Suele considerarse que el punto de inflexión que diferencia la realidad del Universo Watchmen de la nuestra se produce en 1939, con la formación de los Minutemen. Pero si algún momento llegó a cambiar ese mundo literalmente, desde su perspectiva, fue la aparición de su único metahumano como tal. Y ese momento son las 13:15 horas del 20 de agosto de 1959. Entonces nació el Dr. Manhattan, tras quedar Jonathan Osterman atrapado en una cámara sellada y expuesto a la radiación de los campos intrínsecos. Sus amigos le llaman “Jon” (la “h” ausente ha generado todo tipo de teorías: la pérdida de su humanidad, el símbolo del átomo de hidrógeno que lleva en la frente... o ambas cosas). El caso es que Jon terminaría convertido en lo más similar a un dios entre los hombres, reviviría desde Marte toda su existencia en un estremecedor episodio del Watchmen original... y llegaría incluso a plantearse la posibilidad de crear nuevas formas de vida.
Adam Hughes vuelve a dibujar un cómic completo por primera vez en mucho tiempo, algo que demuestra la importancia de este encargo para él (que confiesa su admiración por la obra de Moore y Gibbons y que firmó para ocuparse de alguna de sus precuelas en cuanto se lo propusieron). Junto a J. Michael Straczynski, parece haber querido llevar aquí el planteamiento “divino” hasta límites insospechados. ¿Puede el Dr. Manhattan estar presente en el mismo instante de su origen? ¿Y si, una vez allí, descubre que en realidad no quedó atrapado en la cámara y por tanto no llegó a ser quien es?
Durante estos tres primeros números (1, 2 y 3), Jon ha tenido el dudoso privilegio de presenciar lo que habría sido su vida si no hubiera llegado a convertirse en Manhattan (¿Qué bello es vivir?). Y sin embargo, al mismo tiempo sigue siendo él, un ser de brillante piel azul que hojea la historia como las páginas de un libro. ¿Qué clase de paradoja es esa? Posiblemente una semejante a la del físico Erwin Schrödinger, la del gato dentro de la caja con una cápsula de veneno que puede romperse o no: no se sabe si el gato está vivo o muerto hasta que alguien abre esa caja y todas las posibilidades se derrumban para convertirse en una sola. Straczynski construye el relato en torno a dicha idea, y no es casual que algunas de sus interpretaciones impliquen mundos distintos o universos paralelos. Pero lejos de limitarse a divagar, narra cosas muy concretas y terribles a través del tamiz de esa paradoja: la huida de su familia de la Alemania nazi, la obsesión de su padre y la suya propia por el oficio de relojero... Y al final nos muestra cómo el Dr. Manhattan trata de cercenar todas las posibilidades alternativas, las que no le habrían convertido en lo que es, para dejar la historia tal como la recuerda. Parece haberlo conseguido al propiciar que la cámara se cierre y le transforme indefectiblemente, en cualquier universo de posibilidades, pero... ¿de verdad es así? Habrá que abrir el próximo número para que todas esas posibilidades se derrumben y terminen convertidas en una sola.
Felip Tobar
Adam Hughes vuelve a dibujar un cómic completo por primera vez en mucho tiempo, algo que demuestra la importancia de este encargo para él (que confiesa su admiración por la obra de Moore y Gibbons y que firmó para ocuparse de alguna de sus precuelas en cuanto se lo propusieron). Junto a J. Michael Straczynski, parece haber querido llevar aquí el planteamiento “divino” hasta límites insospechados. ¿Puede el Dr. Manhattan estar presente en el mismo instante de su origen? ¿Y si, una vez allí, descubre que en realidad no quedó atrapado en la cámara y por tanto no llegó a ser quien es?
Durante estos tres primeros números (1, 2 y 3), Jon ha tenido el dudoso privilegio de presenciar lo que habría sido su vida si no hubiera llegado a convertirse en Manhattan (¿Qué bello es vivir?). Y sin embargo, al mismo tiempo sigue siendo él, un ser de brillante piel azul que hojea la historia como las páginas de un libro. ¿Qué clase de paradoja es esa? Posiblemente una semejante a la del físico Erwin Schrödinger, la del gato dentro de la caja con una cápsula de veneno que puede romperse o no: no se sabe si el gato está vivo o muerto hasta que alguien abre esa caja y todas las posibilidades se derrumban para convertirse en una sola. Straczynski construye el relato en torno a dicha idea, y no es casual que algunas de sus interpretaciones impliquen mundos distintos o universos paralelos. Pero lejos de limitarse a divagar, narra cosas muy concretas y terribles a través del tamiz de esa paradoja: la huida de su familia de la Alemania nazi, la obsesión de su padre y la suya propia por el oficio de relojero... Y al final nos muestra cómo el Dr. Manhattan trata de cercenar todas las posibilidades alternativas, las que no le habrían convertido en lo que es, para dejar la historia tal como la recuerda. Parece haberlo conseguido al propiciar que la cámara se cierre y le transforme indefectiblemente, en cualquier universo de posibilidades, pero... ¿de verdad es así? Habrá que abrir el próximo número para que todas esas posibilidades se derrumben y terminen convertidas en una sola.
Felip Tobar