Eccediciones

La esencia del antihéroe

El diccionario entiende el concepto de antihéroe como: "En una obra de ficción, personaje que, aunque desempeña las funciones narrativas propias del héroe tradicional, difiere en su apariencia y valores". Si es así, ¿por qué tantas veces el antihérie se limita a diferir en el primer factor, esto es, en la apariencia?

A todos nos hace gracia que un personaje heroico luzca un aspecto descuidado o pasota, que siempre tenga una observación socarrona y que sus modales dejen que desear, pero la cosa nunca debería terminar ahí: el antihéroe debería hacer gala de comportamientos reprobables que llegasen a granjearle la aversión de los lectores, mostrar unos valores distintos a lo que estamos acostumbrados en un héroe más allá de una careta de “chico malo”. Ese es, en esencia, el rol del antihéroe: sacar al aficionado de la zona de confort para llevarlo al terreno de la ambigüedad moral, poner en tela de juicio los códigos y adoquinar su propio camino con la aprobación de los demás o sin ella. Es por ello por lo que el rol de John Constantine está tan bien llevado y resulta tan completo en esta colección: ¿a cuántos os ha dado un vuelco el corazón al comprobar hasta qué punto estaba dispuesto a llegar el protagonista para salvar a la chica? Esa impresionante página completa define la esencia del antihéroe: con una sola escena, con un solo truco, es capaz de sacudirnos la predictibilidad de una bofetada y obligarnos a replantear la etiqueta que le hemos puesto desde el comienzo de la colección. Y es que un antihéroe es más que una gabardina y un eterno cigarrillo en la boca: el antihéroe es aquel que se atreve a ir donde el héroe jamás se atrevería a poner el pie, el que idea planes que no caben en la cabeza de un justiciero tradicional. John Constantine es el arquetipo de personaje al que la vida le ha dado demasiados sinsabores como para optar por el juego limpio.

El suyo no es el único comportamiento antiheroico que podemos encontrar en las páginas de esta colección: el personaje invitado, Frankenstein –o su monstruo, para ser más correctos–, posee varios de los rasgos que definen a este arquetipo, aunque finalmente abrace la esencia misma del héroe en su propia colección (¿cómo, exactamente?, ¡tendréis que leer sus aventuras en el Mundo Putrefacto para descubrirlo!). Apartado de la sociedad, marginado no ya por su aspecto sino por su naturaleza entre la vida y la muerte, este monstruo cubierto de costuras y grapas trabaja para una organización secreta que se asegura de mantenerlo al margen del mundo, deshaciendo entuertos en secreto. Su actitud hacia la muerte es mucho menos estricta que la de los miembros de la Liga de la Justicia: si hay que matar, muerte habrá; si tiene que ser por la espada, por la espada será. Aunque no sea un antihéroe puro, Frankenstein hace gala de un aspecto y unos valores que distan de la imagen clásica del héroe. Era, por lo tanto, cuestión de tiempo que su camino se acabase cruzando con el de la Liga de la Justicia Oscura.

Otro ejemplo del espíritu antiheroico de la Liga de la Justicia Oscura es el modo en el que determinados antagonistas sin eliminados. En cualquier otro grupo, la muerte de un villano –aún por accidente– solo tiene lugar como elemento de último recurso cuando todas las demás opciones han fracasado, y cuando tiene lugar la congoja posterior suele extenderse por varios números. Batman, pese a su apariencia oscura y su modus operandi basado en el miedo, es un héroe de los pies a la cabeza: ¿cuántas veces se ha negado a matar al Joker, pese a que sería la única opción sensata, amén del método más rápido de librar a Gotham de su más peligrosa lacra? En la Liga de la Justicia Oscura tal problema no existe: si hace falta eliminar un problema de raíz, este se elimina sin titubeos. No se trata de las eliminaciones sin sentido de los peores años noventa, cuando se disparaba primero y se preguntaba después: aquí cada muerte viene motivada por la responsabilidad que descansa sobre los hombros de nuestros protagonistas. Dejar libre a un villano en esta colección no significa que un par de bancos vayan a amanecer desvalijados: significa dejar libres a fuerzas capaces de alterar el tejido de la realidad.

Este último punto plantea un dilema interesante: el antihéroe, ¿nace o se hace? ¿El personaje viene “de serie” con ciertas características que lo empujan desde sus primeros pasos hacia los tonos de gris, o nace siendo un héroe al que las circunstancias empujan a métodos más expeditivos? En el ejemplar número cero de Liga de la Justicia Oscura, dedicado a John Constantine, comprobamos que debajo de su apariencia altanera bullía un espíritu joven, primerizo en las artes oscuras y preocupado por hacer lo correcto en la vida y el amor. Frankenstein no eligió el camino de la ambigüedad moral: le fue impuesto desde su creación; su aspecto lo condenó a una soledad que nunca pidió. Hasta se hubiese podido evitar la muerte de algún enemigo si la amenaza a la que la Liga se enfrenta en este tomo no fuese tan terrible.

Sea como fuere, la conclusión de este arco argumental es toda una declaración de intenciones para los nuevos lectores que la renovación del Universo DC busca captar: aquí no se hacen prisioneros. La estética cuenta, por supuesto, pero el hábito no hace al monje y al antihéroe no le define una mirada de reojo tras una cortina de humo de cigarrillo o una pulla impecablemente colocada: le define su pasado, su presente, sus actos, sus valores, el hecho de que tome las decisiones que nadie más osa tomar, el saber perfectamente cuándo hay demasiado en juego como para andarse con guantes de seda y medias tintas. Quienes se mueven en el ilusorio mundo de la magia, donde nada es lo que parece, aprenden a ver más allá de la carcasa: mirad debajo vosotros también y encontraréis la esencia del antihéroe.

Alberto Morán

Previa (portada y cinco páginas interiores)
de Liga de la Justicia Oscura núm. 4.