Eccediciones
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Exhibición de atrocidades

Los dos primeros años de Hellblazer pusieron a prueba al guionista novel Jamie Delano, que se curtió a marchas forzadas en la rutina de escribir una serie mensual de 24 páginas. Hasta entonces, su currículum se reducía a un puñado de historietas cortas para revistas britá­nicas de superhéroes y de ciencia ficción. Ahora, en cambio, se veía sometido a una demanda de trabajo mucho mayor. A la exigencia de escribir mes tras mes las aventuras de John Constantine vino a sumarse la elaboración de un proyecto ambicioso y personal en forma de serie limitada de seis entregas titulada World Without End (dibujada por John Higgins y publicada por DC en 1990). Tal vez por evitar un retraso en las fechas de entrega, la editora Karen Berger —coordinadora de la cabecera del cínico ocultista— tuvo la precaución de encargar a tres guionis­tas la escritura de sendos fill-in (episodios independientes que proporcionan un respiro al equipo creativo de una serie). Los autores seleccionados fueron Grant Morrison, Neil Gaiman y Dick Foreman. A Morrison le cupo el honor de ser el pri­mer guionista en firmar una historia de Hellblazer después de Delano. El resulta­do fue formidable.

En 1990, Morrison era un astro emer­gente en el firmamento de los cómics. Tras unos discretos comienzos, adquirió cierta notoriedad en Gran Bretaña gracias al vibrante serial Zenith (dibujado por Steve Yeowell y publicado en la revista 2000AD). Esta obra lo catapultó al merca­do estadounidense, donde debutó con la soberbia serie Animal Man (1988-1990). A continuación, se ganó justa fama de escritor iconoclasta firmando una etapa sorprendente en la cabecera Doom Pa­trol (1989-1993). Casi al mismo tiempo se consagró internacionalmente con un drama de horror psicológico dibujado por Dave McKean y titulado Batman: Asilo Arkham (1989). Esta obra alcanzó la cate­goría de best seller convirtiendo a Morrison en una celebridad de fama mundial. Su incursión en Hellblazer se produjo, por tanto, en un momento especialmente dul­ce de su carrera.

Para la ocasión, Morrison escribió una historia en dos partes publicada por entregas en los números 25 y 26 de Hellblazer (en enero y febrero de 1990). El tono y la trama del relato no se apartaban formalmente de las señas de identidad impuestas por Delano. La acción transcu­rría en la localidad ficticia de Thursdyke. Al inicio, se informaba al lector de que esa pequeña población fue víctima de la reconversión industrial de principios de los ochenta en Gran Bretaña. La clausura de una mina de carbón cercana provocó un aumento dramático en la tasa de paro y en los índices de emigración. Para mi­tigar los efectos adversos del cierre, las autoridades locales contaban con dos grandes activos. De un lado, aceptaron una proposición de las fuerzas armadas para construir unos silos nucleares en las inmediaciones del pueblo. De otro, cele­braban anualmente un festival de raíces paganas con gran afluencia de público. El relato arranca la víspera de esa festividad, en medio de una atmósfera carnavalesca. La puesta en marcha de un artefacto capaz de desatar los temores más profundos de los habitantes de la villa arruinará la fiesta amenazando con provocar un cataclismo devastador.

Para narrar esta fábula acerca del pá­nico a una hecatombe nuclear, Morrison contó con un dibujante de excepción: el londinense David Lloyd, que acababa de finalizar por entonces las últimas en­tregas de V de Vendetta (publicadas en 1989) y que se encontraba a la busca de un hueco en el mercado estadouniden­se trabajando en encargos como Espers (1986-1987) o Wasteland (antología de historietas de horror publicada por DC Comics entre 1987 y 1989). Por su trazo clásico, su rigor narrativo, su dominio de la iluminación y su capacidad para plas­mar atmósferas inquietantes, Lloyd era el artista idóneo para una cabecera de las ca­racterísticas de Hellblazer.

En verdad, tal vez se trate de dosde los episodios mejor dibujados de toda la serie. Con gran sutileza, Lloyd se sirve de la mascarada que se celebra en Thursdyke para sumergir a John Cons­tantine en un clima de pesadilla. El de­lirio alcanza una de sus cumbres cuando el cínico ocultista se pone sobre los hom­bros una cabeza de cartón con los rasgos de Margaret Thatcher.

Aparte de gran dibujante, David Lloyd es un narrador riguroso que, en Hellblazer, contrapuso dos modelos dis­tintos de composición de página atendien­do al estado de ánimo de los habitantes de Thursdyke: de una parte, un entramado de viñetas rectangulares en los momentos en que imperaba la razón; de otra, una distribución inusual de viñetas trapezoi­dales cuando la barbarie se apoderaba de la villa. Y es que el protagonismo de la historia no recaía sobre Constantine (que ejercía de testigo antes que de actor principal), sino sobre toda la población. Estas páginas muestran a la humanidad ocupada en agotar un nutrido catálogo de atrocidades al que el lector asiste entre fascinado y espantado.

La crueldad es un tema recurrente en la obra de Morrison. Su incursión en Hellblazer prueba su talento para la crea­ción de infiernos. A principios de los no­venta, exhibió esa inclinación dantesca en dos títulos pertenecientes al catálogo de DC. El primero fue Batman: Gótico, donde junto al dibujante Klaus Janson renovó el tópico del pacto con el diablo presentando a un Lucifer y a un Fausto poco convencionales. El segundo fue la serie limitada Kid Eternity, cuyo prota­gonista se sumergía en una especie de averno actualizado para descubrir que, en realidad, siempre había pertenecido a ese lugar. Aparte de estas obras, quizá sea en Hellblazer donde cristalizó de una forma más refinada la pasión del escocés por dar forma a pesadillas infernales.

Seguía en esto la tradición impues­ta por Delano, que no había escatimado horrores en la serie. Hellblazer era, al fin y al cabo, una publicación consagrada al género de terror y, como tal, contenía una abundante ración de deliciosas truculen­cias. Morrison aprovechó la ocasión para construir una fábula moral sobre el mie­do al holocausto nuclear. Pero lo mejor de esta fábula no es la moraleja final, sino la atmósfera inquietante del preludio (re­miniscente de la superproducción cine­matográfica La profecía) y, sobre todo, los episodios de barbarie colectiva que me­nudeaban a lo largo de la obra. En ellos, Lloyd destiló una síntesis casi perfecta de furia y delicadeza. Sus imágenes expo­nían la brutalidad y sugerían el desasosie­go con una eficacia asombrosa.

El azar de los encuentros anudó, pues, una agradable combinación de ele­mentos en estos episodios de Hellblazer: una editora acuciada por los plazos de entrega, un guionista con inclinaciones sádicas, un dibujante con propensión a crear imágenes dantescas y un personaje con predisposición a meterse en líos. El resultado fueron dos episodios memora­bles. Una deliciosa (y dolorosa) exhibición de atrocidades.

Jorge García

Artículo publicado en las páginas de Hellblazer: Jamie Delano vol. 2 (de 3) ¡Ya a la venta!