¿Hay alguien por ahí que utilice de verdad arco y flechas?
Una cosa es leer sobre las hazañas de un tipo que puede cargar una flecha en un arco y lanzarla tan rápidamente (incluso ingeniosamente) que puede desarmar a matones con armas de fuego, y otra probar a dar en el blanco tú mismo sin tener que luchar desaforadamente para tirar hacia atrás de esa cuerda. Necesitas unos pectorales como los dibujos de Rob Liefeld de mediados de los años noventa para tirar de un arco, y no solo eso. El tiro con arco requiere algo más que una parte superior del cuerpo poderosa; requiere gracia y fluidez de movimiento. Y cualquiera que me haya echado un buen vistazo sabe que no tengo nada de eso.
Se puede averiguar mucho sobre uno mismo al usar un arco. Y es lo que hice antes de escribir la primera palabra de Green Arrow. Fue algo raro para mí, ya que nunca he sido un escritor de método. Sí, trabajé en las tiendas y videoclubs donde rodamos Clerks, pero no lo hice para investigar sobre mi guion; lo hice para pagar mis facturas. No firmé por ese trabajo temporal con el salario mínimo con intención de conseguir el registro necesario para realizar una película indie. Acepté ese trabajo porque físicamente no era agotador y podía ver la tele mientras lo hacía. Soy, por naturaleza, muy vago. Especialmente cuando escribo.
Así que me sorprendí a mí mismo cuando le pedí a Byron, el padrastro de mi mujer, que me diera una clase básica de tiro con arco en el patio de casa hace cosa de año y medio, con el propósito expreso de probar lo que era el carcaj. Era una investigación que no se podía llevar a cabo con muchos otros superhéroes. Si tuviera que escribir Aquaman, la probabilidad de que sumergiera la cabeza en el acuario para tener idea de cómo hablaban los peces era baja, pero como solo iba a escribir Green Arrow, pensé que debería al menos familiarizarme con el tiro con arco. Era una de las raras ocasiones en que podía participar en la más mínima investigación acerca de un personaje sobre el que escribía, y poder de verdad informar de la historia que iba a contar.
Así, Byron, un arquero amateur consumado, me colocó su arco, me puso un objetivo, me separó metro y medio de él y me dijo: “Adelante”. Naturalmente, estar tan cerca de la meta inicialmente me resultó insultante. Sin embargo, tras mi primer intento de estirar el arco, me di cuenta de la sabiduría que implicaba mi cercanía al fardo de heno.
Este sencillo acto requería la fuerza de la parte superior del cuerpo de un atleta olímpico. Mi pecho parecía a punto de estallar, mis temblorosos brazos eran de repente mermelada. Temblaba como Gotham durante el Cataclismo (vaya, una torpe referencia al cómic, imagina). Yo, que me he enfrentado a amenazas de muerte por Dogma y he conseguido que Affleck se burle abiertamente de su carrera posterior a Amy en Jay y Bob el Silencioso contraatacan (todo disponible en vídeo, toma publi), de repente me sentí impotente y pequeño.
O sea, hasta los detractores intervinieron con sus opiniones sobre Carcaj.
Supe que tenía problemas desde el primer momento, ya que no estaba escribiendo un cómic corriente. Mi incursión en Green Arrow no ayudó a que el fan medio no aficionado al cómic se acercara al medio; casi lo expulsó. Al menos, eso es lo que algunos me dijeron cuando leyeron el número 1.
“¡Demasiado sumido en la continuidad!”, renegaban.
“¡Demasiadas referencias a la historia del Universo DC!”, se quejaban.
“¡Lo único que hacen todos los personajes es hablar!”, se lamentaban.
“¡Deberías haber escrito una historia en la que el fan ocasional no aficionado a Green Arrow pudiera meterse más fácilmente!”, aconsejaban cual pasajero cansino que no para de dar consejos al conductor.
Y, ¿quién sabe? Puede que tuvieran razón.
Por supuesto, toda la tirada de los 10 números de Carcaj vendió cerca de un millón de copias, pero ¿quién sabe? Puede que tuvieran razón.

¿O eran débiles y pequeños?
¿Mi defensa? Bueno, no tengo ninguna. Me limité a escribir una historia que me hubiera gustado leer yo mismo de haberla escrito otra persona. Era una historia de Green Arrow que rendía un profundo homenaje a todos los grandes autores de Green Arrow del pasado: O’Neil y Adams, Maggin, Grell, e incluso Dixon. Y más allá de esos caballeros, esta era una historia de Green Arrow que se quitaba el sombrero ante el magnífico divertimento no-Arrow de Alan Moore en el UDC de mediados a finales de los años ochenta (con la única excepción de su manejo del Arquero Esmeralda en las páginas de La Cosa del Pantano durante una aparición de la JLA). Era una historia de Green Arrow sobre las segundas oportunidades y lo antipático que es Batman. Era una historia de Green Arrow sobre hazañas disfrazadas y el liberalismo obsoleto en un mundo en su mayor parte liberal.
Pero, en realidad, era una historia de Green Arrow sobre cuánto me encanta Green Arrow y el resto del UDC.
Así que, en última instancia, no hay una gran cantidad de texto en Carcaj que nos hable del tremendo esfuerzo necesario para colocar y disparar una flecha (solo se menciona una vez, en boca de Mia), pero ¿quién quiere leer sobre eso, de todos modos? Cuando compro Green Arrow, quiero leer sobre un tipo para quien colocar y disparar 10 flechas en 10 segundos es una minucia, pero para quien reconocer que es padre es difícil. Quiero leer sobre cómo ese tipo interactúa con un montón de gente disfrazada que está convencida de que él está muerto. Quiero leer acerca de si es la identidad o el alma lo que define a un hombre...
Y quiero leer 10 números con diálogo como para rellenar 20 números.
A final de Carcaj, había hecho todo eso. Escribí la historia exacta que quería escribir, y se vendió como las camisetas de Batman allá por 1989. Y no solo fue satisfactorio y divertido; también fue fácil.
Muchísimo más fácil que disparar un arco y una flecha, os lo aseguro.
Unos saluditos a todos aquellos sin los cuales no existiría Carcaj: Phil “¿¡Cuántas viñetas por página quieres!?” Hester, Ande “¿¡Cuántas viñetas por página quiere él!?” Parks, Sean “Se me cayó la mano en el número 2” Konot, Guy “¡No me importa de qué color digan que es la pluma!” Major y Bob “Yo tenía el nombre primero” Schreck. Menciones honoríficas para Michael “Preferiría trabajar en los cómics de Batman” Wright y Nachie “Sí, ese es mi nombre” Castro. Sin todos estos gentiles caballeros (¿se percibe la preocupante falta de estrógeno en este libro?), no se habría producido el exitoso relanzamiento de Green Arrow. Cada uno lo convirtió en su mejor trabajo hasta la fecha, es lo que siento, y por eso, se me cae la baba de agradecimiento.
Y permitidme unos saluditos a todos vosotros, lectores. Habéis catapultado a un personaje de tercera línea a lo más alto con vuestro consumo voraz de cómics (tanto es así que DC fue por primera vez en siglos a por la cuarta impresión del número 1). Seguid así, y la gente podría tener que dejar de profetizar sobre la muerte de la industria.
Pero mis últimos saludos son para Matt Wagner. Este hombre no solo nos entregó unas imponentes y hermosas portadas que atrajeron a más de un lector, sino que luego me vendió las portadas por un precio bastante razonable. Cada una de ellas ya está enmarcada y colgada en mi tienda de cómics en Red Bank, Nueva Jersey: Jay and Silent Bob’s Secret Stash (toma publi), donde sirven como recordatorio constante de mi primera incursión en el UDC. Me las quedaré para siempre...
O al menos hasta que me quede sin dinero.
Kevin Smith
Introducción a la primera edición de Green Arrow: Carcaj.
Enero de 2002
Artículo publicado como introducción de Green Arrow de Kevin Smith, ¡a la venta desde el miércoles 1 de julio!
Una cosa es leer sobre las hazañas de un tipo que puede cargar una flecha en un arco y lanzarla tan rápidamente (incluso ingeniosamente) que puede desarmar a matones con armas de fuego, y otra probar a dar en el blanco tú mismo sin tener que luchar desaforadamente para tirar hacia atrás de esa cuerda. Necesitas unos pectorales como los dibujos de Rob Liefeld de mediados de los años noventa para tirar de un arco, y no solo eso. El tiro con arco requiere algo más que una parte superior del cuerpo poderosa; requiere gracia y fluidez de movimiento. Y cualquiera que me haya echado un buen vistazo sabe que no tengo nada de eso.
Se puede averiguar mucho sobre uno mismo al usar un arco. Y es lo que hice antes de escribir la primera palabra de Green Arrow. Fue algo raro para mí, ya que nunca he sido un escritor de método. Sí, trabajé en las tiendas y videoclubs donde rodamos Clerks, pero no lo hice para investigar sobre mi guion; lo hice para pagar mis facturas. No firmé por ese trabajo temporal con el salario mínimo con intención de conseguir el registro necesario para realizar una película indie. Acepté ese trabajo porque físicamente no era agotador y podía ver la tele mientras lo hacía. Soy, por naturaleza, muy vago. Especialmente cuando escribo.
Así que me sorprendí a mí mismo cuando le pedí a Byron, el padrastro de mi mujer, que me diera una clase básica de tiro con arco en el patio de casa hace cosa de año y medio, con el propósito expreso de probar lo que era el carcaj. Era una investigación que no se podía llevar a cabo con muchos otros superhéroes. Si tuviera que escribir Aquaman, la probabilidad de que sumergiera la cabeza en el acuario para tener idea de cómo hablaban los peces era baja, pero como solo iba a escribir Green Arrow, pensé que debería al menos familiarizarme con el tiro con arco. Era una de las raras ocasiones en que podía participar en la más mínima investigación acerca de un personaje sobre el que escribía, y poder de verdad informar de la historia que iba a contar.
Así, Byron, un arquero amateur consumado, me colocó su arco, me puso un objetivo, me separó metro y medio de él y me dijo: “Adelante”. Naturalmente, estar tan cerca de la meta inicialmente me resultó insultante. Sin embargo, tras mi primer intento de estirar el arco, me di cuenta de la sabiduría que implicaba mi cercanía al fardo de heno.
Este sencillo acto requería la fuerza de la parte superior del cuerpo de un atleta olímpico. Mi pecho parecía a punto de estallar, mis temblorosos brazos eran de repente mermelada. Temblaba como Gotham durante el Cataclismo (vaya, una torpe referencia al cómic, imagina). Yo, que me he enfrentado a amenazas de muerte por Dogma y he conseguido que Affleck se burle abiertamente de su carrera posterior a Amy en Jay y Bob el Silencioso contraatacan (todo disponible en vídeo, toma publi), de repente me sentí impotente y pequeño.
O sea, hasta los detractores intervinieron con sus opiniones sobre Carcaj.
Supe que tenía problemas desde el primer momento, ya que no estaba escribiendo un cómic corriente. Mi incursión en Green Arrow no ayudó a que el fan medio no aficionado al cómic se acercara al medio; casi lo expulsó. Al menos, eso es lo que algunos me dijeron cuando leyeron el número 1.
“¡Demasiado sumido en la continuidad!”, renegaban.
“¡Demasiadas referencias a la historia del Universo DC!”, se quejaban.
“¡Lo único que hacen todos los personajes es hablar!”, se lamentaban.
“¡Deberías haber escrito una historia en la que el fan ocasional no aficionado a Green Arrow pudiera meterse más fácilmente!”, aconsejaban cual pasajero cansino que no para de dar consejos al conductor.
Y, ¿quién sabe? Puede que tuvieran razón.
Por supuesto, toda la tirada de los 10 números de Carcaj vendió cerca de un millón de copias, pero ¿quién sabe? Puede que tuvieran razón.

¿O eran débiles y pequeños?
¿Mi defensa? Bueno, no tengo ninguna. Me limité a escribir una historia que me hubiera gustado leer yo mismo de haberla escrito otra persona. Era una historia de Green Arrow que rendía un profundo homenaje a todos los grandes autores de Green Arrow del pasado: O’Neil y Adams, Maggin, Grell, e incluso Dixon. Y más allá de esos caballeros, esta era una historia de Green Arrow que se quitaba el sombrero ante el magnífico divertimento no-Arrow de Alan Moore en el UDC de mediados a finales de los años ochenta (con la única excepción de su manejo del Arquero Esmeralda en las páginas de La Cosa del Pantano durante una aparición de la JLA). Era una historia de Green Arrow sobre las segundas oportunidades y lo antipático que es Batman. Era una historia de Green Arrow sobre hazañas disfrazadas y el liberalismo obsoleto en un mundo en su mayor parte liberal.
Pero, en realidad, era una historia de Green Arrow sobre cuánto me encanta Green Arrow y el resto del UDC.
Así que, en última instancia, no hay una gran cantidad de texto en Carcaj que nos hable del tremendo esfuerzo necesario para colocar y disparar una flecha (solo se menciona una vez, en boca de Mia), pero ¿quién quiere leer sobre eso, de todos modos? Cuando compro Green Arrow, quiero leer sobre un tipo para quien colocar y disparar 10 flechas en 10 segundos es una minucia, pero para quien reconocer que es padre es difícil. Quiero leer sobre cómo ese tipo interactúa con un montón de gente disfrazada que está convencida de que él está muerto. Quiero leer acerca de si es la identidad o el alma lo que define a un hombre...
Y quiero leer 10 números con diálogo como para rellenar 20 números.
A final de Carcaj, había hecho todo eso. Escribí la historia exacta que quería escribir, y se vendió como las camisetas de Batman allá por 1989. Y no solo fue satisfactorio y divertido; también fue fácil.
Muchísimo más fácil que disparar un arco y una flecha, os lo aseguro.
Unos saluditos a todos aquellos sin los cuales no existiría Carcaj: Phil “¿¡Cuántas viñetas por página quieres!?” Hester, Ande “¿¡Cuántas viñetas por página quiere él!?” Parks, Sean “Se me cayó la mano en el número 2” Konot, Guy “¡No me importa de qué color digan que es la pluma!” Major y Bob “Yo tenía el nombre primero” Schreck. Menciones honoríficas para Michael “Preferiría trabajar en los cómics de Batman” Wright y Nachie “Sí, ese es mi nombre” Castro. Sin todos estos gentiles caballeros (¿se percibe la preocupante falta de estrógeno en este libro?), no se habría producido el exitoso relanzamiento de Green Arrow. Cada uno lo convirtió en su mejor trabajo hasta la fecha, es lo que siento, y por eso, se me cae la baba de agradecimiento.
Y permitidme unos saluditos a todos vosotros, lectores. Habéis catapultado a un personaje de tercera línea a lo más alto con vuestro consumo voraz de cómics (tanto es así que DC fue por primera vez en siglos a por la cuarta impresión del número 1). Seguid así, y la gente podría tener que dejar de profetizar sobre la muerte de la industria.
Pero mis últimos saludos son para Matt Wagner. Este hombre no solo nos entregó unas imponentes y hermosas portadas que atrajeron a más de un lector, sino que luego me vendió las portadas por un precio bastante razonable. Cada una de ellas ya está enmarcada y colgada en mi tienda de cómics en Red Bank, Nueva Jersey: Jay and Silent Bob’s Secret Stash (toma publi), donde sirven como recordatorio constante de mi primera incursión en el UDC. Me las quedaré para siempre...
O al menos hasta que me quede sin dinero.
Kevin Smith
Introducción a la primera edición de Green Arrow: Carcaj.
Enero de 2002
Artículo publicado como introducción de Green Arrow de Kevin Smith, ¡a la venta desde el miércoles 1 de julio!