Eccediciones

Entrevista: Robin Wood

Hace poco entrevistamos a Robin Wood (el guionista de  Dago, Nippur y Drácula, entre otros) y esto fue lo que nos contó...

Naciste en 1944 en Colonia Cosme, una localidad paraguaya fundada por exilados australianos. Tuviste una infancia errante, y te pusiste a trabajar siendo casi un niño.
Supongo que mi vida estaba destinada ya a ser algo extraña solo por el lugar donde nací: una colonia socialista formada por escoceses e irlandeses venidos desde Australia. Dios sabrá por qué decidieron enterrarse en medio de la selva. Y ahí nací yo, y hablé gaélico mis primeros años. Tuve un bisabuelo escocés que insistió en que me llamara Robin, como el poeta Robin Burns, y mi bisabuela irlandesa dijo: “Perfecto. El chico tiene futuro. Ha nacido con nombre de poeta, pájaro y bandido”. Me tiraron al mundo desarmado.
Sobre mi infancia, apenas vi a mi madre. Viví hasta los ocho años en la colonia con mi bisabuela, a la que recuerdo con las faldas hasta los pies como en las películas del oeste. Después me fui un tiempo a vivir con mi madre en Asunción, y más tarde se fue a Buenos Aires y me llevó con ella. Allí me tenía con familias pagas, que te tenían en la casa, y finalmente terminé en un orfanato. Después de eso decidí que ya era suficiente cuidado por parte de los mayores, y decidí cuidarme solo, y creo que lo he hecho mucho mejor. De ahí me fui al Paraguay, y trabajé haciendo una ruta que cruzaba el desierto del Chaco. Luego mi madre me reclamó, porque se había unido a un italiano y este, pobre ángel, quería una familia unida: dos hijos de su matrimonio anterior y yo. El resultado fue una catástrofe. Mi madre era probablemente una de las mujeres más hermosas que he conocido, muy inteligente y cultivada, y más peligrosa que un tigre de Bengala. Cuando hablábamos de libros, nos llevábamos muy bien. Después no nos hablábamos, simplemente. Y yo venía de la selva. Solo estudié hasta quinto grado de primaria, pero a los ocho años leía a Faulkner, Simone de Beauvoir, Hemingway... En la selva me aprendí de memoria el Romancero Gitano de García Lorca y otros libros. Tengo una memoria monstruosa, aunque selectiva... me cuesta recordar nombres y fechas. En fin, aquel asunto no duró más de un año, pero tuve muy buenas relaciones con el italiano. Me enseñó su idioma, y él decía que pertenecía a una familia noble de Milán. Resultó que cuando visité Italia en el futuro, todos me decían que yo hablaba con acento siciliano... Siempre le quise mucho.
Después, volví al Paraguay, y estuve años trabajando en la selva, talando árboles, de los cuales me han quedado cicatrices, un agujero de bala y cosas por el estilo. Era un lugar encantador, con víboras, mosquitos, pirañas... perfecto.
Después de eso, gané en Paraguay un premio literario que ofrecía la embajada francesa, y un amigo mío que me apreciaba mucho me dijo que me marchara de aquella ciudad, Encarnación, porque allí no tendría oportunidades de llegar a nada. Y me fui a Buenos Aires, siguiendo su consejo. Allí me hice miembro de la clase obrera... es decir, me pasé ocho años trabajando en fábricas, de peón, ya que no tenía especialización alguna. Ocho años de miseria y hambre, pero jamás sentí desesperación, porque la vida, a pesar de todo, estaba llena de cosas interesantes: mujeres feas, por ejemplo (a las lindas no podía ni acercarme). La vida es buena. La vida es una belleza. Por eso he decidido no morirme... Una inmortalidad selectiva no me importaría para nada. Si fuera inmortal y un día me agarrase una depresión tremenda, llamaría al Hombre Grande y le diría: “Esto ya es una pesadez. Dame paz.” La voz de la secretaria (por supuesto), diría: “Tiene tres opciones: se le dan 10 años más, 100 años más o 1.000 años más”. Le diría: “Bueno, dame los 1.000, por las dudas...”

Con una vida tan ajetreada, ¿cómo acabaste escribiendo guiones de historieta? Háblanos de Nippur de Lagash, tu primera historieta y tu primera serie. ¿Cuál fue su origen?
Llegó un momento en que decidí ser artista, y decidí ir a hacer Bellas Artes. Mis profesores me dieron un gran consejo: que si amaba el arte dejara de dibujar. Años después vi algunos de mis dibujos y debo reconocer que tenían razón. Pero allí conocí a Luis Olivera, y la verdad, no sé qué hacía allí, porque dibujaba mejor que los profesores. Imagino que era porque el café era gratis. Era de avaro... Primero estaba Mr. Scrooge [el tío Gilito] y luego él. En aquella época yo estaba fascinado por la civilización sumeria, y a él también le interesaba aquello. Así que hablábamos mucho, en vez de salir con tías... Yo no tenía dinero, y él aunque lo tuviera no se lo iba a gastar, pues prefería el celibato al gasto. Él sabía que yo había ganado un par de premios escribiendo, pues siempre fui muy fantástico... En la colonia, en gaélico, me llamaban Xanaquí, el que cuenta los relatos. Un día me dijo que le escribiera un guión de historieta, y escribí uno: Nippur de Lagash, y un par de ellos más, y se los di. No supe nada más, porque yo vivía en una pensión que era el colmo de la miseria (cinco camas en un cuarto; tírate así ocho años y verás como tu amor por la humanidad sufre muchísimo) y no quería que la viera. Un día, volvía de la fábrica, un muchacho pobre, esquelético, con orejas enormes, bajo la lluvia, con un paquete bajo el brazo... toda una película de Godard... Me detuve en un kiosco, busqué las revistas donde dibujaba mi amigo, abrí la portada y vi mi nombre. En la última página, donde se anunciaban las próximas salidas, lo vi de nuevo. Me fui caminando durante horas hasta llegar a la maldita editorial. Entré y me pasaron de oficina en oficina, todos preguntándome si yo era yo. Fui al quinto piso, sexto, séptimo (pensé, bueno, al menos estoy ascendiendo...), hasta que llegué frente a una hermosa señorita que me miró con alarma y me preguntó si yo era yo. Al rato me dejó pasar a un despacho y vi a un señor tras un inmenso escritorio que me preguntó si yo era yo, me pidió mi documento, me miró y me dijo: Ah, sí. Usted es usted. Yo le dije que hacía dos horas que repetía a todos que yo era yo. Me dijo que mi trabajo era muy bueno, y que me comprarían todo lo que escribiese. ¡Ja! ¿Cuánto? Pregunté yo. Me dijo una cifra que era como un año de sueldo de la fábrica. ¿Por los tres, eso? Le dije. No, contesto... Por cada uno. Salí de allí caminando entre nubes. Me fui a comer... ¡Comer! Me compré como 20 libros, busqué un departamento hermoso en las Barrancas, un lugar bien elegante, y trabajé como un descosido un año entero. Me vestía mejor, comía a diario y entonces avisé a la editorial de que me iba. Me dijeron que allá tenía un futuro, una carrera... y yo les dije que ya les enviaría guiones y que ellos me girasen el dinero. Eran muy reticentes, pues eso jamás se había hecho antes. Tras mucho regateo, aceptaron... pues les dije que de una manera u otra, me iría. Me había pasado ocho años en salas oscuras de fábricas, y ahora quería ver el mundo. Quería ver todos aquellos lugares acerca de los que había leído en los libros. Me fui con una mochila y un pasaje a Nápoles, y ese fue el inicio de 40 años de viajes continuos, en los que me recorrí el mundo. Viajar es un vicio para mí... He dejado trozos de mi persona aquí allá. Cuatro cogidas tuve en Pamplona... el toro era todo un profesional. He hecho todos los deportes individuales, de todo tipo, especialmente artes marciales, durante 30 años. He hecho salto en paracaídas, buceo, carreras a larga distancia...

El protagonista de Nippur de Lagash cambia mucho durante sus más de 30 años de historia, ¿qué puedes decirnos sobre su desarrollo?
Ha madurado. Al principio era un joven con un destino marcado como futuro rey de Lagash, hasta que todo eso se pone patas arriba, y tiene que empezar una vida de perseguido, de marginado, y lentamente se humaniza, se vuelve más tolerante, con más flaquezas y una mayor comprensión. Al principio era un guerrero, privilegiado y de gran físico, pero nada más. Luego se mezcla con amigos, cosa que antes no tenía, y cambia. Más tarde llegó mi obra maestra, cuando le hice perder el ojo... Tuve que venir a Buenos Aires desde Europa, porque el público, simplemente, estaba dispuesto a lincharme y descuartizarme. Nippur había dejado de ser una historieta para los argentinos, era parte de su vida, y yo, el pergeñador, me había atrevido a hacerle eso a su héroe... Ya no había creador y criatura. Me mostraron pilas de cartas de gente enfadada. Yo pensé que se acostumbrarían, y al final se acostumbraron. Un tiempo después me escribían mujeres a la editorial para decirme que Nippur estaba muy sexy con parche, aunque poco antes me hubieran castrado por aquello...

A partir de Nippur de Lagash, encadenaste un éxito tras otro: Jackaroe con Juan Dalfiume, Dennis Martin con Lito Fernández, Mi novia y yo con Carlos Vogt... Te convertiste en uno de los pilares de la editorial Columba, para la que llegaste a escribir más de quince guiones mensuales. ¿Cómo te las arreglabas para crear -y mantener- tantas series a la vez?
He llegado a escribir 25 o 30 guiones mensuales... Sobre la inspiración... no lo sé, cuando me siento ante el papel no tengo ni remota idea de lo que voy a escribir. Leo dos o tres libros por semana. Y nunca olvido nada, tengo un fichero en la cabeza. Ahí está mi archivo. Ahora hago 16 guiones al mes, pero para mí no es trabajo. Un guión me lleva cuatro horas, completo. Además, me divierte. A veces me río con lo que escribo. Otras veces me pongo nostálgico, melancólico, tierno... pero me lo paso bomba. He hecho teatro, telenovelas, historieta pornográfica, cine, series de televisión., estudios históricos... Cualquier cosa nueva que fuera un desafío. El momento de crear es como un trance en el que soy muy feliz. Nunca me canso de crear, de imaginar. Llevo creados 92 personajes, y cerca de los 10.000 guiones. Creo que soy el escritor más prolífico que hay en la historieta, y en general, uno de los más prolíficos del mundo. Y que tanta gente me siga me hace humilde, porque confían en mí.

He observado que muchos de tus personajes fueron continuados por otros guionistas. ¿Estás satisfecho del resultado?
No. Era una época en que viajaba mucho, enviaba todo por correo, y muchas veces no llegaban a tiempo, pues escribía desde los kibutz israelitas, las montañas turcas, el tren a China... Entonces, ellos ponían un relleno, porque no querían sacar un número sin esos personajes, y tenían un grupo de gente que hacía ese trabajo. Pero yo tengo un estilo muy personal de escribir. Una vez vine y me quedé unos seis meses en Argentina. Me mandaron a una docena de muchachos para que les enseñara a escribir, pero les dije que no podía enseñarles a hacer algo que ni yo sabía cómo hacía, pues no hay nada técnico que explicar, no funciona así. Ellos tenían que hacer lo que sabían hacer, y yo lo que hacía yo, porque el estilo de cada uno es intransferible. Pero sí, durante mucho tiempo se hizo, aunque no me preocupaba. No me metía en la labor de las editoriales. Ellos son profesionales en lo suyo, y yo, en lo que yo hago, y no me gusta dar consejos de algo que no conozco.

Has trabajado con decenas de dibujantes argentinos, entre otros: Enrique Breccia, Domingo "Cacho" Mandrafina, Ángel "Lito" Fernández, Alberto Salinas, Rubén Marchionne, Luis "Lucho" Olivera, Juan Zanotto... ¿Cómo te planteas la colaboración con el dibujante?
Yo escribo a mano. No puedo crear escribiendo directamente en computadora, o máquina de escribir, o con grabadora... Tiene que ser a mano. Bolígrafo y cuaderno. Después, cuando lo paso a la computadora, le añado a cada viñeta la guía de dibujo: escenarios, personajes, su aspecto, efectos especiales, todo. Cuando escribo, veo las escenas. Por tanto, guío al dibujante, lo que les gusta porque les ahorra dolores de cabeza, simplifica su trabajo. He trabajado con grandísimos dibujantes y siempre he tenido buenas relaciones con todos. He ganado tres premios Yellow Kid... La gente es generosa, y me da premios. Yo los tenía todos en una caja de cartón en Copenhague, y un día mi ex me los mandó porque decía que necesitaba espacio para poner cosas útiles.

Columba fue, durante muchos años, la editorial argentina más poderosa y popular, ¿cómo era tu relación laboral con la empresa?
Columba era un monstruo. No hacía calidad, sino cantidad. Un montón de revistas, extras... Modestamente, yo era el escritor estrella de Columba, había creado todos sus grandes éxitos, incluso desde el extranjero. Casi nunca vi mis trabajos publicados, porque no me podían enviar las revistas dondequiera que estuviera. Hubo una época en que la política intervino mucho. Yo nunca fui político, pero se me acusó de miles de cosas. Me acusaron de fascista, porque había escrito historias del Vietnam, o sobre legionarios bajo una buena luz... Siempre he creído que los pobres soldados son los imbéciles que van a matarse, y después son los políticos los que crean los héroes. Altuna me calificó de nazi... Dios mío... y el gobierno me calificaba de sionista... y como yo tengo la filosofía de no querer complacer a nadie, dejé que lo hicieran. Total, yo estaba lejos... Con mis ocho años de fábricas, me trataron de enemigo de la clase obrera. Después, unos señores de traje oscuro me visitaron y me preguntaron si era judío, porque había escrito cosas sobre Israel. Me dijeron que tuviera cuidado o volverían. Era un ambiente enfermo, excesivo, intolerante. Los bolcheviques me trataban de capitalista, la derecha de sionista. Madre mía... me dijeron que me uniera al sindicato obrero de la historieta. ¿Qué coño era eso? Les dije: “Todos sois universitarios, vivís con papá y mamá, os pagan la universidad... ¿Qué sabéis de la clase obrera? ¡Nada! Yo fui obrero, toda mi adolescencia y juventud”. Nunca fui muy diplomático.
Los dueños de Columba eran anticomunistas. Ni siquiera sabían lo que era un comunista, como les dije una vez, pero había ciertas normas a la hora de publicar. Por ejemplo, no se aceptaba el suicidio porque era anticatólico. Tampoco el adulterio, ni el sexo... Una vez aparecía un personaje femenino que se duchaba, y le pusieron con bragas y sostén... Ridículo. Me dijeron: “Robin, si no lo hacemos así, el público sentirá que es una procacidad...” Yo les dije: “¡Qué procacidad! Es el culo de una mujer... igual que el nuestro, aunque más lindo, eso sí”. Pero se portaban muy bien, conmigo y con todos. Se cobraba bien, no exigían una calidad perfecta... podían permitírselo. Vendían más de un millón de revistas por mes. Tengo buenos recuerdos de ellos, eran buena gente. Yo vendía, y mucho, y me cuidaban, y yo a ellos, que me enviaban el dinero que me permitía llevar la vida que quería.
Lo malo es que los dos pilares de Columba, Claudio y Ramón Columba, dieron paso a sus hijos. El desastre fue total. Aquella empresa enorme, con imprentas, distribuidoras, bosques, papeleras... tardó exactamente seis años en fundirse. Se cerró y se acabó, pero para entonces yo ya trabajaba para Europa. Eran buena gente, los hijos, pero malos comerciantes. Los padres fueron genios.

A finales de la década de 1970, creas varias series popularísimas. Una de ellas es Dax, con Rubén Marchionne. ¿Cuál fue el origen de esta obra, con esa combinación tan original de aventuras, artes marciales, ciencias ocultas...?
Honestamente, no lo sé. Tuve una idea de un blanco en China, con poderes extrasensoriales. Me senté a escribir, salió el primer Dax, y en Columba me preguntaron quién podía dibujarlo. Recomendé a Marchionne, del que había visto algunos de sus trabajos y vi que tenía un enorme potencial. E hizo un trabajo maravilloso. Tengo buen instinto para ver quién puede dibujar qué, es algo que aprendí cuando trataba de aprender a dibujar.

En 1981, apareció la serie que te abrió las puertas del mercado italiano. ¿Cómo nació Dago?
Yo me había ido a Israel, donde trabajé en los kibutz y donde casi me mataron a tiros en el Líbano por cruzar la frontera sin darme cuenta... y a la vuelta tomé un barco que llegó a Venecia. Y me quedé una temporada, pues es una ciudad fascinante. A la noche, escuchando el rumor de las olas, el cabeceo de las góndolas, ves que es una ciudad de complots, de asesinos agazapados, de gente misteriosa en rincones oscuros... y ahí se me ocurrió, me senté a escribir y salió Dago. Y sigue saliendo, pues Dago se sigue publicando. Hace poco, el Círculo Verdiano de Italia me dijo que Dago era el personaje más popular de Italia, y que si había alguna manera de unirlo a Verdi en una historia, para potenciar la imagen de Verdi. Está el pequeño detalle de los 500 años que hay entre los dos, pero mientras hablábamos se me ocurrió una idea, y ya estamos en la séptima saga de este trabajo, con las vidas de Dago y de Verdi narradas de forma paralela.

Según tengo entendido, con Drácula cumpliste un viejo sueño: contar en historieta la biografía de Vlad el Empalador. Sin duda, es una de tus obras más inspiradas. ¿Cómo surgió?
Yo había leído la famosa novela de Bram Stoker, y un día leí una nota sobre el origen del nombre de Drácula, príncipe de Valaquia, que no de Transilvania. Empecé a buscar documentación, visité Valaquia, el castillo de Drácula, hoy en día algo montado para los turistas, museos antiguos... y pensé que tenía que hacerlo. En esa época hacía Dago con Salinas, se lo propuse y aceptó. He hecho otras biografías, como mi versión de Merlín, con dibujos de Alcatena... Es el tipo de cosas que me excitan.

Muchas gracias por el tiempo que nos has dedicado. Espero que el público español sepa apreciar tu obra como se merece.
Gracias a vosotros. Me lo he pasado bomba hablando de todo esto. ¡Un abrazo!