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Gotham Central: Payasos y lunáticos

Las palabras “cómics de género negro”, “Brubaker” y “Rucka” siempre han estado unidas sin remedio para mí. Me cuesta pensar en una de esas palabras (¡“Brubaker”!) sin invocar las demás (¡“cómics de género negro”!, ¡“Rucka”!). En serio. Es como un tic nervioso. Y no puedo deshacerme de él, da igual cuántos vasos de bourbon beba o cuántos cigarrillos vaya encadenando compulsivamente. Y eso que ni siquiera fumo.

En parte, lo reconozco, esto es algo extremadamente personal. El primer cómic de género negro que leí —y con ese término me refiero a una historia que no deja de gritar “perdición sin ninguna esperanza”— fue La escena del crimen: Un poquito de buenas noches, de Brubaker. Mi agente me recomendó su lectura, consciente de que yo era un yonqui de Hammett/Chandler/Cain/MacDonald, y sigue siendo una de esas novelas gráfiicas que siempre recomiendo a los fans de la literatura criminal que afirman que nunca lograron meterse en “lo de los tebeos”. Habré comprado como mínimo media docena de ejemplares durante los últimos ocho años, seguramente más, porque no dejo de prestárselos a gente, pero al mismo tiempo no soporto no tener un ejemplar en mis estanterías. Desde entonces he adquirido todos los cómics que lleven el nombre de Brubaker —desde Sleeper hasta Criminal y muchos más— por los mismos motivos por los que compro todos los libros que lleven los nombres de David Goodis, Wade Miller o Fredric Brown. Los mejores escritores dotan a su trabajo de una visión del mundo, no importa qué clase de historia cuenten ni con qué forma (novela, cómic, guion audiovisual o poema homérico). Brubaker hablaba en mi idioma, aunque lo hiciera en otro idioma, y seguro que ya me entendéis.

Conocí a Greg Rucka de un modo muy similar. A Rucka y a mí nos representa el mismo agente —el fanático de los cómics David Hale Smith— y un día me dijo que él no solo había escrito una dura historia de género ambientada en la Antártida (Whiteout, que cuenta con uno de esos brillantes escenarios que hacen que otros escritores nos muramos de envidia pensando “¿por qué no se me habrá ocurrido a mí antes?”), sino que también escribía Detective Comics. Enseguida me fui en coche a la librería especializada más cercana para arramblar con todos los números que pudiera. La Gotham City de Rucka me resultó familiar de inmediato, pero no en el sentido que esperaba. Esa Gotham no era el País de las Maravillas tenebroso de Tim Burton, ni el casino fluorescente de las películas de Joel Schumacher de los años noventa. Contrariamente a ellos, Rucka daba forma a sus relatos en el entorno de una jungla de asfalto como las que me encantaba visitar en los viejos libros de Gold Medal de los años cincuenta. Era oscura. Apestaba (o eso imaginaba yo). La violencia causaba daño; las personas buenas sufrían. De nuevo, era una visión del mundo que me fascinaba. Era algo totalmente noir.

Así que ya captáis la idea. Género negro. Detective. Rucka. Brubaker. Cómics. Todo empezó a confundirse en un borrón en mi mente, de manera que cada elemento se hallaba unido eternamente y sin remedio a los demás.

Y entonces, que Dios me asista, empezaron a hacer Gotham Central.

A estas alturas daré por sentado que ya estáis familiarizados con este entorno (de nuevo, uno de esos escenarios que lamentas que no se te hayan ocurrido a ti primero y que te dan ganas de ir a por Brubaker y Rucka para darles una paliza): son relatos procedimentales puros y duros narrados desde los callejones más apartados del Universo DC. A Brubaker y Rucka les entusiasman menos las teleseries sobre policías actuales, como Ley y orden, y más las originales novelas de Ed McBain, que dio origen al “policíaco procedimental” (aunque McBain siempre odió ese término) en la década de los cincuenta. McBain no nos dio un solo héroe policial; nos dio una brigada entera.

Y con Gotham Central, Brubaker y Rucka aplicaron de forma brillante la idea de McBain a la ciudad natal de Batman. Sus héroes policiales no llevan sombreros ni fuman puros; son totalmente modernos, complejos y tan cargados de defectos como bien perfilados. Uno puede meterse en su piel por un rato, y eso es lo que hace que este tipo de historias me resulten atractivas.

No me malinterpretéis: los casos que abordan los Mejores de Gotham son complejos y oscuros, tan repletos de suspense como de sorpresas. “Blancos fáciles” es un relato clásico de cuenta atrás con un asesino que anda suelto, y empieza con una escena de impacto que pese a anunciársenos poco a poco resulta sorprendente por igual. “La vida está llena de decepciones” toma un planteamiento clásico de la literatura de misterio, el del cadáver en un lugar cerrado (solo que aquí, al tratarse de Gotham, es una muerta a la que han arrojado en un contenedor), y nos guía por el caso a través de las miradas de múltiples detectives. “Sin resolver” es lo que define el estado de un antiguo caso centrado en un crimen de violencia atroz que tuvo lugar ocho años atrás, y sigue a los integrantes de la Unidad de Crímenes Mayores mientras se enfrentan a las repercusiones de dicho crimen en el presente.

Pero, como decía, no son solamente los casos lo que hace de Gotham Central una oscura delicia; son los polis a los que Brubaker y Rucka asignan esos casos. Mi problema con casi todas las teleseries de polis actuales es que los protagonistas parecen tener una vida personal entre escasa y nula; son básicamente figuras troqueladas, reducidas a estereotipos (“el honrado”, “el excéntrico”, “la gótica”, etc.). No sé vosotros, pero yo prefiero que mis policías de ficción sean de carne y hueso, que tengan sangre en las venas. Quiero que tengan problemas. Quiero que sean interesantes.

Y eso es lo que Brubaker y Rucka han logrado con Gotham Central... lo cual no es nada fácil en un mundo como Gotham, donde hay superhéroes enmascarados balanceándose en las alturas y supervillanos con puñeteras “máquinas congelantes” justo al lado de cualquiera. Los polis de la Comisaría Central de Gotham —Josie Mac, Marcus Driver, Dag, Renee Montoya o Del Arrazio, por nombrar solo unos pocos— no solamente son realistas, sino que tan solo podrían existir en un lugar como Gotham.

Y eso me lleva de vuelta a ese rollo de “la visión del mundo” del que hablaba antes. Veréis, mi definición del género negro es sencilla: noir = “derrota”. No importa lo duro que luchéis, no importa lo buenas personas que intentéis ser, hay fuerzas mucho mayores que vosotros arrastrándoos hacia abajo... o algo peor, ignorándoos por completo junto a vuestras patéticas vidas. No puedo decirlo con certeza, pero me veo obligado a pensar que lo hipnótico de Gotham Central era el hecho de que sus protagonistas fuesen personajes clásicos del género negro: gente normal que intentaba hacer algo de bien en un mundo que a menudo les estaba hundiendo en la miseria con su gigantesco pulgar.
A pesar de todo esto, los agentes de policía de Gotham no se limitan a ser taciturnos funcionarios con armas de fuego. Se enamoran. Se gastan bromas pesadas entre sí. Se pelean. Lloran unos por otros. Uno de mis momentos favoritos tiene lugar en la primera historia de este tomo, “Ensueños y soñadores”, cuando Stacy, la recepcionista (y operadora de la batseñal), comenta a propósito de sus compañeros de trabajo: “Esos hombres y esas mujeres investigan los crímenes más horribles que puedan cometerse. Caminan entre baños de sangre en busca de respuestas para los muertos... Y aun así pasan la mitad del tiempo haciendo que me parta de risa”.

¿Por qué ibais a querer compartir vuestro tiempo con un tipo disfrazado de murciélago gigante pudiendo estar con gente así?

Duane Swierczynski

Duane Swierczynski es autor de numerosas novelas de suspense, entre ellas Severance Package, que él mismo está adaptando actualmente para Lionsgate Films. También es el guionista de Batman: Murder at Wayne Manor [Batman: Asesinato en la Mansión Wayne], un misterio interactivo de DC y Quirk Books, y escribe Immortal Iron Fist y Cable para Marvel. Vive en Filadelfia con su esposa, su hijo y su hija.

Artículo publicado originalmente como introducción de Gotham Central núm. 2 (de 4): Payasos y lunáticos.