Eccediciones

Inocencia interrumpida

Antes de Watchmen: Espectro de Seda ha sido desde un principio un relato sobre el fin de la inocencia. La propia Sally Jupiter se lo advertía a su hija en el primer capítulo: "Eres demasiado pequeña para odiar. Espera a hacerte mayor y el mundo te dará un buen motivo", es un triste anticipo de lo que esta por llegar. Desde esa primera escena hasta este último número, que concluye con la fallida reunión fundacional de los Crimebusters (la primera aparición de Laurie en Watchmen, si ordenáramos la narración cronológicamente), nuestra protagonista ha sufrido una progresiva transformación que la ha llevado a convertirse en esa vigilante que conocimos en la obra original, sin duda marcada por el carácter de su madre, pero con sus propias convicciones para actuar como justiciera.

Hasta ahora, este viaje iniciático narrado por Darwyn Cooke y Amanda Conner ha estado envuelto por un tono desenfadado heredado del trasfondo de la historia, esa San Francisco hippy entregada al amor libre y el consumo de drogas, donde los problemas parecían pasar de largo. En su conclusión, sin embargo, el relato se torna más sombrío y melancólico, con una Laurie enfrentándose al desengaño y la crueldad del mundo. Desde el título de este cuarto capítulo, El final del arco iris, hasta la última página del mismo, con esa margarita completamente deshojada, que en cada número ha servido como símbolo de la ingenuidad progresivamente perdida por la protagonista, todo nos advierte de que estamos ante las páginas más sombrías de la colección, un duro despertar a la madurez en el que las fantasías de adolescencia ya no tienen cabida.
En este sentido, Cooke parece haberse guardado los aspectos más dramáticos de su guion para el final. La conclusión del capítulo anterior ya nos mostraba al que, a la postre, ha resultado ser el causante de que la vida compartida por Laurie y su novio en San Francisco se viniera abajo: el Comediante. No es casualidad que sea precisamente Eddie Blake, un hombre amoral y de proceder violento, el que haga añicos el paraíso que ambos enamorados habían encontrado en la pacífica comunidad hippy californiana. Así, como un elefante que irrumpe en un delicado jardín, Blake se arroga el papel de padre en la sombra (o quizá solo se siente en deuda con Sally por tantas cosas) y pone fin a la relación de su hija con su joven compañero, destruyendo la ilusión de independencia que había mantenido hasta el momento.

Sin embargo, el triste rol interpretado por el Comediante parece tener una mínima redención cuando, en un arrebato nostálgico, se queda con una de las chapas de Laurie. Con este gesto, Cooke explica uno de los elementos más discordantes del personaje: ese smiley (ciertamente, un producto de la cultura popular de los sesenta) que parecía no tener nada que ver con el carácter brutal del justiciero. El smiley era el contrapunto con el que Alan Moore daba a entender que Blake encerraba algo más que lo visible a simple vista, y Cooke interpreta que ese “algo” quizá no solo sea un cinismo descarnado ante el mundo, sino el amor no correspondido por una hija de la que solo conserva un fetiche. Las consecuencias de esta intervención del Comediante en la historia las vemos en este capítulo final, en el que encontramos a una Laurie que se siente traicionada y abandonada por su novio, como tantas veces le había advertido su madre sobre los hombres; una situación aún más cruel si tenemos en cuenta el papel que juega la posesiva progenitora.

En contraste con el proceder conspirativo de Sally Jupiter y Eddie Blake, la resolución de la (cuasi cómica) trama del Presidente y su droga para incitar al consumo tiene como objetivo dar una mayor relevancia al personaje de Hollis Mason, por el que el guionista siente especial debilidad (como puede comprobarse en la otra miniserie escrita por Darwyn Cooke, Minutemen, narrada desde la perspectiva del propio Mason). Con una forma de actuar muy distinta a la del padre biológico de Laurie, el que fuera el Búho Nocturno original juega aquí un rol mucho más comprensivo y constructivo, y es el que finalmente consigue encontrar a la joven Juspeczyk y devolverla junto a su madre.

Habría que señalar que pese al cambio de registro aplicado por los autores a este cierre de la historia, Cooke y Conner no dejan del todo de lado el sentido del humor y las constantes referencias culturales que han sido uno de los elementos más característicos de Antes de Watchmen: Espectro de Seda. Así, por ejemplo, el autobús que resulta determinante a la hora de detener al Presidente no es otro que el Further (“Más allá”), el autobús escolar utilizado por Ken Kesey y su grupo de amigos (autodenominados “The Merry Pranksters”) para recorrer los Estados Unidos durante la década de los sesenta a modo de peregrinaje artístico, organizando conciertos de rock psicodélico, sesiones de experimentación con drogas alucinógenas y recitales poéticos. Kesey, que ya protagonizó en el número anterior una de las mejores escenas de la miniserie, sirviendo de guía espiritual a Laurie en su primer y revelador viaje con “ácido”, reaparece aquí para no dejar ningún cabo suelto, en lo que es una divertida (y explícita) metáfora del movimiento contracultural y la lucha contra el sistema que representaba este escritor.

Sin embargo, a pesar de estos guiños, el tono general del capítulo es indudablemente más sombrío, y está dominado por la auténtica resolución de la historia, que es el súbito despertar de Laurie de su ilusión de libertad. Incluso esa escena final, mostrada desde un punto de vista más desenfadado de lo habitual con una joven Espectro de Seda tomando nota mental de sus nuevos compañeros, sabemos que en Watchmen concluye con la fuerte discusión entre su madre (aquí vemos cómo la deja en la puerta de la reunión de los Crimebusters) y un Eddie Blake que había abordado, probablemente con sentimientos encontrados, a la hija que no conoce.

Una vez concluida la travesía, podemos decir que el eje central en torno al que gira la historia de Darwyn Cooke no es sino una nueva vuelta de tuerca sobre uno de los grandes temas presentes en Watchmen. Como ya hemos dicho en artículos anteriores, la obra de Alan Moore y Dave Gibbons es, ante todo, una reflexión sobre el final de la inocencia: el final de la inocencia de toda una sociedad, que deja atrás la euforia provocada por la victoria americana en la Segunda Guerra Mundial para hundirse en el miedo cotidiano de la Guerra Fría; el final de la inocencia de sus protagonistas, expresado principalmente a través de los Minutemen, un grupo de aventureros pioneros que creyeron poder cambiar algo disfrazándose para combatir el crimen; y a un nivel metalingüístico, el final de la inocencia del cómic de superhéroes como medio de expresión, pues Watchmen aportó por primera vez un tratamiento realista al género, evidenciando lo simplista (y moralmente ambiguo) que era el enfoque que se había dado hasta la fecha a la figura del justiciero enmascarado.

El momento en el que todo esto se manifestaba de forma más explícita en el guion de Alan Moore es, precisamente, esa reunión fundacional de los Crimebusters, en la que el Comediante desprecia con su habitual cinismo la propuesta del veterano Capitán Metrópolis: “Solo un capullo pensaría que los problemas del mundo son lo bastante pequeños para que unos payasos enmascarados podamos resolverlos”, le espeta el Comediante a Ozymandias, y por boca suya, Moore parece decírselo también a la industria y a los lectores de cómics. Es por ello que los autores de Espectro de Seda no podían elegir mejor momento para conectar su historia con el relato original. Lo sucedido a partir de dicha reunión, como suele decirse, ya es historia.

David B. Gil

Previa (portada y cinco páginas interiores) de Antes de Watchmen: Espectro de Seda núm. 4.