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Héroes del espacio

 Green Lantern Corps siempre ha sido una excelente combinación de cómic de superhéroes y epopeya cósmica gracias a elementos como, por ejemplo, la presencia de numerosas razas alienígenas. La ciencia ficción siempre ha sido un elemento más del género, y ha estado ahí desde el principio; no en vano, ya en la primera aparición de Superman, en 1938, se decía que procedía de un “planeta remoto”.

Pero la ciencia ficción como género independiente también ha tenido su peso dentro de la historia editorial de DC Entertainment. Uno de los pioneros fue Tommy Tomorrow, que debutó en 1947 y, poco después, compartió las páginas de Action Comics con el mismísimo Superman. Se trataba del coronel de un cuerpo policial intergaláctico, los Planeteros, que combatía amenazas alienígenas en el entonces lejano siglo XXI. No obstante, sería en los años 50 cuando los cómics sobre extraterrestres, futuros poco probables e inventos imposibles entraron en su época de mayor esplendor. Esto se debió a diversos factores entre los que se encontraba, cómo no, el miedo a la energía nuclear que la humanidad había descubierto recientemente y cuyos devastadores efectos habían quedado comprobados al final de la Segunda Guerra Mundial. También contribuyeron al auge los avances en la famosa carrera espacial y, por qué no decirlo, el declive de los superhéroes, que cedieron espacio en los kioscos a otras temáticas durante aquella época.

El hombre ideal para explotar las posibilidades de la ciencia ficción era Julius Schwartz, todo un experto en la materia que, antes de ser editor de DC, había estado muy vinculado a dicho género. Su colega Mort Weisinger y él no solo habían creado el primer fanzine especializado junto a Forrest J. Ackerman, sino que también habían fundado una agencia de representación literaria, Solar Sales Service, por la que habían pasado nombres del calibre de Alfred Bester, H.P. Lovecraft o Ray Bradbury, autor de la inolvidable Fahrenheit 451. En 1950, Irwin Donenfeld, hijo de uno de los padres fundadores de DC, le encomendó la publicación de una nueva revista titulada Strange Adventures cuyo primer número se dedicó a adaptar el filme Con destino a la luna (Irving Pichel, 1950), toda una declaración de intenciones sobre el rumbo que iba a tomar desde el principio.

De Strange Adventures surgieron numerosos personajes. Entre ellos estaba el Capitán Cometa (1951), creado por John Broome y Carmine Infantino y uno de los primeros héroes nacidos con poderes (lo que ahora llamaríamos “metahumano” o, en otros lares, “mutante”). Nacido y criado en una granja, Adam Blake descubrió de qué era capaz cuando un cometa activó sus habilidades genéticas y lo convirtió en una especie de humano del futuro cuyo cerebro estaba tan desarrollado que mostraba una inteligencia superior a la normal y era capaz de proezas como la telepatía o la telequinesia. Aburrido de la Tierra, Cometa se marchó al espacio en busca de conocimientos y aventuras. Otro buen ejemplo es Animal Man (1965), concebido por Dave Wood y el propio Infantino. Aunque hoy en día sus aventuras disten marcadamente de la épica cósmica, al principio Buddy Baker recibió sus poderes animales de una nave alienígena que lo irradió con una extraña energía después de explotar. Animal Man fue un personaje menor durante décadas, ya que habría que esperar bastante para épocas gloriosas como la de Grant Morrison o la actual, obra de Jeff Lemire y Travel Foreman. Otro héroe destacable de aquella publicación fue Star Hawkins (1960), de Broome y Mike Sekowsky, un detective privado de finales del siglo XXI que contaba con la ayuda de Ilda, una robot muy inteligente que, a pesar de su valía, terminaba muchas veces en una casa de empeños debido a los eternos problemas económicos de su dueño.

El éxito de Strange Adventures hizo que, apenas un año después, Schwartz se animara con una segunda revista que, en aquella ocasión, se tituló Mystery in Space, nombre que resultaba mucho más obvio. En ella, DC presentó a personajes tan dispares como Taxista Espacial (1954), creado por Otto Binder y Howard Sherman y cuyo apodo definía a la perfección en qué consistían las aventuras que vivía en el “remoto” siglo XXI. Por su parte, Ultra el Multialienígena (1965) fue una idea de Dave Wood y Lee Elias que aportaba cierta originalidad al género. Ace Arn, el verdadero nombre de Ultra, era astronauta en una época en que los viajes por el espacio estaban a la orden del día. Cuando su nave se estrelló en otro sistema solar, lo atacaron cuatro extraterrestres, cada uno de los cuales le disparó un rayo que pretendía convertirlo en miembro de su especie. Atrapado en el fuego cruzado, Ace terminó absorbiendo la fisionomía y habilidades de cada uno de ellos, de ahí que obtuviera poderes tan variados como la superfuerza o el control del magnetismo. También de Mystery in Space surgieron los Caballeros de la Galaxia (1951), de Robert Kanigher e Infantino, unos pacificadores del siglo XXX que tenían su base en una estación espacial.

Pero sin duda, el principal personaje surgido de Mystery in Space fue Adam Strange (1958), obra de Gardner Fox y Mike Sekowsky, los mismos a quienes Schwartz confiaría la primera etapa de la Liga de la Justicia de América un par de años después. Strange era un arqueólogo terrícola que, durante una expedición a Sudamérica, era abducido por algo llamado Rayo Zeta que lo transportaba al planeta Rann. Aquella civilización avanzada tecnológicamente necesitaba a un nuevo campeón que, por supuesto, resultó ser Strange. A partir de entonces, el protagonista iba y venía, pero su vida privada en Rann fue adquiriendo cada vez más peso por causa de Alanna, la mujer que terminaría convirtiéndose en su esposa. Sus hazañas fueron todo un éxito, y a día de hoy sigue siendo uno de los “héroes del espacio” más importantes de DC Entertainment. De hecho, ha llegado a protagonizar dos épocas de inmenso esplendor gracias a autores tan solventes como Andy Kubert o Pasqual Ferry.

Aunque el grueso de personajes cósmicos del Universo DC surgiera de aquellas dos revistas, hubo otros que nacieron en otros títulos. Así pues, de Showcase procede Rick Starr, alias Ranger Espacial (1958). Se trataba de un ejecutivo del futuro que se ponía un colorido disfraz para proteger la galaxia de las fuerzas hostiles que la ponían en peligro. Para ello, contaba con la ayuda de su novia y de un extraterrestre llamado Cryll. Muchísimo más relevante fue el Detective Marciano (1955), nacido en uno de los complementos de las aventuras de Batman en Detective Comics. J’onn J’onzz procedía realmente del Planeta Rojo y llegaba a la Tierra por culpa del experimento de un científico llamado Erdel que moriría poco después. Fue por esto por lo que se quedó atrapado en nuestro mundo, donde tuvo que buscarse la vida para integrarse y hallar algo que hacer. En su caso, se decantó por la policía, y usó sus poderes para adoptar la identidad del detective John Jones, que se convertiría en su identidad secreta. Aunque tardaría varias décadas en obtener un título propio, el Detective Marciano fue un personaje muy popular ya en aquella época, sobre todo cuando adquirió un tono más superheroico con el que ingresó en la formación original de la mencionada Liga de la Justicia.

Para entonces, la llamada Edad de Plata ya había supuesto el renacimiento de los cómics de superhéroes, género que supo aprovechar más que nunca las ventajas de la ciencia ficción. Si antes ya se había inspirado en la misma, durante aquel fenómeno lo hizo con especial gula, cosa en lo que tuvo mucho que decir Julius Schwartz, responsable de buena parte de los nuevos personajes. El propio Green Lantern era un ejemplo perfecto de fusión de géneros. Si la encarnación original del héroe se basaba en gran parte en la magia, las aventuras de Hal Jordan transcurrían a medio camino entre la Tierra y el espacio exterior, donde se enfrentaba a diversos extraterrestres y colaboraba con otros, ya que el Cuerpo de Green Lanterns contaba con miembros venidos de todo el universo.

Con el paso del tiempo, el Capitán Cometa, Adam Strange y compañía se fueron diluyendo en aquella maraña de superhéroes con los que han trabajado y convivido desde entonces. Lo anterior no significa que la “parte cósmica” del Universo DC no haya tenido peso en determinadas épocas y colecciones, como atestiguan los Omega Men (1981), creados por Marv Wolfman y Joe Staton, un loable intento de definir toda una parcela del espacio, el controvertido sistema solar de Vega. Y casi 10 años después, se publicó la nostálgica Twilight (1990), una miniserie firmada por Howard Chaykin y José Luis García Lopez que intentó renovar a todos aquellos personajes olvidados de la época de Strange Adventures y Mystery in Space, como Star Hawkins o Tommy Tomorrow, cuya ingenuidad original daba paso a un personaje autoritario que manejaba como un déspota a los Planetarios, su grupo de toda la vida.

Con la llegada de ese nuevo siglo que, según los cómics de los años 50, ya debería estar repleto de coches voladores y justicieros galácticos, los héroes del espacio parecen haberse quedado en un discreto segundo plano. Es cierto que ha habido intentos notables, algunos de ellos realizados por Jim Starlin, todo un experto en el contexto cósmico; sin embargo, las colecciones protagonizadas por este tipo de personajes no terminan de cuajar entre los lectores. Una de las pocas excepciones es la que tenemos entre manos. Desde hace varios años, las aventuras del Cuerpo de Green Lanterns se han convertido en una especie de reducto repleto de acción espacial, extraterrestres y amenazas imposibles gracias a guionistas como Dave Gibbons o Peter J. Tomasi, que vuelve a casa con motivo del nuevo Universo DC. La colección semestral que aquí comienza supone una gran oportunidad para perdernos en las estrellas y dejarnos transportar a planetas remotos que solo son capaces de concebir los creadores más imaginativos del medio y que, hoy en día, beben de la rica herencia dejada por Schwartz, Broome, Fox y compañía.

Fran San Rafael