómo el primer arco argumental sirvió no solo para presentar a Kate Kane ante toda una nueva generación de lectores atraída por el Nuevo Universo DC, sino también para poner de manifesto una de las claves de esta colección: la conmixtión de géneros.

Desde lo superheróico hasta el thriller, pasando por el policiaco o el drama familiar... Todo tiene cabida en Batwoman, cuyo particularísimo e improbable equilibrio parte de la inserción de elementos sobrenaturales, combinados con cierto esoterismo, leyendas arraigadas en la cultura popular y una carga mitológica aparentemente llamada a cobrar mayor importancia conforme se sucedan nuevas entregas de la colección. Sin ánimo de revelar demasiados detalles –no vaya a ser que el lector se entregue a estas líneas de forma previa a la lectura de Batwoman: Un mundo anegado–, baste apuntar que la construcción de este pequeño rincón del Nuevo Universo DC se sustenta sobre una sensación de interrelación y continuidad derivada de las pistas sembradas en Hidrología; una historia cuyo desenlace planteó dos inquietantes interrogantes: ¿Qué o quién es Medusa? ¿Con qué finalidad orquestó el secuestro de los niños desaparecidos en el barrio hispano de Gotham City? Un mundo anegado ofrece respuestas a ambos interrogantes a través de la reinvención de Killer Croc, la alusión a criaturas como el Sobek –dios cocodrilo de la mitología egipcia– o el Taninim –Génesis 1:21: “Dios creó un gran monstruo del mar llamado Taninim”–, y leyendas como la de Bloody Mary, quien desfigura o asesina a aquellos que osan pronunciar su nombre tres veces frente a un espejo. Seres cuyo poder reside, en buena medida, en la transmisión oral de sus respectivas leyendas, y en el grado de credulidad de quienes las escuchan.

Independientemente de lo colorido, atrayente y sugerente que resulte semejante catálogo de los horrores, el impacto emocional provocado en el lector se vería sensiblemente limitado en caso de que los guionistas –Williams y Blackman, al alimón– no lograran construir un contexto dramático adecuado, que hiciera las veces de pantalla sobre la que proyectar las aterradoras sombras surgidas de nuestro imaginario colectivo. Es en este punto en el que destaca otro de los aspectos a los que el equipo creativo ha prestado una mayor atención: el desarrollo de los personajes, en lo relativo a la carga emocional que arrastran, pero también a su crecimiento y evolución. Partimos de la ruptura de la relación de confianza y camaradería que antaño unía a Kate y al Coronel Jacob Kane, provocada por mentiras ancladas en un doloroso pasado; un distanciamiento que les impide sobrellevar juntos la “culpa del superviviente” que comparten debido al crítico estado de Bette, que a su vez impele a que Jake desnude su alma en un desgarrador ejercicio de sinceridad que, seguro, tendrá consecuencias. La autoinfligida pérdida de la figura paterna también priva a Kate de un cómplice y supervisor en su cruzada contra el crimen, acentuando su carácter rebelde y solitario, que choca frontalmente con la irrupción de Cameron Chase. La agente del Departamento de Operaciones Extranormales sirve de motor dramático: en primera instancia porque debido a su fortísima personalidad, sumada a sus convicciones respecto al vigilantismo en general y los superhéroes en particular, parece destinada a enfrentarse a Kate; y posteriormente, porque el rol que desempeña provoca cierto proceso de reflexión en Batwoman. Preguntado al respecto, Williams comenta lo siguiente: “Una de las cosas que ha aprendido Kate es que antes sus problemas se centralizaban de forma muy específica en Gotham City, viéndose obligada a afrontar amenazas aisladas que le afectaban de formas diferentes. Pero ante la necesidad de combatir a Medusa, ha llegado a la conclusión de que actuar en solitario no siempre es la respuesta adecuada para solucionar sus problemas. Así que de algún modo está cambiando su forma de ver las cosas, comprendiendo que en determinadas situaciones necesita la ayuda de terceros”.

El cuarto vértice de este “cuadrado dramático” es la Detective Maggie Sawyer, que cuenta con numerosos frentes abiertos: su relación con Kate, el modo en que la presencia de Batwoman afecta a sus labores policiales, el sentimiento de culpa por no haber resuelto el caso en el que actualmente está enfrascada, y otra serie de preocupaciones relacionadas con un aspecto de su vida personal que conoceremos de forma paulatina... Por otra parte, este es el personaje elegido por Williams y Blackman para ofrecer un punto de vista más cercano al del lector, mostrándose ocasionalmente desbordada ante el componente fantástico de determinadas tramas, de forma que desempeña un papel similar al ejercido por James Gordon o, sin ir más lejos, los que fueron sus colegas en Gotham Central.

La preocupación de los autores por prestar la atención debida a la carga dramática resulta evidente, pero la multiplicidad de personajes representaba todo un desafío: ¿Cómo podían estructurar la historia desde un punto de vista narrativo, de modo que se salvaguardara el necesario equilibrio entre las diferentes vertientes argumentales? Estableciendo seis líneas narrativas, correspondientes al punto de vista de los principales personajes involucrados en la trama; “Creo que los lectores se sorprenderán por cómo manejamos los puntos de vista, ya que de algún modo también jugamos con el factor temporal”, afirma Williams. Su compañero en tareas de escritura añade que dicha decisión implica “la necesidad de plantear ‘arcos de personajes’ que cuenten con su propio principio, nudo y desenlace, para así poder mostrar a los lectores su crecimiento y evolución”. Inevitablemente, esta opción narrativa condiciona sobremanera el trabajo del dibujante; inicialmente, una Amy Reeder que además de adaptarse al estilo compositivo marcado por Williams en entregas precedentes –todo un sello de identidad de la colección–, tuvo que ingeniárselas para diferenciar las seis líneas temporales contando, eso sí, con la inestimable ayuda del colorista Guy Major.

Todo hacía prever que la valoración que la dupla de guionistas hacía del trabajo de Reeder era más que satisfactoria –“Quiero verla progresar haciendo lo que considere oportuno dentro del marco en el que debe funcionar una historia de Batwoman. Así que en buena medida está haciendo lo que quiere, que es algo genial”–; pero en el mes de marzo de 2012 se confirmó su abandono del proyecto por “diferencias creativas” aparentemente irreconciliables. Sea como fuere, el elegido para sustituirla fue un autor familiarizado con el Hombre Murciélago: Trevor McCarthy, al que muchos recordarán por su trabajo en obras como Batman: Puertas de Gotham o Nightwing. Sobre sus hombros recayó la responsabilidad de dibujar la recta final de este arco argumental, y desde un primer momento, Williams alabó el entusiasmo y la energía demostrados por su talentoso colega, afincado en Brooklyn: “Trevor sentía que podía contribuir con ideas acerca del estilo y los diseños de motivos relacionados con la temática de la historia; puede que Haden y yo formulemos algunas sugerencias, pero dejamos que el dibujante haga lo que considere oportuno, mientras esté al servicio de la historia”.

En última instancia, la existencia de las desavenencias puntuales anteriormente comentadas apenas es perceptible; la sensación es, más bien al contrario, que el esfuerzo conjunto de los autores involucrados en esta historia ha empujado a los protagonistas de Batwoman hacia nuevos lugares; no solo desde una perspectiva física –los rincones ocultos de Gotham–, sino también desde un punto de vista emocional, cuya potenciación ha derivado en una suerte de estudio de personajes del que se pueden extraer enriquecedoras conclusiones. Las mismas que, expuestas ante el lector, multiplican su nivel de empatía con Kate Kane y compañía, potencian los matices de sus respectivas caracterizaciones, y –evocando el título de la novela de H.G. Wells–, sugieren la forma de lo que vendrá... los interesantes derroteros por los que pueden llegar a discurrir la siempre atribulada existencia de estas criaturas ficcionales.

David Fernández