Eccediciones

Jaulas invisibles

Sin apenas percatarnos de la rapidez con la que avanza el paso del tiempo, el Nuevo Universo DC ha ido perdiendo de forma paulatina tal condición para consolidar una propuesta de ficciones interrelacionadas que ya ha cumplido dos años de vida. Así lo acredita la historia que nos ofrece este mes la cabecera mensual Batman, donde nos tomamos un breve respiro de la trepidante saga Origen para disfrutar del segundo anual de la colección, parcialmente relacionado con dicho arco argumental.

Recordará el lector que la décima entrega de esta serie incluyó el Batman annual núm. 1 americano: una historia titulada Primeras nieves que ahondaba en el pasado de Mr. Frío y explicaba su vinculación con la saga La noche de los búhos (Batman núms. 6 a 11), por aquel entonces en curso. Pues Scott Snyder vuelve a repetir la jugada, aprovechando este especial conmemorativo para ampliar el alcance de Origen. Y si el pasado año su compañero de armas fue James Tynion IV, esta vez comparte créditos como guionista con Marguerite Bennett.

Lejos de lo anecdótico, esta circunstancia pone de relieve dos aspectos de la ética de trabajo mostrada por Snyder desde su fulgurante irrupción en el mundo del cómic: en primer lugar, su ánimo colaborativo, que en repetidas ocasiones le ha llevado a escribir a cuatro manos junto a colegas de profesión como Kyle Higgins (Batman: Puertas de Gotham), Lowell Francis (Flashpoint: Proyecto Superman) o el propio Tynion (Batman, Garra). Y en segundo lugar, su predisposición a reconocer el talento ajeno, tendiendo puentes para facilitar la llegada de jóvenes talentos al mundo de la historieta. En este sentido, resulta fundamental una de las facetas profesionales que desarrolla de forma paralela a su carrera como guionista y novelista: la de profesor universitario. Efectivamente, Snyder imparte clases de escritura de cómics en la Facultad de Bellas Artes y Humanidades Sarah Lawrence, situada en Bronxville (Estado de Nueva York). Allí, intenta transmitir a sus alumnos la importancia de que no se limiten creativamente por las expectativas e ideas preconcebidas que puedan existir en relación a su trabajo: jaulas invisibles en las que no se deben dejar encerrar. En su lugar, les insta a seguir la única norma que impera en su clase: “Solo puedes escribir aquella historia que, más que cualquier otra, estés deseando leer ahora mismo. No tiene por qué ser la más inteligente, ni la mejor, sino aquella por la que sientas una mayor pasión”. Una regla que él mismo intenta aplicar a diario cuando desarrolla sus propios proyectos.

La labor docente de Snyder le ha permitido establecer una relación creativa de doble dirección: sus alumnos se benefician de las tablas, el talento y los consejos del guionista; y él reconoce que su trabajo como profesor le mantiene “joven y hambriento como escritor”, de modo que el entusiasmo demostrado por las generaciones incipientes se ha convertido en una de sus principales fuentes de inspiración. Pero ocasionalmente, Snyder percibe algo más allá de la ilusión propia de los jóvenes que intentan abrirse camino en ámbitos creativos; de cuando en cuando, intuye un talento especial —todavía por explotar— en los asistentes a su curso. Capacidad que intenta potenciar proponiéndoles colaboraciones profesionales: así sucedió con James Tynion IV y, más recientemente, con Marguerite Bennett, que con 25 años asumió ilusionada el intimidatorio reto de debutar en el mundo del cómic encargándose de un guion protagonizado por el Caballero Oscuro.

Natural de Richmond (Virginia), Bennett descubrió su necesidad de fabular a una edad muy temprana, cuando unos cuantos folios grapados le bastaban para acceder a todo un mundo de fantasía: así fue como comenzó a escribir y dibujar sus propias historias, que le sirvieron para percatarse del fuerte vínculo que podía establecerse entre prosa y dibujos, “entrelazándose y apoyándose mutuamente. Una noción de la que nunca me olvidé, ni siquiera cuando tuve que dejar el dibujo a un lado para profundizar en las novelas y en los textos puros”. Llegado el momento de desarrollar sus habilidades como escritora, se encontró con que su estilo tendía de forma natural hacia la profusión de detalles y descripciones relativas a los personajes y ambientes de sus ficciones, atesorando un componente visual evidente. Así que parecía inevitable que, más pronto que tarde, sus pasos se encaminaran hacia un medio por el que sentía tanta estima.

Licenciada por la Universidad Mary Washington, posteriormente completó su formación cursando el Programa de Escritura del Máster de Bellas Artes ofertado por el Sarah Lawrence College. Entre las asignaturas en las que se matriculó figuraba la impartida por Scott Snyder, que le permitía enfocar de un modo académico su pasión por el noveno arte; y lo cierto es que el guionista quedó sorprendido por el nivel de los trabajos entregados por su alumna, hasta el punto de que transcurrido medio año desde que finalizó su curso, le ofreció la posibilidad de participar en el cómic que el lector sostiene entre sus manos. Bennett no dudó en pronunciar un rotundo “sí”, pese a que por aquel entonces hacía auténticos malabares para exprimir las 24 horas del día: combinaba dos empleos a tiempo parcial, trabajaba en su tesis —una novela— y asistía a sus últimas clases del máster. Un equilibrio improbable, más fácil de alcanzar cuando se presenta la oportunidad de cumplir un sueño de infancia. Porque esta prometedora guionista sigue al Cruzado de la Capa desde que con seis años vio por vez primera un episodio de Batman: La serie de animación; experiencia que más tarde le llevaría a disfrutar de la lectura de obras clave del personaje, como El regreso del Caballero Oscuro, Año uno, El largo Halloween, Nueve vidas o Espejo oscuro.

Pero llegado el momento de enfrentarse al procesador de textos, ¿cómo abordar la blancura de la primera página? En este punto, Snyder y Bennett optaron por repartirse el trabajo: el primero hizo valer su experiencia al frente de la serie regular para encargarse del Hombre Murciélago, mientras que la segunda aprovechó su capacidad de comprender “las convicciones, la despreocupación y la crueldad” de los villanos para construir un nuevo antagonista. Un misterioso personaje cuyas vicisitudes permiten al equipo creativo retomar una de las ideas centrales de esta etapa: si el Tribunal de los Búhos se encargó de demostrar al Hombre Murciélago que su conocimiento sobre Gotham City no es tan amplio ni profundo como creía, este villano le hará comprender que su presencia, supuestamente positiva para todos los gothamitas, en ocasiones propicia daños colaterales. Todo ello articulado en torno a un concepto central que, bien sea metafórica o literalmente, condiciona la vida de los actores de esta historia: el de la jaula. Las razones por las que un ser humano está encerrado, sus deseos de recuperar el libre albedrío, los efectos destructivos del confinamiento, la posibilidad de que —retomando la noción de la jaula invisible— el encarcelamiento no sea físico, sino mental… y la hipótesis de que un santuario pueda terminar convirtiéndose en una prisión.

Cuando en una historia ambientada en Gotham se hace referencia a un cautiverio, parece inevitable pensar en el Hospital Psiquiátrico de Arkham, institución que ha sido escenario de múltiples historias en cine, animación, videojuegos y, evidentemente, historietas. Siendo una ambientación propicia para entregarse a la exploración de los rincones más oscuros de la mente humana, su utilización recurrente implica el riesgo de perder el factor sorpresa. Así que para evitarlo, Snyder y Bennett se decantaron por un narrador inusual: en lugar de contar esta historia desde la perspectiva de uno de los internos o de los héroes, protagonistas habituales, prefirieron retratar esta sinrazón desde el punto de vista de un mero celador de Arkham en su primer día de trabajo. Recordando por momentos a la Sabine Robbins de Asilo Arkham: Locura, de Sam Kieth, el abrumado Eric Border se convierte en el perfecto anfitrión para acompañar al lector durante el recorrido por los pasillos de este inquietante edificio. Y en el proceso, tal vez nos ayude a sacar conclusiones inesperadas sobre lo acontecido la fatídica noche en que cambió la vida de uno de los internos.

El encargado de plasmar sobre el papel de dibujo la historia urdida por Snyder y Bennett es Wes Craig, natural de Canadá. Un autor que desde su profesionalización en 2004 ha colaborado con las principales editoriales americanas en títulos como Guardianes de la Galaxia, T.H.U.N.D.E.R. Agents, The Batman Strikes, el anual incluido en Flash núm. 4 o, más recientemente, el proyecto de creación propia Deadly Class, desarrollado junto a Rick Remender. Según Bennett, se trata del dibujante más adecuado para esta historia por poseer “un instinto impresionante y un estilo distintivo, escalofriante e idóneo para nuestro relato, por tender de forma natural hacia el punto claustrofóbico que requiere la trama”.

En resumidas cuentas, el anual incluido en esta entrega de Batman aprovecha el pasado del Hospital Psiquiátrico Arkham y uno de sus inquilinos para relacionarlo con las primeras aventuras del Caballero Oscuro. De este modo, se establecen conexiones entre presente y pasado del Nuevo Universo DC, encaminando al lector hacia un futuro en el que, seguro, Marguerite Bennett tendrá mucho que decir. No en vano, en mayo del presente año podremos leer más muestras de su trabajo… ¡y por partida doble! Suya será la responsabilidad de reinterpretar al siempre intenso Lobo en el especial Liga de la Justicia: Maldad Eterna núm. 3; y de especificar la relación de Barbara Gordon con la saga más ambiciosa del Cruzado de la Capa, en una entrega de Batgirl que se incluirá en Batman Origen: Gotham City.

David Fernández

Artículo publicado originalmente en las páginas de Batman núm. 23.