Catwoman, uno de los personajes de DC más reconocibles fuera del mundo del cómic, se incorpora este mes a Liga de la Justicia de América con un estatus muy especial que no le restará más protagonismo sino todo lo contrario. Selina Kyle va a ser una pieza esencia del grupo fundado por Steve Trevor y Amanda Waller precisamente por esa condición ambigua que le hace cruzar la frontera que separa el bien del mal según las circunstancias.
Esta Felina Fatal, mote que ha recibido en diversas ocasiones, existe desde nada más y nada menos que 1940, año en que debutó en las páginas de Batman núm. 1 de la mano de Bill Finger y Bob Kane. El dibujante inspiró su aspecto en el de las famosas (y bellas) actrices Hedy Lamarr y Jean Harlow, sin duda como reclamo para el público habitual de las aventuras del Caballero Oscuro. No obstante, su intención también era atraer a las mujeres, ya que su existencia abría las puertas a cierta tensión sexual al estilo de la época. No en vano, Batman debía cazar a Catwoman e impedir sus habituales robos, pero también se sentía atraído por ella. Pero claro, el héroe no podía enamorarse de la villana, de ahí que fuera cuestión de tiempo que se redimiera. Esto ocurrió en 1950, cuando se desveló que era una antigua azafata de vuelo que padecía amnesia y estaba un poco trastornada desde que había sobrevivido a un accidente de avión. La cosa no duró demasiado, y Catwoman volvió a las andadas cuatro años después. Sin embargo, para entonces, las restricciones del Comics Code Authority “sugerían” a las editoriales que evitaran tratar a las mujeres de cierta forma, de ahí que desapareciera durante muchos años y no regresara hasta 1966, el mismo año en que se estrenó la popular serie televisiva donde la interpretó, entre otras, la inolvidable Julie Newmar.
La Catwoman de la pequeña pantalla consagró para siempre a un personaje que, hoy en día, está tan instaurado en la cultura popular como el Joker. A esto han contribuido también, sin duda alguna, las posteriores adaptaciones de las aventuras de Batman, sobre todo a la gran pantalla. ¿Quién no recuerda a aquella Michelle Pfeiffer embutida en cuero? ¿O a la más reciente Anne Hathaway repartien do golpes de tacón en una Gotham City tomada por Bane? Precisamente este último caso, visto en El Caballero Oscuro: La leyenda renace (Christopher Nolan, 2013), es el que más se aproxima a la actual condición de Selina Kyle en el mundo del cómic: la de una mujer atractiva que no duda en explotar sus encantos y que, más que una villana, es una antiheroína que roba por placer y, por qué no decirlo, para vivir muy bien.
Esto último se instauró en los cómics de DC durante los años noventa, década en que se publicó la primera colección mensual del personaje. Perfectamente integrada en los constantes eventos de la Batfamilia, la serie definió su curioso código ético y se prolongó durante casi un centenar de entregas al final de las cuales pareció morir a manos de Deathstroke, ilustre adversario de los Jóvenes Titanes. Pero lejos de desaparecer, Selina regresó por todo lo alto en 2001 con una nueva y espléndida serie que contó con un equipo creativo de lujo formado por Ed Brubaker y Darwyn Cooke, al que sustituyó poco después el no menos notable Cameron Stewart. Para entonces, la protagonista se había convertido en una especie de defensora de los desprotegidos. No se hizo mucho de rogar su primer romance oficial con el Hombre Murciélago en las aventuras contemporáneas de este. Sucedió esto en la célebre saga Silencio, obra de Jeph Loeb y Jim Lee. La llegada del nuevo milenio trajo muchas revelaciones a la vida de Selina. Buen ejemplo de ello fue el motivo por el cual no era malvada: porque la Liga de la Justicia le había lavado el cerebro.
El Nuevo Universo DC supuso un revulsivo para Catwoman, que estrenó nueva colección de la mano del guionista Judd Winick y el dibujante Guillem March. El primero anunció el tono de aquellas aventuras en una entrevista en que afirmó: “Catwoman es adicta al peligro. Es de esas personas que saltan sin mirar, y tiene un pasado misterioso que la ha convertido en lo que es”. Poco después, dejaba claro lo siguiente: “Catwoman es una delincuente. Roba cosas y las roba por robarlas para amasar una fortuna y retirarse. No obstante, tiene ética. No es ninguna villana y no hace daño al prójimo”.
Aquellas palabras fueron toda una declaración de intenciones que se manifestó ya en el primer capítulo de la serie, publicada por ECC Ediciones en volúmenes aperiódicos. Allí veíamos a Catwoman en plena fuga, perdiendo su piso, buscando nuevos “trabajos”, infiltrándose en la fiesta privada de unos mafiosos rusos a quienes pretendía
estafar y, por qué no, pasando una noche de pasión con Batman. En apenas 20 páginas, Winick, secundado magistralmente por el dibujo de March, dejó claro cómo era la Selina Kyle del nUDC, cuáles eran sus motivaciones y por dónde iban a ir los tiros. Así, durante las siguientes entregas, cometió varios robos con diferente fortuna, se enemistó con policías corruptos, se enfrentó a villanos de diversa calaña (incluido el Tribunal de los Búhos) y también se enamoró a su manera de su nuevo ayudante.
Lo que Winick no desarrolló fue el pasado misterioso del personaje, un testigo que recogió Ann Nocenti, sustituta de lujo cuyos primeros guiones ya hemos podido leer en el tercer volumen de ECC. Además de basar una parte de su origen en las desventuras de Pfeiffer, Catwoman tiene ahora unas raíces desconocidas que, esperemos, no tardará en averiguar. Mientras tanto, siempre puede robar alguna joya, dejarse perseguir por Batman o, por qué no, unirse a la flamante Liga de la Justicia de América. No en vano, ya conoce secretos de ARGUS como la Sala Negra, en la que se infiltró en una de las primeras aventuras escritas por Nocenti. Y esa ambigüedad de que hace gala desde 1940 no le vendrá nada mal a Steve Trevor cuando quiera profundizar en cierta organización que, como vemos en este mismo cuaderno, va a complicar mucho la vida de Hawkman y compañía.
Fran San Rafael
Esta Felina Fatal, mote que ha recibido en diversas ocasiones, existe desde nada más y nada menos que 1940, año en que debutó en las páginas de Batman núm. 1 de la mano de Bill Finger y Bob Kane. El dibujante inspiró su aspecto en el de las famosas (y bellas) actrices Hedy Lamarr y Jean Harlow, sin duda como reclamo para el público habitual de las aventuras del Caballero Oscuro. No obstante, su intención también era atraer a las mujeres, ya que su existencia abría las puertas a cierta tensión sexual al estilo de la época. No en vano, Batman debía cazar a Catwoman e impedir sus habituales robos, pero también se sentía atraído por ella. Pero claro, el héroe no podía enamorarse de la villana, de ahí que fuera cuestión de tiempo que se redimiera. Esto ocurrió en 1950, cuando se desveló que era una antigua azafata de vuelo que padecía amnesia y estaba un poco trastornada desde que había sobrevivido a un accidente de avión. La cosa no duró demasiado, y Catwoman volvió a las andadas cuatro años después. Sin embargo, para entonces, las restricciones del Comics Code Authority “sugerían” a las editoriales que evitaran tratar a las mujeres de cierta forma, de ahí que desapareciera durante muchos años y no regresara hasta 1966, el mismo año en que se estrenó la popular serie televisiva donde la interpretó, entre otras, la inolvidable Julie Newmar.
La Catwoman de la pequeña pantalla consagró para siempre a un personaje que, hoy en día, está tan instaurado en la cultura popular como el Joker. A esto han contribuido también, sin duda alguna, las posteriores adaptaciones de las aventuras de Batman, sobre todo a la gran pantalla. ¿Quién no recuerda a aquella Michelle Pfeiffer embutida en cuero? ¿O a la más reciente Anne Hathaway repartien do golpes de tacón en una Gotham City tomada por Bane? Precisamente este último caso, visto en El Caballero Oscuro: La leyenda renace (Christopher Nolan, 2013), es el que más se aproxima a la actual condición de Selina Kyle en el mundo del cómic: la de una mujer atractiva que no duda en explotar sus encantos y que, más que una villana, es una antiheroína que roba por placer y, por qué no decirlo, para vivir muy bien.
Esto último se instauró en los cómics de DC durante los años noventa, década en que se publicó la primera colección mensual del personaje. Perfectamente integrada en los constantes eventos de la Batfamilia, la serie definió su curioso código ético y se prolongó durante casi un centenar de entregas al final de las cuales pareció morir a manos de Deathstroke, ilustre adversario de los Jóvenes Titanes. Pero lejos de desaparecer, Selina regresó por todo lo alto en 2001 con una nueva y espléndida serie que contó con un equipo creativo de lujo formado por Ed Brubaker y Darwyn Cooke, al que sustituyó poco después el no menos notable Cameron Stewart. Para entonces, la protagonista se había convertido en una especie de defensora de los desprotegidos. No se hizo mucho de rogar su primer romance oficial con el Hombre Murciélago en las aventuras contemporáneas de este. Sucedió esto en la célebre saga Silencio, obra de Jeph Loeb y Jim Lee. La llegada del nuevo milenio trajo muchas revelaciones a la vida de Selina. Buen ejemplo de ello fue el motivo por el cual no era malvada: porque la Liga de la Justicia le había lavado el cerebro.
El Nuevo Universo DC supuso un revulsivo para Catwoman, que estrenó nueva colección de la mano del guionista Judd Winick y el dibujante Guillem March. El primero anunció el tono de aquellas aventuras en una entrevista en que afirmó: “Catwoman es adicta al peligro. Es de esas personas que saltan sin mirar, y tiene un pasado misterioso que la ha convertido en lo que es”. Poco después, dejaba claro lo siguiente: “Catwoman es una delincuente. Roba cosas y las roba por robarlas para amasar una fortuna y retirarse. No obstante, tiene ética. No es ninguna villana y no hace daño al prójimo”.
Aquellas palabras fueron toda una declaración de intenciones que se manifestó ya en el primer capítulo de la serie, publicada por ECC Ediciones en volúmenes aperiódicos. Allí veíamos a Catwoman en plena fuga, perdiendo su piso, buscando nuevos “trabajos”, infiltrándose en la fiesta privada de unos mafiosos rusos a quienes pretendía
estafar y, por qué no, pasando una noche de pasión con Batman. En apenas 20 páginas, Winick, secundado magistralmente por el dibujo de March, dejó claro cómo era la Selina Kyle del nUDC, cuáles eran sus motivaciones y por dónde iban a ir los tiros. Así, durante las siguientes entregas, cometió varios robos con diferente fortuna, se enemistó con policías corruptos, se enfrentó a villanos de diversa calaña (incluido el Tribunal de los Búhos) y también se enamoró a su manera de su nuevo ayudante.
Lo que Winick no desarrolló fue el pasado misterioso del personaje, un testigo que recogió Ann Nocenti, sustituta de lujo cuyos primeros guiones ya hemos podido leer en el tercer volumen de ECC. Además de basar una parte de su origen en las desventuras de Pfeiffer, Catwoman tiene ahora unas raíces desconocidas que, esperemos, no tardará en averiguar. Mientras tanto, siempre puede robar alguna joya, dejarse perseguir por Batman o, por qué no, unirse a la flamante Liga de la Justicia de América. No en vano, ya conoce secretos de ARGUS como la Sala Negra, en la que se infiltró en una de las primeras aventuras escritas por Nocenti. Y esa ambigüedad de que hace gala desde 1940 no le vendrá nada mal a Steve Trevor cuando quiera profundizar en cierta organización que, como vemos en este mismo cuaderno, va a complicar mucho la vida de Hawkman y compañía.
Fran San Rafael