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Héroes monstruosos

Nadie como DC Entertainment ha sabido cultivar en el mundo del cómic la fascinación por el monstruo. Ya desde la Edad de Plata del Cómic USA se vislumbra en varias colecciones de la editorial, como Strange Adventures (que acogió la primera aparición de Animal Man) o House of Secrets (cabecera originaria de La Cosa del Pantano), el deseo de hacer llegar al lector un tipo de historias más insólitas y alucinadas que las que habitualmente se recogían en los cómics de superhéroes.

Otras editoriales también tenían sus propias cabeceras de terror o de cómics para adultos, pero mientras que en estas la figura del monstruo quedaba relegada a la amenaza de turno, en varias colecciones de DC se daba la peculiaridad de que el per- sonaje grotesco, aterrador, era el protagonista absoluto del relato.

Esta seducción por el ser monstruoso que alberga un yo complejo, incluso melancólico, hunde sus raíces en la novela gótica británica, en autores como Stevenson, Bram Stoker o Mary Shelley, y en obras como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Drácula o Frankenstein. De ahí que no sea casual que fueran escritores procedentes de las Islas los que supieran pulir y elevar a los altares del cómic esta corriente subyacente en DC desde la década de los sesenta. Así, en plena refundación del Universo DC tras la tabula rasa que supuso Crisis en Tierras Infinitas, editores como Karen Berger confiaron en una joven hornada de autores británicos, encabezada por Alan Moore, Grant Morrison y Neil Gaiman, para que recuperaran a personajes de la etapa más pulp de la editorial y los pusieran al día dándoles un cariz que los diferenciara del típico cómic de superhéroes.
No es necesario recordar que estos guionistas firmaron algunos de los cómics que, a día de hoy, se consideran obras fundamentales del medio en Estados Unidos, tales como Animal Man, La Cosa del Pantano o The Sandman, los cuales influyeron de manera determinante en el panorama del cómic moderno y dieron lugar a un trasfondo tan personal y diferen- ciado que la propia DC decidió crear un sello que acogiera esta vertiente más sombría de su propio universo: Vertigo. Bajo esta línea editorial se han publicado durante décadas las mejores historias de terror, ocultismo, noir y fantasía gótica del cómic estadounidense, fruto postrero de esa fascinación por lo monstruoso y grotesco que ya demostrara DC desde la Edad de Plata, y que ha sido la otra cara representativa de la editorial, la alternativa, más oscura y aterradora, a las coloridas páginas de Action Comics, Superman y La Liga de la Justicia.

No era de extrañar, por tanto, que muchos de los lectores que llegaban durante su infancia y adolescencia a DC a través de sus series emblemáticas continuaran apegados a la editorial durante su etapa adulta gracias a esas colecciones más bizarras y oscuras enmarcadas bajo el sello Vertigo, o a esas otras que, publicadas en el Universo DC tradicional, mostraban un tono más maduro insuflado por autores británicos como Morrison o Jamie Delano (como era el caso de la propia Animal Man, Shade o Doom Patrol).
Porque, para qué engañarnos, estos héroes de aspecto grotesco y vida peculiar tenían varias ventajas sobre el clásico superhéroe arquetípico, que a menudo se veía lastrado por una continuidad y unos orígenes que difícilmente encajaban con un relato adulto. Así, personajes como el que da nombre a esta serie, o los dos invitados de excepción que aparecen en este segundo número, la Cosa del Pantano y Frankenstein, no eran personajes de primera fila en su momento, lo que permitió a sus nuevos responsables rescribirlos con total libertad, dotándolos de un trasfondo más complejo y dramático.

De este modo, en las estanterías desembarcó una nueva clase de cómics protagonizada por personajes que nada tenían que ver con los musculosos bienhechores embutidos en mallas llamativas. Era otra estirpe de protagonistas: el antihéroe sombrío y complejo, a menudo encerrado bajo la corteza de un monstruo o atrapado en circunstancias extrañas que los enfrentaban a ene- migos cuyas motivaciones iban más allá del delito o la dominación mundial. Eran héroes que debían confrontar problemas que no se conjuraban a base de puñetazos, que combatían amenazas que ni ellos mismos llegaban a comprender.

Quizás alguno esté pensando: “Un momento, Animal Man viste mallas, es un tipo bien parecido y también se aleja volando tras deshacer un entuerto; no tiene nada que ver con un monstruo”. Puede que esa sea la lectura evidente, pero lo cierto es que cuando Grant Morrison recibió el encargo de reimaginar al personaje en plena época de alabanzas al trabajo de Alan Moore en La Cosa del Pantano, se planteó realizar algo similar a lo que estaba es- cribiendo su compatriota pero manteniendo la imagen clásica del protagonista, a modo de contraste con las vivencias, cada vez más singulares y bizarras, con las que debería lidiar Buddy Baker. Animal Man pasó de ser un protagonista prototípico, acostumbrado a resolver problemas con los puños según el patrón superheroico, a ser un personaje con motivaciones que iban más allá de la lucha contra el crimen, priorizando otros aspectos de su vida como el bienestar de su familia o su activismo por los derechos de los animales. Poco a poco, el autor escocés fue desmontando a ese Buddy Baker formado por un cúmulo de clichés y lo reconstruyó como uno de los personajes más complejos del cómic norteamericano, involucrándolo en algunas de las historias más extrañas y metafísicas que se recuerdan en el medio.

También debemos a Morrison la reinterpretación de otro de los protagonistas eventuales de este Animal Man núm. 2: Frankenstein. El personaje, encarnación directa del moderno Prometeo de Mary Shelley, apareció por primera vez en las páginas de Detective Comics compartiendo relato con Batman (1948), pero la versión que llega al Nuevo Universo DC es la recreación de Frankenstein que Morrison realiza en 2005 para su remake de Los Siete Soldados de la Victoria. En esta nueva continuidad “Frank” forma parte de la agencia gubernamental S.H.A.D.E., encargada de investigar eventos paranormales, y su nueva serie regular, publicada en Estados Unidos como una de las 52 colecciones de esta nueva etapa editorial, está escrita por el propio Jeff Lemire, así que a nadie debe sorprender la presencia del monstruo decimonónico en estas páginas.

Lemire redondea su particular freak-show incluyendo a la Cosa del Pantano como coprotagonista del primer anual de Animal Man (también incluido en este volumen), en una historia que resulta un claro anticipo de lo que está por llegar. Por tanto, el lector español se encuentra reunido en un solo volumen a tres de los personajes más emblemáticos de esa vertiente más extraña e inquietante del Universo DC.

Si el primer relanzamiento de las series de DC, allá por 1985, supuso la recuperación y consagración de estos personajes de vida extraña, hasta el punto de que la editorial creó un sello tan potente como Vertigo para darles cabida, ahora se pretende que esta nueva reconfiguración del status quo traiga nuevamente al primer plano a unos personajes que son una parte tan intrínseca del ADN de DC Comics como pueden serlo Batman o Superman. Pero esta vez no se les quiere al margen, sino como miembros

de pleno derecho del universo superheroico, entrelazando sus insólitas historias con la continuidad habitual, aportando nuevas variantes y posibilidades a este renacido y fascinante Universo DC. Y nosotros no podemos sino celebrarlo.

David B. Gil