Cuando empecé a leer cómics, ni siquiera me fijaba en los autores. En cierto sentido, sabía que alguien los escribía y los dibujaba, pero no le daba importancia. Lo único que me interesaba eran los personajes y las historias.
Los cómics de DC llegaron a mi pueblo natal, en Inglaterra, en algún momento de los años sesenta. Y como solo se puede ser original una vez, ahora resulta complicado entender lo imaginativos y maravillosamente innovadores que eran. Incluso el concepto mismo de los superhéroes resultaba novedoso.
En aquella época, los tebeos se leían, no se coleccionaban. Si una serie era especialmente buena, o si podías permitírtelo, la conservabas; pero el impulso abrumador de ver tantas historietas como fuera posible propiciaba que, con frecuencia, los lectores los intercambiaran o los vendieran a un puesto de libros de segunda mano.
El problema era que, por ciertas razones místicas y complejas, las colecciones estadounidenses que se importaban se distribuían mal. Los números no llegaban en orden y, a veces, tardaban años, con lo cual parecía que los publicasen al azar. El hecho de que disfrutáramos cada entrega cuando se materializaba da fe de lo accesibles que eran. Nadie había oído hablar de los cruces editoriales, y las tramas que continuaban de un número a otro eran, por suerte, muy escasas. La mayor parte de los cómics contenían una historia completa por lo menos. En otros casos tales como los especiales de 80 páginas, se trataba de tesoros repletos de novedad e inventiva. No obstante, para los lectores nuevos o esporádicos, lo fundamental era la calidad de la narrativa y la caracterización. Pero no lo valorábamos.
Mientras leíamos aquellos cómics de usar y tirar, nadie suponía que aquellos aventureros de trajes coloridos fueran a convertirse en iconos aunque la autoridad moral temiera que corrompieran nuestra inocencia. Eran destellos de brillantez en un espectáculo pirotécnico de creatividad, parte de un continuo que estallaba y menguaba con la lealtad veleidosa de unos lectores que buscaban constantemente la emoción de la moda y la novedad. Solo en un contexto histórico, con la perspectiva de la evolución de los cómics, han destacado ciertos personajes y creadores.
La primera vez que fui consciente de que un personaje tenía un aspecto o una personalidad propios fue en la primera aparición de Flash en Showcase núm. 4. Se publicó en 1956, cuando nací yo, pero no lo leí hasta que tuve ocho o nueve años. En cierto momento, decidí que Flash poseía un físico liviano porque era corredor. Y si tenía la frente grande era porque, en su identidad secreta, era un policía científico muy listo.
Creo que era demasiado joven para apreciar que aquellos rasgos eran una creación de Carmine Infantino y Joe Kubert. Y tenía sentido. Barry Allen era ASÍ.
La LIGA DE LA JUSTICIA DE AMÉRICA original fue el primer cómic de grupos que conocí. Las historias siempre eran raras y ágiles y estaban repletas de acción, pero lo que más recuerdo es la maquinaria orgánica y la infinita variedad de villanos y alienígenas estrafalarios, todo ello gracias a la destreza y al inmenso talento de Mike Sekowsky. Pero esto solo lo identifico con la perspectiva del tiempo. Gran parte de una narrativa realmente buena es subliminal. Y así debería ser. Si sabes cómo hace el truco el mago, se pierde la magia.
Gil Kane combinaba la esencia heroica y noble de siluetas elegantes y gráciles con la anatomía más fina y asombrosa que haya plasmado ningún artista. Aunque sea demasiado extensa para mencionarla aquí, una larga lista de personajes de diversas editoriales se beneficiaron de la dinámica potencia que Gil Kane aportaba a todo lo que dibujaba; pero lo más importante en la creación y evolución del género superheroico fue la creación de una plantilla que seguirían otros autores. Así, definió a dos justicieros que se encontraban entre los mejores y los más importantes: Green Lantern y Átomo.
El tono y el realismo del trabajo de Joe Kubert fueron las características de Hawkman. Burdo y simplemente brillante, su dibujo contenía una verdad emocional y una humanidad que daban credibilidad incluso a la situación más absurda.
Jim Aparo, uno de los dibujantes más infravalorados del cómic, ilustró a un Batman imponente y poderoso en The Brave and the Bold y a un Espectro escalofriante en Adventure Comics. Pero el mejor, o por lo menos mi favorito, fue su Aquaman, una figura realmente regia. Pulcro, arrogante y volátil.
Por su parte, Neal Adams influyó en una generación entera de autores y narradores con un estilo que desafía toda categorización simplista. Logró condensar la energía cinética de los dibujos animados con un realismo fotográfico y una sencillez limpia y abierta que albergaba diversas capas de sutileza. Descubrí su obra en X-Men, Avengers e Inhumans, de Marvel; sin embargo, debido a los problemas de distribución que ya he mencionado, vi poco de su legendario trabajo en DC, donde redefinió a Batman y a Green Lantern, hasta muchos años después. Para entonces, yo ya trabajaba en los cómics y me había introducido en el mundo de los mercadillos, convenciones y vendedores de números atrasados.
Antes de aquello, estaba demasiado ocupado con mi vida real para coleccionar en serio. Los cómics eran una afición, y yo me sentía satisfecho de hacer algún hallazgo ocasional en kioscos locales o en puestos de segunda mano.
Mis favoritos eran títulos raros de DC como Doom Patrol, Metamorpho, The Creeper, Ragman, Black Orchid o The Phantom Stranger. Pero lo mejor era el dibujo. El Batman de Don Newton era un maravilloso claroscuro. El dibujo de Néstor Redondo en Swamp Thing y Rima the Jungle Girl era precioso, suntuoso y muchas más cualidades que el lenguaje es incapaz de describir.
La anatomía salvaje y atormentada de Steve Ditko y los abstractos diseños de Shade the Changing Man eran un concepto visual muy adelantado a su tiempo que explotaba a la perfección la nueva tecnología de coloreado. También estaban la infinita inventiva de Jack Kirby en New Gods, OMAC y Kamandi; los mágicos relatos breves del Cuerpo de Green Lanterns de Dave Gibbons, que ya hace mucho tiempo que merecen que los recopilen en un solo volumen; el tándem único formado por Michael Golden y Russ Heath en Mister Miracle; la miniserie de Green Arrow de Trevor von Eeden; y José Luis García López en lo que fuera.
No fue hasta que me hice amigo de Paul Neary, entonces director editorial de Marvel UK, que entendí en su conjunto la Edad de Plata. Paul posee una colección exhaustiva y el conocimiento que esta le aporta, así que pude revisar cómics que no veía desde joven. Y por primera vez, descubrí los nombres de dibujantes como Wayne Boring, Dick Sprang, Curt Swan o Kurt Schaffenberger (que había inspirado mis primeros intentos como dibujante) y de guionistas como Gardner Fox, John Broome y Bill Finger, además de a editores tales como Julius Schwartz que me inspiraron para convertirme en narrador.
Seguro que me he olvidado a muchos guionistas, y a sus seguidores, centrándome en el dibujo y los dibujantes. No es un patinazo intencionado. Es que, sencillamente, ignoraba quién se había ocupado de las historias. Creía que el guionista se ocupaba solo de los diálogos (lo cual era cierto en varios casos) y opinaba que los buenos dibujantes siempre contaban una buena historia mientras que el trabajo del guionista dependía en gran medida del dibujante con que trabajaba.
En fin. En 1993, tras un inmenso golpe de suerte, la ayuda de ciertas buenas personas y mucho trabajo, almorcé, ya convertido en curtido profesional, con Archie Goodwin. Fue él quien me sugirió que probara a hacer un Otros Mundos de la JLA. Cualquiera que esté familiarizado con el formato o que haya leído la contraportada de este libro sabrá que dicho sello se creó específicamente para que los creadores pudieran utilizar a los personajes de DC en situaciones radicalmente distintas. Y quienes no solo estén familiarizados con la actual línea DC sabrán que los personajes de este volumen, exceptuando ciertas revisiones de escasa importancia (caso de J’onn J’onzz y Hawkwoman), son los originales de la Edad de Plata.
Los tecnicismos no me perturban, así que vi en el formato de los Otros Mundos la oportunidad perfecta de escribir y dibujar a mis personajes favoritos de la infancia sin la carga de una continuidad compleja o las limitaciones del cómic comercial.
Y al principio fue un poco confuso: un Otros Mundos donde la Liga de la Justicia clásica del Universo DC clásico hace todo lo clásico.
No se volvió a diseñar a los personajes, excepto en el caso de los Liberadores y de Krypto (en lo que fuera la cortina de humo más cursi de la historia del cómic), y se limitaron a unos garabatos en los márgenes de un guion. Por eso no tengo ningún boceto bonito con que ilustrar estas líneas. Incluso la estructura narrativa se tomó prestada de Justice League of America núm. 200, que contenía páginas dobles integradas en viñetas ampliadas en cada capítulo. Los veteranos también recordarán que el formato se estrenó en Spider-man Annual núm. 1. Ambos cómics se me quedaron grabados como una cosa especial por la que, a pesar de las obvias restricciones, decidí utilizar una composición tan formal.
También me pareció apropiado porque El clavo supone un intento de recuperar la sensación de diversión de los cómics que yo leía de niño, y también su accesibilidad. No hay textos de apoyo ni globos de pensamiento. Es una historia ágil, aguda y sencilla que puede leer gente de todas las edades, incluida aquella que aún no ha desarrollado la habilidad (que muchos lectores dan por sentada) de leer dibujos al mismo tiempo que dos o tres líneas de texto. Y al simplificar el texto me arriesgué a ahuyentar a esos lectores que ven las convenciones literarias como una sofisticación esencial.
Tuve que trabajar mucho pero también fue divertido gracias al buen hacer de los guionistas y dibujantes, algunos de ellos mencionados en las páginas anteriores, que crearon el vocabulario de los cómics de superhé- roes y un universo repleto de iconos únicos.
Así pues, si te ha parecido divertido, o se lo ha parecido a otra persona aunque a ti no, ten en cuenta que El clavo es un experimento de accesibilidad, sobre todo para aquellas personas que no suelen leer cómics. No lo metas en un plástico y lo entierres en tu colección.
Alan Davis
Septiembre de 1998
Epílogo publicado originalmente en las páginas de Liga de la Justicia de América: El Clavo.
Los cómics de DC llegaron a mi pueblo natal, en Inglaterra, en algún momento de los años sesenta. Y como solo se puede ser original una vez, ahora resulta complicado entender lo imaginativos y maravillosamente innovadores que eran. Incluso el concepto mismo de los superhéroes resultaba novedoso.
En aquella época, los tebeos se leían, no se coleccionaban. Si una serie era especialmente buena, o si podías permitírtelo, la conservabas; pero el impulso abrumador de ver tantas historietas como fuera posible propiciaba que, con frecuencia, los lectores los intercambiaran o los vendieran a un puesto de libros de segunda mano.
El problema era que, por ciertas razones místicas y complejas, las colecciones estadounidenses que se importaban se distribuían mal. Los números no llegaban en orden y, a veces, tardaban años, con lo cual parecía que los publicasen al azar. El hecho de que disfrutáramos cada entrega cuando se materializaba da fe de lo accesibles que eran. Nadie había oído hablar de los cruces editoriales, y las tramas que continuaban de un número a otro eran, por suerte, muy escasas. La mayor parte de los cómics contenían una historia completa por lo menos. En otros casos tales como los especiales de 80 páginas, se trataba de tesoros repletos de novedad e inventiva. No obstante, para los lectores nuevos o esporádicos, lo fundamental era la calidad de la narrativa y la caracterización. Pero no lo valorábamos.
Mientras leíamos aquellos cómics de usar y tirar, nadie suponía que aquellos aventureros de trajes coloridos fueran a convertirse en iconos aunque la autoridad moral temiera que corrompieran nuestra inocencia. Eran destellos de brillantez en un espectáculo pirotécnico de creatividad, parte de un continuo que estallaba y menguaba con la lealtad veleidosa de unos lectores que buscaban constantemente la emoción de la moda y la novedad. Solo en un contexto histórico, con la perspectiva de la evolución de los cómics, han destacado ciertos personajes y creadores.
La primera vez que fui consciente de que un personaje tenía un aspecto o una personalidad propios fue en la primera aparición de Flash en Showcase núm. 4. Se publicó en 1956, cuando nací yo, pero no lo leí hasta que tuve ocho o nueve años. En cierto momento, decidí que Flash poseía un físico liviano porque era corredor. Y si tenía la frente grande era porque, en su identidad secreta, era un policía científico muy listo.
Creo que era demasiado joven para apreciar que aquellos rasgos eran una creación de Carmine Infantino y Joe Kubert. Y tenía sentido. Barry Allen era ASÍ.
La LIGA DE LA JUSTICIA DE AMÉRICA original fue el primer cómic de grupos que conocí. Las historias siempre eran raras y ágiles y estaban repletas de acción, pero lo que más recuerdo es la maquinaria orgánica y la infinita variedad de villanos y alienígenas estrafalarios, todo ello gracias a la destreza y al inmenso talento de Mike Sekowsky. Pero esto solo lo identifico con la perspectiva del tiempo. Gran parte de una narrativa realmente buena es subliminal. Y así debería ser. Si sabes cómo hace el truco el mago, se pierde la magia.
Gil Kane combinaba la esencia heroica y noble de siluetas elegantes y gráciles con la anatomía más fina y asombrosa que haya plasmado ningún artista. Aunque sea demasiado extensa para mencionarla aquí, una larga lista de personajes de diversas editoriales se beneficiaron de la dinámica potencia que Gil Kane aportaba a todo lo que dibujaba; pero lo más importante en la creación y evolución del género superheroico fue la creación de una plantilla que seguirían otros autores. Así, definió a dos justicieros que se encontraban entre los mejores y los más importantes: Green Lantern y Átomo.
El tono y el realismo del trabajo de Joe Kubert fueron las características de Hawkman. Burdo y simplemente brillante, su dibujo contenía una verdad emocional y una humanidad que daban credibilidad incluso a la situación más absurda.
Jim Aparo, uno de los dibujantes más infravalorados del cómic, ilustró a un Batman imponente y poderoso en The Brave and the Bold y a un Espectro escalofriante en Adventure Comics. Pero el mejor, o por lo menos mi favorito, fue su Aquaman, una figura realmente regia. Pulcro, arrogante y volátil.
Por su parte, Neal Adams influyó en una generación entera de autores y narradores con un estilo que desafía toda categorización simplista. Logró condensar la energía cinética de los dibujos animados con un realismo fotográfico y una sencillez limpia y abierta que albergaba diversas capas de sutileza. Descubrí su obra en X-Men, Avengers e Inhumans, de Marvel; sin embargo, debido a los problemas de distribución que ya he mencionado, vi poco de su legendario trabajo en DC, donde redefinió a Batman y a Green Lantern, hasta muchos años después. Para entonces, yo ya trabajaba en los cómics y me había introducido en el mundo de los mercadillos, convenciones y vendedores de números atrasados.
Antes de aquello, estaba demasiado ocupado con mi vida real para coleccionar en serio. Los cómics eran una afición, y yo me sentía satisfecho de hacer algún hallazgo ocasional en kioscos locales o en puestos de segunda mano.
Mis favoritos eran títulos raros de DC como Doom Patrol, Metamorpho, The Creeper, Ragman, Black Orchid o The Phantom Stranger. Pero lo mejor era el dibujo. El Batman de Don Newton era un maravilloso claroscuro. El dibujo de Néstor Redondo en Swamp Thing y Rima the Jungle Girl era precioso, suntuoso y muchas más cualidades que el lenguaje es incapaz de describir.
La anatomía salvaje y atormentada de Steve Ditko y los abstractos diseños de Shade the Changing Man eran un concepto visual muy adelantado a su tiempo que explotaba a la perfección la nueva tecnología de coloreado. También estaban la infinita inventiva de Jack Kirby en New Gods, OMAC y Kamandi; los mágicos relatos breves del Cuerpo de Green Lanterns de Dave Gibbons, que ya hace mucho tiempo que merecen que los recopilen en un solo volumen; el tándem único formado por Michael Golden y Russ Heath en Mister Miracle; la miniserie de Green Arrow de Trevor von Eeden; y José Luis García López en lo que fuera.
No fue hasta que me hice amigo de Paul Neary, entonces director editorial de Marvel UK, que entendí en su conjunto la Edad de Plata. Paul posee una colección exhaustiva y el conocimiento que esta le aporta, así que pude revisar cómics que no veía desde joven. Y por primera vez, descubrí los nombres de dibujantes como Wayne Boring, Dick Sprang, Curt Swan o Kurt Schaffenberger (que había inspirado mis primeros intentos como dibujante) y de guionistas como Gardner Fox, John Broome y Bill Finger, además de a editores tales como Julius Schwartz que me inspiraron para convertirme en narrador.
Seguro que me he olvidado a muchos guionistas, y a sus seguidores, centrándome en el dibujo y los dibujantes. No es un patinazo intencionado. Es que, sencillamente, ignoraba quién se había ocupado de las historias. Creía que el guionista se ocupaba solo de los diálogos (lo cual era cierto en varios casos) y opinaba que los buenos dibujantes siempre contaban una buena historia mientras que el trabajo del guionista dependía en gran medida del dibujante con que trabajaba.
En fin. En 1993, tras un inmenso golpe de suerte, la ayuda de ciertas buenas personas y mucho trabajo, almorcé, ya convertido en curtido profesional, con Archie Goodwin. Fue él quien me sugirió que probara a hacer un Otros Mundos de la JLA. Cualquiera que esté familiarizado con el formato o que haya leído la contraportada de este libro sabrá que dicho sello se creó específicamente para que los creadores pudieran utilizar a los personajes de DC en situaciones radicalmente distintas. Y quienes no solo estén familiarizados con la actual línea DC sabrán que los personajes de este volumen, exceptuando ciertas revisiones de escasa importancia (caso de J’onn J’onzz y Hawkwoman), son los originales de la Edad de Plata.
Los tecnicismos no me perturban, así que vi en el formato de los Otros Mundos la oportunidad perfecta de escribir y dibujar a mis personajes favoritos de la infancia sin la carga de una continuidad compleja o las limitaciones del cómic comercial.
Y al principio fue un poco confuso: un Otros Mundos donde la Liga de la Justicia clásica del Universo DC clásico hace todo lo clásico.
No se volvió a diseñar a los personajes, excepto en el caso de los Liberadores y de Krypto (en lo que fuera la cortina de humo más cursi de la historia del cómic), y se limitaron a unos garabatos en los márgenes de un guion. Por eso no tengo ningún boceto bonito con que ilustrar estas líneas. Incluso la estructura narrativa se tomó prestada de Justice League of America núm. 200, que contenía páginas dobles integradas en viñetas ampliadas en cada capítulo. Los veteranos también recordarán que el formato se estrenó en Spider-man Annual núm. 1. Ambos cómics se me quedaron grabados como una cosa especial por la que, a pesar de las obvias restricciones, decidí utilizar una composición tan formal.
También me pareció apropiado porque El clavo supone un intento de recuperar la sensación de diversión de los cómics que yo leía de niño, y también su accesibilidad. No hay textos de apoyo ni globos de pensamiento. Es una historia ágil, aguda y sencilla que puede leer gente de todas las edades, incluida aquella que aún no ha desarrollado la habilidad (que muchos lectores dan por sentada) de leer dibujos al mismo tiempo que dos o tres líneas de texto. Y al simplificar el texto me arriesgué a ahuyentar a esos lectores que ven las convenciones literarias como una sofisticación esencial.
Tuve que trabajar mucho pero también fue divertido gracias al buen hacer de los guionistas y dibujantes, algunos de ellos mencionados en las páginas anteriores, que crearon el vocabulario de los cómics de superhé- roes y un universo repleto de iconos únicos.
Así pues, si te ha parecido divertido, o se lo ha parecido a otra persona aunque a ti no, ten en cuenta que El clavo es un experimento de accesibilidad, sobre todo para aquellas personas que no suelen leer cómics. No lo metas en un plástico y lo entierres en tu colección.
Alan Davis
Septiembre de 1998
Epílogo publicado originalmente en las páginas de Liga de la Justicia de América: El Clavo.