Un Neal Adams lleno de pasión (¿es que alguna vez hubo otro?), con 18 años, recién salido de la famosa escuela de Arte y Diseño de Nueva York, se planta en la puerta de DC con una abultada carpeta llena de muestras preparadas con mucho cariño. Le recibe el mismísimo Ray Perry, un emisario del departamento de producción cuya tarea es casi la misma que el del portero del Mago de Oz... y le suelta un "lo siento, chico, pero hoy no podemos contratarte". Las puertas estaban cerradas, igual que lo estuvieron para casi todos los nuevos dibujantes que intentaron entrar en DC hacia finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Hubo un par de excepciones, claro: Ross Andru y Mike Esposito se colaron, reemplazando al legendario H.G. Peter en Wonder Woman en 1958, y el veterano Pete Costanza entró en 1966 para sustituir al difunto John Forte, junto a Jack Abel y Jack Sparling. Y el pronto legendario Mort Drucker se aprovechó del hecho de que ya estaba literalmente dentro de DC, pues ya trabajaba en producción, y así empezó su espectacular carrera. Aparte de esos, la respuesta siempre era: “Lo siento, chaval”.
Joe Simon aconseja sabiamente a Neal que busque un trabajo más digno de su talento, como la breve pero inspirada línea de superhéroes de Archie Comics. Neal empieza a ganarse la vida haciendo páginas de chistes de Archie, luego pasa a ser asistente en la tira Bat Masterson y a hacer ilustraciones publicitarias. Más trabajo comercial en Johnstone & Cushing, la agencia publicitaria orientada a los cómics. Finalmente, una gran oportunidad: encargarse del dibujo de la tira Ben Casey del guionista Jerry Capp. Y luego, otra oportunidad, pues el multitalentoso Archie Goodwin editaba una nueva línea de revistas de terror para Warren, escribiendo historias que Neal convirtió en obras maestras visuales.
Podría pensarse que un trabajo de esa calidad habría abierto cualquier puerta, pero la de DC seguía obstinadamente cerrada (aunque por suerte no era tan obstinada como Neal). Entonces, una serie de circunstancias llevaron a Neal a recomendar a Joe Kubert para encargarse del dibujo de la nueva tira Green Berets... y a darse cuenta de que eso significaría que quizás DC necesitaría a alguien que se ocupara de las tareas de Kubert.
De algún modo, una serie de llamadas abre una puerta... una rendija. Neal se cuela, planta literalmente el pie en la puerta y logra abrirse camino hasta la oficina compartida por el editor de Kubert, el conocidamente talentoso y complicado Bob Kanigher, y el fastidiosamente organizado Julius Schwartz. Los dos llevaban casi una década compartiendo oficina (y cumplían años con dos días de separación desde que llegaran al mundo en 1915), y tenían una forma muy diferente de ver la vida, la edición y casi todo lo demás. Bob guionizaba casi todos sus cómics, además de tener quizás el mejor gusto en cuanto a dibujo que cualquiera de los demás editores de DC de la época; Julie se negaba a admitir que podía escribir, y dedicaba todas sus energías a tratar con sus guionistas y a pulir su trabajo, manteniendo un grupo de grandes artistas gracias a su forma disciplinada y respetuosa de trabajar con ellos. Kanigher necesitaba a alguien que hiciera algunas de las historias cortas de guerra que quedaron sin asignar después de la marcha de Kubert; y Schwartz tenía lista para dibujarse una historia del Hombre Elástico. Neal se marchó con el Hombre Elástico, volvió a por las historias de guerra y, cuando empezó a fluir el trabajo, fue capaz de abrirse camino por los pasillos ahora abiertos gracias a su encanto y su talento para agenciarse trabajos, haciendo de todo desde The Adventures of Jerry Lewis (tristemente no aparece en esta recopilación, igual que otros títulos licenciados a DC por otras compañías) hasta El Espectro.
Quizás el reto de abrir la puerta llevara a Neal a convertirse en el defensor de los nuevos talentos, ayudando a cientos de chavales que llegaban a Nueva York para dedicarse a los cómics a encontrar la forma de abrir las versiones posteriores de la “puerta cerrada”. Quizás la frustración de estar preparado años antes de ser capaz de convertirse en el dibujante de cómics que definiría a una generación llevara a Neal a volver a los cómics una y otra vez, mucho tiempo después de que su éxito en otros campos le abriera innumerables puertas que lo alejaron de su primer amor. Quizás solo sea el destino de un hombre que sintió la llamada de hacer todo lo posible por mejorar el aspecto de los cómics y el de la gente creativa que los hacía. Sea cual sea la teoría que prefieras, en estas páginas podrás encontrar pruebas de sobra de la pasión que vertía en cada página, ya se tratara de un encargo de servicio público, de fundirse con Nick Cardy cuando se tuvo que rehacer toda una saga de los Jóvenes Titanes para que encajara con los dictados editoriales, o de hacer una pequeña historia de terror. Muchas de las historias aquí contenidas no se habían reeditado desde hace más de cuatro décadas y, vistas a través de la lente de una industria, unos lectores y una forma de arte a los que Neal ha influido tanto a lo largo del tiempo, pueden parecer menos revolucionarias de lo que fueron en realidad. Pero al menos todas siguen teniendo un aspecto precioso y demuestran lo que ocurre cuando dejas que un genio se te cuele por la rendija de la puerta. Las cosas empiezan a cambiar... y las puertas nunca vuelven a cerrarse del todo.
Paul Levitz
Introducción de El Universo DC de Neal Adams.
Joe Simon aconseja sabiamente a Neal que busque un trabajo más digno de su talento, como la breve pero inspirada línea de superhéroes de Archie Comics. Neal empieza a ganarse la vida haciendo páginas de chistes de Archie, luego pasa a ser asistente en la tira Bat Masterson y a hacer ilustraciones publicitarias. Más trabajo comercial en Johnstone & Cushing, la agencia publicitaria orientada a los cómics. Finalmente, una gran oportunidad: encargarse del dibujo de la tira Ben Casey del guionista Jerry Capp. Y luego, otra oportunidad, pues el multitalentoso Archie Goodwin editaba una nueva línea de revistas de terror para Warren, escribiendo historias que Neal convirtió en obras maestras visuales.
Podría pensarse que un trabajo de esa calidad habría abierto cualquier puerta, pero la de DC seguía obstinadamente cerrada (aunque por suerte no era tan obstinada como Neal). Entonces, una serie de circunstancias llevaron a Neal a recomendar a Joe Kubert para encargarse del dibujo de la nueva tira Green Berets... y a darse cuenta de que eso significaría que quizás DC necesitaría a alguien que se ocupara de las tareas de Kubert.
De algún modo, una serie de llamadas abre una puerta... una rendija. Neal se cuela, planta literalmente el pie en la puerta y logra abrirse camino hasta la oficina compartida por el editor de Kubert, el conocidamente talentoso y complicado Bob Kanigher, y el fastidiosamente organizado Julius Schwartz. Los dos llevaban casi una década compartiendo oficina (y cumplían años con dos días de separación desde que llegaran al mundo en 1915), y tenían una forma muy diferente de ver la vida, la edición y casi todo lo demás. Bob guionizaba casi todos sus cómics, además de tener quizás el mejor gusto en cuanto a dibujo que cualquiera de los demás editores de DC de la época; Julie se negaba a admitir que podía escribir, y dedicaba todas sus energías a tratar con sus guionistas y a pulir su trabajo, manteniendo un grupo de grandes artistas gracias a su forma disciplinada y respetuosa de trabajar con ellos. Kanigher necesitaba a alguien que hiciera algunas de las historias cortas de guerra que quedaron sin asignar después de la marcha de Kubert; y Schwartz tenía lista para dibujarse una historia del Hombre Elástico. Neal se marchó con el Hombre Elástico, volvió a por las historias de guerra y, cuando empezó a fluir el trabajo, fue capaz de abrirse camino por los pasillos ahora abiertos gracias a su encanto y su talento para agenciarse trabajos, haciendo de todo desde The Adventures of Jerry Lewis (tristemente no aparece en esta recopilación, igual que otros títulos licenciados a DC por otras compañías) hasta El Espectro.
Quizás el reto de abrir la puerta llevara a Neal a convertirse en el defensor de los nuevos talentos, ayudando a cientos de chavales que llegaban a Nueva York para dedicarse a los cómics a encontrar la forma de abrir las versiones posteriores de la “puerta cerrada”. Quizás la frustración de estar preparado años antes de ser capaz de convertirse en el dibujante de cómics que definiría a una generación llevara a Neal a volver a los cómics una y otra vez, mucho tiempo después de que su éxito en otros campos le abriera innumerables puertas que lo alejaron de su primer amor. Quizás solo sea el destino de un hombre que sintió la llamada de hacer todo lo posible por mejorar el aspecto de los cómics y el de la gente creativa que los hacía. Sea cual sea la teoría que prefieras, en estas páginas podrás encontrar pruebas de sobra de la pasión que vertía en cada página, ya se tratara de un encargo de servicio público, de fundirse con Nick Cardy cuando se tuvo que rehacer toda una saga de los Jóvenes Titanes para que encajara con los dictados editoriales, o de hacer una pequeña historia de terror. Muchas de las historias aquí contenidas no se habían reeditado desde hace más de cuatro décadas y, vistas a través de la lente de una industria, unos lectores y una forma de arte a los que Neal ha influido tanto a lo largo del tiempo, pueden parecer menos revolucionarias de lo que fueron en realidad. Pero al menos todas siguen teniendo un aspecto precioso y demuestran lo que ocurre cuando dejas que un genio se te cuele por la rendija de la puerta. Las cosas empiezan a cambiar... y las puertas nunca vuelven a cerrarse del todo.
Paul Levitz
Introducción de El Universo DC de Neal Adams.