Tío, esto mola mucho.
Para todos los que participaban en los cómics mayoritarios a finales de los años ochenta o los que —como en mi caso— nos manteníamos con la nariz pegada al cristal del escaparate, la suma de cuatro títulos de la talla de El regreso del Caballero Oscuro, Watchmen, Batman: Año uno y Batman: La broma asesina supusieron una gran renovación para el medio. Los personajes (menos los de Watchmen) llevaban décadas en acción y, aunque muchos guionistas y dibujantes de enorme talento habían llevado a cabo obras notables con ellos, reinaba una increíble sensación de aire fresco gracias a Frank Miller y a ese hatajo de locos británicos —Alan Moore, Brian Bolland, John Higgins, Richard Starkings y Dave Gibbons— que tantas posibilidades veían en ellos, en las historias que con ellos podían contarse y, no por casualidad, en el propio modo de ofrecer esas historias.
Batman: La broma asesina es el único de los relatos citados que no existía previamente en otro formato, es decir, como una serie de cómics que terminaría por ser recopilada en lo que denominamos, con un término muy ambivalente, “novela gráfica”. La broma asesina era una historia de 46 páginas, pero elaborada de forma tan asombrosa e impresa con tanta limpieza y pulcritud que parecía otro tipo de criatura. No solamente un cómic de Batman realmente genial, sino algo distinto. Entonces no me di cuenta, pero ahora sí.
Es lo que son capaces de hacer los autores de talento extraordinario: que lo viejo parezca nuevo.
Y emocionante. No nos olvidemos de eso.
Me han contado que los orígenes de Batman: La broma asesina se remontan a la propuesta de una aventura conjunta de Batman y Juez Dredd que tenían preparada Moore y Bolland. Al no poder sacarla adelante, Moore le preguntó a Bolland qué otra cosa quería hacer, y este respondió: “El Joker, por favor”.
Qué educado. Y así nació un clásico.
Moore es famoso por muchas cosas, entre ellas —y ciertamente no es ningún secreto— sus guiones obsesivamente controlados y milimétricamente orquestados, que siempre exigen un esfuerzo proporcional a su compañero en el apartado gráfico. Y en el asombroso Brian Bolland encontró a un dibujante que era su igual en talento, fanatismo, cuidado y expresividad de sus creaciones. Ambos deslumbran con su representación de lo mundano, de tal modo que nunca parece mundano. Y luego hacen estallar la revelación, algo tan explosivo que solo entonces te das cuenta de lo bien que te han engatusado como lector, únicamente para tenderte una trampa.
La revelación del Joker en la página 11, el trágico acontecimiento de la página 18, la segunda revelación en la página 37... todo está orquestado y desarrollado de modo que te deja estupefacto, y vuelve a dejarte estupefacto cuando echas la vista atrás y observas el cuidado con que estos verdaderos artistas han sido plenamente conscientes de ello y lo han planteado así desde el principio. Qué divertido es hallarse en manos de creadores que saben tanto sobre lo que hacen.
Ah, ¿y el chiste (¿a que mola el hecho de que la historia termine con un chiste?) del final?
Impagable, gracioso y perfecto para los personajes de Batman y el Joker.
Lo que tenéis entre manos, sin embargo, no es el álbum que poseo yo —y que tanto nos exacerbó (!) a mí y a muchos otros miles de lectores en 1988—, y no lo es gracias a un componente crucial: el color.
Esta vez, puñeteros con suerte, tenéis la fantástica oportunidad de ver el álbum coloreado por el propio dibujante, y gozar de una visión todavía más completa del aspecto que debería tener la historia. Comparar una versión con otra resulta asombroso.
Los colores de Bolland son característicamente meditados y contenidos. Encajan mejor con la obra que los de Higgins, punteros en 1988, y es una auténtica gozada el mero hecho de observarlos. Si lo hacemos detenidamente, nos daremos cuenta de lo frías que son las gamas utilizadas ahora, en contraste con las más cálidas de 1988, y de que eso es mucho más apropiado para reflejar el tono lúgubre de la historia. Además, Bolland conserva un color de 1988 que se ha vuelto icónico, el de la camisa amarilla de Bar- bara, integrándolo perfectamente en el resto de los colores de la escena, más fríos, y permitiendo así que la camisa destaque mucho y potencie aún más el horror de lo relatado.
Pero el cambio más destacado y asombroso de cuantos hay en esta edición recoloreada se encuentra en los flashbacks.
Bolland despoja de color todas esas escenas, pero elige realzar un elemento en particular de cada una —los tentáculos que sobresalen de un tazón, unas gambas, etc.— en tonos de rojo cada vez más intensos, hasta que el resultado (y he aquí de nuevo la sensación de que todo ha estado planeado desde el principio por manos magistrales) es la Capucha Roja que formaba parte del origen casi completamente olvidado del Joker, remontándonos al lejano 1951, y que le llevó a consumar su transformación de humorista amable fracasado a demente genio criminal.
Brrrrrr. Tengo escalofríos. ¿Alguien más los tiene? Tío, esto mola mucho.
Tim Sale
Pasadena (California), 2008
Tim Sale vive en el sur de California con sus viejos perros Hotspur y Shelby. Criado en Seattle, California aún le parece un sitio extraño, pero confía en que eso cambie algún día. Tim es el dibujante de Batman: Victoria oscura, Catwoman: Si vas a Roma y Batman: El largo Halloween, entre muchos otros títulos. En 2006, Tim se convirtió en el dibujante oficial de la serie Héroes, el gran éxito de la NBC.
Para todos los que participaban en los cómics mayoritarios a finales de los años ochenta o los que —como en mi caso— nos manteníamos con la nariz pegada al cristal del escaparate, la suma de cuatro títulos de la talla de El regreso del Caballero Oscuro, Watchmen, Batman: Año uno y Batman: La broma asesina supusieron una gran renovación para el medio. Los personajes (menos los de Watchmen) llevaban décadas en acción y, aunque muchos guionistas y dibujantes de enorme talento habían llevado a cabo obras notables con ellos, reinaba una increíble sensación de aire fresco gracias a Frank Miller y a ese hatajo de locos británicos —Alan Moore, Brian Bolland, John Higgins, Richard Starkings y Dave Gibbons— que tantas posibilidades veían en ellos, en las historias que con ellos podían contarse y, no por casualidad, en el propio modo de ofrecer esas historias.
Batman: La broma asesina es el único de los relatos citados que no existía previamente en otro formato, es decir, como una serie de cómics que terminaría por ser recopilada en lo que denominamos, con un término muy ambivalente, “novela gráfica”. La broma asesina era una historia de 46 páginas, pero elaborada de forma tan asombrosa e impresa con tanta limpieza y pulcritud que parecía otro tipo de criatura. No solamente un cómic de Batman realmente genial, sino algo distinto. Entonces no me di cuenta, pero ahora sí.
Es lo que son capaces de hacer los autores de talento extraordinario: que lo viejo parezca nuevo.
Y emocionante. No nos olvidemos de eso.
Me han contado que los orígenes de Batman: La broma asesina se remontan a la propuesta de una aventura conjunta de Batman y Juez Dredd que tenían preparada Moore y Bolland. Al no poder sacarla adelante, Moore le preguntó a Bolland qué otra cosa quería hacer, y este respondió: “El Joker, por favor”.
Qué educado. Y así nació un clásico.
Moore es famoso por muchas cosas, entre ellas —y ciertamente no es ningún secreto— sus guiones obsesivamente controlados y milimétricamente orquestados, que siempre exigen un esfuerzo proporcional a su compañero en el apartado gráfico. Y en el asombroso Brian Bolland encontró a un dibujante que era su igual en talento, fanatismo, cuidado y expresividad de sus creaciones. Ambos deslumbran con su representación de lo mundano, de tal modo que nunca parece mundano. Y luego hacen estallar la revelación, algo tan explosivo que solo entonces te das cuenta de lo bien que te han engatusado como lector, únicamente para tenderte una trampa.
La revelación del Joker en la página 11, el trágico acontecimiento de la página 18, la segunda revelación en la página 37... todo está orquestado y desarrollado de modo que te deja estupefacto, y vuelve a dejarte estupefacto cuando echas la vista atrás y observas el cuidado con que estos verdaderos artistas han sido plenamente conscientes de ello y lo han planteado así desde el principio. Qué divertido es hallarse en manos de creadores que saben tanto sobre lo que hacen.
Ah, ¿y el chiste (¿a que mola el hecho de que la historia termine con un chiste?) del final?
Impagable, gracioso y perfecto para los personajes de Batman y el Joker.
Lo que tenéis entre manos, sin embargo, no es el álbum que poseo yo —y que tanto nos exacerbó (!) a mí y a muchos otros miles de lectores en 1988—, y no lo es gracias a un componente crucial: el color.
Esta vez, puñeteros con suerte, tenéis la fantástica oportunidad de ver el álbum coloreado por el propio dibujante, y gozar de una visión todavía más completa del aspecto que debería tener la historia. Comparar una versión con otra resulta asombroso.
Los colores de Bolland son característicamente meditados y contenidos. Encajan mejor con la obra que los de Higgins, punteros en 1988, y es una auténtica gozada el mero hecho de observarlos. Si lo hacemos detenidamente, nos daremos cuenta de lo frías que son las gamas utilizadas ahora, en contraste con las más cálidas de 1988, y de que eso es mucho más apropiado para reflejar el tono lúgubre de la historia. Además, Bolland conserva un color de 1988 que se ha vuelto icónico, el de la camisa amarilla de Bar- bara, integrándolo perfectamente en el resto de los colores de la escena, más fríos, y permitiendo así que la camisa destaque mucho y potencie aún más el horror de lo relatado.
Pero el cambio más destacado y asombroso de cuantos hay en esta edición recoloreada se encuentra en los flashbacks.
Bolland despoja de color todas esas escenas, pero elige realzar un elemento en particular de cada una —los tentáculos que sobresalen de un tazón, unas gambas, etc.— en tonos de rojo cada vez más intensos, hasta que el resultado (y he aquí de nuevo la sensación de que todo ha estado planeado desde el principio por manos magistrales) es la Capucha Roja que formaba parte del origen casi completamente olvidado del Joker, remontándonos al lejano 1951, y que le llevó a consumar su transformación de humorista amable fracasado a demente genio criminal.
Brrrrrr. Tengo escalofríos. ¿Alguien más los tiene? Tío, esto mola mucho.
Tim Sale
Pasadena (California), 2008
Tim Sale vive en el sur de California con sus viejos perros Hotspur y Shelby. Criado en Seattle, California aún le parece un sitio extraño, pero confía en que eso cambie algún día. Tim es el dibujante de Batman: Victoria oscura, Catwoman: Si vas a Roma y Batman: El largo Halloween, entre muchos otros títulos. En 2006, Tim se convirtió en el dibujante oficial de la serie Héroes, el gran éxito de la NBC.