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Fabulosas: El clamor por el glamour

Bill Willingham creó la serie Fabulosas en mayo de 2012 para expandir el universo de Fábulas permitiendo que otros autores jugueteasen con él. Ambas publicaciones compartían la misma filosofía y los mismos personajes, pero diferían en la estructura y en la composición del equipo creativo. Fábulas era una obra monumental cuyo protagonismo se dispersaba en un caudal inagotable de seres fantásticos. Fabulosas, en cambio, estaba compuesta por una sucesión de arcos argumentales de concepción y extensión muy diversa. Cada uno de estos arcos giraba en torno a un protagonista concreto y estaba elaborado por un plantel creativo diferente. Durante 33 episodios (y una novela gráfica), esta nueva cabecera estuvo a la altura de su hermana mayor (distinguiéndose incluso por las estupendas portadas de Adam Hughes). Pero, como ocurre con todos los cuentos de hadas, este también llegó a su fin.

Y es que, ante la inminente conclusión de Fábulas, Willingham resolvió dar previamente por finalizada Fabulosas para, a continuación, atar los cabos sueltos de su peculiar universo narrativo en los últimos episodios de la serie matriz. No obstante, se encargó personalmente de idear un desenlace satisfactorio para la cabecera más joven reservando el capítulo final para Ricitos de Oro (personaje favorito de la editora de Vertigo Shelly Bond). Se trataba de un final abierto que, además de enlazar con los sucesos de Fabulosas: En todo el reino, dejaba la puerta abierta al eventual regreso del autor al mundo de ficción que lo había consagrado.

Pero Willingham no era un recién llegado al reino de los cómics cuando apareció Fábulas en mayo de 2002. Había comenzado su andadura profesional a fines de los setenta ilustrando juegos de rol para la editorial TSR. A principios de los ochenta había ejercitado el género de superhéroes con la serie Elementals, donde había realizado un retrato creíble de los superhombres dándoles un baño de realismo que incluía algunas pinceladas de sexo. La estética atractiva de este cómic (tributaria del arte de Michael Golden) le valió el encargo de dibujar títulos como Green Lantern Corps o Justice League para DC Comics. A comienzos de los noventa, alternó sus asignaciones para DC con obras más personales donde su talento se proyectaba hacia géneros como la fantasía o el erotismo. El resultado fueron títulos como Coventry (que exploraba la idea de un universo donde se confundían realidad y leyenda) y Ironwood (una síntesis muy personal de pornografía y fantasía heroica). Al finalizar esa década, Willingham se embarcó como guionista en una ambiciosa revisión en clave desmitificadora del género de superhéroes: la serie Pantheon.

El nuevo milenio lo encontró en plena forma escribiendo regularmente para DC Comics en publicaciones mensuales (como Robin) y en títulos de la línea Vertigo (como The Thessaliad). A este período de madurez creativa corresponde el lanzamiento de Fábulas. Esta serie partía de un concepto interesante: la existencia de un mundo donde las criaturas de ficción conviven entre sí (y con el género humano). Cada nueva entrega multiplicaba el caudal de personajes imaginarios procedentes de las más diversas tradiciones narrativas. Por las páginas de esta publicación desfilaron en perfecta armonía Blancanieves, el Lobo Feroz, Weyland el herrero, los Caballeros de la Tabla Redonda y un sinfín de criaturas entrañables. Pero los engranajes de este universo giraban sobre todo alrededor de las mujeres. Y es que, salvo excepciones, el reparto femenino tuvo siempre mucha más relevancia que su contrapartida masculina. En justa correspondencia, la serie presentó un porcentaje más elevado de lectoras que el resto de títulos de la línea Vertigo.

Fábulas se convirtió en un éxito instantáneo que generó multitud de obras radicadas en el mismo cosmos creativo. Así nacieron Cenicienta, Jack de Fábulas o Fábulas: Hombres lobo en el corazón de América. El reino de las Fábulas irradió incluso a otros mundos de ficción, como el de la serie The Unwritten (como se aprecia en el volumen Las Fábulas no escritas de The Unwritten). La aparición de Fabulosas coronó esta montaña de obras relacionadas con el populoso universo de Willingham.

El protagonismo de Fabulosas recayó casi exclusivamente en la población femenina del reino de las Fábulas. Personajes como Rapunzel o Cenicienta adquirían un relieve extraordinario en historias que se prolongaban durante cuatro o cinco episodios. En la mayoría de las entregas, Willingham se mantuvo discretamente alejado del primer plano y dejó que la parte literaria viniera a caer sobre una larga lista de autores donde figuraban el dibujante Mark Buckingham, la novelista Lauren Beaukes y los guionistas Sean E. Williams, Matthew Sturges y Marc Andreyko. En función del equipo creativo, la serie cambiaba de temática, ritmo y tono, pasando de la aventura romántica en El retorno del maharajá a la acción vertiginosa en De ratones y hombres, o del drama mitológico en El reino oculto al enigma policíaco de En todo el reino. El resultado fue una obra variada y amena que se benefició de un apartado artístico excepcional, con figuras de la talla de Barry Kitson, Phil Jiménez, Shawn McManus o el genial Chris Sprouse.

Fabulosas llega a su fin. Pero deja tras de sí una serie de relatos que forman parte, por derecho propio, de la historia de un universo irrepetible. Bill Willingham puede sentirse satisfecho. Mientras duró el cuento, sus lectores fueron felices.

Jorge García

Artículo publicado originalmente en las páginas de Fabulosas: El clamor por el glamour.