Fue en la revista Wizard donde Len Wein dijo que se le había ocurrido la idea de la Cosa del Pantano en un vagón de metro. Aquello derivó en un relato breve publicado en 1971 en la revista House of Secrets cuya espectacular acogida propició una serie rgular que, si bien no contaba con el mismo protagonista, sí sentaría las bases de más de 40 años de aventuras de uno de los personajes más queridos del Universo DC. Con la inestimable colaboración gráfica de Bernie Wrightson, un superdotado para los cómics de terror y misterio, Wein presentó a Alec Holland, un botánico que investigaba aquella famosa fórmula biorregenerativa y que terminaba convertido en la Cosa del Pantano tras sufrir un fatídico accidente cuyas circunstancias han ido variando en función de la continuidad de cada momento.
Aquella primera colección de la Cosa del Pantano, llamado cariñosamente Swampy (“Pantanito”) por sus seguidores estadounidenses, apenas duró cuatro años, momento en que pasó al olvido hasta que se estrenó la película homónima de Wes Craven, director en cuyo currículo figuran obras clave del género como Pesadilla en Elm Street o Scream. Ya en manos de Martin Pasko, la serie pasó sin pena ni gloria hasta que un joven Alan Moore tomó las riendas con una libertad creativa casi absoluta. Fue así como el guionista británico, secundado por artistas tan sobresalientes como Stephen Bissette o John Totleben, modificó al personaje hasta las mismísimas raíces para convertirlo en el avatar del Verde, la fuerza natural de la vegetación de la Tierra, un ser elemental que se había fundido con los recuerdos y la personalidad de Alec Holland, que había muerto tras el mencionado accidente. Comenzó así una etapa gloriosa, reeditada en su totalidad por ECC Ediciones, que se prolongó durante buena parte de los años ochenta y de la que surgieron personajes tales como John Constantine y que, además, avanzó en la relación entre la Cosa y su amada Abby mientras desfilaban por sus páginas secundarios como Etrigan, Deadman o el Fantasma Errante que, en manos de Moore, brillaron con luz propia entre las desgracias y los viajes del titular de la serie.
Con episodios como La lección de anatomía, Pog, El rito de la primavera o Los periódicos de Nukeface, por citar unos pocos, Moore enriqueció la mitología de la Cosa del Pantano hasta límites insospechados sin apartarse del tono marcadamente adulto que harían de la serie una de las primeras integrantes del sello Vertigo, ya en los años noventa y sin el británico al timón. Para entonces, ya lo habían sustituido Rick Veitch y Nancy Collins, a los que seguirían con el paso de los años nombres hoy tan relevantes como Mark Millar, Brian K. Vaughan o, en mucha menor medida, Grant Morrison. El paso de las andanzas de Swampy a la línea adulta de DC Comics sirvió para abordar temas aún más controvertidos e incluso para tratar dilemas morales como los que se le planteaban a Tefé Holland, hija del protagonista y de Abby con la “participación estelar” de Constantine.
Llegado el nuevo siglo, las ventas de las andanzas del personaje aconsejaban un cambio de rumbo que culminó con el abandono del sello Vertigo, ya dominado por las series de autor con la excepción de Hellblazer, y el regreso al Universo DC convencional con motivo de El día más brillante. Los cambios producidos por dicha saga recuperaron el estatus original de Wein y Wrightson, aquel en que era Holland quien se convertía en la Cosa del Pantano después del accidente. Fue en esas circunstancias en que comenzó la colección que tienes entre manos y que concluye con esta novena entrega.
Esta última tanda del personaje se ha basado en dos nombres propios: Scott Snyder y Charles Soule, guionistas de moda que se han visto secundados por dibujantes de auténtico lujo como son Yanick Paquette, Jesús Saiz o Javi Pina, por no mencionar las inestimables aportaciones de Marco Rudy y Kano. Snyder fue el responsable de actualizar a Anton Arcane, la némesis de Swampy, para convertirlo en avatar de otro reino de la naturaleza: la Putrefacción. También le correspondió a él reconciliar al científico con su condición de representante del Verde mientras lo sometía a un calvario emocional que culminó con el estado en que Abby se encuentra en el presente volumen. Y de fondo, estaba el Rojo representado por Animal Man, otro reino que entró en liza durante la miniserie Mundo putrefacto.
Por su parte, Soule ha optado por ampliar el universo de Holland con un nuevo elenco de secundarios tan carismáticos como el Lobo o Dama Maleza. Y en las últimas entregas, también nos ha presentado a nuevos reinos en liza, como el Gris de los hongos o el Metal, cuyos representantes coprotagonizan esta última entrega en lo que supone una nueva guerra. Y como ya hemos visto, el conflicto termina con una Cosa del Pantano sometida a un dilema para el que no obtenemos solución... por el momento. No en vano, si algo nos ha demostrado su historia, es que Swampy volverá tarde o temprano, sea en solitario o sea en las filas de cierto grupo canadiense.
Aquella primera colección de la Cosa del Pantano, llamado cariñosamente Swampy (“Pantanito”) por sus seguidores estadounidenses, apenas duró cuatro años, momento en que pasó al olvido hasta que se estrenó la película homónima de Wes Craven, director en cuyo currículo figuran obras clave del género como Pesadilla en Elm Street o Scream. Ya en manos de Martin Pasko, la serie pasó sin pena ni gloria hasta que un joven Alan Moore tomó las riendas con una libertad creativa casi absoluta. Fue así como el guionista británico, secundado por artistas tan sobresalientes como Stephen Bissette o John Totleben, modificó al personaje hasta las mismísimas raíces para convertirlo en el avatar del Verde, la fuerza natural de la vegetación de la Tierra, un ser elemental que se había fundido con los recuerdos y la personalidad de Alec Holland, que había muerto tras el mencionado accidente. Comenzó así una etapa gloriosa, reeditada en su totalidad por ECC Ediciones, que se prolongó durante buena parte de los años ochenta y de la que surgieron personajes tales como John Constantine y que, además, avanzó en la relación entre la Cosa y su amada Abby mientras desfilaban por sus páginas secundarios como Etrigan, Deadman o el Fantasma Errante que, en manos de Moore, brillaron con luz propia entre las desgracias y los viajes del titular de la serie.
Con episodios como La lección de anatomía, Pog, El rito de la primavera o Los periódicos de Nukeface, por citar unos pocos, Moore enriqueció la mitología de la Cosa del Pantano hasta límites insospechados sin apartarse del tono marcadamente adulto que harían de la serie una de las primeras integrantes del sello Vertigo, ya en los años noventa y sin el británico al timón. Para entonces, ya lo habían sustituido Rick Veitch y Nancy Collins, a los que seguirían con el paso de los años nombres hoy tan relevantes como Mark Millar, Brian K. Vaughan o, en mucha menor medida, Grant Morrison. El paso de las andanzas de Swampy a la línea adulta de DC Comics sirvió para abordar temas aún más controvertidos e incluso para tratar dilemas morales como los que se le planteaban a Tefé Holland, hija del protagonista y de Abby con la “participación estelar” de Constantine.
Llegado el nuevo siglo, las ventas de las andanzas del personaje aconsejaban un cambio de rumbo que culminó con el abandono del sello Vertigo, ya dominado por las series de autor con la excepción de Hellblazer, y el regreso al Universo DC convencional con motivo de El día más brillante. Los cambios producidos por dicha saga recuperaron el estatus original de Wein y Wrightson, aquel en que era Holland quien se convertía en la Cosa del Pantano después del accidente. Fue en esas circunstancias en que comenzó la colección que tienes entre manos y que concluye con esta novena entrega.
Esta última tanda del personaje se ha basado en dos nombres propios: Scott Snyder y Charles Soule, guionistas de moda que se han visto secundados por dibujantes de auténtico lujo como son Yanick Paquette, Jesús Saiz o Javi Pina, por no mencionar las inestimables aportaciones de Marco Rudy y Kano. Snyder fue el responsable de actualizar a Anton Arcane, la némesis de Swampy, para convertirlo en avatar de otro reino de la naturaleza: la Putrefacción. También le correspondió a él reconciliar al científico con su condición de representante del Verde mientras lo sometía a un calvario emocional que culminó con el estado en que Abby se encuentra en el presente volumen. Y de fondo, estaba el Rojo representado por Animal Man, otro reino que entró en liza durante la miniserie Mundo putrefacto.
Por su parte, Soule ha optado por ampliar el universo de Holland con un nuevo elenco de secundarios tan carismáticos como el Lobo o Dama Maleza. Y en las últimas entregas, también nos ha presentado a nuevos reinos en liza, como el Gris de los hongos o el Metal, cuyos representantes coprotagonizan esta última entrega en lo que supone una nueva guerra. Y como ya hemos visto, el conflicto termina con una Cosa del Pantano sometida a un dilema para el que no obtenemos solución... por el momento. No en vano, si algo nos ha demostrado su historia, es que Swampy volverá tarde o temprano, sea en solitario o sea en las filas de cierto grupo canadiense.
Fran San Rafael
Artículo originalmente publicado en las páginas de La Cosa del Pantano núm. 9. ¡Ya a la venta!