Eccediciones
searchclose

La epopeya de la nostalgia

Las series de animación basadas en cómics de superhéroes han alegrado la infancia a más de una generación de espectadores. Durante los años setenta, una de las más populares fue Super Friends, producida por el estudio Hanna-Barbera y protagonizada por la Liga de la Justicia de América. Comparada con productos más recientes como Batman: the animated series (1992) o Justice League Unlimited (2004), su ejecución técnica puede parecer discreta o mediocre. Pero —especialmente la temporada de 1978 a 1979— irradiaba un encanto indefifinible que sus seguidores no han conseguido olvidar. Quizá se debiera a su colorida galería de héroes. O acaso a su pintoresco listado de amenazas. El caso es que la mera mención de su nombre inunda con una cálida ola de nostalgia a los afificionados al género nacidos en los setenta. El historietista Alex Ross (Portland, 1970) es uno de ellos, y Justicia es su sentido homenaje a ese pequeño gran clásico de su niñez.

Originalmente, Justicia constaba de 12 capítulos publicados bimestralmente desde agosto de 2005. Para su gestación, Alex Ross se rodeó del equipo de colaboradores con el que ya había trabajado en la serie Tierra X para Marvel Comics. Contó con la asistencia del escritor estadounidense Jim Krueger en los guiones. Y se apoyó en la idoneidad del artista británico Doug Braithwaite en cuanto al dibujo a lápiz. Y, los tres juntos, se propusieron elaborar una obra que revirtiese la moda de enfrentamientos entre clanes de superhéroes desencadenada por el éxito de Kingdom Come (que, por cierto, tenía un ilustre precedente en la serie Escuadrón Supremo escrita por Mark Gruenwald en 1985).

Según declaraciones del propio Ross, Justicia era el corolario de una de sus obras anteriores: JLA: Liberty and Justice, novela gráfica a gran formato firmada con el guionista Paul Dini en 2003. Se trataba de un relato clásico de aventura y suspense que ponía el acento en el perfil heroico de sus protagonistas. Como muchos otros títulos de aquel momento, esa obra expresaba la voluntad de regresar al período anterior a la demolición de la figura del superhéroe que tuvo lugar a principios de los ochenta. No se trataba, por tanto, de reesquebrajar aún más la maltrecha imagen del género, sino de restaurarla en la medida de lo posible devolviéndole su épica y su carácter aventurero.

Justicia también respetaba los presupuestos clásicos del cómic de superhéroes. Pero, respecto a Liberty and Justice, suponía un salto cualitativo por la extensión de la historia y por la cantidad de personajes envueltos en la trama. La conjunción de estos factores propició una de esas emocionantes epopeyas a las que los sobrehumanos se entregan de vez en cuando y que, como en el caso de la espléndida Crisis en tierras infinitas de Marv Wolfman y George Pérez, suelen arrancar con el presagio de una catástrofe inminente.

La premisa argumental de Justicia es bastante original. Un selecto grupo de villanos (que coincide, no por casualidad, con los miembros de la Legión de la Condena, equipo de malvados habitual en Super Friends) despierta a la vez del mismo sueño. En esa pesadilla compartida, los superhéroes fallan en su propósito de salvar la Tierra de un holocausto nuclear. Tomando el sueño por un augurio del porvenir, los villanos —a las órdenes de Lex Luthor y Brainiac— se reúnen y trazan un plan para salvar el mundo. El plan incluye la realización de una serie de portentos con que ganarse la simpatía de la opinión pública. Este catálogo de milagros incluye la construcción de un oasis en el desierto, la fabricación de prótesis casi perfectas para los tullidos, incluso la devolución de la vista a los ciegos. Pero también incluye la manufactura en cadena de monstruos mecánicos y la eliminación gradual de todos los miembros de la Liga de la Justicia. Pronto, el lector descubrirá que la supuesta filantropía de la Legión de la Condena persigue un fin muy distinto a la salvación de la humanidad.

La serie luce una apariencia gráfica deslumbrante. Al respecto, Alex Ross es dueño de una estética influida por clásicos de la ilustración estadounidense como Norman Rockwell y J.C. Leyendecker, y por leyendas del cómic de superhéroes como Neal Adams y George Pérez. Su estilo destaca especialmente en el diseño de personajes y en la representación de multitudes. Esa brillante fachada estética se apoya en un sólido cimiento narrativo. Para apreciar debidamente la trama, el lector debe tener en cuenta la dificultad de armar un argumento que englobe a decenas de personajes distintos y que otorgue a cada uno un carácter individual matizado por una amplia gama de virtudes y defectos. En este sentido, la obra abunda en remodelaciones felices de los héroes más añejos. Incluso —gracias a la inserción de bloques de texto— muestra los pensamientos de Superman, Batman, Aquaman o Green Lantern (que atraviesa a la vez una crisis personal y una odisea espacial). Pero Justicia es mucho más que un museo de héroes poblado por figuras estáticas. Es, ante todo, un vibrante relato de acción cuyo argumento mantiene en vilo al espectador mediante una inteligente sucesión de enigmas y pistas falsas que culmina en una resolución premeditada, coherente y, sin embargo, inesperada.

En Justicia, Alex Ross, Jim Krueger y Dough Braithwaite se esforzaron por devolverle a la Liga de la Justicia el estatus heroico del que aún gozaba cuando Super Friends se estrenó a principios de los setenta. Y lo hicieron recuperando sus rasgos característicos: sus miembros más célebres, sus villanos más conocidos, su entorno más reconocible (ese maravilloso satélite orbitando sobre la Tierra como un enorme ojo en el espacio). Y, aunque realizaron un trabajo excelente, es incierto que alcanzaran su objetivo de recuperar la inocencia perdida del género. Pero, al menos, nos devolvieron una imagen idealizada con los rasgos de una gran epopeya. La epopeya de la nostalgia.

Jorge García

Artículo publicado originalmente en las páginas de Justicia.