Desde que Mike Mignola (Berkeley, California, EE.UU.; 1960) decidió hacer de la historieta su profesión, mostró un interés desmedido por la exploración de la relación entre luces y sombras, los contrastes, las siluetas y las sugerentes manchas de oscuridad. Primero, literalmente, como entintador o dibujante que durante 30 años de ensayo y error destiló la influencia de artistas como N.C. Wyeth, Jeff Jones o Edward Hopper para convertirse, según Alan Moore, “en el punto de encuentro entre el expresionismo alemán y Jack Kirby”. Y segundo, metafóricamente, asumiendo funciones de autor completo que abraza el potencial evocador de los territorios más opacos e inexplorados de la existencia; dando por buena, tal vez, aquella célebre frase según la cual "La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido". Sin embargo, esa fascinación por el miedo y por lo desconocido –por el folclore, las leyendas, el pulp, la literatura victoriana y el género de terror, también– no pudo ser canalizada inmediatamente a través de cómics, ya que tuvieron que transcurrir 14 años desde su debut para “dibujar lo que realmente quería”: una criatura llamada Hellboy, que ya forma parte de la historia del noveno arte.
Durante esos casi tres lustros de búsqueda del momento oportuno y la inspiración necesaria para desarrollar su proyecto personal, el autor colaboró repetidamente con las grandes editoriales americanas, encargándose de dibujar títulos tan variados como Mapache Cohete, Alpha Flight, Hulk, Las crónicas de Corum y Odisea Cósmica; una serie limitada escrita por Jim Starlin, esta última, en la que se produjo un aplaudido encuentro con cierto Hombre Murciélago: “Creo que era el único caso en el que a los lectores les gustaba cómo dibujaba al personaje”; tal vez porque, como apunta el propio Mignola, “me resultaba fácil, ya que soy un tipo cuyo principal talento está relacionado con el dominio de las sombras. Y Batman es uno de esos personajes que funciona mejor cuanto menos ves de él”. El Caballero Oscuro también había pasado por su mesa de dibujo cuando entre sus tareas se contaba la de portadista de la serie regular Batman, encargándose de arcos argumentales tan relevantes como Una muerte en la familia, del propio Starlin y Jim Aparo, o Dark Knight, Dark City, de Peter Milligan y Kieron Dwyer.
Más allá de portadas, pin-ups varios, la historia Batman: Legends of the Dark Knight - Sanctum o el crossover Batman/Hellboy/Starman, sus aportaciones más perdurables a la bibliografía del personaje están relacionadas con el sello Otros mundos. Una iniciativa de DC que consistió en sacar a los héroes de sus escenarios habituales para colocarlos en tiempos y lugares extraños, propiciando una descontextualización que confería grandes dosis de libertad a equipos creativos que ofrecieron una interpretación diferente del panteón de héroes de la editorial. Así lo hicieron Brian Augustyn y Mike Mignola en Batman: Luz de gas (1988), relato de misterio ambientado en la Gotham City del S. XIX, donde confluyen las leyendas del Caballero Oscuro y de Jack el Destripador. Pero la manga ancha conferida no parecía ser suficiente para que Mignola se sintiera plenamente cómodo, ya que, por sorprendente que parezca, confesaba que “en realidad, no tengo demasiados conocimientos sobre Batman: me siento muy cómodo dibujándolo, pero no siento una especial afinidad por él. Así que ponerlo en un mundo en el que existan monstruos haría que me pareciera mucho más atractivo”. Y cuando de monstruos se trata, parece inevitable que surja a colación el nombre de H.P. Lovecraft (Providence, Rhode Island, EE.UU.; 1890-1937), autor de la cita recordada en el primer párrafo de este texto y todo un experto en las nociones del miedo, la antigüedad y lo desconocido.
Confeso admirador del escritor norteamericano –todo un referente del terror y la ciencia ficción–, Mignola sentía que el mundo del cómic no había hecho justicia a su imaginario. Dejando a un lado voluntariosos intentos de Richard Corben, el principal problema residía, siempre según el creador de Hellboy, en la incapacidad de ir más allá de los aspectos superficiales de su mundo de ficción; lugares comunes siempre relacionados con monstruos y entidades cósmicas, que monopolizaban la atención de adaptaciones que perdían de vista los elementos más meritorios del trabajo de Lovecraft: “el tono y la atmósfera de sus historias”. Sabiendo de la dificultad de captar dichas sensaciones en un medio como el cómic, se limitó a beber de la tradición lovecraftiana para dar forma a sus obras más personales. Aunque no por ello renunció a la posibilidad anteriormente insinuada: convertir a Batman en protagonista de una historia que bien podría haber firmado el escritor natural de Providence; un curioso y tal vez inevitable giro del destino, ya que el nombre del Hospital Psiquiátrico de Arkham fue, a su vez, un guiño a la homónima ciudad imaginaria creada por Lovecraft.
Para regocijo o temor de los defensores de tesis milenaristas y apocalípticas, la oportunidad finalmente surgió durante el año 2000, nuevamente al amparo de una línea Otros mundos que dio cobijo a la serie limitada íntegramente recopilada en el presente volumen: Batman: La maldición que cayó sobre Gotham. Al parecer, la idea original surgió de la mente del dibujante y guionista Richard Pace –Nuevos Guerreros, Pitt, Terror Inc.–, quien quiso contar con Mignola como coguionista; pero al abandonar el proyecto, este quedó enteramente en manos de nuestro protagonista. Decidido a centrarse en enriquecer la historia y escribir los diálogos, sugirió el nombre de Troy Nixey como dibujante: un historietista canadiense familiarizado con el Mejor Detective del Mundo –Batman Black and White, Batman: Gotham Knights– que en los últimos años se ha estrenado como director de cine con No tengas miedo a la oscuridad (2010), largometraje escrito Guillermo del Toro.
En aras de facilitar la conjugación de las dos mitologías en torno a las cuales se articula esta miniserie, la acción se traslada a la Gotham de 1928. Una elección que no solo emplaza la historia en la época en la que el maestro del terror escribió con mayor profusión, sino que además permite establecer un punto de unión con el origen pulp del Cruzado de la Capa, ya comentado en la introducción de este volumen. En ese sentido, el lector más versado cuenta con el aliciente de participar en el juego propuesto por los autores, consistente en identificar semejanzas y diferencias de protagonistas y secundarios de esta obra, respecto a sus versiones más tradicionales. Así, por estas páginas discurren rostros y nombres fácilmente reconocibles, ahora pasados por un filtro que distorsiona sus caracterizaciones lo suficiente como para, aprovechando las licencias que concede la línea Otros mundos, encontrarles acomodo en una trama que mezcla la intriga con lo sobrenatural.
El autor natural de Berkeley admite que, aunque Lovecraft es una influencia apreciable en buena parte de su obra, este es el trabajo en el que se refleja de forma más explícita; hecho que queda patente ya en el título, claro homenaje al relato La maldicion que cayo sobre Sarnath (1920), parte de las Historias del Ciclo del Sueño. Apenas el primer guiño de todo un festín referencial, que continúa con una secuencia inicial cuya ambientación, planteamiento, desarrollo e incluso profusión de onomatopeyas –cómo no recordar los “¡Tekeli-li!” pronunciados por el Soggoth– recuerdan poderosamente a la novela En las montañas de la locura (1931). Cuesta no ver a Ra’s al Ghul como un trasunto de Abdul Alhazred, poeta y demonólogo del universo lovecraftiano que, apodado el Árabe Loco, escribió el Al Azif o Necronomicón, aquí titulado El Testamento de Ghul. También es más que evidente la influencia de El caso de Charles Dexter Ward (1927-1928), se alude directamente a La ciudad sin nombre (1921) –por muchos considerada la historia fundacional de Los mitos de Cthulhu–, parte de la trama bebe de El horror de Dunwich (1928), y uno de los cameos más curiosos es el del ilustre facultativo protagonista de Herbert West: Reanimador (1922), inspirador de toda una saga de películas de terror. Pero lo verdaderamente loable es lograr que semejante cúmulo de referencias se estructuren hasta construir una historia sólida e internamente coherente, siendo fiel a la tradición de este clásico de la literatura, al tiempo que ofrece una plausible interpretación alternativa del Hombre Murciélago.
En el ensayo H.P. Lovecraft: Contra el Mundo, Contra la Vida (Ed. Siruela, 2006), el novelista francés Michel Houellebecq sostiene que el principal objetivo del mítico escritor era llevar al lector a un estado de fascinación, siendo la maravilla y el pánico los únicos sentimientos humanos de los que quería oír hablar, ya que “construye su universo sobre ellos, y exclusivamente sobre ellos”. Con Batman: La maldición que cayó sobre Gotham, Mignola, Pace y Nixey nos invitan a viajar hasta ese universo, logrando que a la maravilla y el pánico asociados a su contemplación, se sume el júbilo propio de quien comprueba que, por fin, dos piezas clave de la cultura popular comparten un único espacio ficcional.
David Fernández
Durante esos casi tres lustros de búsqueda del momento oportuno y la inspiración necesaria para desarrollar su proyecto personal, el autor colaboró repetidamente con las grandes editoriales americanas, encargándose de dibujar títulos tan variados como Mapache Cohete, Alpha Flight, Hulk, Las crónicas de Corum y Odisea Cósmica; una serie limitada escrita por Jim Starlin, esta última, en la que se produjo un aplaudido encuentro con cierto Hombre Murciélago: “Creo que era el único caso en el que a los lectores les gustaba cómo dibujaba al personaje”; tal vez porque, como apunta el propio Mignola, “me resultaba fácil, ya que soy un tipo cuyo principal talento está relacionado con el dominio de las sombras. Y Batman es uno de esos personajes que funciona mejor cuanto menos ves de él”. El Caballero Oscuro también había pasado por su mesa de dibujo cuando entre sus tareas se contaba la de portadista de la serie regular Batman, encargándose de arcos argumentales tan relevantes como Una muerte en la familia, del propio Starlin y Jim Aparo, o Dark Knight, Dark City, de Peter Milligan y Kieron Dwyer.
Más allá de portadas, pin-ups varios, la historia Batman: Legends of the Dark Knight - Sanctum o el crossover Batman/Hellboy/Starman, sus aportaciones más perdurables a la bibliografía del personaje están relacionadas con el sello Otros mundos. Una iniciativa de DC que consistió en sacar a los héroes de sus escenarios habituales para colocarlos en tiempos y lugares extraños, propiciando una descontextualización que confería grandes dosis de libertad a equipos creativos que ofrecieron una interpretación diferente del panteón de héroes de la editorial. Así lo hicieron Brian Augustyn y Mike Mignola en Batman: Luz de gas (1988), relato de misterio ambientado en la Gotham City del S. XIX, donde confluyen las leyendas del Caballero Oscuro y de Jack el Destripador. Pero la manga ancha conferida no parecía ser suficiente para que Mignola se sintiera plenamente cómodo, ya que, por sorprendente que parezca, confesaba que “en realidad, no tengo demasiados conocimientos sobre Batman: me siento muy cómodo dibujándolo, pero no siento una especial afinidad por él. Así que ponerlo en un mundo en el que existan monstruos haría que me pareciera mucho más atractivo”. Y cuando de monstruos se trata, parece inevitable que surja a colación el nombre de H.P. Lovecraft (Providence, Rhode Island, EE.UU.; 1890-1937), autor de la cita recordada en el primer párrafo de este texto y todo un experto en las nociones del miedo, la antigüedad y lo desconocido.
Confeso admirador del escritor norteamericano –todo un referente del terror y la ciencia ficción–, Mignola sentía que el mundo del cómic no había hecho justicia a su imaginario. Dejando a un lado voluntariosos intentos de Richard Corben, el principal problema residía, siempre según el creador de Hellboy, en la incapacidad de ir más allá de los aspectos superficiales de su mundo de ficción; lugares comunes siempre relacionados con monstruos y entidades cósmicas, que monopolizaban la atención de adaptaciones que perdían de vista los elementos más meritorios del trabajo de Lovecraft: “el tono y la atmósfera de sus historias”. Sabiendo de la dificultad de captar dichas sensaciones en un medio como el cómic, se limitó a beber de la tradición lovecraftiana para dar forma a sus obras más personales. Aunque no por ello renunció a la posibilidad anteriormente insinuada: convertir a Batman en protagonista de una historia que bien podría haber firmado el escritor natural de Providence; un curioso y tal vez inevitable giro del destino, ya que el nombre del Hospital Psiquiátrico de Arkham fue, a su vez, un guiño a la homónima ciudad imaginaria creada por Lovecraft.
Para regocijo o temor de los defensores de tesis milenaristas y apocalípticas, la oportunidad finalmente surgió durante el año 2000, nuevamente al amparo de una línea Otros mundos que dio cobijo a la serie limitada íntegramente recopilada en el presente volumen: Batman: La maldición que cayó sobre Gotham. Al parecer, la idea original surgió de la mente del dibujante y guionista Richard Pace –Nuevos Guerreros, Pitt, Terror Inc.–, quien quiso contar con Mignola como coguionista; pero al abandonar el proyecto, este quedó enteramente en manos de nuestro protagonista. Decidido a centrarse en enriquecer la historia y escribir los diálogos, sugirió el nombre de Troy Nixey como dibujante: un historietista canadiense familiarizado con el Mejor Detective del Mundo –Batman Black and White, Batman: Gotham Knights– que en los últimos años se ha estrenado como director de cine con No tengas miedo a la oscuridad (2010), largometraje escrito Guillermo del Toro.
En aras de facilitar la conjugación de las dos mitologías en torno a las cuales se articula esta miniserie, la acción se traslada a la Gotham de 1928. Una elección que no solo emplaza la historia en la época en la que el maestro del terror escribió con mayor profusión, sino que además permite establecer un punto de unión con el origen pulp del Cruzado de la Capa, ya comentado en la introducción de este volumen. En ese sentido, el lector más versado cuenta con el aliciente de participar en el juego propuesto por los autores, consistente en identificar semejanzas y diferencias de protagonistas y secundarios de esta obra, respecto a sus versiones más tradicionales. Así, por estas páginas discurren rostros y nombres fácilmente reconocibles, ahora pasados por un filtro que distorsiona sus caracterizaciones lo suficiente como para, aprovechando las licencias que concede la línea Otros mundos, encontrarles acomodo en una trama que mezcla la intriga con lo sobrenatural.
El autor natural de Berkeley admite que, aunque Lovecraft es una influencia apreciable en buena parte de su obra, este es el trabajo en el que se refleja de forma más explícita; hecho que queda patente ya en el título, claro homenaje al relato La maldicion que cayo sobre Sarnath (1920), parte de las Historias del Ciclo del Sueño. Apenas el primer guiño de todo un festín referencial, que continúa con una secuencia inicial cuya ambientación, planteamiento, desarrollo e incluso profusión de onomatopeyas –cómo no recordar los “¡Tekeli-li!” pronunciados por el Soggoth– recuerdan poderosamente a la novela En las montañas de la locura (1931). Cuesta no ver a Ra’s al Ghul como un trasunto de Abdul Alhazred, poeta y demonólogo del universo lovecraftiano que, apodado el Árabe Loco, escribió el Al Azif o Necronomicón, aquí titulado El Testamento de Ghul. También es más que evidente la influencia de El caso de Charles Dexter Ward (1927-1928), se alude directamente a La ciudad sin nombre (1921) –por muchos considerada la historia fundacional de Los mitos de Cthulhu–, parte de la trama bebe de El horror de Dunwich (1928), y uno de los cameos más curiosos es el del ilustre facultativo protagonista de Herbert West: Reanimador (1922), inspirador de toda una saga de películas de terror. Pero lo verdaderamente loable es lograr que semejante cúmulo de referencias se estructuren hasta construir una historia sólida e internamente coherente, siendo fiel a la tradición de este clásico de la literatura, al tiempo que ofrece una plausible interpretación alternativa del Hombre Murciélago.
En el ensayo H.P. Lovecraft: Contra el Mundo, Contra la Vida (Ed. Siruela, 2006), el novelista francés Michel Houellebecq sostiene que el principal objetivo del mítico escritor era llevar al lector a un estado de fascinación, siendo la maravilla y el pánico los únicos sentimientos humanos de los que quería oír hablar, ya que “construye su universo sobre ellos, y exclusivamente sobre ellos”. Con Batman: La maldición que cayó sobre Gotham, Mignola, Pace y Nixey nos invitan a viajar hasta ese universo, logrando que a la maravilla y el pánico asociados a su contemplación, se sume el júbilo propio de quien comprueba que, por fin, dos piezas clave de la cultura popular comparten un único espacio ficcional.
David Fernández