Eccediciones
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Introducción a Hellblazer: Garth Ennis

“Morir no es forma de vivir, chico”. Clint Eastwood en El fuera de la ley.

Qué cierto es eso. Pero, en cierto sentido, es posible tener una buena vida muriendo... mientras puedas convencer a alguien de que muera para que te puedas ganar la vida explotándolo, no sé si me entiendes. Pregúntale al tío que inventó el napalm. O a Quentin Tarantino, que hizo que la palmara bastante gente en la genial Reservoir Dogs. O incluso a mí.

Hace unos tres años, me encargaron la tarea de guionizar el excelente cómic de terror de Vertigo Hellblazer. Fue un golpe de suerte, te lo digo. El éxito de este cómic siempre se había basado en su fidelidad a los personajes y situaciones realistas y, sobre todo, en su protagonista, el único e inimitable John Constantine. Les tengo mucho respeto a Alan Moore, Steve Bissette y John Totleben por haber creado un personaje así, y a Jamie Delano y a los muchos dibujantes con los que trabajó por mantener la integridad del cómic.

El lienzo que tenía ante mí era enorme. Podía contar historias sobre gente normal y las vidas que llevaban, sus sentimientos por sus amigos y sus reacciones ante acontecimientos que les sobrepasaban. Era un cómic sin agenda y sin una moralina repugnante en su esencia, sino con un personaje principal que marcaba y rompía sus propias reglas mientras se tambaleaba por la vida, y que solo podía enfrentarse a las consecuencias de sus acciones con las mismas defensas frágiles y humanas que tenemos disponibles tú o yo. Y no solo eso, sino que yo podría usar la ficción de terror para sondear las profundidades del mal y explorar el oscuro vientre de la vida humana, lo que siempre es una risa.

Así que ahí estaba yo, a punto de escribir este maravilloso cómic. De hecho, mi llegada fue parte de un cambio de guardia en Hellblazer. Stuart Moore era el nuevo editor y tenía planificado un ajuste general: un nuevo dibujante para las portadas y un nuevo logo en el exterior, y mi buen amigo Will Simpson dibujando los interiores. Pobre Will... lo único que quería él era dibujar bárbaros increíblemente musculados, cañones de rayos destruyendo naves espaciales, mujeres bellas semidesnudas y gente que acostumbrara a decir cosas como: “Vendrás conmigo de un modo u otro, Voltar. Si tiene que ser muerto... que así sea”. Y yo le di la ciudad de Londres, tazas de té, gente teniendo crisis nerviosas y “yo tomaré un gin tonic, colega”. Creo que se las ingenió de forma admirable, pero es que Will siempre ha sido un profesional consumado.

En fin, que estábamos todos listos para empezar, y lo único que faltaba era el primer guion de aquí un servidor, por supuesto. Y me estaba esforzando, créeme. Estaba estrujándome el cerebro para dar con algo realmente bueno. Después de todo, esa era mi gran oportunidad. ¡Tenía que empezar con el pie derecho, sorprenderlos, darles en toda la frente y patearles las pelotas! Y no se me ocurría una mierda. ¿Sobre qué podía escribir que pareciera nuevo y fresco (y que llamara la atención, no lo neguemos)? ¿Qué le podía hacer a Constantine que no se le hubiera hecho antes? Y entonces empecé a pensar en todo eso que mencionaba al principio de este desaguisado... ya sabes, vivir... morir... je, je je... y una línea de acción se impuso a todas las demás: matarlo.

Resultó que funcionó bastante bien. Disfruté muchísimo escribiendo la historia que estás a punto de leer, y trabajar con un editor tan atento como Stuart fue todo un placer. Y fue genial recibir llamadas esporádicas de Will, cagándose en mí por poner demasiadas viñetas en la página y dándole vueltas a la historia “horrible y enfermiza” que tenía que dibujar. Hábitos peligrosos funcionó bastante bien entre los lectores, sobre todo la parte chunga al final del quinto capítulo, y aquí estamos: en un tomo recopilatorio. Por cierto, gracias por comprarlo y acercarme un poco más al Ferrari que siempre he querido. Si estás leyendo esto en la tienda... venga, gástate el dinero, ¿eh? Los pagos de tu hipoteca no son tan importantes, y tu crío puede esperar a su próximo cumpleaños para tener su perrito. De todos modos, se aburrirá de él al cabo de un mes, y entonces tendrás que llevar al pobre bicho hasta el lago con un saco y una piedra pesada...

Sí, señor. En conjunto, diría que este mamón hizo lo que tenía que hacer. Ninguna de las personas involucradas en ello terminaron en la calle. Pero, en serio, es algo raro que esta historia –la que me puso en marcha– reaparezca así después de tanto tiempo, sobre todo porque está alejadísima de cómo escribo Hellblazer en la actualidad. Me interesaría leer los comentarios que tengas sobre ello pero, por favor, recuerda escribir las cartas a doble espacio y que no es guay ni inteligente soltar tacos.
Supongo que eso es todo. Me gustaría aprovechar la oportunidad para aclarar mi postura sobre la frasecita del principio. No tengo ninguna intención de menospreciar a Clint Eastwood ni sus películas. Mira, cuando la dijo, Clint (en el papel de Josey Wales) intentaba convencer a un pistolero de medio pelo de que no le apuntara con el arma... y el atontao va y lo hacía. Y, claro, el viejo Clint tenía que cargárselo.

Creo que todos podemos aprender algo de eso.

Garth Ennis
Belfast, octubre de 1993

Artículo originalmente publicado como introducción de Hellblazer: Garth Ennis vol. 1 (de 3).

Más detalles sobre nuestra edición de Hellblazer, en este artículo.