Eccediciones
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Introducción a Sandman: Muerte, por Neil Gaiman

Llegó a mi cabeza más o menos una semana después que su hermano.

Él llegó melancólico, silencioso, pálido y adusto. Y aunque había un innegable parecido familiar, ella era lo opuesto en muchos sentidos: sensata, agradable y maja.

En ese momento, Mike Dringenberg era el entintador de Sandman (Sam Kieth se encargaba del dibujo). Leyó mi descripción de Muer­te en el guion original de Sandman y decidió que ella debía pare­cerse menos a una joven Nico o a Louise Brooks (como sugerí yo) y más a su amiga Cinnamon. Mike hizo un dibujo de ella, el mismo que apareció como ilustración en Sandman y que luego sirvió para ilustrar una camiseta y un reloj.

El día en que el dibujo llegó a Inglaterra, tenía que reunirme con Dave McKean en una crepería de Londres. Él me iba a enseñar las transparencias de las primeras portadas de Sandman. Nuestra cama­rera era Muerte: delgada, pálida, delicada y dulce, con pelo negro y largo, ropa negra y un ankh de plata. Casi le enseño el dibujo de Mike, pero decidí no hacerlo.

En la Cábala hay una historia que sugiere que el Ángel de la Muerte es tan precioso que cuando lo ves (a él o a ella) te enamoras tanto y tan deprisa que te sale el alma por los ojos.

Me gusta esa historia.

Hay una historia islámica que dice que el Ángel de la Muerte tiene unas alas enormes cubiertas de ojos y que, cada vez que un mortal muere, uno de ellos se cierra por un momento.

Esa historia también me gusta, y me deleito imaginando unas alas enormes, con una oleada de ojos preciosos que están constantemente abriéndose y cerrándose.

Y aquí también hay un toque de deseo cumplido. No quería una Muerte que sufriera con su trabajo, que se deleitara en exceso con él o a quien no le importara nada. Quería una Muerte a la que me gustara conocer al final. Alguien a quien le importara.

Como ella.

Neil Gaiman 

Artículo publicado originalmente en las páginas de Sandman: Muerte  ¡Ya a la venta!