En 1978, Editorial Columba conmemoraba su quincuagésimo aniversario renovando sus publicaciones. Las revistas de la compañía experimentaron entonces cambios de formato y de contenido. Y en sus páginas irrumpió una nueva generación de series que incluyó, entre otras, a Dax, la memorable creación del guionista Robin Wood y del dibujante Rubén Marchionne.
La primera aventura de este personaje apareció en la publicación mensual D’Artagnan Super Álbum a mediados de 1978. Daniel Arthur Xavier era un niño inquietante dueño de poderes extrasensoriales. Había nacido en China a fines del siglo XIX y era hijo de una pareja de origen francés masacrada durante la rebelión de los bóxers (acontecimiento que sacudió el imperio chino hacia 1900 y que el cineasta Nicholas Ray popularizó en el clásico de aventuras 55 días en Pekín). El joven huérfano escapaba milagrosamente de la matanza y quedaba a cargo de un tutor oriental. Pero el asesinato de su padre adoptivo y el rapto de su hermanastra marcaría un punto de inflexión en su vida, lanzándolo a emprender una odisea que se prolongaría durante casi ciento cuarenta episodios, de los cuales Robin Wood firmó los casi setenta que aparecen recopilados en los cuatro volúmenes que ECC ha presentado a sus lectores.
Al inicio de la serie, el protagonista actuaba como un vengador implacable a la caza de los captores de su hermanastra. Sin embargo, los acontecimientos relatados en el episodio “La isla del dragón” alteraban la naturaleza del personaje. Al perder su objetivo, Dax se convertía entonces en un justiciero errante cuyas andanzas, a simple
vista, acusaban el influjo de la serie televisiva Kung-Fu (donde David Carradine, en el papel de un impasible monje Shaolin, recorría Estados Unidos repartiendo filosofía, misticismo y puñetazos). Digo “a simple vista” porque, a mi juicio, el héroe de ojos de hielo estaba amasado con el barro de una tradición ficticia más añeja, robusta y duradera: la de la novela de caballerías.
En efecto, Dax se comportaba con la dignidad, el valor y la destreza en combate de un auténtico caballero andante. La justicia ocupaba el lugar más alto en su escala de valores y lo impulsaba a luchar en favor de los miserables y los explotados que se tropezaba en el camino. Tal dechado de virtudes requería un espacio adecuado para resultar creíble. Es decir, un escenario cuya lejanía temporal y geográfica permitiese crear la ilusión de que existían seres capaces de lanzarse a la aventura caballeresca y que, al mismo tiempo, dotase de un sentido profundo a sus andanzas. La China remota y exótica que se despliega en las páginas de Dax proporcionó el marco ideal a esta moderna novela de caballerías. Se trataba de una naturaleza gigantesca, de llanuras inabarcables y de montañas cuyas cumbres de cristal rozaban el techo del mundo. Este paisaje ilimitado disminuía a sus habitantes, seres diminutos perpetuamente amenazados por la ferocidad de los bandidos, de los señores de la guerra, e incluso de sus propios familiares. En medio de esa inmensidad, Dax aparece y se desvanece como un fantasma de ojos pálidos.
Y es que Robin Wood, además de un talante justiciero, le había conferido una dimensión enigmática y sobrenatural. No se trataba únicamente de sus poderes, sino del halo de misterio que rodeaba su figura. El narrador en off que cuenta la historia -con una prosa abundante y llena de imágenes de gran belleza- alude a Dax siempre en tercera persona (“el viajero”, “el forastero”, “el desconocido alucinante” son algunos de los calificativos que le prodiga). Este tratamiento mitificó al personaje, y abrió un abismo entre él y el resto de los mortales. Se trataba de una sima insondable que solo salvaban unas pocas criaturas tan extraordinarias como él. Los demás se limitaban a observarlo y a abrigar serias dudas sobre su condición humana. En muchas ocasiones, incluso, lo tomaban por un fantasma, un demonio o un sueño. En este sentido, Rubén Marchionne imprimió a los relatos una estética ambivalente, a veces luminosa, a veces sombría, que transportaba al lector a un mundo mágico y legendario.
Marchionne era un profesional curtido cuando comenzó a trabajar en Dax. Entre sus obras previas figuraba una buena cantidad de historietas de horror para la compañía Eerie Publications. La destreza que demostró dibujando esas deliciosas truculencias lo convirtió en el artista ideal para una obra que combinaba la aventura, la fantasía y lo macabro. A medida que avanzaba la serie, el artista argentino fue depurando su trazo hasta alcanzar una sobria y sintética elegancia que emparentaba su estilo con el de Alex Toth (a quien, obviamente, homenajea en narraciones como "El secreto de los muertos" o "El círculo del destino"). Pero, además de ser un trabajo artesanal, Dax era un fenómeno industrial de gran envergadura. Como tal, obligaba a respetar unos estrictos plazos de entrega. Para cumplir dignamente con ellos, Marchionne recurrió a la ayuda de compañeros y de amigos. En este sentido, durante un período de tiempo que abarca buena parte de 1982, la serie se benefició de la contribución secreta de Enrique Breccia, que aportó una sombría y terrible belleza a episodios memorables como “Las torres negras” o “Las campanadas del miedo”.
Por su parte, Robin Wood -abrumado de trabajo- fue espaciando progresivamente sus guiones para Dax hasta llegar al abandono definitivo de la serie. En este sentido, el episodio más reciente de este volumen aparece firmado en septiembre de 1984. A partir de entonces, los textos recayeron en las competentes manos de Gustavo Amézaga y Ricardo Ferrari, sucesivamente. A su vez, Rubén Marchionne fue reemplazado por Frank Szylagyi poco después de la marcha del guionista paraguayo. Era el fin de la época dorada del personaje.
Hoy Dax lleva casi veinte años en el limbo al que van los héroes de cómic cuando sus aventuras dejan de publicarse. Sin embargo, su espíritu sigue bien vivo en estas páginas. Nada hay de extraño en ello. Pues, ¿no es la Edad de Oro el lugar donde en verdad viven todos los caballeros andantes?
Jorge García
La primera aventura de este personaje apareció en la publicación mensual D’Artagnan Super Álbum a mediados de 1978. Daniel Arthur Xavier era un niño inquietante dueño de poderes extrasensoriales. Había nacido en China a fines del siglo XIX y era hijo de una pareja de origen francés masacrada durante la rebelión de los bóxers (acontecimiento que sacudió el imperio chino hacia 1900 y que el cineasta Nicholas Ray popularizó en el clásico de aventuras 55 días en Pekín). El joven huérfano escapaba milagrosamente de la matanza y quedaba a cargo de un tutor oriental. Pero el asesinato de su padre adoptivo y el rapto de su hermanastra marcaría un punto de inflexión en su vida, lanzándolo a emprender una odisea que se prolongaría durante casi ciento cuarenta episodios, de los cuales Robin Wood firmó los casi setenta que aparecen recopilados en los cuatro volúmenes que ECC ha presentado a sus lectores.
Al inicio de la serie, el protagonista actuaba como un vengador implacable a la caza de los captores de su hermanastra. Sin embargo, los acontecimientos relatados en el episodio “La isla del dragón” alteraban la naturaleza del personaje. Al perder su objetivo, Dax se convertía entonces en un justiciero errante cuyas andanzas, a simple
vista, acusaban el influjo de la serie televisiva Kung-Fu (donde David Carradine, en el papel de un impasible monje Shaolin, recorría Estados Unidos repartiendo filosofía, misticismo y puñetazos). Digo “a simple vista” porque, a mi juicio, el héroe de ojos de hielo estaba amasado con el barro de una tradición ficticia más añeja, robusta y duradera: la de la novela de caballerías.
En efecto, Dax se comportaba con la dignidad, el valor y la destreza en combate de un auténtico caballero andante. La justicia ocupaba el lugar más alto en su escala de valores y lo impulsaba a luchar en favor de los miserables y los explotados que se tropezaba en el camino. Tal dechado de virtudes requería un espacio adecuado para resultar creíble. Es decir, un escenario cuya lejanía temporal y geográfica permitiese crear la ilusión de que existían seres capaces de lanzarse a la aventura caballeresca y que, al mismo tiempo, dotase de un sentido profundo a sus andanzas. La China remota y exótica que se despliega en las páginas de Dax proporcionó el marco ideal a esta moderna novela de caballerías. Se trataba de una naturaleza gigantesca, de llanuras inabarcables y de montañas cuyas cumbres de cristal rozaban el techo del mundo. Este paisaje ilimitado disminuía a sus habitantes, seres diminutos perpetuamente amenazados por la ferocidad de los bandidos, de los señores de la guerra, e incluso de sus propios familiares. En medio de esa inmensidad, Dax aparece y se desvanece como un fantasma de ojos pálidos.
Y es que Robin Wood, además de un talante justiciero, le había conferido una dimensión enigmática y sobrenatural. No se trataba únicamente de sus poderes, sino del halo de misterio que rodeaba su figura. El narrador en off que cuenta la historia -con una prosa abundante y llena de imágenes de gran belleza- alude a Dax siempre en tercera persona (“el viajero”, “el forastero”, “el desconocido alucinante” son algunos de los calificativos que le prodiga). Este tratamiento mitificó al personaje, y abrió un abismo entre él y el resto de los mortales. Se trataba de una sima insondable que solo salvaban unas pocas criaturas tan extraordinarias como él. Los demás se limitaban a observarlo y a abrigar serias dudas sobre su condición humana. En muchas ocasiones, incluso, lo tomaban por un fantasma, un demonio o un sueño. En este sentido, Rubén Marchionne imprimió a los relatos una estética ambivalente, a veces luminosa, a veces sombría, que transportaba al lector a un mundo mágico y legendario.
Marchionne era un profesional curtido cuando comenzó a trabajar en Dax. Entre sus obras previas figuraba una buena cantidad de historietas de horror para la compañía Eerie Publications. La destreza que demostró dibujando esas deliciosas truculencias lo convirtió en el artista ideal para una obra que combinaba la aventura, la fantasía y lo macabro. A medida que avanzaba la serie, el artista argentino fue depurando su trazo hasta alcanzar una sobria y sintética elegancia que emparentaba su estilo con el de Alex Toth (a quien, obviamente, homenajea en narraciones como "El secreto de los muertos" o "El círculo del destino"). Pero, además de ser un trabajo artesanal, Dax era un fenómeno industrial de gran envergadura. Como tal, obligaba a respetar unos estrictos plazos de entrega. Para cumplir dignamente con ellos, Marchionne recurrió a la ayuda de compañeros y de amigos. En este sentido, durante un período de tiempo que abarca buena parte de 1982, la serie se benefició de la contribución secreta de Enrique Breccia, que aportó una sombría y terrible belleza a episodios memorables como “Las torres negras” o “Las campanadas del miedo”.
Por su parte, Robin Wood -abrumado de trabajo- fue espaciando progresivamente sus guiones para Dax hasta llegar al abandono definitivo de la serie. En este sentido, el episodio más reciente de este volumen aparece firmado en septiembre de 1984. A partir de entonces, los textos recayeron en las competentes manos de Gustavo Amézaga y Ricardo Ferrari, sucesivamente. A su vez, Rubén Marchionne fue reemplazado por Frank Szylagyi poco después de la marcha del guionista paraguayo. Era el fin de la época dorada del personaje.
Hoy Dax lleva casi veinte años en el limbo al que van los héroes de cómic cuando sus aventuras dejan de publicarse. Sin embargo, su espíritu sigue bien vivo en estas páginas. Nada hay de extraño en ello. Pues, ¿no es la Edad de Oro el lugar donde en verdad viven todos los caballeros andantes?
Jorge García