Eccediciones
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La droga como excusa

Este volumen de Grandes autores de Batman agrupa cinco episodios pu­blicados originalmente entre marzo y julio de 1991, en los números 16 a 20 de la colección Legends of the Dark Knight. Esta cabecera albergaba arcos argumentales completos dedicados a explorar los años formativos del persona­je, siguiendo la senda trazada por Frank Miller y David Mazzucchelli en Batman: Año uno. Veneno fue el cuarto de la colección, tras Chamán, de Dennis O’Neil y Ed Hannigan; Gótico de Grant Morrison y Klaus Janson; y Presa, de Doug Moench y Paul Gulacy. De los cuatro, Vene­no fue el que más repercusión tuvo a largo plazo en la trayectoria del Caballero Oscuro. Esta historia disfrutaba de un equipo creativo de excepción compuesto por el guionista Dennis O’Neil y los dibujantes Trevor von Eeden (que abo­cetaba las páginas), Russell Braun (que las terminaba a lápiz) y el legendario José Luis García-López (que las pasaba a tinta).

Dennis O’Neil era uno de los guionistas más influyentes del Universo DC. En 1968 inició la tarea de modernizar los grandes iconos de la compañía, incluidos Superman, Wonder Woman y la Liga de la Justicia de América. Batman no fue una excepción. A principios de los setenta, O’Neil se asoció con el gran dibujan­te Neal Adams para devolver al guardián de Gotham su halo sombrío y detec­tivesco. Este dúo instauró el canon por el que se midieron las representaciones posteriores del personaje hasta la publicación de Batman: El regreso del Caballero Oscuro en 1986. Durante la segunda mitad de los ochenta, O’Neil siguió relacionado en calidad de editor con el Hombre Murciélago, alentando equipos creativos tan sólidos como el que formaron Jim Starlin y Jim Aparo en Batman, o Alan Grant y Norm Breyfogle en Detective Comics. Su faceta narrativa, sin embargo, se redujo por entonces a los guiones de The Question (una creación de Steve Ditko a la que imprimió un giro radical). Chamán supuso el reencuentro del veterano guionista con el popular persona­je. Y Veneno fue la consolidación.

El argumento de la saga presentaba a Batman como un héroe falible cuyo mie­do al fracaso lo inducía a coquetear con un esteroide capaz de aumentar su fuerza a costa de debilitar su inteligencia y generarle un síndrome de abstinen­cia brutal. Al respecto, O’Neil era un precursor en el arte de presentar héroes drogadictos. En 1971 firmó junto a Neal Adams los dos célebres episodios de Green Lantern/Green Arrow en los que el joven Speedy —ayudante del Arquero Esmeralda— revelaba su condición de toxicómano. Veneno sigue la estela de aquellos episodios memorables.

Se trata de un thriller psicológico que explota la agonía del protagonista. En sus páginas, O’Neil aprovecha dramáticamente las debilidades del héroe y lo some­te a una ordalía de la que Batman emerge más o menos purificado. Para ello, el guionista se apoya en la solvencia del equipo artístico.

Trevor von Eeden había debutado como dibujante en 1977 en las páginas de Black Lightning. Auténtico verso suelto dentro del mainstream estadounidense, Von Eeden firmó algunas de las páginas más sombrías, elegantes y sofisticadas de los primeros años ochenta en títulos como Green Arrow, Thriller o Vigilante. En 1991 era ya un profesional con 15 años de experiencia a susespaldas. Russell Braun, en cambio, se encontraba en los albores de una larga carrera como dibujante que culminó décadas después en publicaciones adscritas al universo de Fábulas (como Jack of Fables o Fabulosas). Por su parte, José Luis García-López era una institución dentro de DC.

Nació en Pontevedra en 1948, pero emigró a Argentina con su familia cuando apenas tenía cuatro años de edad. Admirador de autores como Alex Ray­mond y Harold Foster, García-López se formó en la Facultad de Bellas Ar­tes de Buenos Aires y se curtió como historietista en las revistas del gigantesco sello argentino Columba (donde colaboró con el gran guionista Héctor Ger­mán Oesterheld). A mediados de los setenta se afincó en Estados Unidos y comenzó a trabajar para DC Comics, convirtiendo títulos como Jonah Hex, Action Comics, Atari Force, Deadman o Cinder and Ashe en riguro­sos estudios de ritmo, anatomía y composición. Cuando se encargó de entintar Veneno era ya un autor consagrado e insufló en cada imagen el clasicismo y la elegancia que lo distinguían, apropiándose en buena medida del resultado final. Su trazo —y su buena sintonía con Von Eeden, Braun y el colorista Steve Oliff— convirtió estos episodios en un espectáculo visual de primer orden. Sin embargo, lo más recordado de esta obra no es el trabajo de García-López ni del resto del equipo creativo, sino la droga que lleva por título.

En verdad, el esteroide “veneno” fue decisivo para que dos años después el villano Bane derrotase a Batman y le quebrase el espinazo como colofón al larguísimo arco argumental Knightfall (impulsado por el propio O’Neil en su faceta de editor). Pero sería injusto reducir Veneno al papel de una obra subsi­diaria. Es un cómic autónomo cuyo encanto reside en el sufrimiento del héroe, la tensión del argumento, la sucesión de peripecias y la belleza de sus imágenes.

Jorge García

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